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2 de febrero de 2024

Los padres del primer director de la Real Academia de la Lengua se casaron en Béjar por palabras de presente (1644)

Autor: Carmen Cascón Matas

Publicado: Béjar en Madrid, 4.913 (3/03/2023), p. 4.

            Juan Manuel Fernández de Pacheco y Zúñiga[1]. Así se llamaba el primo por sangre del X duque de Béjar, el Buen Duque Manuel de Zúñiga. No había nacido en Béjar, sin embargo, sino en la localidad navarra de Marcilla en 1650, hijo de Diego López Pacheco, virrey de Nueva España y electo de Navarra, y de Juana María de Zúñiga, hija del VII duque de Béjar, Francisco IV, y hermana de los duques de Béjar Alonso II y Juan Manuel I. Era nieto y sobrino de tres duques de Béjar y primo hermano de un cuarto. Cuando solo tenía dos años falleció su madre y un año después su padre, heredando así los títulos de marqués de Villena y duque de Escalona. Fue su tutor su tío y obispo de Cuenca Juan Francisco Pacheco, quien le inculcó el amor por las letras y los libros. Con 24 años casó con Josefa de Benavides Silva y Manrique y tuvieron tres hijos.

 

 Diego López Pacheco, VII marqués de Villena, casado en Béjar por 

palabras de presente  con Juana María de Zúñiga


            Su relación con sus primos los Béjar debía de ser estrecha, pues como ellos se significó como venturero en la toma de Buda (Hungría) en 1686[2]. La autorización del rey para partir como jóvenes defensores de la fe se obtuvo gracias a Pacheco, sin el cual probablemente no hubieran podido marchar hacia tierras húngaras[3]. El marqués luchó en los mismos lugares que el Buen Duque, compartieron quizá la misma tienda y estuvo presente en aquel asalto al muro defensivo en el que Zúñiga recibió el mosquetazo mortal[4]. De hecho, Pacheco ordenó que retiraran el cuerpo de su primo, herido de muerte, en el mismo escenario bélico y que fuera atendido en el campamento. Sin esta decisión el duque de Béjar hubiera fallecido entre decenas de muertos y malheridos, y quién sabe si su cadáver hubiera sido hallado después de la batalla. Asimismo estuvo presente en su lecho de muerte[5]. Por su valor, Carlos II compensó a Pacheco con la investidura como caballero del Toisón de Oro y el nombramiento de general de Caballería de Cataluña, al que le seguirían los virreinatos de Navarra, Aragón y Cataluña.

22 de abril de 2023

Entre porcelanas y caballos: los regalos del rey de Polonia al duque de Béjar

Autora: Carmen Cascón Matas

Publicado: Béjar en Madrid 4.861 (18/12/2020)

        Érase una vez, en una ciudad lejana llamada Dresde, ejercía su poder un rey apodado El Fuerte. En realidad se llamaba Augusto, o Federico Augusto, y gustaba de las mujeres y del buen vino. Aquel 4 de septiembre de 1731, mientras el barbero rasuraba su rostro y el peluquero le empolvaba la peluca, el rey de Polonia y elector de Sajonia dictaba una carta de agradecimiento a un lejano duque, señor de Béjar y otros dominios allá en la distante España. La razón no era otra que el presente que le había hecho llegar al rey por medio del capitán Majer, a quien el polaco había enviado dos años antes a España con la sana intención de comprar caballos. 

 Augusto II de Polonia


            Augusto II de Polonia, quien había ascendido al trono en 1697, intentó durante su reinado convertir el trono polaco en dinástico, en vez de electivo, pero fracasó en su intento después de una guerra civil con los aristócratas polacos. Para ser investido renunció a sus creencias protestantes y se convirtió al catolicismo, dejando a su esposa en Sajonia y marchando a su nuevo reino. Cristiana Eberardina de Brandeburgo-Bayreuth no se le pasó por la cabeza en ningún momento seguir a su marido a esas tierras lejanas, así que Augusto II se dedicó a saltar de cama en cama llegando a tener, según algunas fuentes contemporáneas, más de 300 hijos, uno por cada día del año.

14 de mayo de 2022

Un día de caza y fiesta en El Bosque madrileño del duque de Béjar (3ª Parte y final)

 Autora: Carmen Cascón Matas

Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2020, pp. 30-36.

