3 de mayo de 2024

El viaje de la condesa de las Navas, Mª del Carmen Pizarro, desde Béjar a Las Batuecas en 1866 (3ª Parte)

 Autor: Ramón Martín Rodrigo

           En este artículo veremos el recorrido que hicieron la condesa de las Navas y sus acompañantes de Mogarraz a La Aberca y su prolongación  a la Peña Francia. La narración incluye trozos originales de la propia condesa, que pongo entrecomillados, y explicaciones que posiblemente le hacían sus compañeros durante el viaje y que luego las introdujo el escritor. Por eso en ocasiones tales comentarios parecen digresiones del relato.  Los añadidos he procurado obviarlos para ser más breve. Sin embargo, he de poner algunas observaciones mías, que van entre corchetes para que todo se entienda mejor.

 La Alberca


            “Al día siguiente, restablecida la Condesa de las Navas por una noche de descanso [la pasada en Mogarraz] y como se encontraba en perfecta disposición de continuar el viaje [además de poseer gran riqueza, era de fuerte salud y de decidido ánimo], haciendo un sol magnífico, volvimos a tomar el camino de La Alberca. Al subir una preciosa colina, sembrada de encinas y castaños, que todavía toca a Mogarraz, oímos a lo lejos una canción del país que cantaban voces frescas y sonoras. No podíamos comprender de dónde salían, pero no bien llegamos a lo alto de la colina, encontramos siete u ocho muchachas, que, al concluir su canción, nos saludaron, deseándonos buen viaje”. [Era una forma de sencilla y grata despedida preparada sigilosamente en Mogarraz].

            “Entonces se nos presentó a la vista el magnífico bosque de castaños que rodea a La Alberca, ocultándola de manera que no se distingue hasta dos pasos de las primeras casas... ¡Qué admirable paisaje éste para pasar el verano a la sombra de aquellos árboles seculares, en medio de tantísimos manantiales  de agua fresca, delgada y muy dulce”!... [Sobre todo si se comparaba con algunos secarrales de Jaén, que poseía la condesa en Jaén, cerca de Úbeda].  

 Paisaje predominante en la Sierra de Francia


            "Todas las notabilidades de La Alberca esperaban a los viajeros a la entrada el pueblo para ofrecerle los cándidos tesoros de la hospitalidad”. [Sabían bien quién era la dama ilustre que llegaba. Baste recodar, por ejemplo, que en 1846 dos vecinos de La Alberca, Francisco Gómez Escudero y Manuel Rodríguez Adán, le habían arrendado la explotación de Las Batuecas por seis años, hasta 1852, bajo la supervisión de Ángel Puerto, igualmente vecino de este pueblo].

            “Pero nuestros peregrinos eran españoles y su primer pensamiento, la primera necesidad de su corazón fue ir a dar gracias por haber llegado felizmente al término de aquella larga y penosa cabalgata [que aún no el final del camino]. Su deseo era que  la oración de gratitud que iban a hacer tuviera lugar  en el venerable santuario que allá junto a las nubes corona la Sierra de Francia”.

            [Es decir, que sin detenerse en La Alberca, los viajeros se dirigieron a la Peña de Francia, por lo cual se retomó la narración escribiendo lo siguiente]: ”El país toma un aspecto salvaje, amenizado sólo por el  fresco y sombrío valle de Lera ( se escribió Sera) en el camino que conduce a la Peña de Francia, apretado entre montañas que por toda vegetación producen piedras (cuarcitas) y pizarras, da mil vueltas y rodeos para trepar por dicha Peña, que majestuosamente domina a las otras cumbres”.

 Vista desde la Peña de Francia


            “Las doce del día eran cuando subíamos las  últimas quebraduras de aquella imponente montaña. [De La Alberca a la Peña se tardaban cuatro horas, así pues los peregrinos habían madrugado]. El sol había vuelto a parecer  de nuevo iluminando con todo su esplendor aquel inmenso y maravilloso panorama" [Seguidamente dice las zonas sierras y llanos que se ven conforme va girando la mirada por los contornos; en cambio no se menciona más pueblo que El Maíllo y la Casa Baja].

            "Como se trataba de oír misa, la dijo el capellán [no se aclara si el cura que iba en la caravana o el capellán del Santuario] y la oímos todos en la reducida ermita en que se venera la imagen de la Virgen, notable por la pequeña gruta en que fue encontrada esta imagen por un ‘monje’ francés llamado Simón Vela. Mientras preparaban ‘el almuerzo’  [hermosa palabra castellana] visitamos las ruinas del desmantelado convento que le iba explicando el único dominico que estaba al cuidado del santuario" [que, según el P. Alberto Colunga, era Alejandro Hernández, religioso exclaustrado que había sido superior en  el Santuario en 1835.  Santuario de la Peña de Francia, Historia.  Salamanca, 1968, pág. 206. Por tanto, en 1869 cuando llegó la condesa y sus acompañantes, el dominico sería de bastante edad].

Santuario de la Virgen de la Peña de Francia

 

         "De regreso a La Alberca, los viajeros se hospedaron en las mejores casas, perteneciendo el honor de albergar a la condesa al excelente cura don Gregorio González, que por la simpática expresión de su fisonomía, el candor de su conversación y la sencillez de sus maneras y su traje  ofrecía el verdadero tipo del cura de aldea".   

 Continuará

3 comentarios:

  1. Pues viendo que este relato continúa: no sabía de esta tercera parte:)
    Bendito ese almuerzo que se sirvió después de esta larga caminata. Unas fotos con una preciosa vista y en cuanto el oficiante de esa misa dio la talla:siempre menos ,es más...
    Esperando seguir sabiendo más de este viaje

    ResponderEliminar
  2. Recordando un poco mi viaje en sentido contrario si en trayecto fue por donde hoy discurre la carretera debió ser duro y si que habría que reponer fuerzas para subir a lo alto de la montaña de la Peña de Francia.
    Recuerdo que cuando entre en el interior del Santuario el Padre Dominico estaba preparando para oficiar misa y otra cosa que recuerdo ver unos punto de mira con los que se podían ver ciertas localidades.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. A la espera de la continuación que es muy interesante. Carmen.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo." Óscar Wilde.