Publicado: Béjar en Madrid, nº 4776 (5/05/2017), p. 4.
3. CONFIGURACIÓN
DEL ESPACIO: URBANISMO Y VIVIENDA (I)
Tras esta introducción acerca del lugar de
asentamiento y de las personas que, como pobladores estables, construirán en el
mismo sus casas en función de su trabajo, familia y necesidades y,
posteriormente, las habitarán, intentaré un acercamiento a la tipología y
características de la vivienda en el periodo histórico bajomedieval y en
aquella sociedad sólidamente estratificada como, al igual que las de su
entorno, lo sería la bejarana.
Casa solariega del siglo XV
Museo Judío "David Melul"
Buscar un prototipo que refleje como debió ser
la generalidad de la vivienda de la época, acorde a la profusión de clases
sociales y las diferencias económicas, intereses y motivaciones de cada una, sería
empeño baldío ya que la diversificación se impondría sobre la homogeneidad. A
este respecto y queriendo resaltar las desigualdades existentes en las propias construcciones,
señala Eloy Benito Ruano[1]
que no son los mismos ––nunca lo han
sido–– su ubicación, sus materiales, ni sus dimensiones. Sin embargo, es
posible y justificado un acercamiento a su estudio por lo que se conoce de las
técnicas, progresos y soluciones aplicadas, de modo generalizado, a las
diversas obras y edificaciones que, en aquel momento, se realizan en territorios
musulmanes o cristianos indistintamente. O en este caso particular, referido a
Béjar, a donde llegan tales referencias, como al resto de poblaciones, debido
al continuo trasvase de conocimientos constructivos y de todo tipo que se
expande por el centro y occidente europeo y la cuenca mediterránea. Estudio que
será complementado con la observación y el conciso análisis de algunas
construcciones de la época y otras tardomedievales (repetición de modelos y
patrones anteriores) que, aunque sensiblemente alteradas por el transcurso del
tiempo, se conservan todavía en la ciudad. Tales podían ser la casa solariega,
que actualmente ocupa el Museo Judío “David Melul”, construida a mediados o
finales del siglo XV con elementos góticos reconocibles en el frontispicio y en
la fachada este, y otras de Barrionuevo (la mayor parte, por desgracia,
demolidas), la Plaza Mayor y La Antigua, sobre las que más adelante me detendré.
Por
aquellas fechas ––siglos XIV y XV––, pasados los tiempos remotos de mayor
ignorancia y rudeza que caracterizaron el principio de la Edad Media, la
vivienda medieval ya se hallaba bastante desarrollada en su forma y tipología
constructiva; cimentación (en general escasa y poco consistente por la ausencia
de zanjas con firme de argamasa), estructura y orientación; uso y manera de
disponer los materiales, así como en la ordenación del espacio interior
destinado a sus moradores: las personas y los animales domésticos[2]
que, si al principio debieron cobijarse y convivir ocupando una única estancia,
en inevitable promiscuidad por la inexistencia de cercas o tabiques de
separación, ahora lo harían en espacios diferenciados.
Soportales Plaza Mayor (Siglo XVIII)
Del mismo modo podían
contar las casas construidas en este dilatado periodo con cuadras, corrales y
establos y otros cobijos anexos para guardar carros y aperos y un lugar de
almacenamiento o depósito de lo recolectado en la cosecha anual para el consumo
de sus habitantes o para la venta o trueque a terceros de los excedentes de
producción. Además las construcciones, en su conjunto, se levantaban ocupando el
espacio asignado para su ubicación ––de unos 40/60 metros cuadrados en planta,
por término medio––, ordenado de acuerdo con el característico desarrollo
urbano o plan constructivo que permitía la situación orográfica en el cerro dilatado
y estrecho donde, por motivos de protección, amparo y seguridad, como ya se ha
indicado, se estableció la primitiva población.
Muralla de Béjar
Como señala Ricardo Santangelli[3],
de modo genérico aunque aplicable al establecimiento bejarano, la expansión demográfica característica de
los siglos XI al XIII trajo consigo la progresiva pero imparable compactación
del tejido urbano con la implantación de casas alineadas frente a la calle y el
abandono de los conjuntos domésticos aislados que caracterizaron el urbanismo
del altomedievo. Solían presentar estas viviendas una fachada reducida, con
puerta de acceso y vanos irregulares y asimétricos, a una calle principal y
gran desenvolvimiento en profundidad; contaban, asimismo, con otra entrada
trasera a un huerto y, desde este, a una vía o calleja secundaria.
