26 de abril de 2024

El viaje de la condesa de las Navas, Mª del Carmen Pizarro, desde Béjar a Las Batuecas en 1866 (2ª Parte)

 Autor: Ramón Martín Rodrigo

        La condesa de las Navas, María del Carmen Pizarro Ramírez, se trasladó en 1862 a Béjar para vender su palacio a José Regidor  por 120. 000 reales. Cuatro años después de nuevo se encontraba en  nuestra provincia. Entonces habló en Salamanca de la expedición que proyectaba: “Ir a plantar su bandera en el corazón de las Batuecas” por ser su propietaria por herencia. Aunque el redactor del viaje dice que este ilustre viajera era “nieta” de Francisco Pizarro, el conquistador del Perú, no hay que tomarlo al pie de la letra, sino que lo dijo para enfatizar su audacia. En Salamanca un pariente le proporcionó un guía, el Tío Rojas, que conocía hasta los caminos menos frecuentados.

 

 Paisajes de la llanura del río Sangusín

            Ya en Béjar se fue completando la comitiva para hacer la marcha. Además de la condesa, se unieron una de sus hermanas, la suegra del administrador de la hermana, los criados de la casa, que capitaneaba un antiguo voluntario de Luchana, cazador de oficio, Ramón Regidor, un francés, que pudo ser Antonio  de Latour (que escribió en francés la crónica del viaje) y un sacerdote joven, don Juan Manuel, que hizo oficio de capellán y de aposentador, y parece  que  era el más culto del conjunto, y tenía en La Alberca un hermano, Antonio Hernández.  En total unas doce personas.

Los viajeros, después de tomar el chocolate, salieron de Béjar a las ocho de la mañana del 21 de noviembre de 1866. Se proponían llegar a La Alberca ¡nada menos que en un día! Los hombres iban iban a caballo y también en alguna mula dócil y mansa, y las damas en borrico, cuya alzada es menor que la de otros equinos, y así, si por desgracia se cayesen del jumento, el daño sería menor; claro que, en contrapartida, el andar del asno era más lento.

            Enseguida de ponerse en marcha  (por Valdesangil y Fuentebuena), dejaron a su derecha Navamoral. Esto indica que comenzaron su viaje siguiendo un poco hacia noroeste. Esta determinación significaba  dar un corto rodeo, quizás por ser un trayecto más seguro y mejor camino porque evitaba repechos. Luego entraron por un valle pintoresco, al que daba entrada un acueducto, pasaron  un arroyo (el río Sangusín)  y llegaron a Valdefuentes de Sangusín, del que alabaron su hermosa iglesia de piedra. Hay que aclarar que en 1860 se había publicado un mapa de la provincia de Salamanca por Deogracias Hevia, mapa que efectivamente marca el camino que siguieron.

 Iglesia de Valdefuentes de Sangusín


            Continuó adelante la comitiva, y dejando a un lado a Valdelacasa y Cristóbal, llegaron a  Santibáñez de la Sierra. A la entrada admiraron los madroños con sus frutos, y en cambio los olivos y las vides le parecen a la condesa bastante menores que los que conoce en Andalucía. Santibáñez, según la crónica, era un lugar pequeño y pobre. Muy pronto la caravana se va a encontrar el río Alagón, que cruzan por un puente de dos ojos, que aún perdura, pero no se especificó si había otro puente antiguo a su lado.

 Castillo de Miranda del Castañar


         Bordeando la montaña,  se hacen las dos de la tarde. Tienen ganas de comer, pues desde el desayuno no han tomada nada. Hacen una parada de una hora en una estupenda fuente, quizás en la zona de Valdáguila. Caen en la cuenta de que aún les quedaba mucho viaje, por eso se adelantó el cura hasta Miranda con la intención de encontrar aposento. Entraron en Miranda del Castañar por el sureste. El acceso a esta villa es una acuesta empinada, fatigosa y difícil. Casi arriba, no lejos del casco urbano, se encuentra la ermita de la Virgen de la Cuesta. Añade la narración que por falta de tiempo no se detuvieron para ver el castillo  “feudal” de los condes de Miranda, propiedad de los Zúñiga. También la crónica precisa que Miranda fue la cabecera del partido judicial, pero que ahora se encuentra en Sequeros. Todo ello es adecuado a la realidad. En cambio no es cierto que el río Francia separe las  dos Vírgenes serranas, ─la de la Cuesta y la del Robledo─, pues ambas quedan del lado izquierdo del referido río, y si algo las separa es el río de San Benito.

 Rincón de Mogarraz


            Los peregrinos siguieron hasta Mogarraz. Una indisposición que el cansancio produjo a la condesa determinó pasar allí la noche, alojándose en casa del párroco. Era éste de unos setenta años, alto, fornido, de rostro bondadoso y acento gallego. Y seguramente lo era, dado que bastantes monjes exclaustrados encontraron acomodo sirviendo parroquias. La casa del cura estaba regularmente amueblada y tenía una huerta plantada de árboles de todas clases y de bojes tan hermosos, tan robustos, tan copudos que se hubieran tomado por castaños.

 

Continuará

4 comentarios:

  1. Muchas gracias, Carmen por esta interesante segunda parte, de la que me ha llamado la atención la comitiva que la acompañaron en su viaje, y porque me ha recordado al cortejo que acompañó a Isabel II en un viaje a Sevilla, donde entre otros muchos llevaba a su fotógrafo particular, mayordomos, miembros del clero, maestros de canto, cocineros, palafreneros, encargadas de guardarropa, peinadoras e incluso cuatro mozas de retrete, y sobre lo que estoy escribiendo actualmente.
    Un fuerte abrazo.

    PD. Te habrás extrañado por lo del libro, pero es que llevo más de un mes sin correo, hasta que hoy felizmente lo he podido resolver, así que el lunes lo pido a tu editor.

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  2. Como siempre, muy interesante los pormenores de este viaje que hoy se nos antoja poco menos que épico.
    Gracias, Carmen.

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  3. No recuerdo la trayectoria que realice desde La Alberca hasta Béjar y veo que aunque ni mi coche es un portento y las carreteras no sean una bendición me duro mucho menos que eso. Quizás lo que menos cambio fue la fisonomía de esos pueblos serranos.

    Saludos.

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  4. Más vale pocos pero bien avenidos...
    Pero apesar del tiempo esos caminos marcan Historia...
    Un abrazo 🤗

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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo." Óscar Wilde.