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24 de enero de 2020

Artilugios, pócimas, remedios, ungüentos y brebajes en la farmacia de Félix Diego Alonso (1760) (3ª Parte y final)


Autor: Carmen Cascón Matas
Publicado:  Béjar en Madrid,  nº 4.771 (17/0/2017), p. 4.

En cuanto a los componentes derivados de las plantas, y a pesar de que su nombre parece más bien proveniente de un ser mítico, la “sangre de dragón” no era otra cosa que la resina del árbol Drago, característico de las islas Canarias aunque también por entonces se encontraban en las Indias Orientales y Occidentales. Al componente Palacios lo define como goma o zumo resinoso y se le adjudican propiedades tales como contener las hemorragias, limpiar las llagas purulentas, cicatrizar las heridas y aliviar las contusiones. Su administración se realizaba tanto en forma de jarabe como de ungüento sobre las laceraciones. 
 Sangre de dragón
Del ruibarbo, una raíz tuberosa originaria de Persia y China, se aprovechaba tanto su parte oleosa para excitar el apetito, matar las lombrices y potente tranquilizante, como su corteza con el fin de fortalecer el estómago.

17 de enero de 2020

Artilugios, pócimas, remedios, ungüentos y brebajes en la farmacia de Félix Diego Alonso (1760) (2ª Parte)


Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, nº 4.770 (03/02/2017), p. 4.

Más curiosos son los componentes de los que se valía Félix Diego Alonso, boticario del siglo XVIII con establecimiento abierto en la villa de Béjar, para elaborar sus remedios, ungüentos, brebajes y recetas magistrales. Para que el lector no se pierda entre tanto nombre extraño los hemos clasificado según su origen, ya bien sea mineral, vegetal o animal, haciendo un apartado específico a otra de las profesiones de los boticarios entonces, esto es la venta de componentes y mezclas para pinturas (al fin y al cabo no estaba tan lejos de la farmacopea la mezcolanza de tinturas para producir bellos colores) que dejaremos para el final. 
 

11 de enero de 2020

Artilugios, pócimas, remedios, ungüentos y brebajes en la farmacia de Félix Diego Alonso (1760) (1ª Parte)

Autora: Carmen Cascón Matas 

Publicado: Semanario Béjar en Madrid, nº 4.769 (20/01/2017), p. 4.



Ejercer la profesión de boticario en el siglo XVIII significaba ser tratado como un personaje notable por sus conciudadanos, un erudito, un sabio, sobre todo a raíz del desarrollo en campos de la investigación tan interesantes como la botánica, la medicina y la química durante el siglo de la Ilustración

 Farmacia del siglo XVIII. Museo de Teruel

Aún con todo, la amalgama entre saberes tradicionales y los nuevos descubrimientos con métodos “modernos” se efectuó de manera progresiva sin que se abandonasen del todo las prácticas antiguas. Hay que tener en cuenta que lo que hoy día nos parecen, en cuanto a botánica o farmacopea, ingredientes cuasi acientíficos entonces su aplicación se consideraba probada por la ciencia y comprobable empíricamente (véase el caso del “cuerno de unicornio” que luego veremos). 



De los boticarios que ejercieron en Béjar en el setecientos tenemos la suerte de conocer algunos nombres como los de Manuel Aguado, José de Oliva y Félix Diego Alonso[1]. En el Archivo Histórico Provincial de Salamanca se guarda el inventario de bienes al fallecimiento de este último (fechado el 20 de abril de 1760[2]), al que dedicaremos esta serie de artículos, y del que se extraeremos jugosos datos derivados de los artilugios, pócimas, brebajes, libros y ungüentos que atesoraba en su casa a la hora de su muerte. Como curiosidad iré desgranando y explicando cada uno de ellos siguiendo los manuales de botánica y farmacopea que Félix Diego Alonso poseía en su interesante biblioteca

La Botica de Ximeno de Peñaranda de Duero.
Foto extraída de aquí



Nuestro boticario gozaba de un establecimiento de farmacopea abierto al público en la calle Mayor de San Gil, frente al entonces hospital, a la altura de la casa donde vivió don Nicomedes Martín Mateos. El dato nos lo ofrece Óscar Rivadeneyra en su trabajo sobre el catastro del Marqués de La Ensenada (1753)[3]. Sabemos por el inventario de bienes que la casa en la que situaba era la principal de su morada, donde murió Félix Diego Alonso, nacido por cierto en Toro (Zamora) y en la que había habitado con su mujer Josepha Domínguez de Barrientos y sus numerosos hijos[4]