Calle Mayor
El
amurallamiento y la peculiar configuración del espacio circundado, de casi kilómetro
y medio[4]
de
longitud, dio lugar a la traza de alguna que otra calle ––en principio una, en
la Villa Vieja, y luego, en su prolongación, dos o tres y estas largas y
paralelas–– en sentido longitudinal (oeste-este), en las que solían implantarse
los gremios de artesanos y comerciantes. Como señala María Elena Díaz Jorge[5],
aunque el ámbito de referencia sea distinto, en los procesos de repoblación, así como en los de cualquier asentamiento
y consolidación de la población, fue frecuente la tendencia a agruparse según
los oficios y las funciones que desempeñaban las personas. También existían
otras pocas callejas o vías transveraless y, estas en su mayoría, de complejo
trazado en las laderas del cerro ––sobre todo la orientada al mediodía–– con
cuestas y pendientes acusadas. Es posible que aquellas arterias trazadas
longitudinalmente (y como más representativa, por su desmesurada longitud, la
principal de ellas o calle Mayor con sus diversos segmentos) en varios tramos, estuviesen
porticadas. Lo mismo que la plaza Mayor y la de la Piedad que aún conservan
soportales, como pervivencia de los primitivos, en algunos o alguno de sus flancos. Luis
Feduchi[6]
apunta que pudiera sospecharse que la
tradición de los soportales es anterior a los últimos años de la Edad Media y
que su empleo se debía no sólo a deambular por ellos a cubierto del sol y de la
lluvia, sino también como ampliación a los mercados que se celebraban en las
plazas…
Puerta de casa solariega Béjar
Y todas: calles y plazas (innominadas o conocidas por los nombres
de las parroquias o de los gremios establecidos en ellas) se encontraban, sin
excepción, sin solar ni empedrar; con charcos y lodo, en tiempo lluvioso, y
polvorientas, en períodos de aridez o sequía. Y sucias y malolientes a
consecuencia de las defecaciones de los animales que, como las personas,
frecuentemente las ocupaban o transitaban por ellas y de las basuras[7]
y excrementos de todo tipo, a diario acumulados, y la infrecuente o nula
limpieza de las mismas. Lo que tampoco era privativo del municipio bejarano
sino que solía ser algo natural y frecuente en esa época en el conjunto de
aldeas, villas y ciudades del occidente europeo. Y sin embargo ––como señala Philippe Contamine[8],
cuyos conceptos y reflexiones sobre la ciudad medieval serán objeto de algunas
citas en este artículo–– por estrecha, ruidosa y maloliente que
fuese, la calle conservaba su fuerza de atracción: Porque representaba la comunicación
en todos los sentidos del término, la distracción y la actividad. La vida… Aunque no tardarían demasiado
tiempo, tanto los consistorios públicos como los propios particulares, en
empedrar las calles y preocuparse de su periódica limpieza.
Del
mismo modo, considera el profesor Contamine[9],
al abordar el estudio de los espacios urbanos en la Baja Edad Media, que una de las características de la ciudad era
la de hallarse confinada por unas puertas y una muralla. Y más adelante,
debido al área espacial delimitada por tal encerramiento, opina que es posible que el rasgo primordial de la
ciudad medieval y de sus relaciones con el espacio resida en la relativa escasez de lugares y construcciones de carácter
público. Sin duda se consideraba que las calles y las plazas dependían de los
poderes municipales, señoriales o reales. El de la villa bejarana, por su
especial configuración topográfica, se trataba de un ejemplo de asentamiento
expandido en forma de faja[10]
de unas 36 hectáreas de superficie; territorio más que suficiente para alojar a
la población aunque así concebido, como indica José Muñoz Domínguez[11],
con la finalidad de disponer, en caso de
asedio, de cultivos y espacio para el ganado y para acoger de forma temporal a
los refugiados comarcanos o a eventuales contingentes militares. Contaba (y
subsisten actualmente) con escasos lugares destinados
a plazas públicas: Santiago, Santa María[12],
Alcaicería, Mayor, la Piedad, San Juan y alguna otra.
Barrio de La Antigua
En un promontorio de la
principal ––la plaza Mayor–– se estableció el alcázar o castillo, y, a sus
pies, se alzaron el consistorio y una iglesia arciprestal, como expresiones de
los diversos poderes y jurisdicciones ejercidos sobre la población. En otras
plazuelas o explanadas se asentaron nuevas iglesias y conventos ––como el de
San Francisco, las Isabeles o el de La Piedad–– y beaterios cristianos ya que
la sinagoga judía[13],
por lo que se conjetura de su situación, se hallaba en una de sus calles sin
ningún espacio ante ella que la realzara[14].
Se ignora si existió, en algún momento, un ámbito diferenciado para el establecimiento
de la judería ––que tuvo consideración legal de aljama–– o si esta se ubicaba,
como parece la hipótesis más probable, en algunas calles de los mismos barrios
cristianos[15].
