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17 de septiembre de 2011

Sobre el nombre de Cantagallo (4ª Parte y final)




Autor: Manuel Antonio Marcos Casquero.
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, Julio de 2011

Acto seguido, no sólo considera que canta- procede del radical cant(h)-, que significa ‘piedra’, sino que también su segundo componente, -gallo, remonta a un radical calta, kal(l)io, que así mismo significa ‘piedra’, con lo que el nombre de Cantagallo sería una nueva tautología (piedra + piedra) comparable a la mencionada forma híbrida de Cantalapiedra. Dice: “Sentados aquellos presupuestos, la primera parte de Gallicant está, sin duda, en relación con la raíz celta kal(l)io ‘piedra’[1], (compárese con el francés caillou), que habría dado callo, call o cal, con la modificación subsiguiente según gallo. Teniendo en cuenta el significado de esta primera parte de nuestro topónimo, la segunda no hace sino intensificar su valor. Efectivamente, el segundo elemento de Gallicant corresponde a la raíz celta kanto (cfr. lat. canthus) ‘piedra’, ‘guijarro’[2] y ‘orilla pedregosa’[3]. Se trata, pues, de una especie de etimología tautológica, lo que no es nada infrecuente en la toponimia”. Exactamente la misma etimología es la que propone para los tres Calicant (en Alcudia, Petra y St. Llorenç des Cardassar) existentes en las Baleares: celta kal(l)io ‘piedra’ + kanto ‘piedra, guijarro, borde pedregoso’. Y, como justificación geográfica, anota que “el topónimo de Alcudia corresponde a un pico montañoso (Puig de Calicant) de la sierra de Ferrutx, formada por grandes pliegues de rocas, violentamente contraídos, lo que justifica obviamente la etimología propuesta. El Calicant de St. Llorenç des Cardassar es también una montaña”. En Calicant, sin embargo, una etimología popular, quizá no muy descaminada, ve el mismo término castellano calicanto, esto es, cal y canto, acuñado sobre cal (del latín calx, ‘cal”, óxido de calcio, substancia blanca que se mezcla con arena para formar la argamasa) y canto (del latín canthus, ‘trozo de piedra’). 

¿Qué decir del origen del otro topónimo similar a Cantagallo, aunque con los dos componentes invertidos: Gallocanta? En primer lugar, hay que tener en cuenta que en uno de los manuscritos (el ms. K) del Fuero de Molina, del año 1142 (o 1154), el nombre de esta localidad es Allucant: “Estos son los términos de Molina: A Tagoenz, a Santa María de Almalaf, a Bestradiel, a Galiel, a Sisemón, a Xarava, a Cemballa, a Cubel, a la laguna de Allucant, al Poyo de Mio Cid, a Penna Palomera, al puerto de Escoriola, a Casadon, a Ademuz, a Cabriel, a la laguna de Bernaldet, a Huelamo, a los Casares de García Ramirez, a los Almallones”. Otro manuscrito de este Fuero (el ms. A, Biblioteca Nacional Ms. 9159, II, fol. 55) ofrece como lectura Gallocanta. En el Poema del Cid, datable por la misma época, el verso 951 dice: “Estonçes se mudó el Cid al puerto de Aluca(n)t”, en alusión quizá al puerto en las montañas al noreste del actual Gallocanta; y en el verso 1087 leemos: “Poblado ha Mio Cid el puerto de Alucant”, que en este caso, a tenor del relato en que se inserta, no cabe identificar con Gallocanta, sino que quizá el poeta (o su copista) confundiera el nombre y estuviera en realidad refiriéndose a Alucad (expresamente mencionada en el verso 1108), la actual Olocau, cerca de Liria, que está a unos 30 kilómetros de las villas que el Cid ataca en los versos 1092-1093. En cualquier caso, si, como se lee en el Fuero de Molina y en el Poema del Cid, el nombre primitivo de Gallocanta fuera Allucant, estaríamos ante un topónimo de cuño árabe y serían los arabistas quienes tendrían que manifestar su opinión. La primera vez que se cita como tal el nombre de Gallocanta es en un documento de 1205, en el que Raimundo de Castrocol, obispo de Zaragoza, asigna a las iglesias de Daroca las rentas y diezmos de gran parte de las aldeas sometidas a su jurisdicción. 

