Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 1/08/2014, nº 4.709, p. 14.
Permítanme
que defina al personaje que nos ocupa con el contundente calificativo con el
que lo suele saludar el novelista Antonio Muñoz Molina: el de “maestro”. Y es
que la veteranía en las letras y la intensidad literaria, unidas a la
honestidad de su obra, hacen a nuestro protagonista acreedor de tan
incontestable sobrenombre. ¿Por qué dedicar una entrada en este blog a la figura enjuta, casi quijotesca, de un octogenario escritor
madrileño que redacta sus textos a mano frente a la frondosidad del Retiro,
llamado Juan Eduardo Zúñiga? Quizá su apellido, de tantas reminiscencias
aristocráticas y tan unido atávicamente a la historia de Béjar, pueda darnos
pistas. Incluso a través de él logremos vislumbrar las razones genéticas de una
vieja tradición familiar alrededor de la literatura que ha fraguado en Juan
Eduardo Zúñiga como su último vástago.
Toribio Zúñiga Sánchez- Cerrudo, según Antonio Solís Ávila
Hablemos, antes que nada, de su progenitor. El padre de nuestro
protagonista no era otro que Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo, creador de la
moderna farmacología española; y a mi juicio el más ilustre de los bejaranos
del siglo XX, sobre todo si tal honor se definiera por méritos académicos[1].
No habría espacio suficiente en estas páginas para relacionar de modo completo
los valores profesionales, títulos, honores y condecoraciones que jalonan la
biografía de don Toribio. Como doctor en farmacia ayudó en la fundación de su Real Academia, de la
que fue presidente y secretario perpetuo, ejerciendo de farmacéutico del Rey
Alfonso XIII desde 1925 hasta la renuncia de este último como Jefe de Estado en
1931. Al mismo tiempo son innumerables los trabajos de corte científico que
publicó, destacando su póstuma “Historia de la Real Academia de Farmacia”[2].