17 de septiembre de 2021

Un encuentro inesperado (1ª Parte)

 Autora: Carmen Cascón Matas

Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2018, pp.  

 *Lector, lo que vas a leer a continuación es un relato inventado cuyos dos protagonistas tuvieron un papel relevante en los sucesos de La Gloriosa en Béjar cada uno a su manera, uno de forma pasiva esos días pero con presencia posterior en el Congreso, el otro de forma activa en Béjar  y en Alcoy, y después en Madrid. En todo caso, aunque es ficción, sus vivencias están basadas en hechos reales.

          La campana de la puerta emitió un sonido agudo, quizá un tanto húmedo, tintineante a la vez que opaco como las monedas al caer sobre un velador de mármol mojado por la lluvia. Mientras la tarde se presentaba desapacible y pasada por agua, un viento racheado bajaba ululante desde la sierra, inmisericorde con los transeúntes y con los hostigos de adobe, levantando por los aires, sin distinciones de condición, los sombreros burgueses y las gorras obreras. 

 Foto antigua de la botica de Primo Comendador, después de Enrique Brochín, más tarde de José Agero, posteriormente de Mª Flor Agero y hoy de Salvador Pérez. Archivo Fotográfico y Documental de Béjar.

 

Quizá por el ruido de la ventisca, acaso porque los años no perdonan y la capacidad auditiva no es equivalente en la mocedad o en la madurez, o posiblemente porque el estado de concentración semi inconsciente no le permitía ver más allá de un remedio para la tos que preparaba a la luz de un quinqué, el caso es que don Primo no la oyó desde la rebotica. La campana, insistente y machacona, resonó y volvió a hacerlo, renovando su convocatoria. Ante la ausencia de respuesta, una atronadora voz le sacó de golpe de su ensimismamiento:

-¿Hay alguien que despache aquí?

-Ya va, ya va…

Retirando levemente la cortina que separaba botica y rebotica, don Primo dejó atrás las altas estanterías plagadas de albarelos de Talavera, heredados de su padre, don Crisanto, al igual que el resto del negocio, y se encaminó hacia el mostrador. La visión del recién llegado impregnó su cerebro de recuerdos a la par que de preguntas. Rumió que la vista le engañaba, que quien estaba plantado en el centro de la botica no era quien parecía, sino acaso un sueño producto de los brazos de Morfeo en quienes se abandonaba a las horas plácidas de la siesta. Pero no. Aquella fiera mirada que flanqueaba una nariz ganchuda y aparatosa, aquellas melenas adornadas de hebras de plata y gotas de agua, aquel rictus de decisión perlado de bravura solo podían pertenecer al rostro del león republicano de Béjar: Aniano Gómez Valle. 

 

 Primo Comendador Téllez.  Retrato          de      César Álvarez-Dumont.  Centro Integrado  de  Formación   Profesional    de    Béjar. Foto   Manuel Álvarez-Monteserín

Don Primo Comendador Téllez[1] sorteó con paso vivo el mostrador y se encaró ante el recién llegado.

-¿Cuántos años hace que no pone usted los pies en esta casa?

-Los mismos que se cuentan desde hoy hasta jornadas antes de aquel glorioso 1868.

-¿Y qué se le ha de perder por estos lares?

-Entablar una buena conversación a la sombra de un habano y el paladeo de un gustoso vaso de aloque sin resquemores ni enfrentamientos fatuos. ¿Hace?

A don Primo empezó a dibujársele una sonrisa bajo el telón de sus poblados mostachos mientras miles de grietas se abrían alrededor de sus ojos a modo de hielo resquebrajado por el tibio sol.

-Me hace y me place. Como en los viejos tiempos de conspiraciones y luces de candiles, guardo alguna que otra botella digna de mención bajo las redomas y los matraces de la rebotica. 

