Mostrando entradas con la etiqueta Valdesangil. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Valdesangil. Mostrar todas las entradas

11 de enero de 2020

Artilugios, pócimas, remedios, ungüentos y brebajes en la farmacia de Félix Diego Alonso (1760) (1ª Parte)

Autora: Carmen Cascón Matas 

Publicado: Semanario Béjar en Madrid, nº 4.769 (20/01/2017), p. 4.



Ejercer la profesión de boticario en el siglo XVIII significaba ser tratado como un personaje notable por sus conciudadanos, un erudito, un sabio, sobre todo a raíz del desarrollo en campos de la investigación tan interesantes como la botánica, la medicina y la química durante el siglo de la Ilustración

 Farmacia del siglo XVIII. Museo de Teruel

Aún con todo, la amalgama entre saberes tradicionales y los nuevos descubrimientos con métodos “modernos” se efectuó de manera progresiva sin que se abandonasen del todo las prácticas antiguas. Hay que tener en cuenta que lo que hoy día nos parecen, en cuanto a botánica o farmacopea, ingredientes cuasi acientíficos entonces su aplicación se consideraba probada por la ciencia y comprobable empíricamente (véase el caso del “cuerno de unicornio” que luego veremos). 



De los boticarios que ejercieron en Béjar en el setecientos tenemos la suerte de conocer algunos nombres como los de Manuel Aguado, José de Oliva y Félix Diego Alonso[1]. En el Archivo Histórico Provincial de Salamanca se guarda el inventario de bienes al fallecimiento de este último (fechado el 20 de abril de 1760[2]), al que dedicaremos esta serie de artículos, y del que se extraeremos jugosos datos derivados de los artilugios, pócimas, brebajes, libros y ungüentos que atesoraba en su casa a la hora de su muerte. Como curiosidad iré desgranando y explicando cada uno de ellos siguiendo los manuales de botánica y farmacopea que Félix Diego Alonso poseía en su interesante biblioteca

La Botica de Ximeno de Peñaranda de Duero.
Foto extraída de aquí



Nuestro boticario gozaba de un establecimiento de farmacopea abierto al público en la calle Mayor de San Gil, frente al entonces hospital, a la altura de la casa donde vivió don Nicomedes Martín Mateos. El dato nos lo ofrece Óscar Rivadeneyra en su trabajo sobre el catastro del Marqués de La Ensenada (1753)[3]. Sabemos por el inventario de bienes que la casa en la que situaba era la principal de su morada, donde murió Félix Diego Alonso, nacido por cierto en Toro (Zamora) y en la que había habitado con su mujer Josepha Domínguez de Barrientos y sus numerosos hijos[4]

  Disponía de un corral y una bodega, describiéndola el escribano como “casa de mucha vivienda” y tasándola por la nada desdeñable suma de 17.000 reales. El negocio le procuraba unos beneficios de 50 ducados de oro al año [5] y se desplegaba con su conjunto de armarios o armazones en el portal con “estantes de la sal, incluidas las vidrieras”. Lucía entonces sus artículos de la misma forma que hasta hace breve tiempo, en botes ordenados detrás de cristaleras y debidamente organizados en armarios y estanterías. No faltaba “el mostrador que sirve para el despacho con tres cajones” y “la escalera de paso para subirse en caso de no poder alcanzar “las 42 cajas para yerbas, flores y emplastos”, los 142 “votes para gomas, rraices y simientes”, los 41 “votes de ungüentos y los 65 “frasquitos para espíritus, tinturas y aceites”.

 Instrumentación de botica del siglo XVIII
Foto sacada de aquí


 El portal disponía también de “dos bancos pequeños de castaño para que los clientes pudieran descansar mientras demandaban sus artículos. El boticario poseía también 4 redomas de 8 libras cada una y 148 redomas pequeñas. Según El Diccionario de Autoridades redactado en 1737[6] una redoma era una “vasija gruessa de vidro, de varios tamaños, la qual es ancha de abaxo, y vá estrechándose y angostándose hácia la boca”. Es posible que las utilizase para fabricar los ungüentos, pomadas y remedios.

