7 de noviembre de 2016

De cómo un descendiente del primer duque de Béjar acabó siendo rey de Francia (1ª Parte)

Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid nº 4.755 (17/06/2016), p. 6.

 
          La dama del retrato parece muy joven. La imagino de dieciocho años, poco más, por su aire inocente y su tez de una blancura inmaculada, ajena aún al paso del tiempo y de las grietas de la edad. Rehúye nuestra mirada quién sabe por qué embeleso, sin que un leve rubor rose su palidez casi de muerte. El cabello aparece recogido en un complicado trenzado enmarcando el óvalo de su rostro. Ojos huidizos, labios finos en forma de corazón que no pueden resistirse a esbozar una leve sonrisa, nariz larga y aristocrática, son los rasgos más sobresalientes de ese rostro cuasi perfecto. Me detengo escasamente en el vestido pues es probable que las manos del pintor solo se centrasen en sus rasgos, dejando para el aprendiz los detalles de su traje a la moda española, similar al que puede contemplarse en los retratos de la emperatriz Isabel de Portugal. De hecho, si desconociésemos la identidad de la retratada, dudaríamos de si no estamos ante la propia emperatriz, pues en ambas se dan rasgos similares. La colocación de sus manos (cuajadas de anillos menos el anular, el del amor y el casamiento, de lo que se infiere que es una mujer soltera) dicen mucho de la retratada: en la izquierda porta un ramillete de tres flores rojas, pequeñas y delicadas; en la derecha un abanico compuesto por varias plumas rojas de ave exótica enlazadas entre sí. 


 Isabel de Zúñiga y Pimentel, segunda duquesa de Alba 
Foto Oronoz


            La identidad de Isabel de Zúñiga y Pimentel se oculta tras el retrato de esta dama nacida alrededor de 1470. Era hija del primer duque de Béjar, Álvaro de Zúñiga y Guzmán, y de su segunda esposa Leonor de Pimentel y Zúñiga[1]. Como era habitual en las políticas matrimoniales entre linajes aristocráticos, se buscó desde su nacimiento un enlace ventajoso, no para ella, sino para su familia. A finales del siglo XV, cuando los Reyes Católicos iniciaban la andadura de su reinado, la monarquía necesitaba de nuevas familias nobiliarias que aupasen una corona maltrecha tras la guerra civil entre los partidarios de Juana la Beltraneja (a quien las malas lenguas le atribuían como padre a Beltrán de la Cueva, amante de la reina, y no a Enrique IV) e Isabel de Castilla. Don Álvaro, conde de Plasencia, se había equivocado de bando: durante el conflicto había sido uno de los partidarios declarados de la supuesta hija de Enrique IV y Juana de Avis. Cuando Isabel de Castilla asciende al poder en 1474, don Álvaro de Zúñiga comprende que ha perdido y que debe claudicar ante los dictados de la nueva reina. Isabel le otorga el perdón a cambio de dos castigos en las Cortes de Madrigal de 1476: debe entregar a la corona el ducado de Arévalo, y terminar de una vez con las luchas intestinas a través de una boda con un linaje del bando contrario, entre otras contrapartidas como la entrada de dignidades para sus hijos varones. Tras la aceptación de don Álvaro, qué otro remedio le quedaba, la Casa de Zúñiga es rehabilitada en el nuevo orden político, basado en la paz entre las antiguas familias aristocráticas enfrentadas entre sí. La corona le premia concediéndole primero el título de duque de Plasencia en 1480 y después el ducado de Béjar en 1485, ascendiendo de categoría a sus señoríos. Pero todavía queda un paso para obtener el perdón real de manera definitiva: la política matrimonial con una casa nobiliaria del antiguo bando enemigo.


31 de octubre de 2016

Nuestros castaños

Autor: José Muñoz Domínguez

        En pleno otoño bejarano vale la pena volver la vista al monte y disfrutar del color cambiante de sus árboles: ¿cuántas veces en la vida podremos contemplar este espectáculo de la Naturaleza?, ¿cuántas calvotadas nos quedan todavía? Más allá de la estética o de los placeres del gusto, también merece este monte nuestro algunas reflexiones que me apetece compartir.

