Autor: Oscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Semanario Béjar en Madrid nº 4.826 (7/06/2019), p. 6.
Sostienen
con reiterada insistencia los historiadores que las leyendas, fruto de la
imaginación, son una perversión popular y adornada de la historia, que sin
sostén documental nada puede ser tenido por cierto y que sin la fe de un
escribano o la sentencia de un juez todo carece de credibilidad. Todos los
pueblos y ciudades tienen salpicada su pequeña historia con relatos fantásticos
que pretenden ser tenidos por verdaderos. El medievalismo que dominó algunas
facetas del siglo XIX, momento álgido de la creación de tantas ficciones,
configuró un universo increíble de batallas remotas y sangrientas, amores
apasionados, muertes inesperadas y tesoros escondidos para, de manera atractiva
y simple, explicar nuestro pasado.
La cara norte del casco antiguo de Béjar se alza sobre la muralla y una colina que se utilizó con carácter defensivo
Una
de las creencias más extendidas en Béjar es la que supone que el subsuelo del
antiguo palacio ducal, y aun el de la plaza Mayor y su entorno, está repleto de
túneles y pasadizos de extensión casi ilimitada que pondrían en comunicación la
residencia de los duques con lugares muy distantes. Que existen esos túneles es
una realidad demostrada siendo sus dimensiones, en todo caso, mucho más
reducidas que las que la fantasía les otorga.
La
prueba de su certeza y de que la historia muchas veces adquiere tintes y
destellos legendarios quedó reflejada en los autos judiciales que contra el
bejarano Agustín de Bonilla se desarrollaron en el año 1662 «por haber extraído un cofre con piezas de
oro que encontró en los muros de la ciudad, a las espaldas de las casas del
duque de Béjar»[1], en los que, sin duda, adquiere protagonismo uno de
los famosos túneles del palacio.
Los
sucesos, siguiendo lo relatado en esos autos, se resumen de la siguiente
manera: en la mañana del domingo 2 de julio del citado año, día de Nuestra
señora del Rosario, los niños Francisco García Guerrero, Juan Guerrero y Andrés
Gutiérrez de la Fuente «después de misa
mayor anduvieron buscando nidos de pájaros y a coger unos colorinos [2] por el muro
y cerca de esta villa, y habiendo visto salir uno del muro que está a la
espalda de la casa del duque mi señor que cae al río, entre dos peñas que están
incorporadas en la cerca, subieron a reconocer si allí había algún nido y
vieron que por lo alto estaba como una ventanilla incorporada en dicho muro, y,
mirando por ella a ver qué podía estar dentro, reconocieron que estaba en dicho
sitio un cofrecito como de media vara de ancho y una de largo, y que estaba
carcomido y algo pintado, y entretallado en la cal de dicho muro. Y entraron la
mano y sacaron unas piezas de oro como barrillas que tenían mucho peso y
relucían mucho, como la cruz grande de la Manga de la iglesia de San Juan de
esta villa»[3].
Los jóvenes, tras el descubrimiento, prudentemente
regresaron a casa pero imprudentemente informaron del hallazgo a su vecino
Agustín de Bonilla que, codicioso, enseguida mostró interés por el asunto y les
pidió le llevasen al lugar. Así sucedió y al llegar, tras comprobar que las
piezas que contenía eran de oro, trató de espantar a los niños diciéndoles «que estaba allí un moro que llamaban Muza
enterrado». Estos, asustados, salieron corriendo[4]. Después varios testigos afirmaron que por la tarde y
noche del mismo domingo vieron a Agustín de Bonilla yendo y viniendo «de la parte donde estaba la mina», y al
día siguiente se comprobó que, como era esperar, el cofre ya no estaba en su
sitio.
Entre dos grandes rocas graníticas situadas en la cara norte de la Huerta del Aire se encontró el tesoro (aquí vista de las traseras de la plazuela de Santa María)
Resulta
que para sacar el cofre se habían realizado roturas en la propia muralla por lo
que fueron llamados expertos y peritos en rompimientos de muros, un cerrajero y
un maestro de carpintería, a fin de valorar los hechos. Estos se personaron en
el lugar el día 14 de julio a las cinco de la tarde «por bajo de la huerta que llaman del Ayre, a la parte que mira al río y
Puente Negrilla» y «entraron por debajo
de una peña grande que hace cueva a dar a la parte donde está roto el muro y
donde se dice estuvo un tesoro» y dijeron que en ese sitio se rompió antiguamente
la muralla «y se hizo un nicho con su
arco para ocultar alguna cosa y no ser vista sino con dificultad».
Los
peritos determinaron también que había evidencias de roturas recientes en ese
espacio[5]. Fue sabido en Béjar los siguientes días que toda la
familia Bonilla había ayudado a Agustín a sacar el tesoro y que este tenía
amenazados a los que lo vieron, incluidos a los tres niños descubridores de él.
Francisco García Guerrero, por ejemplo, había dicho que el padre y la mujer de
Bonilla «le asieron del pescuezo diciendo
le habían de matar si decía alguna cosa de la mina». Varias personas
pasaron ante la justicia como testigos para resolver el caso y finalmente el
corregidor, Juan Flores de Quiñones, mandó se apresara al acusado de sustraer
el cofre «y puesto en la cárcel pública
de esta villa […] notificando al
alguacil mayor, Jacinto de Herrera, le
tenga preso y a buen recaudo»[6].
