7 de agosto de 2017

Algunas aportaciones al estudio del urbanismo y la vivienda medieval en Béjar (4ª Parte)



Autor: Antonio Avilés Amat
Publicado: Béjar en Madri, nº 4778 (2/06/2017), p. 6.


4.-EVOLUCIÓN DE LA VIVIENDA


     Cuando, al paso del tiempo, aquel tipo elemental de vivienda evoluciona diferenciándose la de los labriegos de la de los artesanos y burgueses, aparecen nuevas zonas destinadas a la vida doméstica: hogar o cocina, cámaras, alcobas, dormitorios; laboral: huertos o parcelas de cultivo, en su parte trasera, así como cuadras para animales de labranza o domésticos y cobertizos donde guardar carros o carretas, aperos y utillaje, si se trataba de residencias de campesinos; amplios y profundos zaguanes utilizados como taller para la manufactura y posterior venta de productos, si sus moradores eran artesanos o comerciantes; lagar y bodega, en el sótano, para la elaboración y conservación del vino, y de almacenaje y previsión: sobrado o desván ––en el lugar entre la cubierta del piso y el tejado–– para el acopio de cereales, frutos, legumbres y hojas de tocino y otros productos cárnicos conservados en salazón, ahumados, embutidos y chacinas. 

      Geneviève d’ Haucourt, refiriéndose, en su caso, a un campesino francés en la época medieval, manifiesta que este tendía a ser completamente autosuficiente, produciendo su grano para el pan, su manteca de cerdo, sus conservas, sus carnes saladas o ahumadas, sus mermeladas, su miel, su aguardiente, su vino, sus ropas blancas y sus telas, hecho todo en casa de lo que había cultivado en las tierras de su propiedad [1]. Lo que, sin cambiar apenas, podría ser aplicado a los que, con la misma profesión, por entonces poblaban la villa bejarana.
 


     Las diferentes salas, cuartos y alcobas de las viviendas se van dotando progresivamente de mobiliario y enseres más variados y específicos (en mayor proporción y calidad en las de las clases sociales más altas), como podrían ser los diferentes tipos de mesas, bancos, alacenas, arcas, armarios, camas, sillones, arquetas, bargueños o escritorios y de elementos ornamentales: cuadros, esgrafiados, pinturas, espejos, tapices, cortinajes, alfombras y otros objetos decorativos. Del mismo modo al exterior se singularizan las portadas con escudos de armas labrados en piedra; determinados motivos simbólicos o estéticos: ovas y cordones; lemas y leyendas, grabadas sobre los dinteles, y cruces, en estos o en las jambas, y diferentes signos o marcas en los muros[2].


     Algunas casas disponían de su propio horno para la preparación del pan pero lo más frecuente sería el comunitario que prestase sus servicios a los vecinos de un barrio o de un grupo de viviendas. También se ubicaban junto al río varios molinos con una o dos muelas para molturar el trigo y convertirlo en harina y salvado. Sin embargo, la generalidad de las construcciones ––a excepción de las de nobles y burgueses o algunas comunitarias que disfrutaban de algún pozo o aljibe–– carecían de lo que hoy se considera esencial en cualquier tipo de edificación como el disponer de agua corriente, que había que acarrear desde el río o de los veneros y fuentes públicas[3], para el consumo y la limpieza de sus ocupantes, vestuario, utensilios y de la propia vivienda. 



     Por supuesto que todas las tareas domésticas como fregar, lavar la ropa, acarrear agua y leña, ir al horno y al molino, hacer las camas, barrer, coser, hilar[4] eran realizadas por mujeres fuesen estas sirvientas o no. Y aunque el Fuero menciona la existencia de baños públicos e incluso determina los distintos días en que estos deben ser utilizados por hombres y mujeres, así como por cristianos, judíos o musulmanes[5], se desconoce su situación y el uso que se pudo hacer de ellos. Tampoco se contaba ––por los datos conocidos–– con ningún sistema de alcantarillado ni con los más elementales servicios higiénicos y de evacuación de excrementos, basuras y aguas residuales[6] que, como es de suponer, en su mayor parte acabarían esparcidos en el río. La escasez o inexistencia de letrinas, que solo poseían algunas residencias nobiliarias, aunque luego se ampliase a otras muchas viviendas, motivaba que para tales fines evacuatorios se emplearan las cuadras, el campo abierto ––y de  ahí los eufemismos de fazer campo o de exir a campo que, tanto el Fuero bejarano[7] como otros de la época registran–– o la propia calle. Y en ella, hasta a la misma puerta del vecino aunque, en tales ocasiones, fuese por motivos distintos y sancionables por el Fuero[8]: Qui cagar a puerta agena peche II morauedis, e él mismo barra su estiércol, si jo pudieren probar



