Autor: Antonio Avilés Amat
Publicado: Béjar en Madrid, nº 4777 (19/05/2017), p. 6.
Si desde el Neolítico y edades posteriores
––colonizaciones e invasiones púnica, romana, visigoda y musulmana–– el sitio destinado
a vivienda podría ofrecer gran variedad de plantas: cuadrada, rectangular,
circular o elíptica ––como nos muestran algunas excavaciones de primitivos
castros celtas y poblados iberos o celtíberos[1]––,
la ahora predominante será la rectangular con uno o dos pisos, según la clase
social de sus moradores, con puertas de acceso y vanos adintelados aunque a
veces, en construcciones más suntuosas, se emplee el arco de medio punto y, asimismo,
el apuntado u ojival, ya en los siglos finales de este período.
Vivienda de Candelario
Además de la mencionada
pudo darse un tipo de vivienda colectiva/comunal o agrupación de varias ––similar
a los populares corrales o corralas de
vecinos que proliferaron en los siglos siguientes–– con un patio central en
el que se situaría un pozo para dotar de agua a las familias ocupantes de la
misma. Esta característica residencia, asociada a judíos y musulmanes y tradicional
en algunas zonas de Castilla y Andalucía, debió tener alguna implantación local
por lo que se podría deducir del estudio de la distribución de calles,
parcelario y manzanas en el casco histórico. También es de interés señalar la
existencia de alguna calleja cerrada como las que aparecen con alguna
frecuencia en el urbanismo medieval aunque más de tipo árabe o judío que
cristiano.
Y prosiguiendo con el hábitat, en el mayor número de viviendas lo
normal era que el suelo interno de aquellas fuese de tierra batida o de arcilla,
sobre todo si estas pertenecían a campesinos o menestrales, aunque también se
encontraban las que lo tenían enlosado o embaldosado.
Teja utilizada como aislamiento en las paredes exteriores
Generalmente la fábrica,
constituida por gruesos muros de carga y por paredes más ligeras de separación
de espacios interiores, se cubría con techumbre a una o dos aguas y pendientes bastantes
pronunciadas, exigidas por la climatología local con frecuentes precipitaciones
de lluvia o nieve durante el otoño e invierno. La reiterada utilización de la
piedra ––material abundante en esta zona–– dispuesta en hiladas horizontales en
seco (en raras ocasiones labrada en sillares o en módulos de forma de paralelepípedo
rectangular alargado para jambas y dinteles), el sillarejo, la mampostería, el
tapial y, en ocasiones, el adobe (elementos más ligeros, en el piso superior, sostenidos
con un entramado de pies derechos, estribos y tornapuntas de madera) y la cal,
usada como mortero, daban lugar al alzado y la estructura del edificio sobre la
que ase asentaban vigas y travesaños de castaño o de pino para sostener la
techumbre y el tejado. Si este, en siglos anteriores, consistía en una cubierta
de ramas, mimbres, cañas y otros elementos vegetales como la paja (de ahí la
denominación de “casas pajizas”, como eran conocidas las así techadas), ahora
se usará comúnmente la teja curva de origen árabe y, en contadas ocasiones, la
pizarra dividida en lanchas.
El Fuero bejarano en su rúbrica 10ª, tal
vez en prevención por el peligro y la inseguridad que suponían aquellas coberturas
en caso de incendios, tan frecuentes entonces, dispone de modo taxativo recubrir
las casas con tejas: Mando que qui ouiere
casa pagiza enna villa, que la cubra de teia. Si non, que peche todo su pecho
como si non morasse en villa. Y concluye con extremada dureza y sin otras
consideraciones: Si alguno fuere tan
porfioso que non la quiera cobrir de teia, denla a otro poblador que la cubra
de teia, e él peche ante todo so pecho[2]. Sin embargo, el empleo de materiales combustibles
como la madera ––utilizada en el armazón del edificio, para el cierre de vanos
y en el mobiliario usual (mesas, arcas, bancos, escaños, tajuelos, camas, etc.)
y enseres de que disponía––; el sistema de alumbrado nocturno, en su interior
y, en alguna ocasión, externo, mediante hachas, velas o candiles y el hecho de
encontrarse edificadas las casas unas junto a otras, con muros y paredes
compartidas o medianiles, aleros
prominentes y escasos o nulos espacios de separación entre ellas, seguían
produciendo continuas fogatas que, cuando se ocasionaban, destruían manzanas
completas. Y ello pese a las prevenciones que, como en el caso del Fuero y
otras disposiciones y ordenanzas de concejos y cabildos, trataban por todos los
medios de evitar.