 

             El pintor Toribio Álvarez, en su cuadro Cacería en la Moraleja organizada por el Duque de Béjar en honor de los hijos de Felipe V en 1729, resuelve el lienzo con la representación de distintos momentos de la jornada a modo de cómic con la familia real y los duques como protagonistas. Alrededor de estas escenas se despliega una vorágine de caballos, ojeadores y cazadores entre la arboleda y las zonas de monte, y en la parte derecha dos testigos mudos: el palacio y el jardín a sus pies

 El Palacio de La Moraleja, propiedad del duque de Béjar. 

Fragmento del cuadro de Toribio Álvarez.

     Su lectura se realiza comenzando de izquierda a derecha y en el sentido contrario a las agujas del reloj, de arriba abajo. La primera recoge el momento en que don Juan Manuel y su esposa María Ana, junto a su hijo don Joaquín[1], un futuro duque de doce años, aguardan a la familia real acompañados de músicos tocando instrumentos. Un poco más abajo, Felipe V, a quien distinguiremos por su casaca roja, y la reina Isabel de Farnesio, de negro y blanco, son cumplimentados por los duques y el heredero, una vez que los primeros han descendido de su carruaje. Un grupo de infantería hace salvas al rey.

6 de mayo de 2022

Un día de caza y fiesta en El Bosque madrileño del duque de Béjar (2ª Parte)

 Autora: Carmen Cascón Matas

Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2020, pp. 30-36.

 

           El XI duque de Béjar, Juan Manuel II, qué duda cabe, presumía muy mucho de su finca y palacio de La Moraleja, y en ella quiso agasajar el 26 de octubre de 1728 a Felipe V[1], de quien tantas mercedes había recibido[2]. A la jornada de caza acudieron el rey, aquejado de las depresiones recurrentes que tantos males le causarían hasta el final de sus días, su segunda esposa Isabel de Farnesio, el príncipe de Asturias (futuro Fernando VI), la princesa del Brasil (Mariana Victoria de Borbón, futura reina consorte de Portugal, llamada cariñosamente Marianina), y los infantes Carlos (Carlos III) y Felipe (duque de Parma). Parece ser que la reina animaba a su marido a ejercitarse en las actividades venatorias porque hacían que el rey se sintiera mejor al aire libre. La caza así se convertía en una especie de terapia psicológica. Además Isabel de Farnesio, según sus contemporáneos, era una gran amante de la caza y gozaba de gran puntería[3]. Los pormenores fueron descritos en un documento impreso[4] quizá redactado por encargo del duque. Por su parte, don Juan Manuel estaba casado con doña María Ana de Borja y Aragón, XII duquesa de Gandía, su cuarta esposa, de la cual no tuvo descendencia. 

Detalle del cuadro de Toribio Álvarez Cacería en la Moraleja organizada por el Duque de Béjar en honor de los hijos de Felipe V en 1729 en el que se puede ver a la familia real. 

29 de abril de 2022

Un día de caza y fiesta en El Bosque madrileño del duque de Béjar (1ª Parte)

Autora: Carmen Cascón Matas

Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2020, pp. 30-36. ISSN 1889-6421.


            Érase una vez un pequeño duque, huérfano de padre, cuyos héroes no eran El Cid, ni el Gran Capitán, ni siquiera don Juan de Austria, sino su padre fallecido. De él apenas recordaba un atisbo de ternura guardado al otro lado de la memoria. A falta de progenitor se encargaron de su crianza sus parientes femeninas más próximas. De su abuela, Teresa Sarmiento de la Cerda, heredó su recio carácter y el gusto por las artes, y de su madre, Mª Alberta de Castro y Portugal, quizá la ternura y el saber estar. Si existía un espejo masculino de carne y hueso en el que reflejarse, una especie de padre redivivo, éste era su tío. Baltasar de Zúñiga y Guzmán, marqués de Valero (1658-1727), había tomado las riendas de la educación de su sobrino tras la muerte en 1686 de su hermano don Manuel, X Duque de Béjar (1657- 1686) en el sitio de Buda[1], como sus dos tíos, Ruy Gómez de Silva y Diego Sarmiento de la Cerda, lo habían hecho con ellos mucho tiempo atrás. El marqués aunaba la inteligencia con la diplomacia y el gusto por las armas, cualidades que inculcaría a su querido sobrino.

