Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, 4.812 (02/11/2018), p. 4
¿Qué
había peor que acabar con los huesos en la cárcel por dedicarse a robar en los caminos
públicos? La justicia de la Edad Moderna tenía la potestad de imponer la pena
de galeras a los amigos de lo ajeno y no era extraño ser condenado en estos
casos a cumplir, como mínimo un año o diez a lo sumo, atados a un remo, bogando
en los galeones de Su Majestad, desterrados y lejos de la familia. Mejor seguir
vivo y entero que sin una mano o una oreja, sin ver la luz del sol en una cárcel
húmeda y oscura, o azotado con riesgo de morir. Si lo miramos desde un prisma
positivo era una buena forma de ver mundo para aquellos hombres fuertes y con
suerte; desde el negativismo, una esclavitud para los sancionados de por vida o
para los endebles y desafortunados. Muchos morían por las fiebres, el agotamiento
extremo o el hundimiento del barco. Algunos se agarraban con fuerza a la vida pero
eran hechos prisioneros o trocaban su barco por otro u otros de distinta
bandera, por ejemplo en los galeones de los piratas berberiscos, que azotaban
con sus saqueos el Mediterráneo. Los menos sobrevivían y volvían a sus casas,
con un sentimiento de desarraigo que acababa en locura, mendicidad o regreso al
delito.
Conocido es el episodio XXII de la primera parte de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la
Mancha, en el que don Quijote libera a una cuerda de galeotes, es decir, a
unos presos que eran conducidos con grilletes hasta el puerto más próximo, en
contra de la voluntad de Sancho. Por semejante afrenta a la justicia su
protagonista muy bien hubiera podido encontrar la muerte en la horca, final que
no quiso aplicarle don Miguel de Cervantes para deleite del lector, que
disfruta así de capítulos y aventuras sin cuento.
Don Quijote y los galeotes
A propósito de la pena de galeras existe un documento en
el Archivo Histórico de la Nobleza accesible en internet, en la web de PARES[1].
En 1654 el Corregidor de Béjar, don Alonso de Armenteros, denunció la fuga de
tres presos condenados a galeras. Su delito: el hurto en camino público. Benito
Granado, vecino de Zarza, Bernardo de Cáceres, vecino de Alcántara, y Gabriel
Arias, de Ciudad Rodrigo, atacaban a los viajeros en los caminos comprendidos
entre Baños de Montemayor y La Calzada. Viajar por placer era un pasatiempo
desconocido. Quienes osaban poner los pies en las calzadas polvorientas o
embarradas, dependiendo de la estación del año, lo hacían por motivos de peso.
La mayoría viajaban en grupos por riesgo a ser atacados por los bandoleros,
como lo eran Benito, Bernardo y Gabriel. Después de cometer sus fechorías
fueron apresados por la justicia en Puerto de Béjar en mayo de 1653,
trasladados a la cárcel pública de Béjar y puestos a disposición del alguacil
de la villa, Jacinto de Herrera.
En septiembre del mismo año, y tras las diligencias
judiciales acostumbradas, el teniente de corregidor sentenció a los tres presos
a la pena de cuatro años de galeras “a
remo y sin sueldo” o a picar piedra en las minas del azogue de Almadén, de
propiedad real. Porque, por cierto, existían galeotes de oficio, por voluntad
propia, que servían en los barcos del rey a cambio de un salario. Duro y
arriesgado trabajo, como vimos, no menos que el de las minas. Atarse a un remo
o a una pala venía a ser algo similar. En las minas mercurio de Almadén
trabajaban a la fuerza esclavos y prisioneros extrayendo toneladas de azogue
que eran enviadas a Nueva España con el fin de emplearlo en el proceso de
obtención de plata de las minas mejicanas. Lo normal era morir de agotamiento o
por intoxicación con el mercurio. Además a Gabriel Arias se le añadieron, si
sobrevivía, otros cuatro años a servir en los ejércitos de Cataluña, tales eran
sus delitos.
Minas de Almadén. Foto extraída de aquí
Poco después de vista la sentencia los tres presos
peligrosos se fugaron de la cárcel real y el pato lo pagó el alguacil Jacinto
de Herrera, que acabó con sus huesos en la mazmorra. Qué ironía, el carcelero
encerrado en su propia cárcel… Las rejas sólo se abrirían si pagaba la fianza
en la que estaban valorados los fugados, es decir, doscientos ducados de plata
o trescientos reales de vellón. La bolsa iría destinada al pago del sueldo de
otros dos galeotes. El sistema no era cosa de broma. Entre sus cometidos estaba
el mantener correctamente las instalaciones carcelarias, dar de comer a los
presos y evitar su fuga. Para entonces Jacinto de Herrera había pasado nueve
meses a la sombra hasta que pudo reunir el dinero.
De
los galeotes fugados nunca más se supo. Quizá siguieron delinquiendo a su
placer por los caminos de Castilla o huyeron a buscar una vida mejor en Nueva
España, Nueva Granada o el virreinato del Perú, quién sabe.