En cuanto a los libros especializados en temas farmacéuticos, Félix Diego Alonso lucía en su biblioteca[7] la Farmacopea de Loeches (Juan de Loches fue un boticario de principios del siglo XVIII, autor de Tyrocinium pharmaceuticum), la Farmacopea Matritense, el Libro de Jerónimo de la Fuente (Jerónimo de la Fuente Piérola ejerció la disciplina farmacéutica en Sigüenza a finales del siglo XVII y publicó en 1863 Tyrocinio pharmacopeo), la Farmacopea de Palacios (se refiere a Félix Palacios y Bayá, farmacéutico de Madrid que vivió entre finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, autor de Palestra farmacéutica, químico-galénica), el Dioscórides Ilustrado (aquí hay que remontarse al siglo I d.C., momento en el que redactó un manual de farmacopea que le sobrevivió durante siglos, su De Materia Medica), el Libro de Juan Duidos y la Farmacopea de Juher (dos autores extranjeros de los cuales no hemos podido extraer más datos, probablemente porque el escribano transcribió sus nombres de manera errónea), y Las Perlas Occidentales
 


En el último apartado del inventario recoge los clientes de los distintos pueblos a los que administraba recetas, entre otros Candelario, La Hoya, Peñacaballera, Valdefuentes, Puerto, Peromingo, Fuentebuena, Vallejera, Navacarros, La Nava, Valverde, Navalmoral, La Calzada, Fresnedoso, Valdesangil, Sorihuela, Sanchotello, Colmenar o Valdehijaderos.

Continuará


[1] Béjar, 1753. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada. Introducción de Pedro GARCÍA MARTÍN. Tabapress y Ayuntamiento de Béjar. Madrid, 19990, p. 91.

[2] AHPSA. PN. 884. 20 de abril de 1760, fol, 319.

[3] RIVADENEYRA PRIETO, Óscar. “Plano del entorno de Santa María y El Salvador según el Catastro de La Ensenada (1753)”. El autor otorga a la casa y negocio de Félix Diego Alonso el número 199. Revista Estudios Bejaranos, nº XX, desplegable y pp. 63-70. Ayuntamiento de Béjar y CEB, 2016.

[4] Los datos familiares pueden ser consultados en el Archivo Parroquial de El Salvador. Libros Sacramentales de Casados, Bautizados y Difuntos.

[5] Béjar, 1753. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada. Introducción de Pedro GARCÍA MARTÍN. Tabapress y Ayuntamiento de Béjar. Madrid, 19990, p. 91.

[6] El Diccionario de autoridades se publicó entre 1726 y 1739 por la Real Academia de la Lengua Española y como tal es el primer compendio realizado por la institución. Para el artículo me he servido del buscador facilitado por la RAE en su web http://web.frl.es/DA.html (consultado en diciembre de 2016). A partir de ahora lo llamaremos DA para abreviar.


[7] La mayoría de los títulos que ofrecemos a continuación pueden ser descargados gratuitamente a través de Google Libros.

4 de febrero de 2019

Historia de la muerte y entierro del curiel Vicentillo, muerto el 28 de septiembre de 1868 (3ª Parte y final)

Autor: José Francisco Fabián García
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2018, pp. 16-21.


         Alguien, vigilando su llegada en la entrada del pueblo, les vio, aún desde lejos, por el Arenal y fue a avisar. ¡Qué ya llegan! ¡Que ya le traen! Cruzando el pueblo, la gente, que estaba pendiente de ello, salía a las puertas y se santiguaban. Aquella madre que esperaba salió a buscarlo enloquecida. ¡Ay mi hijo, que me lo han matado con solo dieciocho años!¡Bandidos, canallas, no tenéis perdón!, decía abrazándose al ataúd atado a una de las caballerías. Un grupo de gente presenciaba la escena desde la puerta de la casa. Los hijos contuvieron a la madre en su desesperación y el padre, sin decir una palabra, llevó al animal cargado con el ataúd a la puerta de la casa. Varios hombres que esperaban se prestaron a ayudarle para desamarrar la caja. Encima de la mesa de la cocina la colocaron. Nadie pudo convencer a la madre de que no fuera ella la que lavara el cadáver de su hijo. Tenía que ser ella, que lo había parido y criado. Sacaron el cuerpo frio del ataúd. Allí estaba Vicentillo, el pobre Vicentillo, muerto para siempre, yerto, sin afeitar, con la sonrisa habitual perdida en la cara profundamente pálida, manchada de la sangre caída por la frente a través del pelo, donde, seca, se hacía pegotes. Estaba vestido con su chaquetilla y lo que fue una camisa blanca, ahora casi solo una única mancha oscura de sangre seca. No había consuelo para aquella madre abrazada al hijo muerto hasta que llegó el marido y la tomó del brazo. Vamos mujer, ya no hay remedio. Lávale pa que le velemos.



       Entre la madre, una hermana y otras mujeres de la familia, le desnudaron de medio cuerpo. Estaba reventado. Aquella herida abierta en el cuerpo de un joven tan joven estremecía contemplarla. ¿Por qué te tuviste que ir si sabías el peligro que había? ¿por qué te dejamos? ¡Ay, Dios mío, ¡Ay mi Vicentillo!, exclamaba desesperada sin consuelo. 