       Esto, unido a la diaria convivencia de sus moradores con animales, el uso continuado durante largos períodos de la misma vestimenta y una escasa o inexistente higiene personal, así como los barridos y fregados de la casa (no cotidianos sino esporádicos) y la falta de una apropiada y diaria ventilación[9], daba lugar a frecuentes infecciones entre sus ocupantes. Miasmas que, transmitidas por todo tipo de parásitos como pululaban entre personas y animales, ocasionaban endemias tales como fiebres o la peste en periódicos ciclos recurrentes ––como era lo habitual––, con una considerable mortandad entre la población. También contribuían a ello, de modo determinante, las insuficientes coladas que, cuando se realizaban, se debían hacer en el río, en los pilares o en el lavadero público ––si lo había––, en parte motivadas por la reducida indumentaria utilizada entre el común de la población, que no permitía frecuentes cambios, y la ropa de hogar, por lo general escasa y continuamente aprovechada hasta su completo deterioro y desgaste. 



     La mayor parte de las viviendas ––si se exceptúan las ocupadas por las clases más elevadas que contaban con chimeneas, hogares o fogones alimentados con leña en distintas salas y estancias––  no poseían ningún sistema de calefacción en tiempo frío, salvo el fuego que se hacía para cocinar[10] y el calor que podría proporcionar la cercanía a las personas de los animales de labor. O las ascuas de algún brasero y las mantas u otro tipo de ropa de abrigo fabricada con lana o pieles tratadas  ––curtidas––   de diversos animales. Aunque pronto se fue generalizando la construcción de amplias chimeneas y estufas que, como difusoras de calor y al permanecer encendidas largo tiempo en los días invernales, hacían elevarse la temperatura de las piezas donde se encontraban y paliar la glacial frialdad que soportaban sus ocupantes.




     No sería descartado suponer que en las moradas más suntuosas de la nobleza ––que solían mantener capillas privadas u oratorios y contar con su propio capellán–– dispusieran, asimismo, de ciertos espacios destinados, si no a bibliotecas (por entonces casi privativas de antiguas escuelas catedralicias, estudios y universidades), al menos para depositar y leer en ellos algunos libros. Aunque no dispongamos de datos suficientes que nos permitan especular sobre su generalización, sí que son conocidas algunas librerías nobiliarias de la época. Un ejemplo cercano nos lo ofrece doña Leonor de Pimentel y Zúñiga (1435-1486), condesa de Plasencia y duquesa de Arévalo y de Béjar, que poseía una biblioteca [11] de unos cuarenta libros de temática casi exclusivamente religiosa ––aunque también se encontraban entre ellos algunos profanos como un Calila e Dimna y unos Proverbios de Séneca–– repartidos entre su cámara, la capilla y otras dependencias del palacio ducal. Veinticuatro de ellos eran de disposición exclusiva de doña Leonor y permanecían en un arca separados de los restantes. Estas bibliotecas o colecciones de libros, generalmente de rezo y devoción, morales, exegéticos o hagiográficos, manuscritos y ampliamente ilustrados en los escritorios monacales, ya comenzaban a tener más amplia propagación tras el descubrimiento de la imprenta y las primeras ediciones de obras impresas a partir de 1450. Tratados y volúmenes que se multiplicarán en sucesivas reimpresiones y pronto llegarán a un público cada vez más amplio y no, necesariamente, de elevada condición social.

Continuará





[1]  D’ HAUCOURT, Geneviève.  La vida en la Edad Media (traducción de J. García Bosch), Vilassar de Mar (Barcelona), 1991, p. 36.

[2] Sobre estas marcas de tipo mágico-religioso, en un contexto no muy lejano a Béjar como es la ciudad portuguesa de Guarda, se ha editado hace unos años un documentado inventario con excelentes fotografías e ilustraciones: Marcas Mágico-Religiosas no Centro Histórico.- Guarda, 2007. Algunos signos de los que aparecen allí registrados son similares a los que conservan varias viviendas bejaranas.

