Autor: Miguel Sánchez González
Este pequeño texto fue publicado originalmente en “Castillejos,
hoja informativa y cultural de Baños de Montemayor” nº 106 (agosto de 2012),
creación de uno de los bañenses más conocidos en la red: Juan Luis Regidor. A
él debemos agradecer la labor de difusión de anécdotas, personajes,
curiosidades, noticias históricas, fotografías, poesías... relacionadas con
Baños y alrededores, sirviendo de pequeño altavoz cultural y vehículo de
difusión entre 2013 y 2017 [1].
Cualquier
vecino de Baños de Montemayor o visitante que se haya acercado al pueblo habrá dado
un paseo hasta la “iglesia de abajo” o de Santa Catalina de Siena. Después de
haber mirado a lo alto de la torre, calculado el peso del nido de las cigüeñas,
de haber pensado si merecerá la pena subir las escaleras que llevan a la
entrada de la torre y haber desistido pensando en sus rodillas, habrá acabado
por dar una vuelta a su alrededor y quizás haya acabado fijándose en la puerta
que mira hacia el sur.
Portada
principal de la iglesia de Santa Catalina de Baños
Se trata de una sencilla puerta con arco de medio punto, renacentista,
y alfiz que lo enmarca. Sobre él una hornacina que siempre vimos vacía y a
ambos lados sendos blasones de los duques de Béjar similares a los que vemos en
una casa cercana a la iglesia, que hace esquina junto a la torre, y a otros que
hay en las Fuentes de los Mesones, llevada a la carretera de la salida del
pueblo.
Nunca me había
planteado qué hacían esos escudos en la iglesia aunque no es en la única en
que se ven escudos nobiliarios, bien por ser los Zúñiga patrocinadores de las
obras, o sus benefactores, o simplemente porque eran poderosos. Hace poco,
buscando entre papeles, encontré una posible explicación de la presencia
de estos escudos.
El obispo Gutierre de Vargas Carvajal. Estatua orante de su cenotafio en la "Capilla del Obispo". Madrid.
Foto sacada de aquí
Corrían los
primeros años del siglo XVI cuando en Plasencia es nombrado obispo don Gutierre
de Vargas Carvajal con 18 años. Llevó una vida bastante placentera y movidita en casi
todos los sentidos (quien quiera saber más sobre este personaje puede consultar
la web en http://www.chde.org). La situación
en que se encontró el obispado no debía de ser buena por los enfrentamientos
internos de la clerecía y los choques entre los linajes placentinos, en fin, lo
habitual en las buenas familias.
Volvamos
a Baños. En 1547 el obispo don Gutierre presenta una denuncia quejándose de las
actuaciones en su contra de los duques de Béjar. Dice en ella que los obispos de Plasencia siempre tuvieron pintadas
sus armas a las puertas de sus casas principales en Béjar, así como en algunas
iglesias, altares y torres, y los duques habían mandado quitarlas y quebrarlas
poniendo las suyas en su lugar.
Escudo de los
duques de Béjar en la iglesia de Santa Catalina de Baños de Montemayor
Relata cómo algunos servidores de los Zúñiga
dejan casi derribada la torre de la iglesia de Hervás (no sería para tanto pues
sólo quitaron los escudos), y ocasionan daños en la iglesia de Santiago de Béjar y
en Baños
“...teniendo el dicho sus harmas puestas en el
retablo del altar e iglesia de Santa Catalina de Baños los susodichos para
efecto de quitar las dichas armas de noche quitaron e abían mandado quitar e
quitaron unas tablas que estaban sobre las puertas de la dicha yglesia y por allí
abían entrado en ella e abían quitado las armas del dicho obispo su parte del
dicho altar e abían puesto las de los dichos duques e por el mismo agujero que
abían hecho en las dichas puertas abían hurtado de la dicha yglesia un
relicario sagrado que balía más de beinte myl maravedís”.