28 de enero de 2019

Historia de la muerte y entierro del curiel Vicentillo, muerto el 28 de septiembre de 1868 (2ª Parte)


 Autor: José Francisco Fabián García
 Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2018, pp. 16-21.

     En el hospital de sangre de la antigua iglesia de San Gil se agolpaba la gente. A la vez que unos salían, otros entraban. A la puerta, algunos hablaban en torno a una hoguera cuyas llamas iluminaban sus caras mostrando gestos graves que hacían entender mejor la situación. A la luz de los faroles se vio a alguno salir con vendajes apoyándose en los hombros de otros. Dentro ya de lo que fue en tiempos la nave de la iglesia, todo era un ir y venir de personas, orientados por la luz de faroles, velas, cirios y alguna antorcha, iluminando jergones en el suelo y en los que yacían heridos con vendajes en el cuerpo y en la cabeza, rodeados de familiares, sobre todo mujeres, de las que algunas eran monjas. Un murmullo grande se oía desde todas partes; a veces eran lamentos y, también, las voces de quienes se esforzaban por organizar aquella vorágine. 

 Foto antigua de San Gil cuando había dejado de ser hospital y funcionaba como Ayuntamiento de Béjar

21 de enero de 2019

Historia de la muerte y entierro del curiel Vicentillo, muerto el 28 de septiembre de 1868 (1ª Parte)

Autor: José Francisco Fabián García
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2018, pp. 16-21.

          Un hombre llegó al atardecer, descompuesto y alterado, a la plaza de Valdesangil procedente de Béjar, de donde, a pesar de la distancia, se habían oído explosiones y tiroteos sobrecogedores, corroborados por el testimonio directo de algunas mujeres con niños que habían llegado atemorizadas huyendo de la situación. El recién llegado vestía una chaqueta corta de tela gruesa, dejándose ver debajo de ella una camisa blanca con desgarros, sucia y manchada de sangre, sangre que, según aclaró, no era suya, porque no estaba herido. Como si le estuvieran esperando y, sobre todo, viéndole la cara de circunstancias, la gente fue arremolinándose en torno a él. Era joven, hablaba con dificultad haciendo grandes esfuerzos para ello, porque parecía haber perdido parte de la voz con la excitación. Después de oír lo primero que tenía que decir, algunos se retiraban de la primera fila con el gesto perturbado diciendo a los que llegaban: ¡Vicentillo, que han matado a Vicentillo!, a lo que los que recibían la noticia se llevaban las manos a la cabeza espantados. Mala era la noticia de la muerte de un paisano tan joven, pero aún peor era la incertidumbre en los corazones de los que recibían la noticia por lo que, según decía aquel hombre, estaba pasando en Béjar: por los muertos que había y por el enfrentamiento tan cruel que se había dado y que tal vez continuara en los próximos días. Contaba que las tropas militares habían cargado en La Corredera y en la Puerta de la Villa a tiros y cañonazos contra la gente y que habían saqueado casas persiguiendo a los que se les enfrentaban y hasta habían violentado a mujeres. Según decía, los militares no habían distinguido entre luchadores, mujeres, niños y ancianos; se había peleado en La Corredera y en la Puerta de la Villa y entre unos y otros había muchos muertos y heridos, uno de los cuales era el pobre Vicentillo. Él le había visto cuando le llevaban al hospital instalado en la iglesia de San Gil; tenía mucha sangre en el cuerpo, iba ya muerto, podía asegurarlo. Había muerto en la Puerta de la Villa. 

 Iglesia de Valdesangil
Foto sacada de aquí

         En esto apareció corriendo una mujer menuda, mayor, rondando los sesenta o más, toda vestida de negro, menos un mandil a rayas sobre el manteo y un pañuelo negro cubriéndole la cabeza. Al verla llegar gritando, sabiendo quién era, se le hizo un pasillo que la condujo al recién llegado. Al oír lo que este le decía, dirigido ahora solo a ella, se llevaba las manos a la cabeza y otras veces se golpeaba en el pecho con desesperación, a la vez que la sujetaban algunas otras mujeres de las que se congregaban en torno a ella. 

20 de septiembre de 2015

1715-2015: trescientos años de la iglesia parroquial de Valdesangil

Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, nº 4.734 (7/08/2015), p. 4.

      *Para escribir este artículo me he basado en el excelente trabajo de investigación realizado por José Ignacio Díez Elcuaz y Juan Félix Sánchez Sancho y publicado en la revista Estudios Bejaranos nº 12 de diciembre de 2008. 