[3] A mediados del siglo XVI se construyó un acueducto que conducía el agua para el abastecimiento de la villa desde el monte de El Castañar y la suministraba a varias fuentes ubicadas en diversos puntos de la población. Pero tal construcción no existía en la época que tratamos. MUÑOZ DOMÍNGUEZ, José, Apuntes para un inventario de la fontanería pública bejarana a lo largo de su historia en Estudios Bejaranos, núm. 2 y 3.- CEB, Béjar 1996, pp. 39-56.

[4] GARCÍA HERRERO, María del Carmen. Actividades laborales femeninas a finales de la Edad Media: registros iconográficos, en LACARRA DUCAY, María del Carmen. Arte y vida cotidiana en la época medieval, Zaragoza, 2008, p. 19.

[5] Fuero de Béjar, rúbricas 67,69 y 71, pp. 53 y54.

[6] Tales privaciones no fueron privativas de la época medieval, ya que en pleno siglo XX –e incluso en nuestros días- existen viviendas en poblaciones de nuestro entorno con tales carencias.

[7] Fuero de Béjar, rúbrica 158. (título), p. 64 y 734 y 738, pp.135 y 136.

[8] Ob. cit., rúbrica 158, p. 64.

[9]  Esto impedía la renovación del aire viciado y, por lo común, maloliente alojado en su interior.

[10] Algunas viviendas de burgueses o de campesinos acomodados contaron con un procedimiento de calentamiento de las mismas consistente en practicar galerías bajo el suelo que se llenaban de leña y paja a las que se prendía fuego, asegurando así una temperatura adecuada para sus moradores. Eran las llamadas glorias que han pervivido en algunas zonas de Castilla hasta época reciente, aunque ignoro si en Béjar existieron. Véase: HERNÁNDEZ ALONSO, Cesar (coord.). Diccionario de castellano tradicional. Ed. Ámbito.- Valladolid, 2001 y SECO, Manuel, ANDRÉS, Olimpia y RAMOS, Gabino. Diccionario del español actual.- Ed. Aguilar.- Madrid, 1999.


[11] JIMÉNEZ MORENO, Arturo. Formación, uso y dispersión de una pequeña biblioteca nobiliaria del siglo XV: los libros de doña Leonor Pimentel, condesa de Plasencia en FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Natalia y FERNÁNDEZ FERREIRO, María. Literatura medieval y renacentista en España. Oviedo 2012, pp. 655-663.

7 comentarios:

  1. De todos estos ricos detalles que cuentas saco una conclusión: se puede vivir con bastante menos de lo que lo hacemos, sin artilugios ni la inmensa mayoría de muebles y enseres; pero así la vida es mucho más placentera. Muy interesante lo que nos has contado en esta serie.

    Besos.

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  2. Lo peor era lo de no poder contar con letrinas y ni siquiera poder usar los baños públicos cuando se quisiera, puesto que estaba regulado qué día te tocaba. Horroroso. Una de las ventajas de vivir en este siglo nuestro es que por lo menos eso lo tenemos resuelto.

    Feliz tarde

    Bisous

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  3. Ahora las viviendas no son ta amplias pero por lo menos todas disponen de un cuarto de baño.

    Besos

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  4. Hola Carmen:

    Lo del baño lo hubiese llevado fatal...Lo demás pasa sin problemas, pero eso del baño...

    Una serie que me está gustando mucho.

    Besos

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  5. Leyendo el texto del amigo Avilés es sorprendente que hayamos podido sobrevivir a las epidemias.
    En cuanto al miniado del vecino evacuador no puede ser más gráfico. Hasta diría que alguno ha llegado hasta nuestros días...

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  6. Tener horno propio ya era un lujo al alcance de pocos. Me encantan esas antiguas alacenas, como la que tenía mi abuela.
    Si tengo la suerte de pillar estos días de agosto un ordenador, puedo visitar los blogs amigos a ver qué se cuece en ellos. Hoy hubo suerte. Con el móvil poco puedo hacer, pues es un modelo que va a pedales y me deja entrar en el facebook y poco más.
    Un saludo.

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  7. Carmen lo de ir aliviarse a la cuadra o el campo no fue tan raro en nuestra Castilla rural hasta mediados del pasado siglo y para bañarse contar con una tina a la que se la llenaba de agua.
    Cuando visite Vitoria me indico el familiar que me servia de guía de unos baños públicos los cuales se seguían usando.

    Saludos.

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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo." Óscar Wilde.