Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid nº 4.797 (16/03/2018), p. 4.
La imagen de una mujer
enlutada recorriendo los campos castellanos junto al ataúd de su marido está
ligada en la imaginación popular a Juana I de Castilla, llamada La Loca, pero
no es un caso único. Durante la Edad Moderna los cortejos fúnebres de grandes personalidades
de la corte paseaban por los caminos de pueblo en pueblo desde los lugares de
fallecimiento hasta los de su eterno reposo, parando en conventos e iglesias
donde se depositaba el féretro.
Claustro del convento de San Francisco de Béjar.
Retrocedamos
en el tiempo y viajemos a 1721. Una carreta con crespones negros y penachos de
plumas traslada un catafalco por las empedradas calles de Béjar desde el
Palacio Ducal. El traqueteo a cada rodada parece a punto de dar con la caja y
el cuerpo del difunto en el suelo. Un cortejo fúnebre de caballeros
enlutados y no menos de una veintena de clérigos del Cabildo Eclesiástico entonando
salmodias de muerto lo acompaña. Las campanas tañen tristemente, con una
cadencia que pone a los paisanos los pelos de punta. Tal recuerdo de la muerte
se detiene a las puertas de la iglesia del convento de San Francisco donde es
recibido por el padre guardián, el capellán y los frailes, no menos de veinte.
Cuando la escenificación de la bienvenida a los restos mortales del fallecido
concluye, seis hombres ataviados con ricas ropas cargan el ataúd, cubierto con
una magnífica tela de terciopelo con las armas ducales del finado, y lo
introducen en el templo. Es la hora de los cánticos fúnebres y el olor a
incienso.