      Hace trescientos años que un canónigo placentino, se supone que natural de Valdesangil (a 5 kilómetros de Béjar), quiso honrar a su pueblo con una iglesia digna de sus paisanos. Corría el año 1715 y la monarquía hispánica acababa de salir de una cruenta guerra, la de Sucesión, que había mermado en demasía los territorios que la habían convertido en un imperio siglos atrás. Reinaba entonces Felipe V, el primer Borbón en el trono español, nieto del Rey Sol Luis XIV, y todavía no había desaparecido el aire cansino y decadente de aquel fatal siglo XVII plagado de luces y sombras. Los primeros compases del Siglo de las Luces y sus impulsos renovadores aún estaban por producirse, pero hete aquí que don Francisco Hernández Nieto, canónigo de la catedral de Plasencia, parecía vislumbrar que la brisa soplaba de otro lado y que los cambios no iban a tardar en llegar como una marea a la que pocos podían enfrentarse.

Espadaña de la iglesia de Valdesangil.
Foto extraída de aquí


Valdesangil había acrecentado su número de habitantes en una década de cierta prosperidad coincidente con los postreros coletazos del reinado de Carlos II, el último Austria, y con las medidas reformadoras del conde de Oropesa y del duque de Medinaceli. Aún con todo, el pueblo no disponía siquiera de parroquia propia, sino de una ermita que resultaba insuficiente para tanto feligrés, y dependía para los asuntos espirituales del rector de la iglesia de San Juan Bautista de Béjar. Don Francisco Hernández Nieto, cual vendaval desbocado, consiguió lo que pocos podían haber alcanzado sin ahínco: no retirarse de su canonjía en la sede del obispado, lo que de manera efectiva no se produjo hasta 1722, sin antes conseguir que Valdesangil, su retiro dorado, poseyera párroco al cargo, independiente de San Juan, y templo propio.

23 de noviembre de 2013

Los Bolaños: una introducción a la vida, historias y costumbres de las familias hidalgas del Béjar de la Edad Moderna (8ª Parte)




Autora: Mª Carmen Cascón Matas
Publicado: Especial de Béjar en Madrid, diciembre de 2009

El legado artístico de Antonio de Bolaños



         Sin las anteriores explicaciones nos sería muy difícil comprender las cuantiosas rentas y beneficios de que disfrutaba Antonio de Bolaños a su muerte. Sorprende que en sus últimas voluntades decidiese ser enterrado en el convento de monjas de Nuestra Señora de la Anunciación, aquél cuyo solar se encontraba más o menos en lo que es ahora Casino Obrero y de casas aledañas. Su fundación parece remontarse a la Edad Media, vinculando el monasterio a la orden tercera femenina franciscana. Se le llamaba popularmente convento “de las Isabeles” o convento “de las monjas de arriba”, pues la denominación de “monjas de abajo” se aplicaba a las de la Piedad. Don Juan Muñoz nos ha dejado algunas referencias sobre ellas, aunque la documentación escasea. Durante siglo XVI las religiosas presentaron un memorial a los duques (que nunca ejercieron de manera efectiva de patronos) quejándose sobre la pobreza y el desamparo en el que vivían. Incluso en 1672 se hizo mención a que el edificio del convento amenazaba ruina[1]


 

¿Por qué Antonio de Bolaños mandó enterrarse en este mísero convento, en vez de en la iglesia de El Salvador junto a su padre y su admirado tío? Quizás por devoción, pues especifica “debaxo de la peana del Altar del Christo junto a la sepultura de la monja Luçia Perez”. La imagen era la del famoso Cristo del Amparo que, según la historiografía tradicional, fue a parar a la iglesia de San Juan Bautista tras la desamortización de los bienes del clero. La monja... ¿murió en olor de santidad? Un personaje más perdido en las sombras del tiempo. 
 

22 de septiembre de 2011

Un paseo por la Ruta de las Pedanías






Autor: Óscar González Hoya
Publicado: Béjar en Madrid, nº 4.656. 10/06/2011

 
Hoy les propongo el recorrido por la llamada Ruta de las Pedanías, la cual permite el tránsito entre las pedanías de Fuentebuena y Valdesangil. Como sabemos son poblaciones que carecen de ayuntamiento y dependen de nuestro ente local, siendo una especie de barrios de nuestra ciudad, salvando las distancias.



       Al igual que la Ruta de la Umbría, rehabilitada recientemente, no se trata de un camino que haya surgido en la actualidad, sino que ya existía desde hace siglos. En este caso no se ha acondicionado el terreno, ni se han puesto barandillas de madera, simplemente se han colocado paneles explicativos e indicadores de fuentes, caminos o veredas.