Cacería en la Moraleja organizada por el Duque de Béjar en honor de los hijos de Felipe V en 1729. Palacio de Riofrío de Segovia. Foto Alamy 

 

            Armas y religión, los dos pilares de su crianza, y un sueño por delante: engrandecer el nombre de la Casa aún más si cabe. Bajo el paraguas y los atentos consejos del marqués de Valero, don Juan Manuel II (1680-1747) recorría las calles de Béjar admirando las trazas de su palacio Ducal, maravillado por el trajín de los maestros extranjeros contratados para implantar el arte de la pañería fina, escuchando el toque brillante de las campanas, apreciando el verde fragante del monte del Castañar tras un día de lluvia, paseando por sus jardines de El Bosque, soñando con batallas en defensa de la cruz, apreciando el arte de la mano de su abuela, escuchando de boca de su madre las excelencias de su progenitor, recordando los hechos de armas de sus antepasados en el ducado[2]

4 de marzo de 2019

Un regalo digno de un rey (del duque de Béjar Juan Manuel II a Felipe V)

Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, nº 4.789 (17/11/2017), p. 4.

        Infinitas mercedes le debía el duque de Béjar Juan Manuel II a Su Majestad Felipe V, entre ellas el haberle rehabilitado en la nueva corte borbónica tras la Guerra de Sucesión, en un momento en que las lealtades inquebrantables se habían roto ante la imparable y arrolladora fuerza del archiduque de Austria. 

 Jardines de La Granja (Segovia)

        Los Zúñiga habíanse mostrado proclives al nuevo monarca probablemente por su política de defensa del modelo económico colbertiano, tan importante en sus intereses fabriles para con sus dominios [1]. Sin embargo, en 1706, cuando el archiduque Carlos y sus ejércitos tomaron la villa y corte de Madrid, el de Béjar había vacilado en su lealtad al rey, abandonándolo a su suerte cuando más necesitaba del apoyo de otros nobles que, como Juan Manuel, habían dudado de la valía del francés. En 1710 el duque de Béjar volvió a posicionarse del lado de Felipe V, en un momento en que la guerra le era de nuevo favorable, pero su deslealtad no la iba a olvidar tan fácilmente el nuevo rey.


Felipe V

20 de marzo de 2010

Discrepancias entre el Cabildo y el Consistorio en los funerales por Felipe V

Autor: Mª del Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, nº4.586 . Febrero de 2010


Madrid bullía aquel agosto de 1746. El rey de las Españas, Felipe V, el primer Borbón en el trono, había muerto el mes anterior en el Palacio del Buen Retiro envuelto en sus excentricidades. Era la hora de que Fernando VI tomara las riendas de la política, en un reinado que se presumía pacífico y pleno de novedades (siempre las nuevas etapas alientan los ánimos y las esperanzas en la mentalidad general, aunque los buenos deseos a veces no se hagan realidad).

Mientras, las noticias volaban cansinamente siguiendo serpenteantes caminos, intransitables trochas, ciudades populosas, recorriendo llanuras y pasos serranos hasta la villa señorial de Béjar. A veces los rumores asaltaban a los habitantes antes que la versión oficial y el pueblo se deshacía en mil especulaciones. Cuando el pregonero tocaba su cornetín convocando al pueblo en el centro de la Plaza Mayor, las buenas o malas nuevas habían quedado obsoletas, pero al menos se zanjaban las lenguas viperinas que anunciaban catástrofes, hundimientos de barcos repletos de oro, miles de muertos en batallas supuestas y sucesos casi siempre escabrosos y sangrientos.

Felipe V

Aquella mañana de agosto Antonio Montenegro, el pregonero, salió con paso resuelto del edificio del consistorio, atravesando los soportales y dejando atrás la descansada sombra de la que había disfrutado hasta ese momento. Viandantes que transitaban por la Plaza Mayor se detuvieron para escuchar, los mendigos que pedían a las puertas de El Salvador enmudecieron, al igual que los tenderos que lanzaban sus voces en pro de sus mercancías. En un momento se reunieron en torno a él un grupo populoso, ávido de noticias. Inmerso en un silencio sepulcral, el pregonero tomó aire y anunció solemnemente la muerte del rey Felipe V, mientras los curiosos procedían a santiguarse y musitar una oración. Unos segundos después alzaba su voz melodiosa para pronunciar un viva por el nuevo rey Fernando VI. Reunido el consistorio en pleno se decidió que “se hiziesen las honrras y ofizio al que Dios ttiene de Nuestro difunto Rey y Señor Don Phelipe quinto y que para que se hiziesen con la diligenzia y autoridad que corresponde segun los posibles desta Villa y Tierra, se convocase ael estado eclcesiastico en Caveza del Abbad, Curas y demas Ecclesiasticos en particular y algunos seculares de alguna distinzion” para encargarles la celebración de las honras en memoria del Rey. En todo caso, esta petición correspondía al concejo que pidió a los curas “mandasen pulsar las Campanas” de todas las iglesias de la Villa durante los tres días precedentes.