Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, nº 4.770 (03/02/2017), p. 4.
Más curiosos son los componentes de los que se valía
Félix Diego Alonso, boticario del siglo XVIII con establecimiento abierto en la villa de Béjar, para elaborar sus remedios, ungüentos, brebajes y recetas magistrales. Para que el lector no se pierda entre
tanto nombre extraño los hemos clasificado según su origen, ya bien sea
mineral, vegetal o animal, haciendo un apartado específico a otra de las
profesiones de los boticarios entonces, esto es la venta de componentes y
mezclas para pinturas (al fin y al cabo no estaba tan lejos de la farmacopea la
mezcolanza de tinturas para producir bellos colores) que dejaremos para el final.
Félix Palacios y su Palestra Farmaceútica
En cuanto a la “piedra magnética” o imán el boticario solía rallarla para, mezclada
conjuntamente con otros elementos hasta obtener un emplasto, aplicarla sobre
los carbunclos o llagas derivadas de enfermedades infecciosas contagiadas por
el ganado ovino y bovino, con el fin de extraer la pestilencia.
Los “corales blanco y rubio” se extraían en
la propia península, en la costa, siendo el primero raro de encontrar por
exigirse que fuera pulido y perfecto, mientras que el segundo era considerado
útil por sus propiedades farmacéuticas, entre otras alegrar el corazón y
purificar la sangre. La forma de administrarse era la habitual: machacarlo
hasta extraer un finísimo polvo que el paciente debía ingerir mezclado con
agua.
Y aunque en aquella época se consideraba la “piedra del Águila” una formación compuesta por varias capas de
costra que las águilas solían llevar al nido en sustitución de sus huevos, hoy
día da nombre a un mineral hueco que contiene una piedra sólida en su interior
y que al moverla suena como un sonajero. La aplicación medicinal no podía ser
más curiosa: según Palacios, la leyenda le atribuía la particularidad de que
las embarazadas parieran sus fetos si se ataba una piedra de estas
características al muslo de la parturienta, mas en el Siglo de las Luces no creía en tales sortilegios y sí en que era apta para cortar las hemorragias y
como contraveneno.
A pesar de su nombre el “azafrán
de Marte” no hacía referencia a una especia, sino a los polvos que se
extraían de calcinar minerales térreos, en concreto barras de hierro puestas al
fuego. En general se utilizaban en preparados diversos, mezclados con otros
componentes. No difería mucho del anterior el “hígado de antimonio”, también extraído de la pulverización de
distintos minerales, y que se recetaba para hacer vomitar y purgar al enfermo
mezclado con vino y en caliente.
Extrañas partes de animales míticos o casi
fantásticos proveían a Félix Diego Alonso de los ingredientes necesarios para
sus dosis farmacéuticas, como el “unicornio”;
sí, cuernos de unicornio, pero como bien especifica su maestro Palacios el
mítico ser fantástico era asimilado a principios del siglo XVIII al pez narval
y sus propiedades eran tan extensas como la de la aspirina hoy día: desde un
potente contraveneno hasta un remedio milagroso contra la peste, el sarampión y
la epilepsia. Debía administrarse en pequeñas dosis diluidas en polvos en vino
o agua de manera oral, aunque también se podía transformar en aceites o pastas
para aplicar sobre la piel.
Mobiliario y albarelos de la Farmacia de Agero, donados al Ayuntamiento de Béjar y expuestos en el Legado Valeriano Salas, convento de San Francisco, Béjar
Foto extraída de aquí
Y para extraña “la
uña de la gran bestia” tasada en un alto precio, 20 reales en el momento
del inventario. Según Palacios debía de proceder de un animal más grande que el
caballo que se criaba en Centroeuropa y Canadá. Por el nombre latino podremos
deducir fácilmente el animal bestial al que se refería: Ungula Alcis, lo cual me hace pensar en un casco o pezuña de alce.
Se dice que se podía llevar entera o en partes en forma de amuletos y colgantes
para preservarse de achaques, o tomarse en polvos contra las dolencias del
corazón.
