20 de febrero de 2018

Gil Laso: “En el arte, el tiempo no debe ser una limitación".



Autor: Manuel Álvarez-Monteserín Izquierdo
Publicado: Semanario Béjar en Madrid  (16/0/2018)



Se cumplen cien años de la gran devastación que sufrió la provincia de Salamanca y más concretamente la campiña armuñesa y sus poblaciones, entre las que se encuentra Valdunciel, población que vio nacer a Gil Antonio Laso Fraile, el 14 de febrero de 1912.  Son muchas las reseñas de la época recogidas en la prensa local y nacional como El Adelanto, diario de Salamanca, y el ABC de tirada nacional, que reflejan lo ocurrido en la provincia salmantina durante el día de San Pedro, 29 de junio de 1918.


Han bastado unos instantes de fatalidad cruelísima para que la campiña armuñesa, ubérrima y florida, rebosante de trigales, que granaban con la gloria de una esperanza, se hayan convertido en un páramo infecundo, lleno de tristes realidades y de desoladas inquietudes” (El adelanto, 1 de Julio de 1918).

Gil Laso, como le conocía todo el mundo, con sus padres y hermanos se trasladan a Béjar en busca de futuro en el año 1920, pues las tierras que cultivaba su padre, como colono en Valdunciel, habían quedado arrasadas y la hambruna era cada vez más palpable. Para gloria de Béjar este niño de 8 años se convertiría más tarde en el gran artista en la talla de la madera, en el padre de familia entusiasmado con la vida, a pesar de los duros momentos que le tocó vivir, con guerra civil incluida y en un gran  protector de lo suyo.

14 de febrero de 2018

De cómo dos mozalbetes provocaron un conflicto entre la Iglesia y el Consistorio un Miércoles de Ceniza



Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, nº 4.746 (5/02/2016), p. 4.

               De altercados graves, con ofensa hacia la autoridad pública o hacia la eclesiástica, se consideraban en épocas pretéritas asuntos que hoy calificaríamos de jocosos, dignos de risa. Cualquier acontecimiento podía suscitar la controversia entre las autoridades y no existía procesión, romería o misa solemne que no se saldara con una trifulca entre los miembros del clero y del Consistorio, dos estamentos enfrentados durante siglos que no veían la hora de manifestar sus diferencias públicamente. El Corpus[1] era el escaparate en que los bejaranos se miraban, en el que mostraban su poder el duque, el Cabildo y el Consistorio, por lo que año tras año se sucedían en él altercados por la colocación de sus integrantes o la precedencia de las crucesparroquiales de la Villa y Tierra[2]. Quizá fuese esta la ocasión más habitual para mostrar las diferencias en cuanto a poderío se refería, pero menudeaban otras como los Te Deums en acción de gracias por el nacimiento de un nuevo vástago en la familia ducal, la muerte de un rey[3] o la Semana Santa[4]. Las disputas se generaban por cualquier motivo, por trivial que fuese, por ejemplo a cuenta de la colocación en un acto público, bien sea en una columna en movimiento o en la distribución de asientos, para lo cual se seguía una estricta jerarquía que no era del agrado de todos, como se desprende de las continuas discusiones provocadas por una mala praxis en cuanto a este particular se refería. Poder y posición debían manifestarse claramente ante los ojos de los plebeyos, sin dudas ni rompimientos unilaterales

 Julian Fałat, Miércoles de Ceniza (1881)

8 de febrero de 2018

Visión del siglo XVIII de Béjar y otros lugares cercanos



Autor: Jorge Zúñiga Rodríguez

     Por encargo de Pedro Rodríguez, conde de Campomanes y ministro de Hacienda de Carlos III, el historiador y pintor Antonio Ponz Piquer recibió el encargo de inspeccionar los bienes artísticos de la Compañía de Jesús recién expulsada (1), experiencia que vertió en su Viage (sic) de España o Cartas en que se da Noticia de las Cosas más Apreciables y Dignas que hay en Ella, publicado en dieciocho volúmenes entre 1767 y1794. 