 Dibujo del autor

      En el siglo XVI nuestra ciudad era conocida como «Béjar del Castañar», el mismo apelativo que todavía conservan dos localidades serranas nada distantes: Miranda del Castañar y San Martín del Castañar. Varios testimonios históricos nos dan idea del vigor de aquellos montes a finales del siglo XV o ya en el siglo siguiente. Antes de 1496, el humanista italiano Lucio Marineo Sículo tuvo ocasión de pasearse por los montes de Béjar y Montemayor del Río durante su etapa como profesor en la Universidad de Salamanca, cuando publicó su obra De Hispaniae laudibus (Burgos, Fadrique de Basilea, 1496). Esa obra tuvo su edición ampliada en De rebus Hispaniae memorabilibus, con traducción al castellano como De las cosas memorables de España (ambas ediciones en Alcalá de Henares, Miguel de Eguía, 1530), entre las que no faltaban referencias a los montes de Béjar y alrededores:

24 de octubre de 2016

Sobre el rapto de un antepasado de los Duques de Béjar por los vikingos



Autor: Jorge Zúñiga Rodríguez

       Gartzea (garza en euskera) fue el segundo rey de Pamplona, hijo de Íñigo Arista (Ennek Aritza) fundador del reino de Pamplona. Pasó a la historia como García Íñiguez (no existían aún los apellidos) y le sucedió en el trono su hijo Fortún Garcés (por ser hijo de García). Esta  dinastía llamada Íñiga, es el tronco del linaje que en 1274 pasó a Castilla y constituyó la Casa de Zúñiga, cuyos Parientes Mayores fueron los duques de Béjar (Menéndez Pidal, Historia de España, 1935-2004)

Barcos vikingos. Redhistoria.com

       Durante el reinado de García (851-870) los vikingos realizaron una incursión desde Camarga, sur de Francia, que penetró por la desembocadura del Ebro y llegó hasta Pamplona. Después de saquear la ciudad los vikingos tomaron prisionero al monarca, liberado finalmente por la suma de 70.000 monedas de oro (Lèvi-Provenzal, Du Nouveau sur le Royaume de Pampelune au IXe Siècle, 1953)

De la página vascongados.com

18 de octubre de 2016

Y los Duques de Béjar… ¿qué se fizieron?*



  Autor: Jorge Zúñiga Rodríguez

     El traslado de los restos del VII duque de Béjar Francisco López de Zúñiga (nacido y fallecido en Béjar)  desde el convento Madre de Dios de Sanlúcar de Barrameda a la iglesia Santiago Apóstol de Gibraleón en octubre de 2012 lleva a preguntarse qué fue de los restos de los once duques restantes del mismo título, linaje y apellido.




Recepción de los restos del VII duque de Béjar en Gibraleón, 2012 (Bejar.biz)



Los restos de Álvaro de Zúñiga y Guzmán (n. Encinas, Valladolid, f. Béjar), I duque de Béjar, se encuentran  en la iglesia San Vicente Ferrer, que él mismo mandó construir en Plasencia, junto a los de su sobrina y segunda esposa Leonor Pimentel y Zúñiga y los del hijo de ambos, Juan de Zúñiga y Pimentel, maestre de la Orden de Alcántara.


 Iglesia San Vicente Ferrer en Plasencia

10 de octubre de 2016

Tomás Pérez Monroy y el retablo mayor de la iglesia de San Juan de Béjar (6ª parte y final)



Autor: Roberto Domínguez Blanca
Publicado: Especial Béjar en Madrid, 2009.

El clan artístico de los Pérez Monroy

            Tomás Pérez Monroy forma parte de una saga de artistas que al menos se remonta a su bisabuelo. Éste se llamaba Diego Pérez Monroy y era de oficio pintor con taller abierto también en la ciudad del Tormes. A través de su testamento redactado en 1708 [1], sabemos que contrajo dos veces matrimonio, y de su primera mujer, Águeda Fernández, tuvo dos hijos, Antonio y Ramón. En el catastro del marqués de la Ensenada, realizado en 1753 [2], Antonio es citado como oficial ensamblador y Ramón, abuelo de Tomás, como maestro carpintero

 Retablo mayor de la iglesia de Navacarros (Salamanca) de Agustín Pérez Monroy

         Su padre fue Agustín Pérez Monroy, un importante ensamblador y tallista salmantino de la segunda mitad del siglo XVIII. Junto a Miguel Martínez de la Quintana [3] y Manuel Vicente del Castillo [4] divulga el tipo característico de retablo rococó salmantino por toda la provincia de Salamanca y limítrofes (Zamora, Ávila, Cáceres). Las primeras obras de Tomás son idénticas a las del padre, hasta que la necesidad de adecuarse a la nueva estética neoclásica le obliga a irse distanciando de lo aprendido durante su formación, presumiblemente junto a su progenitor. Realmente es complicado poder evidenciar a simple vista diferencias entre la obra de los cuatro maestros citados. A fin de cuentas, todos hacen suyo un diseño que crea el arquitecto Andrés García de Quiñones hacia 1760 para dos retablos colaterales de la iglesia del Colegio Real de la Compañía de Jesús de Salamanca, materializados finalmente por Agustín Pérez Monroy [5].