  Disponía de un corral y una bodega, describiéndola el escribano como “casa de mucha vivienda” y tasándola por la nada desdeñable suma de 17.000 reales. El negocio le procuraba unos beneficios de 50 ducados de oro al año [5] y se desplegaba con su conjunto de armarios o armazones en el portal con “estantes de la sal, incluidas las vidrieras”. Lucía entonces sus artículos de la misma forma que hasta hace breve tiempo, en botes ordenados detrás de cristaleras y debidamente organizados en armarios y estanterías. No faltaba “el mostrador que sirve para el despacho con tres cajones” y “la escalera de paso para subirse en caso de no poder alcanzar “las 42 cajas para yerbas, flores y emplastos”, los 142 “votes para gomas, rraices y simientes”, los 41 “votes de ungüentos y los 65 “frasquitos para espíritus, tinturas y aceites”.

 Instrumentación de botica del siglo XVIII
Foto sacada de aquí


 El portal disponía también de “dos bancos pequeños de castaño para que los clientes pudieran descansar mientras demandaban sus artículos. El boticario poseía también 4 redomas de 8 libras cada una y 148 redomas pequeñas. Según El Diccionario de Autoridades redactado en 1737[6] una redoma era una “vasija gruessa de vidro, de varios tamaños, la qual es ancha de abaxo, y vá estrechándose y angostándose hácia la boca”. Es posible que las utilizase para fabricar los ungüentos, pomadas y remedios.

En cuanto a los libros especializados en temas farmacéuticos, Félix Diego Alonso lucía en su biblioteca[7] la Farmacopea de Loeches (Juan de Loches fue un boticario de principios del siglo XVIII, autor de Tyrocinium pharmaceuticum), la Farmacopea Matritense, el Libro de Jerónimo de la Fuente (Jerónimo de la Fuente Piérola ejerció la disciplina farmacéutica en Sigüenza a finales del siglo XVII y publicó en 1863 Tyrocinio pharmacopeo), la Farmacopea de Palacios (se refiere a Félix Palacios y Bayá, farmacéutico de Madrid que vivió entre finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, autor de Palestra farmacéutica, químico-galénica), el Dioscórides Ilustrado (aquí hay que remontarse al siglo I d.C., momento en el que redactó un manual de farmacopea que le sobrevivió durante siglos, su De Materia Medica), el Libro de Juan Duidos y la Farmacopea de Juher (dos autores extranjeros de los cuales no hemos podido extraer más datos, probablemente porque el escribano transcribió sus nombres de manera errónea), y Las Perlas Occidentales
 


En el último apartado del inventario recoge los clientes de los distintos pueblos a los que administraba recetas, entre otros Candelario, La Hoya, Peñacaballera, Valdefuentes, Puerto, Peromingo, Fuentebuena, Vallejera, Navacarros, La Nava, Valverde, Navalmoral, La Calzada, Fresnedoso, Valdesangil, Sorihuela, Sanchotello, Colmenar o Valdehijaderos.

Continuará


[1] Béjar, 1753. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada. Introducción de Pedro GARCÍA MARTÍN. Tabapress y Ayuntamiento de Béjar. Madrid, 19990, p. 91.

[2] AHPSA. PN. 884. 20 de abril de 1760, fol, 319.

[3] RIVADENEYRA PRIETO, Óscar. “Plano del entorno de Santa María y El Salvador según el Catastro de La Ensenada (1753)”. El autor otorga a la casa y negocio de Félix Diego Alonso el número 199. Revista Estudios Bejaranos, nº XX, desplegable y pp. 63-70. Ayuntamiento de Béjar y CEB, 2016.

[4] Los datos familiares pueden ser consultados en el Archivo Parroquial de El Salvador. Libros Sacramentales de Casados, Bautizados y Difuntos.

[5] Béjar, 1753. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada. Introducción de Pedro GARCÍA MARTÍN. Tabapress y Ayuntamiento de Béjar. Madrid, 19990, p. 91.

[6] El Diccionario de autoridades se publicó entre 1726 y 1739 por la Real Academia de la Lengua Española y como tal es el primer compendio realizado por la institución. Para el artículo me he servido del buscador facilitado por la RAE en su web http://web.frl.es/DA.html (consultado en diciembre de 2016). A partir de ahora lo llamaremos DA para abreviar.


