Autora: Mª del Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid nºs 4473 y 4474, Dic. de 2007.
Una vez alcanzada la libertad, no está claro si Cecilia abandonó Béjar y la corte de los duques, o siguió ejerciendo de criada palaciega, acompañándoles en sus traslados continuos entre Béjar y Madrid. Es apasionante imaginar lo que vio y vivió esta mujer en su humilde condición de sirvienta, habitando en el Madrid de los Austrias o en la Sevilla mirando a las Indias, o en cualquier lugar de la España fascinante de la Edad Moderna.
Lo que sí es claro es que en 1571, el día 26 de enero, otorga testamento en Béjar, estando como esta mi cuerpo agravado de enfermedad, como ella misma declara. El que otorgue testamento es signo inequívoco de posesión de bienes, pues con este documento se ratificaría el reparto o legado de los mismos a personas o instituciones. El interés radica en que, en él, se lleva a cabo una enumeración de los bienes de Cecilia, que no son pocos, y de sus mandas pías. Así nos podemos hacer una idea de la situación de benignidad de que disfrutaban los sirvientes de los duques de Béjar en aquella época.
Escudo de la Casa Ducal de Zúñiga
Dice “que mi cuerpo ssea sepultado en la yglesia de Sennora Sancta Maria deesta villa de bexar en la sepultura que elijiere e señalare Melchor Lopez, clerigo cura de Sr. San Pedro” Es enterrada en Santa María, pues no olvidemos que hasta la apertura del cementerio de San Miguel en el siglo XIX se enterraban los cadáveres en las iglesias o en los pequeños cementerios adyacentes, y es en esta parroquia porque a ella estaba vinculado el palacio ducal.
Además especifica que a su entierro asistan todos los clérigos del Cabildo bejarano, celebrándose 6 misas, y que “me ofrenden el dia de mi enterramiento 18 tortas de a 2 libras e medio cantaro de vino e 6 velas de a cuarteron”. En todos los testamentos de la época, no sólo se deja el dinero estipulado para el pago de los clérigos asistentes a las misas, sino también se deja el pan, vino y velas necesarias para la celebración.
Deja dicho que “se de una cama de ropa que se entiende, dos colchones e dos sabanas e dos almoadas e una fraçada blanca a quien el sr. Melchor lopez, clerigo, deçida que sea perssona pobre e neçesitada; y que a Teresa Gutiérrez, enfermera, porque me a echo buena conpañía 2 Ducados y una rropa aforrada de anascote que yo tengo y el manteo verde que traigo debaxo y el mi relicario que traigo al cuello”. Esta Teresa Gutierrez era enfermera del Palacio, donde Cecilia estuvo atendida debido a su enfermedad. Así se expresa al final del documento, pues el testamento es “otorgado en la villa de Bexar en la casa de la enfermería del Duque mi señor".
Patio del Palacio Ducal de Béjar
Además Cecilia se acuerda de sus compañeras, sirvientas también en la corte del Duque, pues a “Juana Muñoz, criada que fue de mi señora la duquesa, que dios tiene en su gloria, que esta en Sevilla (...) mando le den una basquiña negra de las mejores que yo tengo e una camisa de lienço casero y otra de holanda”. El documento es un muestrario de la ropa y vestidos que llevaba una dama pudiente del siglo XVI, pues una “basquiña” era una saya que llevaban las mujeres desde la cintura a los pies; las camisas de holanda estaban confeccionadas en algodón, tejido considerado muy suave por una población que en la época vestía preferentemente de lana.
Por fin Cecilia deja estipulado en su testamento que los restantes bienes fueran subastados en una almoneda y con el dinero obtenido se celebrasen misas por su alma, fundando con ellas una capellania en la iglesia de Santa María de Béjar.
Es curioso que al final del documento, donde se cita a los testigos, se dice “yo el muño no conozco a la otorgante mas de por oidas que fue criada de la duquesa de bexar, mi señora doña Teresa, que dios tiene y después de mi señora la marquesa de Zara”. ¿Quién sería esta marquesa? No lo sabemos, pero sea como fuere, si Cecilia marchó de Béjar, volvería para morir aquí. El muño (misterioso personaje, cuya casa aparece en el cuadro de Ventura Lirios marcada con una estrella y destacada de las demás), Francisco de Vergara, dice “ recibí información de Alonso Gallardo y de lucas Sánchez, vecinos de esta villa de bexar y criados de los duques mis señores”. Como vemos la servidumbre ducal estaba compuesta por un gran número de personas.
El día 11 de Febrero de 1571 se llevó a cabo la almoneda de los bienes de Cecilia. Vamos a enumerar algunos como curiosidad: un manteo negro, una ropa “de paño negro a manera de sotana de veintidoseno, una faldilla de paño de grana blanca” (que lo compró María Muñoz, la perulera; así llamaban a los que habían estado en América y volvían enriquecidos a la península), un sombrero aforrado de tafetán, varias sábanas, varias almohadas, tres toallas, una toca de holanda, una toca “beatilla, medias calzas coloradas, un poco de seda de colores y aguja de hilo de Toro”, varias arcas y “una redomita de vidrio”.
Es interesante la enumeración de prendas que componían el traje de una señora de la época, pero aún mas sus compradores: las sotanas las compran clérigos (el Arcipreste Ramírez y Juan de Miranda), así como las sábanas (Juan Gutiérrez de las Huertas), la redomita y unas calzas coloradas!; la faldilla María Muñoz la perulera; unas almohadas Martín Gutiérrez, el pregonero; aunque la mayoría es adquirido por la mujer de Lucas Sánchez, a la que se cita como enfermera (sería Teresa Gutiérrez, la enfermera que la cuidó en sus últimas horas?)
Cecilia, esclava manumitida de la Casa Ducal, llegó a ser, pues, un testigo de excepción en un momento álgido en la Historia de Béjar y de España. Ahora, que tanto se impulsa la historia de género, aquí tenemos un ejemplo muy interesante por su condición y por ser una de las pocas bejaranas de la Edad Moderna de la cual sabemos algún dato sobre su vida, excepción hecha, naturalmente, de las duquesas y de doña Juana de Carvajal.
BIBLIOGRAFÍA
Documentación suelta de la parroquia de Santa María. Béjar.
MUÑOZ GARCÍA, J: Cronología de los Estúñigas, señores de Béjar, y de los Duques, sus sucesores. Ofrenda a la Santísima Virgen del Castañar (II), 1963.
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