Calle Alojería (Béjar)
Hasta épocas más avanzadas las construcciones
usuales ––como eran la generalidad de las existentes en la villa bejarana,
comunes a cristianos, musulmanes (o mudéjares) y judíos aunque algunas
viviendas de estos últimos grupos étnicos y religiosos se encontrasen
extramuros, como también las de bastantes campesinos,–– carecían de escaleras
interiores construidas de obra[3],
cuando disfrutaban de más de un piso, y, a veces, hasta de chimeneas para la
evacuación de humos que se realizaba a través de puertas y ventanas o, en determinados
casos, por algún orificio abierto en el tejado. Desde la Alta Edad Media la
casa venía definida por el hogar o el fuego, usado como unidad de evaluación fiscal.
De los fuegos tratan los documentos
de la época aunque es difícil precisar a cuantas personas agruparía cada uno.
Como señala María Asenjo[4],
la vida giraba en torno al hogar y la
lumbre encendida que era también el símbolo de la casa habitada.
La
ausencia de compartimentación interior obligaba a que todas las tareas
familiares ––el trabajo manual, la preparación de las comidas, su consumo y, hasta,
el reposo–– se realizaran en la misma zona de la casa, acompañados sus
ocupantes por los animales domésticos, hasta que este espacio, como ya se ha
señalado, se dividió en dos con lo que una zona pudo ser destinada a dormitorio
en el que se encontraba la cama o jergón. La vivienda ganó así en intimidad[5]
frente a la promiscuidad y más si este ámbito reservado se ubicaba en un
altillo o en el piso superior alzado sobre la planta baja, cuando se disponía
de él.
Caserío bejarano
La cama, elemento de descanso de sus moradores, solía ser por lo común
de gran tamaño y en ella tenía cabida, en principio aunque más tarde no fue
así, la totalidad de los miembros de la vivienda. Como asegura Contamine[6],
en la Edad Media un solo lecho podía
acoger no sólo, como parece natural, a una pareja casada, sino también a sus
hijos, jóvenes o no tan jóvenes, así como varios hermanos y hermanas, o a
varios amigos, a sirvientes de un mismo amo, a extraños invitados a compartir
su alcoba… Aunque esta ocupación parece desmesurada y se refiera a casos
extremos y, en todo caso, secuenciada en distintos periodos del día. En
Castilla era un dicho común para referirse a las personas más humildes: No tiene más que la cama sobre la que se
echa. Y no sólo en Castilla sino también en Francia; según Guillaume
Coquillart, entre los pertrechos de un hombre pobre y miserable figura el lecho
en primer lugar[7]:
Que no tiene otras cosas que valgan salvo
un lecho, una mesa, un banco, un puchero… De todas formas ya no sólo el
dormitorio sino el recinto de la casa, como cobijo y resguardo privados de sus residentes, gozaba de
la salvaguardia con que el Fuero bejarano ––del mismo modo que la legislación
de la época, como Las Partidas de
Alfonso X–– le ampara bajo las severas penas que se imponen a quien lo quebrante: Qui
quebrantare casa agena pecche D sueldos; a quantos omnes enna casa fueren,
tantos D sueldos e la calonna duplada. Si firiere o matare omne, peche la
calonna doblada qual la fiziere, e pechando la calonna con los otros cotos [8]. Pero
también, desde el punto de vista inverso
––según señala Manuel-Fernando Ladero Quesada[9]––
la importancia de la casa es tal que su confiscación o demolición por
la justicia es uno de los máximos castigos que un linaje puede sufrir…
Entramado de adobe y madera. Casa en La Alberca (Salamanca)
Como
referencia y paradigma de lo anterior, no me resisto a trasladar los versos de
Manuel Machado cuando, al evocar el pasaje análogo del Poema de Mío Cid, narra
el episodio del héroe castellano ante el mesón cerrado a piedra y lodo por mandato real. Que no se debe dar asilo ni posada
al desterrado. La niña, muy débil y muy
blanca, que asoma a la puerta ante el brutal puntapié del guerrero, proclama
con su tenue vocecita [10]:
Buen
Cid, pasad. El Rey nos dará muerte,
arruinará
la casa
y
sembrará de sal el pobre campo
que mi padre
trabaja…
Sin necesidad de descender hasta el siglo
XI, en que se desarrolla el incidente anterior, no faltan en nuestros días ––como
forma de consumar una justicia más bíblica que medieval–– las noticias de
demoliciones por Israel de las casas de los responsables de atentados contra
judíos en los territorios palestinos de Cisjordania. Y aunque se trate de situaciones
y de tiempos diferentes prevalece, como en el Medioevo, el carácter simbólico/representativo
de la vivienda vinculado a las personas que la habitan.