Los susodichos
no eran otros que el gobernador o alcalde mayor de Béjar, el licenciado
Francisco de Ribera, nombrado por el duque, el alguacil mayor Lope de Valmaseda
y el escribano Francisco Martín. Lógicamente no se mancharían las manos
con la obra, sino que llevarían criados para ello. El obispo
había mandado poner sus armas en los edificios eclesiásticos del obispado,
política a la que se opone el duque, que ve en ello una resistencia o un contrapoder
a su dominio señorial. Debemos tener en cuenta que los Zúñiga habían sido hasta
1496 duques de Plasencia, dominio que volvió a la corona por expreso deseo de
la reina Isabel la Católica. En 1476 su señorío había supuesto fuertes
enfrentamientos entre los Zúñiga, luego duques de Béjar, y gran parte de los
caballeros placentinos, que veían mermadas sus prerrogativas y su control sobre
la ciudad. Todo esto estaba reciente en la mente de nuestros protagonistas,
del obispo y de los duques, al igual que la guerra de las Comunidades en la que
ambos linajes habían tenido un enfrentamiento, uno más, por el control de la
ciudad.
Escudo del obispo Gutierre de Vargas Carvajal
Imagen de aquí
El episodio de
las Comunidades (1520-1521) fue un momento histórico de gran importancia que
casi siempre se ha saldado con unas pocas frases en los libros de texto. Para
muchos historiadores se trata de una verdadera revolución. El pueblo se rebeló
contra mucho más que una política de nombrar cargos y repartir rentas entre
extranjeros. Un famoso hispanista, Joseph Pérez, francés de nacimiento pero de
padres españoles, dedicó al tema su tesis doctoral en La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521). En el
libro se narra el enfrentamiento entre dos linajes o clanes rivales en Plasencia:
Zúñigas y Carvajales.
Un miembro del linaje Zúñiga se erige en portavoz de las
Comunidades y pretende encabezar el movimiento y rápidamente se le enfrentan
los Carvajales. Hay luchas, tensiones, intentos de llegar a treguas, pasan los
días y cuando acaba el conflicto todo queda igual que al
principio. El almirante de Castilla encargado de la represión deja las cosas
como estaban porque entiende que la actuación de unos y otros, Zúñigas y Carvajales,
no tiene que ver con las Comunidades sino con defender su posición en la
ciudad. Poco después don Gutierre logra el obispado y su madre, al enterarse,
dijo “Guterrico obispo, perdido anda el mundo”[2].
Cenotafio del obispo don Gutierre en la Capilla del Obispo de Madrid.
Foto sacada de La Gatera de la Villa
Volvemos a
Baños. Cuando acabéis de leerlo veréis que el asunto de los escudos se resuelve como casi siempre en estos casos. Los que
resultaron condenados fueron el licenciado Ribera a dos años de destierro,
Valmaseda y el escribano a un año (que podían cumplir perfectamente en otros
dominios del duque), más una multa de veinte ducados. Ninguno acusó a nadie, simplemente
alegaron que era función de su cargo el mantener las señas y símbolos de su
señor. Fueron, pues, leales servidores.
¿Y al duque? Perdón, a la duquesa doña
Teresa. ¿Quién condenaba a la duquesa? La duquesa había muerto en 1557 y el
obispo en 1559, y el pleito acabó en 1569. Ni el nuevo duque ni el nuevo obispo
se responsabilizaron del asunto, y del relicario nunca más se supo de él.
Hoy nos parece
quizás un sinsentido pero detrás de un aparente choque por minucias, como era
aparentemente la cuestión del escudo, había algo más. Por cierto los blasones
de los obispos ya no lucen por ningún lado. Los que están a la vista en la
fachada son los de los duques. Habrá que revisar el retablo de cerca porque a
lo mejor nos encontramos con algún resto de los blasones del obispo.
Continuará
[1] El texto original entrecomillado, ha sido completado
con alguna información más y fotografías que ilustran su contenido.