3 de septiembre de 2011

Sobre el nombre de Cantagallo (Salamanca) (3ª Parte)



Autor: Manuel Antonio Marcos Casquero
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, Julio de 2011

Para el caso de Cantalapiedra Llorente Maldonado recuerda[1] que en un documento de la catedral de Salamanca del año 1267, estudiado por Federico de Onís en su tesis doctoral[2] y registrado luego por el medievalista José Luis Martín[3], el nombre no es Cantalapiedra, sino Cam de la piedra (o Can de la piedra): lo considera una ultracorrección o “quizá un error del escriba”, y añade que “no menos probable parece la opinión de Gerhard Rohlfs[4], que piensa en una composición de verbo y sustantivo, con valor original de apodo”. En consecuencia, sospecha que en Cantalapiedra podríamos tener una tautología (repetición del mismo concepto con dos palabras distintas) del tipo Calle de la Rúa (Rúa, ‘calle’) o Puente de Alcántara (en árabe Alcántara significa ‘puente’). No olvidemos, sin embargo, que para el segoviano Cantimpalos un texto medieval ofrecía la forma Cam de Palos.

Iglesia de Cantagallo


28 de agosto de 2011

Sobre el nombre de Cantagallo (Salamanca) (2ª Parte)


Autor: Manuel Antonio Marcos Casquero
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, Julio de 2011


Pero al par de esas formas, encontramos otras que podrán ayudarnos en nuestro rastreo etimológico. Ante todo es preciso evocar el nombre de Gallocanta, pueblo y laguna de la provincia de Zaragoza, en la comarca de Daroca. Añádase el de Gallicant (o Gallicanto) que portan localidades pertenecientes a las provincias de Barcelona, Tarragona y Mallorca. Por lo que pueda tener de utilidad, quizá debamos agregar aquí el nombre de Calicant que, también en Mallorca, se aplica al Puig de Calicant, en Alcudia. Ya hemos mencionado el pueblo de Gallicanta, en la provincia de Badajoz. Y, en virtud de su transparencia significativa, cerraremos este nomenclátor con la denominación de la iglesia San Pedro in Galli Cantu, en Jerusalén, así llamada en recuerdo de la predicción hecha por Cristo a Pedro anunciándole que negaría a su maestro antes de que el gallo hubiera cantado tres veces.



  Calles de Cantagallo


Algunos de los nombres registrados en esa lista, teniendo en cuenta la forma que presentan, es indudable que hacen alusión expresa al canto del gallo. Lo que ya no es nada fácil de dilucidar es si se adoptó como topónimo en referencia al relato evangélico alusivo a la negación de Pedro o si alude a algún hecho concreto relacionado con el kikirikí o a quién sabe qué motivos. En otros casos -así los topónimos Cantagallo, Gallocanta, Gallicant o Calicant- el problema surge cuando se compara su acuñación con la de una nutrida lista de denominaciones toponímicas en que el primer elemento es también canta-, pero cuya explicación no parece que apunte al verbo ‘cantar’. Tal sucede, por citar unos mínimos ejemplos, en Cantalapiedra, Cantalpino, Cantimpalos, Cantallops… en los que (salvo como imagen poética, alegórica o humorista) resulta difícil pensar que, respectivamente, esté aludiéndose a que canten la piedra, el pino, el palo[1] o el lobo. En el prólogo (titulado, “La toponimia, ciencia del espacio”) con que Josep María Albaines inicia su Enciclopedia de los topónimos españoles, leemos[2]: “En ocasiones el nombre aparece como un galimatías sin sentido, que habrá que descifrar. En la provincia de Zaragoza existe la laguna de Gallocanta, en Gerona las localidades de Cantallops y Ullastret (en catalán, respectiva y literalmente, ‘canta-lobos’ y ‘ojo-estrecho’), y en Barcelona Palau de Plegamans (‘palacio de plegamanos’). Es posible que un gallo cante, pero más difícil es que lo haga un lobo. Aunque un ojo puede ser estrecho, no parece éste un incidente capaz de dar nombre a un lugar. Y menos aún que los habitantes de algún pueblo sean aficionados a plegar las manos. Las explicaciones pueden venir por variados caminos: Gallocanta y Cantallops pueden relacionarse con cant-, ‘piedra’, Ullastret puede ser un derivado de ‘olivo’, y Palau de Plegamans aludir a algún paraje frecuentado por los plegamans (la mantis religiosa, así llamada popularmente en catalán por su actitud oratoria)”.

