Publicado: Béjar en Madrid nº 4.755 (17/06/2016), p. 6.
La dama del retrato parece
muy joven. La imagino de dieciocho años, poco más, por su aire inocente y su
tez de una blancura inmaculada, ajena aún al paso del tiempo y de las grietas
de la edad. Rehúye nuestra mirada quién sabe por qué embeleso, sin que un leve
rubor rose su palidez casi de muerte. El cabello aparece recogido en un complicado
trenzado enmarcando el óvalo de su rostro. Ojos huidizos, labios finos en forma
de corazón que no pueden resistirse a esbozar una leve sonrisa, nariz larga y
aristocrática, son los rasgos más sobresalientes de ese rostro cuasi perfecto. Me
detengo escasamente en el vestido pues es probable que las manos del pintor
solo se centrasen en sus rasgos, dejando para el aprendiz los detalles de su
traje a la moda española, similar al que puede contemplarse en los retratos de
la emperatriz Isabel de Portugal. De hecho, si desconociésemos la identidad de
la retratada, dudaríamos de si no estamos ante la propia emperatriz, pues en
ambas se dan rasgos similares. La colocación de sus manos (cuajadas de anillos
menos el anular, el del amor y el casamiento, de lo que se infiere que es una
mujer soltera) dicen mucho de la retratada: en la izquierda porta un ramillete
de tres flores rojas, pequeñas y delicadas; en la derecha un abanico compuesto
por varias plumas rojas de ave exótica enlazadas entre sí.
Isabel de Zúñiga y Pimentel, segunda duquesa de Alba
Foto Oronoz
La identidad de Isabel de Zúñiga y Pimentel se oculta
tras el retrato de esta dama nacida alrededor de 1470. Era hija del primer
duque de Béjar, Álvaro de Zúñiga y Guzmán, y de su segunda esposa Leonor de
Pimentel y Zúñiga[1].
Como era habitual en las políticas matrimoniales entre linajes aristocráticos,
se buscó desde su nacimiento un enlace ventajoso, no para ella, sino para su
familia. A finales del siglo XV, cuando los Reyes Católicos iniciaban la
andadura de su reinado, la monarquía necesitaba de nuevas familias nobiliarias
que aupasen una corona maltrecha tras la guerra civil entre los partidarios de
Juana la Beltraneja (a quien las malas lenguas le atribuían como padre a
Beltrán de la Cueva, amante de la reina, y no a Enrique IV) e Isabel de
Castilla. Don Álvaro, conde de Plasencia, se había equivocado de bando: durante
el conflicto había sido uno de los partidarios declarados de la supuesta hija
de Enrique IV y Juana de Avis. Cuando Isabel de Castilla asciende al poder en
1474, don Álvaro de Zúñiga comprende que ha perdido y que debe claudicar ante
los dictados de la nueva reina. Isabel le otorga el perdón a cambio de dos
castigos en las Cortes de Madrigal de 1476: debe entregar a la corona el ducado
de Arévalo, y terminar de una vez con las luchas intestinas a través de una
boda con un linaje del bando contrario, entre otras contrapartidas como la
entrada de dignidades para sus hijos varones. Tras la aceptación de don Álvaro,
qué otro remedio le quedaba, la Casa de Zúñiga es rehabilitada en el nuevo
orden político, basado en la paz entre las antiguas familias aristocráticas
enfrentadas entre sí. La corona le premia concediéndole primero el título de
duque de Plasencia en 1480 y después el ducado de Béjar en 1485, ascendiendo de
categoría a sus señoríos. Pero todavía queda un paso para obtener el perdón
real de manera definitiva: la política matrimonial con una casa nobiliaria del
antiguo bando enemigo.