[1] Copia auténtica del memorial hecho en Madrid en 27 de octubre de 1654 ante
la comisión de fugas de galeotes informando de la evasión de Benito Granado,
Bernardo de Cáceres y Gabriel Arias, ladrones condenados a galeras (los dos
primeros) y al servicio en el ejercito de Cataluña (el último), de la carcel
pública de la villa de Béjar (Salamanca) así como de la multa impuesta a
Jacinto de Herrera, Alguacil Mayor de dicha villa, como responsable de su
custodia. Archivo Histórico de la Nobleza,OSUNA,C.233,D.164
En aquellos días del imperio, una época de oro para los afortunados a los que la vida les mostraba su mejor sonrisa, pero mala para la inmensa mayoría, era muy fácil caer en algún delito que te llevara a prisión o a galeras, todo un negocio para el estado al conseguir mano de obra esclava, como señalas en tu entrada, para la realización de trabajos forzados, también en las minas. Cervantes, por mediación de su ingenioso hidalgo, se comporta en el episodio de los galeotes un poco como antisistema de aquellos tiempos tan injustos.
ResponderEliminarUn saludo y enhorabuena por tu artículo.
Los castigos que imponían antes a los que osaban delinquir eran terribles.La condena a galeras, espantosa. Me imagino cómo sería la vida de esos presos, algo inhumano.Pero lo realmente injusto fue lo del alguacil que tuvo que pagar con su libertad y dinero la fuga de los delincuentes. Muy interesante la entrada de hoy.Siempre nos haces aprender algo más. Un besito, Carmen.
ResponderEliminarMucho a cambiado los tiempos. Ahora en la carcel se vive en unas buenas instalaciones , con tv y la posibilidad de hacer al gún ejercicio físico.
ResponderEliminarBesos
Si la vida de las gentes en aquellos tiempos era dura, cuanto más la de los presos, fuera en la trena o viajando por los mares amarrado a un remo. Cierto, nadie viajaba por placer, o por necesidad los libres o por castigo los presos.
ResponderEliminarSaludos.
Tiempos muy duros para los malhechores, así pagaban sus condenas en tareas forzadas e húmedas por las malas condiciones.
ResponderEliminarUn abrazo.
Unas condenas terribles. Y adicionalmente las malas condiciones higiénicas la harían más terribles aun.
ResponderEliminarBesos Carmen
Unas condenas terribles Y adicionalmente las malas condiciones higiénicas la harían más terribles aun.
ResponderEliminarBesos Carmen.Soy el anterior... no sé por qué me dejo como desconocido...
Antonio Gutiérrez Turrión Magnífico este capítulo XXII para reflexionar acerca de la justicia. Pero hay MUCHÍSIMO más en él. ¿Te has fijado en la escala de valores que encierra la actitud de don Quijote y en la respuesta que recibe?Qué buena charla a partir de ahí. Lo de los bejaranos, con perdón, son solo tres ejemplos, aunque sea de paisanos nuestros. Abrazos.
ResponderEliminarY los desentendimientos de Don Quijote a la hora de interpretar las respuestas de los condenados son deliciosos. Don Quijote actúa de justicia paralela, entiendiendo que la del rey ha sido irregular. Así se convierte en rebelde al liberar a los galeotes, alegando que nadie puede encadenar a los hombres que son libres, salvo Dios. Por ahí podría ir la conversación, por ahí y por otros andurriales si se lee con detenimiento este capítulo. Un saludo
EliminarAntonio Gutiérrez Turrión Carmen, ¿y cuál es la canallesca respuesta de los galeotes ante su liberación? Desoladora la respuesta. ¿Hay hoy situaciones similares?
EliminarPinceladas de Historia Bejarana Antonio Gutiérrez Turrión, sin duda. Solo hay que reflexionar un poco.
EliminarInteresante historia la del carcelero encarcelado. Por cierto, hablando de los liberados por don Quijote, creo recordar que uno de ellos era de Piedrahita, localidad cercana.
ResponderEliminarUn abrazo
Sí, es curioso. Reeleí el capítulo hace unos días y me di cuenta de ello. Es posible que Cervantes conociera a alguien de allí o lo conociera de oídas por ser tierras del duque de Alba.
EliminarSaludos
Buen artículo. Ayuda a entender y comprender aquellos tiempos y la dura vida de los que cometían algún delito. Un saludo.
ResponderEliminarMuy distinta la justicia de aquellos años a la actual con penas tan duras como esta que nos comentas pues no era una pena baladí.
ResponderEliminarLa pena que sufrió el alguacil creo no la hubiera sufrido hoy.
Saludos.
Como siempre es un placer visitarte.
ResponderEliminarQue tengan un hermoso fin de semana Saludos
Debía de ser muy duro estar en galeras o en una mazmorra como acabó Jacinto de Herrera, pues las condiciones serían tremendas. Me encanta visitarte, pues acabo cada vez conociendo más de nuestra historia.
ResponderEliminarBesos.
Vaya un carcelero encerrado en su carcel. Duras penas las de antes, que además disponían de mano de obra gratis. Que distinto a lo de hoy, las cárceles llenas y no les falta de nada. Más de uno ahora delinque para entrar.
ResponderEliminarInteresante entrada.
Buen fin de semana.
Un abrazo.
·.
ResponderEliminarUn buen trabajo, muy ilustrativo en lo que refiere a los galeotes y sus penas. Siempre se aprenden cosas nuevas visitándote.
Me ha parecido muy interesante el enlace a la Minas de Almadén. Tomo nota por si acontece un viaje por la zona.
Un abrazo Carmen
.·
LMA · & · CR
Muy interesante
ResponderEliminarMuy interesante
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