Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, nº 4.769 (20/01/2017), p. 4.
Ejercer la
profesión de boticario en el siglo XVIII significaba ser tratado como un
personaje notable por sus conciudadanos, un erudito, un sabio, sobre todo a
raíz del desarrollo en campos de la investigación tan interesantes como la
botánica, la medicina y la química durante el siglo de la Ilustración.
Farmacia del siglo XVIII. Museo de Teruel
Aún con
todo, la amalgama entre saberes tradicionales y los nuevos descubrimientos con
métodos “modernos” se efectuó de manera progresiva sin que se abandonasen del
todo las prácticas antiguas. Hay que tener en cuenta que lo que hoy día nos
parecen, en cuanto a botánica o farmacopea, ingredientes cuasi acientíficos entonces
su aplicación se consideraba probada por la ciencia y comprobable empíricamente
(véase el caso del “cuerno de unicornio”
que luego veremos).
De los boticarios
que ejercieron en Béjar en el setecientos tenemos la suerte de conocer algunos
nombres como los de Manuel Aguado, José de Oliva y Félix Diego Alonso[1].
En el Archivo Histórico Provincial de Salamanca se guarda el inventario de
bienes al fallecimiento de este último (fechado el 20 de abril de 1760[2]),
al que dedicaremos esta serie de artículos, y del que se extraeremos jugosos datos
derivados de los artilugios, pócimas, brebajes, libros y ungüentos que
atesoraba en su casa a la hora de su muerte. Como curiosidad iré desgranando y
explicando cada uno de ellos siguiendo los manuales de botánica y farmacopea
que Félix Diego Alonso poseía en su interesante biblioteca.
La Botica de Ximeno de Peñaranda de Duero.
Foto extraída de aquí
Nuestro
boticario gozaba de un establecimiento de farmacopea abierto al público en la
calle Mayor de San Gil, frente al entonces hospital, a la altura de la casa
donde vivió don Nicomedes Martín Mateos. El dato nos lo ofrece Óscar
Rivadeneyra en su trabajo sobre el catastro del Marqués de La Ensenada (1753)[3]. Sabemos
por el inventario de bienes que la casa en la que situaba era la principal de
su morada, donde murió Félix Diego Alonso, nacido por cierto en Toro (Zamora) y en
la que había habitado con su mujer Josepha Domínguez de Barrientos y sus
numerosos hijos[4].
Disponía de un corral y una bodega, describiéndola el escribano como “casa de mucha vivienda” y tasándola por
la nada desdeñable suma de 17.000 reales. El negocio le procuraba unos
beneficios de 50 ducados de oro al año [5] y se
desplegaba con su conjunto de armarios o armazones en el portal con “estantes de la sal, incluidas las
vidrieras”. Lucía entonces sus artículos de la misma forma que hasta hace
breve tiempo, en botes ordenados detrás de cristaleras y debidamente
organizados en armarios y estanterías. No faltaba “el mostrador que sirve para el despacho con tres cajones” y “la escalera de paso” para subirse en
caso de no poder alcanzar “las 42 cajas
para yerbas, flores y emplastos”, los 142 “votes para gomas, rraices y simientes”, los 41 “votes de ungüentos” y los 65 “frasquitos para espíritus, tinturas y
aceites”.
Instrumentación de botica del siglo XVIII
Foto sacada de aquí
El portal disponía también de “dos bancos pequeños de castaño” para que los clientes pudieran
descansar mientras demandaban sus artículos. El boticario poseía también 4
redomas de 8 libras cada una y 148 redomas pequeñas. Según El Diccionario de Autoridades redactado en 1737[6]
una redoma era una “vasija gruessa de vidro, de varios tamaños, la qual es
ancha de abaxo, y vá estrechándose y angostándose hácia la boca”. Es posible
que las utilizase para fabricar los ungüentos, pomadas y remedios.
En cuanto a los libros especializados en temas farmacéuticos,
Félix Diego Alonso lucía en su biblioteca[7] la Farmacopea de Loeches (Juan de Loches
fue un boticario de principios del siglo XVIII, autor de Tyrocinium pharmaceuticum), la Farmacopea
Matritense, el Libro de Jerónimo de
la Fuente (Jerónimo de la Fuente Piérola ejerció la disciplina farmacéutica
en Sigüenza a finales del siglo XVII y publicó en 1863 Tyrocinio pharmacopeo), la Farmacopea
de Palacios (se refiere a Félix Palacios y Bayá, farmacéutico de Madrid que
vivió entre finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, autor de Palestra
farmacéutica, químico-galénica), el Dioscórides
Ilustrado (aquí hay que remontarse al siglo I d.C., momento en el que redactó
un manual de farmacopea que le sobrevivió durante siglos, su De Materia Medica), el Libro de Juan Duidos y la Farmacopea de Juher (dos autores
extranjeros de los cuales no hemos podido extraer más datos, probablemente
porque el escribano transcribió sus nombres de manera errónea), y Las Perlas Occidentales.
En el último apartado del inventario recoge los
clientes de los distintos pueblos a los que administraba recetas, entre otros
Candelario, La Hoya, Peñacaballera, Valdefuentes, Puerto, Peromingo,
Fuentebuena, Vallejera, Navacarros, La Nava, Valverde, Navalmoral, La Calzada,
Fresnedoso, Valdesangil, Sorihuela, Sanchotello, Colmenar o Valdehijaderos.