Tampoco escasearon planicies y altozanos, en ocasiones situados extramuros, como
zonas de ubicación de ferias y mercados ambulantes y lugares de encuentro y
socialización, frecuentados por juglares, saltimbanquis, pantomimos y
comediantes de todo tipo. Del mismo modo, fuera del espacio amurallado y en las
proximidades de la villa, se edificaron varias iglesias, que se sumarían a las
que existían intramuros, como las de San Pedro, San Andrés, San Nicolás o San
Miguel[16],
y ermitas, entre las que encontraban las de Santa Marina, Santa María de las
Huertas, Santa Ana, Nuestra Señora del Castañar, Santa Lucía o San Lázaro,
entre otras.
Continuará
[1] BENITO RUANO, Eloy. La historia de la vida cotidiana en la
historia de la sociedad medieval, en IGLESIA DUARTE, José Ignacio de la
(coord.). La vida cotidiana en la Edad Media. VIII Semana de Estudios
Medievales, p. 16.
[2] Entre estos se encontraban los
que, como animales de tiro o cabalgaduras, ayudaban en los desplazamientos y en
las faenas de labor, como bueyes, caballos, mulos y borricos y otros destinados
a la producción de carne, leche y huevos como vacas, cabras, cerdos, ocas,
pavos, palomas y gallinas. Sin olvidar los perros, como guardianes de la casa y
del ganado en las viviendas de campesinos o rurales.
[3]SANTANGELI, Riccardo. Edilizia residenziale in Italia
nell’altomedievo. Roma, 2011, pp.139-140.
[4] Debo este dato a Óscar
Rivanedeyra Prieto, versado en cartografía local, que especifica que la
distancia entre la actual Puerta del Pico
(punto más extremo de la muralla, al oeste) y la desaparecida Puerta de la Villa (final de la muralla
por el este) es de 1 kilómetro y 510 metros, siguiendo el recorrido de las
calles actuales entre ambas puertas de acceso al interior del recinto. Si se
traza una línea recta entre los citados emplazamientos la distancia sería de 1
kilómetro y 400 metros.
[5]
DÍEZ JORGE, Mª. Elena. Casas en la
Alhambra después de la conquista cristiana (1492-1516): pervivencias medievales
y cambios en DÍEZ JORGE, Mª. Elena y
NAVARRO PALAZÓN, Julio (eds.). La casa medieval en la Península Ibérica,
Madrid, 2015, p. 401.
[6] FEDUCHI, Luis. Itinerarios de arquitectura popular española,
v. 1 La meseta septentrional, Barcelona, 1986, pp. 27-28.
[7] Ignoro si por entonces existía la ancestral e higiénica costumbre ––que pervive inalterable actualmente–– de sacudir, desde balcones y ventanas, esteras,
alfombras y manteles a la calle sin avisar siquiera al despreocupado transeúnte
que circula por sus aceras. Tal práctica debió, incluso, hallarse regulada en
época contemporánea por alguna disposición u ordenanza municipal ya que, según
registra el semanario local Béjar en
Madrid en su número de 18 de febrero de 1938, por aquella fecha se le impuso una multa de una peseta a una
vecina por sacudir una estera después de
la hora.
[8] CONTAMINE Philippe. Las instalaciones del espacio privado,
en ARIÈS, Philippe y DUBY, Georges. Historia de la vida privada, vol. IV, Madrid,
1991, p. 138.
[9]
Ob. cit. pp. 132-133.
[10] Recuerda el elemental urbanismo
de los núcleos de población que fueron surgiendo a lo largo del Camino de
Santiago con la calle principal del pueblo, aldea o burgo constituida por el
propio camino. Es el denominado urbanismo de las ciudades francas o de
comerciantes con una vía y comercios en sus laterales.
[11] MUÑOZ DOMÍNGUEZ, José. Huellas actuales de la historia medieval de
Béjar en HERNÁNDEZ DÍAZ, José María y DOMÍNGUEZ GARRIDO, Urbano (coord.). Historia
de Béjar, CEB, Béjar, 2012, p. 341.
[12] Esta tuvo, una parte, ocupada
por el cementerio parroquial anexo al templo. GARCÍA MARTÍNEZ, Ceferino. Un paseo por el Béjar del siglo XVIII.-
Béjar, 1987, p. 68.
[13] No cito el lugar de culto islámico
porque ni siquiera en el Fuero de Béjar,
que menciona a la sinoga (sinagoga) de los judíos en alguna de sus rúbricas, aparece
referencia alguna a la mezquita musulmana.
[14]
Tampoco la altura de las sinagogas podía superar o igualar a la de los
templos cristianos. En algunos casos para que sus naves parecieran más elevadas
y con ello ganar en grandiosidad se solía rebajar el piso de aquellas por
debajo del nivel de la calle en la que se asentaban.
[15] Se conoce la situación de
inmuebles judíos en la calle Parrillas y de 40 viviendas propiedad de los
Duques y habitadas por aquellos entre la actual Plaza de la Piedad, último
tramo de la Calle Mayor y Calle de las Armas, así como en el contiguo Barrionuevo.