No menos curioso, el “esperma de
ballena” figuraba en el inventario de Félix Diego Alonso en el momento de
su fallecimiento. Según Palacios su origen era incierto, pues afirmaban unos
que procedía en efecto de este gran animal como de la espuma del mar. El caso
es que en el siglo XVIII se llamaba así a una sustancia procedente de los sesos
de un tipo de ballena, el cachalote, que in situ, en los barcos balleneros, se
echaba bien en un molde hasta solidificarse al estilo de los terrones de azúcar
o bien en una malla de red en forma de polvos. Se transportaba en ambos
formatos desde el golfo de Vizcaya, Bayona y San Juan de Luz, más cerca de lo
que podríamos en principio suponer. Sus aplicaciones eran tan extensas como la
magnitud del animal del que procedía: apta en jarabes para los males del pecho
y pulmones, dolores de estómago, cólicos al riñón, gases y
flatulencias, también se podía aplicar por medio de lavativas para ablandar los
intestinos y en emplastos y pomadas para el cutis de las mujeres.
En el inventario
figura el “cuerno de ciervo
preparado”, que bien pudiera referirse al brebaje del mismo en trozos y
calcinado a fuego, o bien pulverizado a modo de cal blanca. Cada uno de ellos
se administraba para distintos males, siendo el primero adecuado para el ácido
de estómago, y el segundo a las fiebres.
No se olvida del
“espíritu de cuerno de ciervo”, un
preparado que resultaba de mezclar sus raspaduras con unas sales en una retorta
al fuego hasta que destilaba y surgía un jarabe que era apto para provocar la
sudoración en casos de picaduras de víboras, fiebres, viruelas y calenturas
malignas.
Unos minúsculos “ojos de
cangrejo”, que no eran tales sino unas piezas duras, redondas y
blanquecinas que poseen dichos moluscos a la altura del estómago surgidas de la
misma escama de su concha (recordamos que estamos siguiendo las explicaciones
de la Palestra farmacéutica de Palacios), se utilizaban contra los dolores de
estómago, las piedras del riñón y la vejiga, los cólicos, y también en caso de
hemorragias, contusiones y heridas.
Continuará
Buenas "recetas" de entonces para curarnos de mil y un males. Seré precavido, vive Dios, y moderado en su consumo.
ResponderEliminarJuan de Olid buscaba por África el cuerno del unicornio para curar la impotencia de Enrique IV, según nos cuenta Juan Eslava Galán en su divertida novela.
Aunque el emplasto contra el carbunclo llevara piedra magnética, aplicárselo e ir luego de visita no creo que fuera demasiado "atrayente".
Un saludo, Carmen.
¡Madre de Dios!, ¡que horror!, me has dejado boquiabierto con tanto potingue medicinal, que estoy seguro de que no servían para nada, por lo que cada día me alegro más de no haber nacido en esa época.
ResponderEliminarUn saludo, Carmen, y vamos por la tercera.
No me extraña, que la mortalidad fuera alta. Muchas enfermedades que ahora tiene curación, eran mortales en esos años.
ResponderEliminarBesos
Hola Carmen: Desde nuestra perspectiva, impresiona que era "extraño" toda este farmacopea, aunque era lo último en ciencias
ResponderEliminarBesos
¡Y pensar que la especie ha sobrevivido! Leyendo estas cosas es cuando uno se alegra de no haber nacido antes. Me pregunto que pensaran dentro de unos siglos de nuestra farmacopea actual...
ResponderEliminarUn abrazo,
En estas reboticas está el germen de la industria farmacéutica, el paso del humanismo al negocio puro y duro, vacío y sin alma.
ResponderEliminarUn abrazo.
Desde luego que han cambiado los brebajes que tomamos para sanarnos.
ResponderEliminarSaludos.
Da miedo pensar en los brebajes antiguos, no se si en la actualidad se utiliza alguna de estas cosas. Espero la tercera.
ResponderEliminarBesos.
·.
ResponderEliminarAsombroso todo.
Asombrosa colección de fotografías. Para hacer un recorrido temático.
Asombrosos nombre. Casi incitan a creerse todas las propiedades de esos medicamentos, Al menos, como nombre, me resultan más poéticos que los principios activos actuales.
Un post ilustrativo. Muy bueno.
Un abrazo
.·
LMA · & · CR