[2] Asunción FERNÁNDEZ HOYOS. El obispo Vargas Carvajal, un madrileño del
Renacimiento, citado por Alonso Párraga
Sánchez en http://www.chde.org/index.php?option=com_content&view=article&id=107:gutierre-de-vargas-carvajal-y-expedicion-estrecho-de-magallanes&catid=28:2006&Itemid=2
Este Vargas Carvajal, al que llamaron El Obispo Arquitecto, llenó su territorio de Iglesias con su escudo, unas nuevas y otras modificadas. Hacía igual que los actuales alcaldes y concejales, que en cualquier obra menor en su municipio le ponen una placa conmemorativa con su nombre. Vease como ejemplo la que hay en la Pazuela del Solano (Plazuela de Gómez Rodulfo) de Béjar.
ResponderEliminarEn los pueblos donde tenían mando los Zúñiga, topó con la "horma de su zapato". Bonito artículo. Espero la continuación.
Una moda aquella de poner blasones por todos lados. Bueno, hoy se ponen placas, que viene a ser lo mismo. De Baños de Montemayor recuerdo una comida en un sitio espectacular y tranquilo. Creo que se llamaba restaurante El Puente. Recuerdo las croquetas de boletus y la tabla de quesos.
ResponderEliminarUn saludo.
La nobleza y el clero pugnando por quien era quien mandaba en esas tierras como ocurría seguro en otros lugares. Pero al parecer los únicos que sufrieron cierto castigo fueron los mandados.
ResponderEliminarSaludos.
Una historia muy interesante. Me ha parecido muy bonito el escudo del obispo. Mis padres veraneaban todos los años por esa zona y seguro que conocerían estos lugares.
ResponderEliminarUn abrazo.
Esto parece mmuy interesante, veremos como continúa la historia.
ResponderEliminarBesos
Da para mucho esta lectura, Carmen. Lo primero que me viene a la mente es la contradicción de los entorchados honoríficos del Pastor de su grey, supuestamente el servidor de todos y la distancia tan enorme del Evangelio. En cuanto a los poderes terrenales, lo mismo de ayer y siempre, la resistencia que opone siempre a alguien que le haga sombra. Muy interesante.
ResponderEliminarUn abrazo.
He estado en ese pueblo Carmen. Y como siempre ando despistado, no me fije en esos escudos...
ResponderEliminarYa veremos cómo deriva la historia...
Besos Carmen. Cuídate
Pues ya sabes, Doc. Cuando todo esto acabe ven a Baños y tomas unas aguas que siempre vienen bien. Y te fijas en los escudos y recordarás toda esta historia.
EliminarUn beso
Todos empeñados en dejar señales de nuestro paso para la posteridad (unos con más éxito que otros, por supuesto) y, en cuanto a la disputa, podría decirse que era más el fuero que el huevo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Esto es como quitar las placas callejeras no sería mejor dejar las antiguas que algo representaron en su tiempo y poner al lado las nuevas, así iríamos conservando toda la historia.
ResponderEliminarUn buen domingo.
Tengo una foto de 1918/1919 de mis abuelos en el balneario de Baños de Montemayor.
ResponderEliminarEstán con doce, creo, de los quince hijos que llegaron a tener, y la entrada me ha provocado la curiosidad de ver el entorno en que se tomó la imagen. Saludos y continuaré la lectura.
Qué bonita fotografía. En aquella década el balneario bullía de personas y familias enteras que se retiraban durante un tiempo para tomar las aguas.
EliminarUn beso
Un saludo, Carmen, y quedo a la espera de esa segunda parte, de esta interesante historia.
ResponderEliminarEl escudo del obispo lo veo bastante ostentoso y el cenotafio es una obra de arte. La historia como siempre, las luchas por el poder están presentes. Espero la siguiente entrega.
ResponderEliminarAbrazos.