9 de noviembre de 2019

Una aventura de galeotes


Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, 4.812 (02/11/2018), p. 4

      ¿Qué había peor que acabar con los huesos en la cárcel por dedicarse a robar en los caminos públicos? La justicia de la Edad Moderna tenía la potestad de imponer la pena de galeras a los amigos de lo ajeno y no era extraño ser condenado en estos casos a cumplir, como mínimo un año o diez a lo sumo, atados a un remo, bogando en los galeones de Su Majestad, desterrados y lejos de la familia. Mejor seguir vivo y entero que sin una mano o una oreja, sin ver la luz del sol en una cárcel húmeda y oscura, o azotado con riesgo de morir. Si lo miramos desde un prisma positivo era una buena forma de ver mundo para aquellos hombres fuertes y con suerte; desde el negativismo, una esclavitud para los sancionados de por vida o para los endebles y desafortunados. Muchos morían por las fiebres, el agotamiento extremo o el hundimiento del barco. Algunos se agarraban con fuerza a la vida pero eran hechos prisioneros o trocaban su barco por otro u otros de distinta bandera, por ejemplo en los galeones de los piratas berberiscos, que azotaban con sus saqueos el Mediterráneo. Los menos sobrevivían y volvían a sus casas, con un sentimiento de desarraigo que acababa en locura, mendicidad o regreso al delito.



      Conocido es el episodio XXII de la primera parte de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, en el que don Quijote libera a una cuerda de galeotes, es decir, a unos presos que eran conducidos con grilletes hasta el puerto más próximo, en contra de la voluntad de Sancho. Por semejante afrenta a la justicia su protagonista muy bien hubiera podido encontrar la muerte en la horca, final que no quiso aplicarle don Miguel de Cervantes para deleite del lector, que disfruta así de capítulos y aventuras sin cuento. 
 
 Don Quijote y los galeotes

            A propósito de la pena de galeras existe un documento en el Archivo Histórico de la Nobleza accesible en internet, en la web de PARES[1]. En 1654 el Corregidor de Béjar, don Alonso de Armenteros, denunció la fuga de tres presos condenados a galeras. Su delito: el hurto en camino público. Benito Granado, vecino de Zarza, Bernardo de Cáceres, vecino de Alcántara, y Gabriel Arias, de Ciudad Rodrigo, atacaban a los viajeros en los caminos comprendidos entre Baños de Montemayor y La Calzada. Viajar por placer era un pasatiempo desconocido. Quienes osaban poner los pies en las calzadas polvorientas o embarradas, dependiendo de la estación del año, lo hacían por motivos de peso. La mayoría viajaban en grupos por riesgo a ser atacados por los bandoleros, como lo eran Benito, Bernardo y Gabriel. Después de cometer sus fechorías fueron apresados por la justicia en Puerto de Béjar en mayo de 1653, trasladados a la cárcel pública de Béjar y puestos a disposición del alguacil de la villa, Jacinto de Herrera. 


         En septiembre del mismo año, y tras las diligencias judiciales acostumbradas, el teniente de corregidor sentenció a los tres presos a la pena de cuatro años de galeras “a remo y sin sueldo” o a picar piedra en las minas del azogue de Almadén, de propiedad real. Porque, por cierto, existían galeotes de oficio, por voluntad propia, que servían en los barcos del rey a cambio de un salario. Duro y arriesgado trabajo, como vimos, no menos que el de las minas. Atarse a un remo o a una pala venía a ser algo similar. En las minas mercurio de Almadén trabajaban a la fuerza esclavos y prisioneros extrayendo toneladas de azogue que eran enviadas a Nueva España con el fin de emplearlo en el proceso de obtención de plata de las minas mejicanas. Lo normal era morir de agotamiento o por intoxicación con el mercurio. Además a Gabriel Arias se le añadieron, si sobrevivía, otros cuatro años a servir en los ejércitos de Cataluña, tales eran sus delitos. 

 Minas de Almadén. Foto extraída de aquí

            Poco después de vista la sentencia los tres presos peligrosos se fugaron de la cárcel real y el pato lo pagó el alguacil Jacinto de Herrera, que acabó con sus huesos en la mazmorra. Qué ironía, el carcelero encerrado en su propia cárcel… Las rejas sólo se abrirían si pagaba la fianza en la que estaban valorados los fugados, es decir, doscientos ducados de plata o trescientos reales de vellón. La bolsa iría destinada al pago del sueldo de otros dos galeotes. El sistema no era cosa de broma. Entre sus cometidos estaba el mantener correctamente las instalaciones carcelarias, dar de comer a los presos y evitar su fuga. Para entonces Jacinto de Herrera había pasado nueve meses a la sombra hasta que pudo reunir el dinero. 

        De los galeotes fugados nunca más se supo. Quizá siguieron delinquiendo a su placer por los caminos de Castilla o huyeron a buscar una vida mejor en Nueva España, Nueva Granada o el virreinato del Perú, quién sabe.



