Autor: Gabriel Cusac Sánchez
Publicado en su web aquí
El término bosquero, como cuidador de la villa
ducal de El Bosque, ya aparece
documentado en el XVI. Algunos siglos
más tarde, yo también tuve la obligación y el privilegio de ocupar este puesto,
y pude comprobar entonces el profundo arraigo, en el imaginario popular
bejarano, de dos ficciones undergrounds.
Porque fueron muchos paisanos quienes, sin asomo de duda, me certificaban la existencia
de sendos subterráneos con punto de partida en la misma pieza arquitectónica: el Cubo del Desaguadero. Uno conduciría
a la isla central, la pequeña Citera del
estanque, y, a modo de estribillo, siempre escuchaba el mismo argumento: los
músicos que tocaban en el templete de la isla entraban y salían por aquí. El
otro subterráneo, de más envergadura, comunicaría con la residencia urbana, el
Palacio Ducal cuyos muros acogen hoy el Instituto
Ramón Olleros y la Cámara Oscura.
Plano de El Bosque en un folleto informativo del Grupo Cultural San Gil
Preciosas invenciones -pero
invenciones, al fin y al cabo- superadas por aquélla que pretende un túnel
secreto entre el propio Palacio Ducal y el Castillo de San Vicente, en Montemayor
del Río, a 16 kilómetros de Béjar. Un castillo que, por meros intereses de
explotación comercial, fue rebautizado como del
Paraíso -nombre bastardo, artificial patraña de marketing que en ningún
caso debemos aceptar- y un túnel quimérico que, como ya escribí en otro lugar,
fue gótico soporte literario de “El castillo de Montemayor”, folletín que
Fernando Aguilar y Álvarez publicó capítulo a capítulo en su periódico La locomotora
entre los años 1881 y 82,
y que recientemente ha sido reeditado a cargo de Miguel Sánchez
González. Es
posible, también, que muchos lectores bejaranos hayan oído hablar de
otra
abracadabrante galería con salida en las proximidades de la ermita de
Santa Ana.
Ya vemos con qué ligereza, por los atajos de la fantasía, se sortean las
vaguadas, la distancia, los cursos fluviales y la morfología granítica
de estas
tierras. No obstante, el río suena demasiado para que todo sea incierto.
Porque tanto florilegio legendario debe tener su origen en un poso de
verdad.