Continuará
[1] Podrían servir de ejemplo el
poblado celta de Sta. Tecla en Guarda (Pontevedra) y tantos otros distribuidos
por la Península Ibérica.
[2]
Fuero de Béjar, rúbrica 10, p.
44.
[3]
Las excepciones venían dadas por estrechas y sólidas escaleras de piedra
en forma de caracol de algunas viviendas nobles o burguesas por las que sólo
una o dos personas, al mismo tiempo, podían subir o descender.
[4] ASENJO GONZÁLEZ, María. El ritmo de la comunidad: Vivir en la
ciudad, las artes y los oficios en la corona de Castilla, en IGLESIA DUARTE,
José Ignacio de la (coord.). La vida cotidiana en la Edad Media. VIII Semana de
Estudios Medievales, p. 172.
[5] Aunque este concepto no existía
en el Medioevo, al menos como hoy lo conocemos, y sólo se contemplaban espacios
públicos y privados.
[6]
CONTAMINE Philippe. Las instalaciones del espacio privado, siglos
XIV y XV, en ARIÈS, Philippe y DUBY, Georges. Historia de la vida privada,
vol. IV, p. 192.
[7] Ob. cit. p. 183.
[8]
Fuero de Béjar, rúbrica 145, p.63.
[9] LADERO QUESADA, Manuel-Fernando.
La vivienda: espacio público y espacio
privado en el paisaje urbano medieval en IGLESIA DUARTE, José Ignacio de la
(coord.). La vida cotidiana en la Edad Media. VIII Semana de Estudios
Medievales, p. 126.
[10] MACHADO, Manuel. Castilla.- Antología.- Madrid, 1940.
Las calles estrechas eran muy propio de la época.
ResponderEliminarBesos
Muy típico el entramado de madera y los muros de adobe, tanto en localidades salmantinas como en pueblos de la Vera extremeña, como Garganta la Olla o Cuacos de Yuste.
ResponderEliminarSaludos.
Felicidades por tan pormenorizado estudio. Me ha llamado la atención lo de la cama única familiar.
ResponderEliminarBesos.
Lo peor creo yo que era lo de dormir todos en la misma cama. Una gran incomodidad, con unos roncando y otros dando patadas en sueños. Tremendo. Y al que no le tocara dormir en uno de los extremos, qué odisea para levantarse en mitad de la noche.
ResponderEliminarFeliz día
Bisous
Muy interesante Carmen
ResponderEliminarTambién me llamó la atención lo de la cama...Sería complicado dormir entre tanta gente y sonidos (por no decir olores...). El quehacer humano evoluciona, afortunadamente.
Besos
El autor refleja en su texto la costumbre que no hace tantos años aún era realidad en el país; el acoger a los familiares que llegaban de paso o en el intervalo de encontrar un acomodo. Siempre había un rincón que habilitar con un colchón para cobijar a los tuyos.
ResponderEliminarUn beso, Carmen.
Buen ejemplo de lo típico del lugar. Lo de la cama individual munudo incorio para todos.
ResponderEliminarUn beso.
Desde luego muy curioso...me encanta la arquitectura...me dedico a eso...un saludo desde Murcia y feliz verano....
ResponderEliminarAntes según el tipo de arquitectura se podía diferenciar el lugar no como en la actualidad que es monótona e igual en todas partes.´
ResponderEliminarSaludos.
Muy interesante lo que cuentas del interior, pero, con todos mis respetos, por muy práctico que sea, para mi gusto, estéticamente es horrible. Perdón, pero es lo que siento al verlo.
ResponderEliminarUn abrazo, Carmen.
Estéticamente puede ser pero nuestros antepasados dedujeron que era la forma más fácil de aislar las fachadas que reciben todo el azote de la lluvia y el frío. Es una característica constructiva que se ve en Béjar y algunos pueblos de la zona. En un principio se hacía con tablas de madera fijadas con clavos, pero tenía la pega de que había que cambiarlas de vez en cuando. Las tejas presentaban mayor durabilidad.
EliminarAbrazos
Pues como a muchos comentaristas anteriores lo de la cama compartida también me ha chocado. Y claro, el domicilio sigue siendo algo de máxima importancia, siempre expuesto a violencias y protegido por las sociedades modernas con leyes, a veces no muy efectivas, para su protección y su inviolabilidad.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Carmen, solamente una puntualización a mi comentario anterior, solamente me refería a las fachadas con tejas, el resto de fachadas, sobre todas la de adobe y madera, son preciosas.
ResponderEliminarUn saludo.