Continuará
[1] Béjar, 1753. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada.
Introducción de Pedro GARCÍA MARTÍN. Tabapress y Ayuntamiento de Béjar. Madrid,
19990, p. 91.
[2] AHPSA. PN. 884. 20 de abril de
1760, fol, 319.
[3] RIVADENEYRA PRIETO, Óscar.
“Plano del entorno de Santa María y El Salvador según el Catastro de La
Ensenada (1753)”. El autor otorga a la casa y negocio de Félix Diego Alonso el
número 199. Revista Estudios Bejaranos, nº XX, desplegable y pp. 63-70. Ayuntamiento
de Béjar y CEB, 2016.
[4] Los datos familiares pueden ser
consultados en el Archivo Parroquial de El Salvador. Libros Sacramentales de
Casados, Bautizados y Difuntos.
[5] Béjar, 1753. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada.
Introducción de Pedro GARCÍA MARTÍN. Tabapress y Ayuntamiento de Béjar. Madrid,
19990, p. 91.
[6] El Diccionario de autoridades se publicó entre 1726 y 1739 por la Real
Academia de la Lengua Española y como tal es el primer compendio realizado por
la institución. Para el artículo me he servido del buscador facilitado por la
RAE en su web http://web.frl.es/DA.html (consultado en diciembre de
2016). A partir de ahora lo llamaremos DA para abreviar.
[7] La mayoría de los títulos que
ofrecemos a continuación pueden ser descargados gratuitamente a través de
Google Libros.
Como en tantas otras parcelas del saber, la industria se ha llevado por delante a la rebotica y nos ha dejado oficinas de farmacia que no son otra cosa que una tienda específica. Felicidades por rescatar el saber y sabor de lo tradicional.
ResponderEliminarMe encantan las boticas antiguas, donde el farmacéutico -un poquito alquimista él- creaba las fórmulas magistrales. Hoy, como dice el amigo Paco, las farmacias son supermercados donde se venden compuestos ya fabricados por una poderosa industria. Nada que ver con el elixir preparado a base de cuerno de unicornio que citas -y que no voy a destripar, aunque para abrir boca podríamos leer algo de Eslava Galán-. Y lo dejo ahí.
ResponderEliminarSaludos, Carmen.
¡Qué interesante es todo lo que cuentas!¡Cuánto han cambiado las cosas!Recuerdo que siendo niña iba con mi abuela a una farmacia muy antigua, en el centro de la ciudad. Toda la pared estaba llena de estanterías con botes ordenados, tenía la marca del tiempo en cada rincón. Hoy ya ha desaparecido, como es de suponer,y en frente de donde estuvo ésta han puesto otra más moderna y sin personalidad ninguna. Me encanta cuando desempolvas estas viejas historias de antes. Un abrazo.
ResponderEliminarLa colección de tarros de esas Farmacias antiguas, son obras de colecció, Recuerdo hace ya algunos años, encontrarme en San Fernando, una farmacia antigua, con la misma decoración clásica, de esas farmacias antiguas. Lo que me gustaría saber en que lugaar estaba esa farmacia, porque he ido después unas cuantas veces, pero no recordaba el lugar donde me la encontré.
ResponderEliminarBesos
Me encantan las farmacias antiguas. Siempre que hay oportunidad las visito. Contienen mucha información e historia😘
ResponderEliminarTodavía en la algunas localidades de la España rural, se ve estas farmacias. Las actuales, sólo se parecen cuando hay quienes realizan formulas magistrales... Ya son menos cada vez.
ResponderEliminarBesos
Interesante artículo y serie. Aún recuerdo aquellas farmacias con sus botes de cerámica y sus frascos de cristal y el aroma a hierbas; es más, aún he alcanzado a utilizar alguna de aquellas fórmulas magistrales que el boticario elaboraba en la trastienda. Eran otros tiempos...
ResponderEliminarUn abrazo,
Ese tipo de farmacéuticos siguieron ejerciendo hasta no hace mucho tiempo aunque convivieron con las actuales oficinas de farmacia.
ResponderEliminarSaludos.
·.
ResponderEliminarVa a resultar muy interesante seguir esta serie que nos anuncias. La introducción al tema ya capta nuestra atención
Estupendas fotos, para ilustrarlo.
Un abrazo
.·
LMA · & · CR
Magnífico trabajo, Carmen, y deseando estoy de leer esa segunda parte por lo interesante del mismo.
ResponderEliminarYo he conocido ese tipo de farmacia, donde tenías que esperar a que el farmacéutico te prepararan esas formulas magistrales, a mi medida, recetadas por el médico.
Un abrazo.
Buena colección de otes de cerámica.Que tiempos en los que esperabas a que el boticario te prepartra la receta.
ResponderEliminarMuy interesante.
Un abrazo.
Todavía hoy hacen en ciertos casos los farmacéuticos formulas magistrales, claro que con bases algo más científicas que aquéllas pócimas de otros tiempos. De lo que no queda nada, salvo como decoración, es el aspecto de la boticas antiguas, llenas de tarros, con el nombre de los principios que vendían o usaban para los preparados.
ResponderEliminarSaludos.