SANTONJA GÓMEZ-AGERO, Gonzalo. Cuarenta Aldabonazos.
Papeles del Novelty, núm. 17, Salamanca,
2008, pp. 21-30.
[16]
Su número pareció tan considerable que, en 1568, se realizó una
reducción parroquial pasando de diez parroquias a las tres que existen
actualmente: Santa María, El Salvador y San Juan.
Por suerte cuando hoy contemplamos todas esas reliquias que nos lega el pasado, podemos abstraernos de aquellos olores característicos de su tiempo y quedarnos con la belleza de la contemplación. Las plazas y calles con soportales tienen un encanto especial. Afortunadamente, y debido a la climatología, también aquí en el norte es frecuente.
ResponderEliminarFeliz comienzo de semana
Bisous
Desde luego estas casas de antaño siguen siendo señas de identidad en el presente. Se construía a conciencia. Me encantan estas villas que conservan y cuidan este patrimonio irremplazable. Bss
ResponderEliminarEl uso de los soportales como prolongación de los puestos de mercado, como bien se apunta en la lectura, es algo que con frecuencia podemos todavía ver en determinados días en algunas plazas mayores de nuestras ciudades, algo que suele sorprender gratamente a los visitantes extranjeros si provienen de "países nuevos", de escaso legado histórico, o de zonas de reciente urbanización.
ResponderEliminarSaludos.
Realmente interesantes las dos entradas. He disfrutado mucho con su lectura.
ResponderEliminarSaludos
Me llama la atención la casa de la primera imagen por no tener la fachada al completo de piedra, quizás esa fachada era de piedra en su primera construcción y después a lo largo del tiempo pudo sufrir transformaciones.
ResponderEliminarBesos
Buena vista, amiga. La explicación es sencilla: cuando se estaba haciendo la rehabilitación de la fachada la parte superior se vino abajo por un temporal de lluvia y aire. ¡Mala pata!
EliminarUn beso
Hola Carmen:
ResponderEliminarSiempre aprendo cosas nuevas de Béjar. La ciudad, se transforma según no solo la demografía sino al momento histórico. Muy interesante.
Una pregunta: No recuerdo si has hablado del tren en Bejar. Hay o hubo tren en la ciudad?
Besos
Claro que hubo tren en Béjar. Su llegada fue tardía para los intereses industriales de la ciudad, en 1896. Y el último tren pasó en 1984. Desde entonces la Vía de la Plata no cuenta con red ferroviaria, una pena.
EliminarAquí puedes leer algo al respecto http://ccasconm.blogspot.com.es/2009/08/la-estacion-de-tren-de-bejar.html.
Un beso
Como de costumbre, muy interesante estudio sobre el caserío de la ciudad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Olá, Carmen!
ResponderEliminarCom um trabalho como esse a gente sempre aprende um pouco mais. Parabéns.
Um abraço.
Pedro
Carmen las fotos que dejas en esta entrada me recuerda lo poco que vi en mi fugaz visita a esa villa, en concreto el museo judío me quede con ganas de ver al estar cerrado ese día.
ResponderEliminarSaludos.
Me está pareciendo un estudio muy interesante si bien no puedo por menos que poner un punto de atención en la supuesta ignorancia y rudeza atribuida a la Edad Media. Pero claro, yo es que cuando contemplo las grandes catedrales góticas o las no menos grandes románicas que las precedieron, incluso iglesitas tan modestas como San Miguel de Breamo, soy incapaz de entender cómo hombres rudos e ignorantes fueron capaces de construir tamañas obras de arte y de tal duración.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Muy buena información y fotos. Tengo predilección por los lugares que han sabido conservar su calle y plaza Mayor porticadas. De entrada nos hablan de laboriosidad y de una buena gestión municipal y vecinal. A veces no todos los pilares son de piedra, muchos son troncos penetrados por el agua y la nieve de siglos que les dejan esas bellas hendiduras verticales, huellas de identidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Los soportales son uno de los elementos más atractivos de las viejas ciudades y pueblos. Útiles y prácticos, pero hermosos y en zonas de clima riguroso muy abundantes.
ResponderEliminarSaludos.
Decía Ganivet: "En las ciudades meridionales las casas se acercan, se juntan hasta besarse los aleros de sus tejados. Sobra luz, sobra el sol, y el aire caliente agosta a las personas como a las plantas: hay pues, que buscar sombra y frescura". Por esto mismo me ha dado alegría ver que en Castilla, también hay calles estrechas y soportales, y más en estos tórridos días, donde por estos lares no bajamos de los 45º, y que por ahí, pienso, que andaréis más o menos igual.
ResponderEliminarPreciosa entrada, Carmen.
Un beso.