22 de agosto de 2011

Sobre el nombre de Cantagallo (Salamanca) (1ª Parte)



Autor: Manuel Antonio Marcos Casquero
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, Julio de 2011


Para un filólogo resulta siempre apasionante el reto de rastrear hasta sus orígenes el significado de una palabra y, más aún, el intento de desentrañar el motivo último por el que algo recibió el nombre que ostenta, porque la cognición de su origen nos proporciona, al decir de San Isidoro de Sevilla (Etimologías 1,29), no sólo el conocimiento de lo denominado, sino también la aprehensión y dominio de su propia esencia, o sea, de qué es. Resulta muy elocuente la imagen del relato bíblico que, en el Génesis (2,19-20), nos muestra a Adán entregado a la tarea de imponer nombre a cuanto -animal, vegetal o ser inanimado- acaba de ser creado por Yahvé. Desde que el homo sapiens tomó conciencia de su capacidad intelectiva, que lo convertía en rey de la creación, la humanidad no ha cesado ni un momento de verse obligada a acuñar nombres para designar entidades nuevas para él. Mas a la hora de forjar un nombre ¿qué criterios se aplican en su composición? ¿Qué significa realmente? ¿Por qué decantarse precisamente por ése y no por otro? ¿Qué norma rige su empleo?

Zona de Cantagallo (extraída de aquí)

27 de enero de 2010

Estado de la cuestión sobre el origen del topónimo Béjar

Autor: Mª del Carmen Cascón Matas
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, nº4.574. 13 de noviembre de 2009.

Una de las grandes dudas que asaltan a los investigadores del pasado es el origen del topónimo que da nombre a nuestra ciudad. Sin ser una especialista en el tema ni mucho menos, me ha parecido bien sacar el tema a relucir y, si no resolverlo por mi misma, al menos aclarar y exponer lo que dicen los expertos sobre ello, lo que se puede denominar en la jerga histórica un “estado de la cuestión”. Me parece un tema apasionante, basado en una pregunta que debería asaltar a todo bejarano en algún momento y que debería quedar ahí, fija en el cerebro hasta encontrar una respuesta razonable. Ya que vivimos en un lugar que se llama de determinada forma habrá que cuestionarse el por qué. Las cosas no surgen de la nada y menos aún las denominaciones de los lugares que suelen ser permanentes, perennes en la Historia, con escasos cambios, salvo que grandes caídas de imperios, culturas y lenguas provoquen su olvido.

Vista de Béjar desde La Centena

Escribía mi recordado profesor de la facultad de Historia de la Universidad de Salamanca, el fallecido especialista en Historia Medieval Ángel Barrios, que “etimología y semántica de un topónimo, cualquiera que sea éste, interesan sólo en tanto que proporcionan información a partir de la cual es posible conocer, a veces, el origen del pueblo que ha dado nombre a un lugar y la fecha en que tal acto se ha realizado”. Historia y análisis lingüístico se unen en este caso para procurar respuestas fehacientes a nuestras dudas, siendo el primero el origen del segundo. Es decir, la denominación de un lugar es producto del poblamiento, de las circunstancias de los pobladores, de sus lenguas y costumbres.

Este mismo profesor realizaba una división entre “microtopónimos” o denominaciones de pequeños lugares (parajes, fuentes, huertas) que “cambian con mayor frecuencia, al estar más estrechamente ligados a las transformaciones del paisaje agrario y a los cambios productivos de los grupos humanos que habitan el territorio donde se hallan”, y macrotopónimos o nombres aplicados a ciudades o pueblos que “se transforman fonéticamente menos y de modo más lento, y en ellos el sentido etimológico tiene escaso valor”. De esta forma pueden ser considerados, como él mismo los llama, “fósiles”, pero más fácilmente analizables, pues evolucionan con mayor lentitud y, por lo tanto, se llega a la palabra originaria en un par de variaciones fonéticas.

Una vez aclaradas estas particularidades de la toponimia y su análisis veamos de dónde procede nuestra querida palabra “Béjar”. Para ello me voy a basar en un artículo del año 1971 del bejarano Manuel Antonio Marcos Casquero publicado en este mismo semanario y en un libro editado en 1986 de Antonio Llorente Maldonado, quien en muchos casos se basa en el artículo anterior.