Clama al cielo

Autora: Carmen Cascón Matas

Publicado: Béjar en Madrid

El legado material de nuestros antepasados sigue cayéndose a pedazos, uno tras otro, sin que los vecinos se percaten de ello, quizás sumidos en el sopor de la crisis general, quizás abstraídos por los problemas particulares. El casco antiguo de Béjar, testigo privilegiado del pasado, se arruina mientras los bejaranos pensamos que únicamente nos salvará La Covatilla. Pero, ¿es que no entendemos que el turismo engloba igualmente naturaleza, deporte alpino, museos, patrimonio religioso y civil, oferta gastronómica y hotelera?

Que nos estamos equivocando, que aún hoy todavía damos palos de ciego en este sentido, lo podemos comprobar si nuestros pies nos conducen, no a la pateada ruta del Castañar, sino a la calle 29 de agosto, lo que para algunos es calle de La Antigua. Más o menos coincidiendo con la festividad navideña, una casa antigua cedió en el corazón del casco histórico: su desvencijada madera, sostén y guía de los ladrillos de adobe, el entramado que configuraba la fachada de la segunda planta de la vivienda, cedió una noche. A la mañana siguiente los vecinos y algunos conductores que transitaban por la vía sorteaban los restos esparcidos por el suelo; total, era una casa más que cedía ante el empuje del tiempo y la desidia de los dueños y de la Administración.

Si acaso podría haber sido un ejemplo más, uno a agregar a las numerosas viviendas ruinosas que se han desplomado en los últimos tiempos sin que hayamos llegado todavía a comprender que, antes de que esto llegue a suceder, existe la posibilidad de la rehabilitación o la restauración. 

Sin embargo, ésta no es una a añadir al montón, y lo sorprendente es que este caso no haya si quiera merecido un titular o una fotografía de denuncia. La singularidad de la casa arruinada estriba en que es una de las más singulares del barrio de La Antigua por lucir en su fachada viguería mudéjar tomada tiempo atrás como signo inequívoco del uso de la construcción como sinagoga. La fatalidad se ha cebado en esta muestra del pasado, pues, si en un principio tres eran las viviendas cuyos tejados eran sostenidos por estos canecillos de madera, a principios del siglo XX un incendio devoró la construcción central, conservándose únicamente las laterales. En tiempo indeterminado, probablemente con la expansión de la industria textil y la llegada masiva de mano de obra, se alzó un piso superior, por lo que los canecillos quedaron desnaturalizados pasando a sostener el recrecimiento. 

Hace unos años, los dueños de la vivienda más cercana a la iglesia de Santa María, sin duda alguna desesperados ante el mal estado de los canecillos de su vivienda, decidieron, a la vez que embellecían la fachada, sustituir las maderas horizontales por madera nueva lacada, lo cual produce un impacto a la vista considerable. Sin embargo, lo hicieron con buena intención, abandonada toda esperanza de acudir a las instituciones para que les ofrecieran consejo y ayuda. La otra vivienda no ha corrido mejor suerte: abandonada tiempo atrás por sus dueños, los canecillos han estado a punto de dar en el suelo y perderse para siempre, mientras las autoridades se han limitado exclusivamente a apuntalar el piso superior, concentrando todo el peso precisamente en esta muestra del arte de nuestra ciudad. El agua no perdona y poco a poco irá minando la estructura de adobe y madera, corroyendo las máscaras imperturbables, a veces inquietantes, que se asoman curiosas desde sus escaparates de madera. ¿Acabarán desapareciendo? Me temo que, si nadie toma cartas en el asunto, sí. ¿No se podría pedir una subvención para restaurarlas? Quizás sería bueno desencajarlas, restaurarlas adecuadamente por un taller de restauración de prestigio (por ejemplo Edades del Hombre) y volverlas a su lugar de origen, o bien, si las casas siguen amenazando ruina, por lo menos depositarlas en un museo para que no se pierdan para siempre.

 Fachada del casco antiguo de Béjar, s. XV

Foto cedida por mi buena amiga Laura Mendoza cuyo blog

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