Vista del muro sobre el que se asiento el casco antiguo por su cara norte
La
familia Bonilla pareció convertirse en experta en exhumar tesoros pues un hijo
de Agustín, llamado igual que él, estuvo del mismo modo acusado de sacar otro cofre
con joyas cerca de la fuente de la Tejera en 1712[7]. En el mismo legajo del archivo ducal que da cuenta
de ello se relacionan otros tesoros escondidos en la sierra, otras detenciones
y la búsqueda obsesiva que de ellos se hizo, lo que nos demuestra que a veces
ciertas leyendas, tan aparentemente inverosímiles, se trasmutan en certezas.
[1]
Archivo Histórico de la Nobleza, Osuna, C. 252,
D.50: Autos judiciales del pleito de la
justicia de Béjar contra Agustín de Bonilla por haber extraído un cofre con
piezas de oro que encontró en los muros de la ciudad a las espaldas de las
casas del duque.
[2]
Colorino o colorín es el nombre popular con el
que en ciertas zonas de España se conoce a los jilgueros.
[3]
AHN Osuna, C.252, D.50, f. 1v y 2. La cruz
aludida por los niños pudiera tratarse de la cruz procesional de la iglesia de
San Juan, de finales del siglo XVI, descrita por DOMÍNGUEZ BLANCA, Roberto y
CASCÓN MATAS, Carmen: «El arte en Béjar desde el medievo hasta 1900» en
HERNÁNDEZ DÍAZ, José María y AVILÉS AMAT, Antonio: Historia de Béjar II, CEB, 2013, p. 546.
[4]
La presencia de un ficticio moro Muza o de su
tumba era la fórmula más efectiva entre los adultos para asustar a los niños.
[5]
AHN Osuna, C.252, D.50, ff. 4 y 5.
[6]
Ibídem, ff. 9v y 10.
[7]
AHN, Osuna, C.252, D.49: Mina o tesoro en la sierra de esta villa. Por fuente de la Tejera
debe entenderse la actual fuente de la Tejerilla, en las cuestas del río y tras
la iglesia de Santa María.
Posiblemente tesoros de los judíos que deberieron salir deprisa, expulsados de la ciudad y que escondieron sus riquezas pensando en volver algún día.
ResponderEliminarEn estos documentos se deja ver el poder que tenía el Duque, ya que pasó a ser de su propiedad y no se menciona que los niños fueran recompensados.
Un documento que yo ya conocía y que me produce un especial interés.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarInteresantes documentos sobre los que puede montarse un sinfín de imaginativas historias.
ResponderEliminarUn abrazo,
Lo que puede guardar cada rincón de cada ciudad...Verdad o leyenda, tiene su encanto.
ResponderEliminarBesos
Tal como nos comentas algunos documentos pueden hacer cierto algunas de las leyendas o al menos en parte.
ResponderEliminarNos hablas de una huerta del aire si no recuerdo mal junto al palacio ducal hay una puerta con ese nombre.
Sobre lo que comentas en mi blog sobre las catedrales de Plasencia en el interior no dejaban hacer fotos así que no tengo muestras del interior.
Saludos.
Me encanta las leyendas, ya que la fantasía popular siempre las impregna de curiosidades y romanticismo.
ResponderEliminarUn saludo.
Siempre hay un misterio cuando se derumba un muro así que en cada rincón de una casa.
ResponderEliminarBonita leyenda, un abrazo.
Me ha encantado todo lo que nos cuentas sobre esos túneles existentes bajo el subsuelo del palacio ducal y la leyenda del moro Muza, de alguna forma el tal Bonilla tenía que espantar a esos niños para hacerse con el tesoro.
ResponderEliminarEn cuanto a tu comentario, sí sabía que El Capricho había sido, años atrás, un restaurante.
Al morir Máximo, el palacete lo heredó su hermana y debió de venderlo más tarde o sus descendientes.
Actualmente está abierto al público y se mantiene en buenas condiciones gracias a lo que cobran por las entradas.
Cariños.
kasioles
·.
ResponderEliminarHechos reales o leyendas ya son parte de nuestro patrimonio cultural y como tales habremos de conservarlos. Estupendo trabajo. Me ha permitido situar al Moro Muza, de mi niñez.
Un abrazo
.·
LMA · & · CR
Que maravilla conocer mas de esto
ResponderEliminarBesos
En la mayoría de los casos siempre nos quedarán las dudas, pero... qué atractivas son las leyendas.
ResponderEliminarUn saludo.
Posiblemente no sean ciertas, o sí, pero son bonitas de escuchar. Son como la pizca de sal de los tiempos pasados.
ResponderEliminarSaludos.
Qué buen texto. Para mí doblemente interesante porque al "Moro Musa" como se le llamaba aquí, era un personaje recurrente a la hora de reñir a los niños: "Eso le lo pides al Moro Musa", "A ver si viene el Moro Musa y te vas a enterar" "A dormir, que si no, vendrá el Moro Musa". Una especie de Fraile Motilón. Saludos.
ResponderEliminarCon respecto a tu pregunta de la exposición fue en Alicante pero ya se ha terminado, creo que se hablaba ahora en Valencia, que tengas un buen día.
ResponderEliminarBuen trabajo y curiosamente sin haberlo leído antes, he publicado una parte del protocolo en la página de Facebook :La Garganta. Enhorabuena por contarnos esta historia tan interesante.
ResponderEliminarMe alegra ¡ Muchisimo! Conocer este escrito. Soy muy dada a la fantasía, y esto entre realidad y ficción ¡ Me encanta! Desde niña, he oído grandes historias a mi alrededor, y he soñado con esos túneles. Con mis amigas bajaba los hasta el Franco del diablo, buscando cuevas y pasadizos ¡ Gracias Carmen por compartir
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