 


Antonio Ponz, autorretrato en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid



      En el volumen octavo, y viniendo Ponz de Hervás y Baños de Montemayor, localidad esta última que anota como jurisdicción del duque de Béjar, pasa por Puerto de Béjar y Cantagallo dedicándoles algunas líneas y describiendo el camino con mucho recreo de la vista por entre arroyuelos, castañares y otros diferentes árbolescopioso de aguas y regaladas frutas, pero de una penosísima subida, no tanto por su rapidez como por el indigno piso que tiene hasta llegar a lo alto.   


1 de febrero de 2018

El atentado de la calle del Desengaño (1843). El general Narváez y Béjar (2ª Parte)

Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid nª 4.765 (18/11/2016), p. 6.


         Después del atentado perpetrado en la calle del Desengaño de Madrid la noche del 6 de noviembre de 1843 contra la cabeza del partido moderado, el general Ramón María de Narváez, del que salió milagrosamente ileso, el Ayuntamiento de Béjar le dirigió una larga carta de sentimiento, como hemos visto en el número anterior. Y si pensábamos que la misiva acabaría amontonada y olvidada entre rimeros de papeles en el despacho de cualquier secretario, como suele ser habitual en tales casos, nos equivocamos.

        Con fecha 11 de diciembre de 1843 el Consistorio pudo leer en público el acuse de recibo a tan sentida carta de sentimiento.

El general Narváez por Vicente López Portaña

        “Capitanía General del Primer Distrito Militar
      Los votos y nobles sentimientos que esa Corporacion Municipal se sirvió a dirigirme en 20 de Noviembre con ocasión del atentado cometido contra mi existencia, son tanto mas apreciables para mi cuanto que emanan de los representantes de un Pueblo Benemerito a quien todas epocas debi pruebas irrecusables de generosa adhesion y simpatía. Tal circunstancia realza mas y mas el convencimiento de su sinceridad. Aquel hecho horroroso, indigno de pechos Españoles, era sin duda el primer paso de nuevas desventuras para el Pais. La paz, el orden publico, las instituciones, el trono mismo, era tal vez el blanco de aquellos alevosos tiros. La Providencia, empero, protegio objetos tan queridos dando asi un nuevo tiempo a los leales.
      Yo me congratulo por lo mismo con ese Ayuntamiento Constitucional y agradecido a sus bondades y a las distinciones que siembre a Béjar mereci, les ruego que reciba esta espresion sencilla de mis sentimientos y acepten la seguridad de mi afectuosa gratitud.
          Dios guarde a VVSS muchos años.
Madrid, 11 de Diciembre de 1843
Ramón Mª Narvaez (rubricado)”.

25 de enero de 2018

El atentado de la calle del Desengaño (1843). El general Narváez y Béjar (1ª Parte)



Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, nº 4.764 (4/01/2016), p. 4.

               La calle del Desengaño de Madrid se sitúa en pleno centro de la capital de España, muy cerquita de la Gran Vía, justo detrás del edificio de Primark y de Telefónica. De tintes castizos tanto por la leyenda que le da nombre como por contar entre sus ilustres vecinos al mismísimo Francisco de Goya, se levantó aquel día 6 de noviembre de 1843 tranquila y lluviosa, un poco oscurecida por aquellos días del crudo invierno que se presagiaba. El ocaso llegó como el de otra jornada cualquiera, viendo la calle trajinar a paisanos que iban y venían ajetreados en sus quehaceres. Mas, al cabo, una vez los últimos rayos del sol mortecino comenzaron a retirarse dejando huérfanos de luz a los edificios circundantes, varias sombras parecieron reunirse sin hacerlo a los lados de la calle. Embozadas, quietas, sordas, vistiendo largos gabanes bajo los que asomaban armas de fuego, se emboscaron en los portillos, agazapándose hasta hacerse todas uno con la noche. Esperaban… a un carruaje que apareció al final de la vía. Solo ante su presencia se movieron a una las sombras y, sacando lo que parecían ser trabucos de debajo de sus capas, preparados sin que un resquicio de luz de la llama de sus mechas hubiese podido atisbarse, hicieron fuego contra la frágil cabina de madera, haciendo detener la berlina, rompiendo los cristales y haciendo fuego directamente sobre los ocupantes. Los caballos relincharon asustados y salieron con facilidad pasmosa en estampida, casi con la misma celeridad con la que las sombras se dispersaban corriendo hacia distintas direcciones, con los trabucos humeantes mirando hacia el suelo.