*Ayer mi buen amigo Gabriel Cusac me enviaba a mi correo electrónico una petición de S.O.S. en relación a una capilla de cementerio situada en Talaván (Cáceres) que está en riesgo de desaparecer y, aunque este pueblo no pertenece a Salamanca, creo que no está de más hacer un llamamiento a quien corresponda y desde cualquier plataforma, por ejemplo ésta, sin atender a divisiones administrativas sobre el papel.Os recomiendo entrar a su blog que se llama excatamente igual que su autor, Gabriel Cusac Sánchez.
Esta carta es una petición de auxilio.
No sé si conocerás Talaván, un
pueblo cacereño a hora y media de Béjar por la A-66. Pues bien, en
Talaván existe un cementerio abandonado, el llamado Cementerio Viejo,
uno de los lugares más siniestros que puedas imaginar. El principal
ingrediente que hace especial, muy especial, este cementerio son las
pinturas murales de la ya ruinosa capilla, construida a base de mortero y
pizarra. Porque allí, desfilando por la bóveda, hay una veintena de
condenados. Contempla las fotos. Alucinante. Estas almas extrañas no
tienes referente. Que yo sepa, al menos. Aladas (las alas nos dicen que
son almas), con sus dientes vampíricos, su expresión horripilante sus
gorritos enigmáticos, forman un desfile grotesco de difícil, quizá
imposible, parangón iconográfico. Esto, y no su factura técnica, es lo
que les da valor. Son rarísimos, incomparables, únicos. Bajo sus alas,
la leyenda del friso, recordando (aunque creo que no literalmente)
Isaías o Levítico, les reprocha: "Fue ofrecido porque Él lo quiso. Y Él
cargó con nuestros pecados". También en el friso figura la data, ni más
ni menos que marzo de 1624. Van camino de los cuatro siglos. Unos
longevos, encantadores y peripatéticos condenados que en internet, a
raíz del epígrafe de un programa de Cuarto Milenio, han sido
mediatizados como "los ángeles malos de Talaván". No son la única
sorpresa del cementerio; bastante más posteriores, posiblemente del s.
XX, hay un hombre y una mujer "gatos", de rasgos felinos e incógnita
identidad. También hay sorpresas macabras que ahora no importan. En
realidad, el Cementerio Viejo de Talaván es una veta virgen que precisa
de su explotación historiográfica. Me gustaría que a Roberto Domínguez
Blanca, por ejemplo, se le afilasen los dientes como a los propios
condenados, y le entrase la urgencia de emprender un trabajo de
investigación sobre estos peculiares viajeros al infierno.