Autora: Carmen Cascón Matas
Quizás poco nos suene
el nombre del pintor, el mejor impresionista español, Darío de Regoyos y Valdés (Ribadesella, 1857- Barcelona, 1913) y menos
que sus pasos le llevaron a conocer Béjar en la fecha mítica de la primavera
del año 1900. Asturiano de nacimiento, sus lienzos destacan por la presencia
casi obsesiva del paisaje como protagonista tratado a la manera del plen air francés con un gusto
noventayochista por la mezcla entre las escenas tradicionales y la modernidad.
Así no es extraño encontrar en sus obras negros participantes en una procesión
religiosa envueltos en el humo del tren, símbolo del progreso y del avance de
la técnica.
Regoyos pintando
Regoyos paseó por las calles de Béjar, sí. Probablemente
llegó a la ciudad en tren, admirando el monte del Castañar poblado de árboles y
la sierra nevada desde el mismo momento en que dirigió sus ojos al exterior a
través del cristal de su vagón. Y pintó varios lienzos todos ellos ahora en
colecciones particulares. De esta presencia han tratado autores bejaranos como
Ángel Gil u Óscar Rivadenyra[1],
pero no está de más recordarla aunque sea de manera resumida.