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4 de febrero de 2019

Historia de la muerte y entierro del curiel Vicentillo, muerto el 28 de septiembre de 1868 (3ª Parte y final)

Autor: José Francisco Fabián García
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2018, pp. 16-21.


         Alguien, vigilando su llegada en la entrada del pueblo, les vio, aún desde lejos, por el Arenal y fue a avisar. ¡Qué ya llegan! ¡Que ya le traen! Cruzando el pueblo, la gente, que estaba pendiente de ello, salía a las puertas y se santiguaban. Aquella madre que esperaba salió a buscarlo enloquecida. ¡Ay mi hijo, que me lo han matado con solo dieciocho años!¡Bandidos, canallas, no tenéis perdón!, decía abrazándose al ataúd atado a una de las caballerías. Un grupo de gente presenciaba la escena desde la puerta de la casa. Los hijos contuvieron a la madre en su desesperación y el padre, sin decir una palabra, llevó al animal cargado con el ataúd a la puerta de la casa. Varios hombres que esperaban se prestaron a ayudarle para desamarrar la caja. Encima de la mesa de la cocina la colocaron. Nadie pudo convencer a la madre de que no fuera ella la que lavara el cadáver de su hijo. Tenía que ser ella, que lo había parido y criado. Sacaron el cuerpo frio del ataúd. Allí estaba Vicentillo, el pobre Vicentillo, muerto para siempre, yerto, sin afeitar, con la sonrisa habitual perdida en la cara profundamente pálida, manchada de la sangre caída por la frente a través del pelo, donde, seca, se hacía pegotes. Estaba vestido con su chaquetilla y lo que fue una camisa blanca, ahora casi solo una única mancha oscura de sangre seca. No había consuelo para aquella madre abrazada al hijo muerto hasta que llegó el marido y la tomó del brazo. Vamos mujer, ya no hay remedio. Lávale pa que le velemos.



       Entre la madre, una hermana y otras mujeres de la familia, le desnudaron de medio cuerpo. Estaba reventado. Aquella herida abierta en el cuerpo de un joven tan joven estremecía contemplarla. ¿Por qué te tuviste que ir si sabías el peligro que había? ¿por qué te dejamos? ¡Ay, Dios mío, ¡Ay mi Vicentillo!, exclamaba desesperada sin consuelo. 

28 de enero de 2019

Historia de la muerte y entierro del curiel Vicentillo, muerto el 28 de septiembre de 1868 (2ª Parte)


 Autor: José Francisco Fabián García
 Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2018, pp. 16-21.

     En el hospital de sangre de la antigua iglesia de San Gil se agolpaba la gente. A la vez que unos salían, otros entraban. A la puerta, algunos hablaban en torno a una hoguera cuyas llamas iluminaban sus caras mostrando gestos graves que hacían entender mejor la situación. A la luz de los faroles se vio a alguno salir con vendajes apoyándose en los hombros de otros. Dentro ya de lo que fue en tiempos la nave de la iglesia, todo era un ir y venir de personas, orientados por la luz de faroles, velas, cirios y alguna antorcha, iluminando jergones en el suelo y en los que yacían heridos con vendajes en el cuerpo y en la cabeza, rodeados de familiares, sobre todo mujeres, de las que algunas eran monjas. Un murmullo grande se oía desde todas partes; a veces eran lamentos y, también, las voces de quienes se esforzaban por organizar aquella vorágine. 

 Foto antigua de San Gil cuando había dejado de ser hospital y funcionaba como Ayuntamiento de Béjar

21 de enero de 2019

Historia de la muerte y entierro del curiel Vicentillo, muerto el 28 de septiembre de 1868 (1ª Parte)

Autor: José Francisco Fabián García
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2018, pp. 16-21.

          Un hombre llegó al atardecer, descompuesto y alterado, a la plaza de Valdesangil procedente de Béjar, de donde, a pesar de la distancia, se habían oído explosiones y tiroteos sobrecogedores, corroborados por el testimonio directo de algunas mujeres con niños que habían llegado atemorizadas huyendo de la situación. El recién llegado vestía una chaqueta corta de tela gruesa, dejándose ver debajo de ella una camisa blanca con desgarros, sucia y manchada de sangre, sangre que, según aclaró, no era suya, porque no estaba herido. Como si le estuvieran esperando y, sobre todo, viéndole la cara de circunstancias, la gente fue arremolinándose en torno a él. Era joven, hablaba con dificultad haciendo grandes esfuerzos para ello, porque parecía haber perdido parte de la voz con la excitación. Después de oír lo primero que tenía que decir, algunos se retiraban de la primera fila con el gesto perturbado diciendo a los que llegaban: ¡Vicentillo, que han matado a Vicentillo!, a lo que los que recibían la noticia se llevaban las manos a la cabeza espantados. Mala era la noticia de la muerte de un paisano tan joven, pero aún peor era la incertidumbre en los corazones de los que recibían la noticia por lo que, según decía aquel hombre, estaba pasando en Béjar: por los muertos que había y por el enfrentamiento tan cruel que se había dado y que tal vez continuara en los próximos días. Contaba que las tropas militares habían cargado en La Corredera y en la Puerta de la Villa a tiros y cañonazos contra la gente y que habían saqueado casas persiguiendo a los que se les enfrentaban y hasta habían violentado a mujeres. Según decía, los militares no habían distinguido entre luchadores, mujeres, niños y ancianos; se había peleado en La Corredera y en la Puerta de la Villa y entre unos y otros había muchos muertos y heridos, uno de los cuales era el pobre Vicentillo. Él le había visto cuando le llevaban al hospital instalado en la iglesia de San Gil; tenía mucha sangre en el cuerpo, iba ya muerto, podía asegurarlo. Había muerto en la Puerta de la Villa. 

 Iglesia de Valdesangil
Foto sacada de aquí

         En esto apareció corriendo una mujer menuda, mayor, rondando los sesenta o más, toda vestida de negro, menos un mandil a rayas sobre el manteo y un pañuelo negro cubriéndole la cabeza. Al verla llegar gritando, sabiendo quién era, se le hizo un pasillo que la condujo al recién llegado. Al oír lo que este le decía, dirigido ahora solo a ella, se llevaba las manos a la cabeza y otras veces se golpeaba en el pecho con desesperación, a la vez que la sujetaban algunas otras mujeres de las que se congregaban en torno a ella.