[1] Copia auténtica del memorial hecho en Madrid en 27 de octubre de 1654 ante la comisión de fugas de galeotes informando de la evasión de Benito Granado, Bernardo de Cáceres y Gabriel Arias, ladrones condenados a galeras (los dos primeros) y al servicio en el ejercito de Cataluña (el último), de la carcel pública de la villa de Béjar (Salamanca) así como de la multa impuesta a Jacinto de Herrera, Alguacil Mayor de dicha villa, como responsable de su custodia. Archivo Histórico de la Nobleza,OSUNA,C.233,D.164

21 comentarios:

  1. En aquellos días del imperio, una época de oro para los afortunados a los que la vida les mostraba su mejor sonrisa, pero mala para la inmensa mayoría, era muy fácil caer en algún delito que te llevara a prisión o a galeras, todo un negocio para el estado al conseguir mano de obra esclava, como señalas en tu entrada, para la realización de trabajos forzados, también en las minas. Cervantes, por mediación de su ingenioso hidalgo, se comporta en el episodio de los galeotes un poco como antisistema de aquellos tiempos tan injustos.
    Un saludo y enhorabuena por tu artículo.

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  2. Los castigos que imponían antes a los que osaban delinquir eran terribles.La condena a galeras, espantosa. Me imagino cómo sería la vida de esos presos, algo inhumano.Pero lo realmente injusto fue lo del alguacil que tuvo que pagar con su libertad y dinero la fuga de los delincuentes. Muy interesante la entrada de hoy.Siempre nos haces aprender algo más. Un besito, Carmen.

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  3. Mucho a cambiado los tiempos. Ahora en la carcel se vive en unas buenas instalaciones , con tv y la posibilidad de hacer al gún ejercicio físico.

    Besos

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  4. Si la vida de las gentes en aquellos tiempos era dura, cuanto más la de los presos, fuera en la trena o viajando por los mares amarrado a un remo. Cierto, nadie viajaba por placer, o por necesidad los libres o por castigo los presos.
    Saludos.

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  5. Tiempos muy duros para los malhechores, así pagaban sus condenas en tareas forzadas e húmedas por las malas condiciones.
    Un abrazo.

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  6. Unas condenas terribles. Y adicionalmente las malas condiciones higiénicas la harían más terribles aun.

    Besos Carmen

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  7. Unas condenas terribles Y adicionalmente las malas condiciones higiénicas la harían más terribles aun.

    Besos Carmen.Soy el anterior... no sé por qué me dejo como desconocido...

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  8. Antonio Gutiérrez Turrión Magnífico este capítulo XXII para reflexionar acerca de la justicia. Pero hay MUCHÍSIMO más en él. ¿Te has fijado en la escala de valores que encierra la actitud de don Quijote y en la respuesta que recibe?Qué buena charla a partir de ahí. Lo de los bejaranos, con perdón, son solo tres ejemplos, aunque sea de paisanos nuestros. Abrazos.

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    1. Y los desentendimientos de Don Quijote a la hora de interpretar las respuestas de los condenados son deliciosos. Don Quijote actúa de justicia paralela, entiendiendo que la del rey ha sido irregular. Así se convierte en rebelde al liberar a los galeotes, alegando que nadie puede encadenar a los hombres que son libres, salvo Dios. Por ahí podría ir la conversación, por ahí y por otros andurriales si se lee con detenimiento este capítulo. Un saludo

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    2. Antonio Gutiérrez Turrión Carmen, ¿y cuál es la canallesca respuesta de los galeotes ante su liberación? Desoladora la respuesta. ¿Hay hoy situaciones similares?

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    3. Pinceladas de Historia Bejarana Antonio Gutiérrez Turrión, sin duda. Solo hay que reflexionar un poco.

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  9. Interesante historia la del carcelero encarcelado. Por cierto, hablando de los liberados por don Quijote, creo recordar que uno de ellos era de Piedrahita, localidad cercana.
    Un abrazo

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    1. Sí, es curioso. Reeleí el capítulo hace unos días y me di cuenta de ello. Es posible que Cervantes conociera a alguien de allí o lo conociera de oídas por ser tierras del duque de Alba.
      Saludos

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  10. Buen artículo. Ayuda a entender y comprender aquellos tiempos y la dura vida de los que cometían algún delito. Un saludo.

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  11. Muy distinta la justicia de aquellos años a la actual con penas tan duras como esta que nos comentas pues no era una pena baladí.
    La pena que sufrió el alguacil creo no la hubiera sufrido hoy.

    Saludos.

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  12. Como siempre es un placer visitarte.
    Que tengan un hermoso fin de semana Saludos

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  13. Debía de ser muy duro estar en galeras o en una mazmorra como acabó Jacinto de Herrera, pues las condiciones serían tremendas. Me encanta visitarte, pues acabo cada vez conociendo más de nuestra historia.

    Besos.

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  14. Vaya un carcelero encerrado en su carcel. Duras penas las de antes, que además disponían de mano de obra gratis. Que distinto a lo de hoy, las cárceles llenas y no les falta de nada. Más de uno ahora delinque para entrar.
    Interesante entrada.
    Buen fin de semana.
    Un abrazo.

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  15. ·.
    Un buen trabajo, muy ilustrativo en lo que refiere a los galeotes y sus penas. Siempre se aprenden cosas nuevas visitándote.
    Me ha parecido muy interesante el enlace a la Minas de Almadén. Tomo nota por si acontece un viaje por la zona.
    Un abrazo Carmen

    LMA · & · CR

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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo." Óscar Wilde.