[7] La mayoría de los títulos que ofrecemos a continuación pueden ser descargados gratuitamente a través de Google Libros.

19 de enero de 2015

Juan Eduardo Zúñiga, "maestro de la literatura" (1ª Parte)



Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 1/08/2014, nº 4.709, p. 14.

Permítanme que defina al personaje que nos ocupa con el contundente calificativo con el que lo suele saludar el novelista Antonio Muñoz Molina: el de “maestro”. Y es que la veteranía en las letras y la intensidad literaria, unidas a la honestidad de su obra, hacen a nuestro protagonista acreedor de tan incontestable sobrenombre. ¿Por qué dedicar una  entrada en este blog a la figura enjuta, casi quijotesca, de un octogenario escritor madrileño que redacta sus textos a mano frente a la frondosidad del Retiro, llamado Juan Eduardo Zúñiga? Quizá su apellido, de tantas reminiscencias aristocráticas y tan unido atávicamente a la historia de Béjar, pueda darnos pistas. Incluso a través de él logremos vislumbrar las razones genéticas de una vieja tradición familiar alrededor de la literatura que ha fraguado en Juan Eduardo Zúñiga como su último vástago.

 Toribio Zúñiga Sánchez- Cerrudo, según Antonio Solís Ávila

 Hablemos, antes que nada, de su progenitor. El padre de nuestro protagonista no era otro que Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo, creador de la moderna farmacología española; y a mi juicio el más ilustre de los bejaranos del siglo XX, sobre todo si tal honor se definiera por méritos académicos[1]. No habría espacio suficiente en estas páginas para relacionar de modo completo los valores profesionales, títulos, honores y condecoraciones que jalonan la biografía de don Toribio. Como doctor en farmacia ayudó  en la fundación de su Real Academia, de la que fue presidente y secretario perpetuo, ejerciendo de farmacéutico del Rey Alfonso XIII desde 1925 hasta la renuncia de este último como Jefe de Estado en 1931. Al mismo tiempo son innumerables los trabajos de corte científico que publicó, destacando su póstuma “Historia de la Real Academia de Farmacia”[2]

22 de febrero de 2014

Don Vicente Martín de Argenta: entre emplastos, política y notas musicales



    Autora: Carmen Cascón Matas
    Publicado: Béjar en Madrid, 20/12/2013, 4.694.
 

          La primera noticia que llegó a mis oídos de la relación de Ataúlfo Argenta, el famoso pianista y director de orquesta nacido en Castro Urdiales (Cantabria) en 1913, y Béjar me la proporcionó José Antonio Sánchez Paso. La cita tuvo lugar en una cafetería atestada de estudiantes y profesores, cerca del Archivo Histórico Provincial de Salamanca. “Toma”, me dijo mientras saboreábamos una humeante taza de café, “lo he fotocopiado de La Gaceta de ayer y creo que te va a interesar”. Tras echar un vistazo general a la hoja de periódico que se hacía eco de la reseña de la presentación de un libro escrito por Salvador Arias Nieto, El soplo musical de Ataúlfo Argenta, un apasionado del personaje y paisano suyo, me fijé detenidamente en el título. Decía “El origen salmantino de Ataúlfo Argenta” y después su autor, José A. Montero, añadía “el investigador Salvador Arias ha podido documentar la vinculación del director cántabro con Salamanca. Su bisabuelo, Vicente Martín de Argenta nació y vivió en Béjar [1]”. Los ojos casi se me iban a salir de las cuencas oculares y mi cabeza empezó a hervir cual olla a presión. Aquello era un notición de los gordos. Entre las fotografías que ilustraban el artículo aparecía el retrato de don Vicente Martín de Argenta hijo (el abuelo y el bisabuelo de Ataúlfo Argenta se llamaban de idéntica forma). En un óvalo, a la moda de entonces, su rostro se mostraba al fotógrafo con mirada segura y franca. Con barba poblada y bigote, se peinaba de lado con esmerada línea que se perdía más allá de la imagen, y vestía para la ocasión con una chaqueta cruzada, de solapas abultadas, y pajarita. Aparentaba una edad aproximada a la cuarentena, quizá menos si tenemos en cuenta que entonces con veinte años ya se parecía viejo.