 Aniano Gómez Valle. Grabado de la época

Refugiados de las inclemencias de la tarde, aislados del mundanal ruido y del trasiego de una botica con menor actividad de la habitual, Aniano y don Primo entablaron una conversación que no soslayó anécdotas de sus respectivas trayectorias vitales. Y aunque uno, don Primo, se había doctorado en Farmacia en la Universidad Central de Madrid y había sido, y lo seguía siendo, profesor y director de la Escuela de Artes y Oficios de Béjar, y el otro, Aniano, la cuna y el escaso peculio de su familia sólo le habían permitido hacer si acaso los estudios primarios y ejercer como batanero, ambos presumían de ostentar dos puntos en común: su pasión por la política y un bejaranismo que distaba mucho de ser tibio.

En aquellos días de la Restauración borbónica, la llama de la revolución de 1868 había languidecido hasta tal punto que su mención, a pesar de distar apenas unos pocos años, hacía referencia al caos y a tiempos aciagos, si acaso a sueños frustrados. En los escasos seis años que duró el Sexenio Democrático se sucedieron una regencia, el efímero reinado de Amadeo de Saboya y una república con cuatro presidentes del gobierno. Y sin embargo, en ese suspiro del calendario, el nombre de Béjar se pronunció a nivel internacional como un ejemplo de heroísmo y de defensa de la libertad.

Aniano y don Primo, protagonistas de los sucesos referidos, compartían confidencias y recuerdos en la rebotica del Sol[2], mientras los ecos de sus voces eran absorbidos por la madera de las estanterías, hinchadas por la humedad de la lluvia, y el fuego de sus habanos refulgía sobre la superficie de los albarelos talaveranos. Hacía unos años don Primo Comendador, un profesor de clase burguesa, y Aniano Gómez, un batanero, habían aunado voluntades para que la revolución de 1868 triunfara en aquel tambaleante conglomerado político aglutinado por el engrudo aguado del general Prim. Y una vez que La Gloriosa hizo poner pies en polvorosa a la destronada Isabel II, la alianza saltó por los aires y con ella la amistad de Comendador, militante del partido progresista de Prim, y Gómez, exaltado republicano federal. De ahí que el segundo no hubiera vuelto la farmacia del primero a tal grado ascendía la desavenencia entre los artífices de septiembre de 1868.

Albarelos, mobiliario y otros objetos de la antigua botica del Sol, hoy en el Museo "Valeriano Salas" de Béjar, donados por Mª Flor Agero. Foto Manuel Álvarez-Monteserín


-Días aquellos de ilusión, esperanza y sangre que no he de volver a ver por muchos años que viva- apostilló don Primo entre la neblina consistente y casi material provocada por los habanos-. Qué pena que no se encontrara en Béjar cuando entramos en los anales de la historia, aunque en su preparación tuviera usted mucho que ver… Imagino que en Alcoy los sucesos que vivió no distarían mucho de los de aquí.

-Amigo, en Alcoy la bomba estaba a punto de estallar y solo hubo que prender la mecha. Recuerdo que me hallaba atado de pies y manos en la cárcel, engrilletado desde que me apresaron en Béjar. Desde aquí me trasladaron a Salamanca y de ahí a Madrid, y luego a Alicante y por fin a Alcoy. ¡Conozco más prisiones que alcobas de posada! Desde dentro no paramos un segundo de conspirar en favor de la libertad y en contra de una reina sorda a las peticiones del pueblo. Y una vez que los alcoyanos se atrevieron a plantar cara a la injusticia los míos me sacaron en volandas, como en agosto del 67 en Béjar.

-¿Y dónde se refugió usted en aquella ocasión? Porque el 29 de agosto del 67 se montó gorda…

-¡Quién me iba a decir a mí que me habría de convertir en protagonista de unos sucesos memorables! Acudí a Béjar desde mi batán de El Tejado a petición de los republicanos y nada más poner en pie en esta villa me apresaron, como si fuera un animal salvaje. Hasta ofrecí mi faja para que me ataran con ella a falta de soga. Pero poco habría de durar mi encierro porque los bejaranos la asaltaron con bravura para que liderara el levantamiento. Desde la Plaza Mayor ascendimos a uña de caballo a la Peña de la Cruz para refugiarnos de la falta de libertades que en Béjar se extendía como una peste nauseabunda, al igual que en el resto de España. Un oportuno cohete nos alertó de la partida de nuestros perseguidores y volvimos grupas zigzagueando hacia Béjar mientras ellos se peleaban con las zarzas triscando por el monte y pisando boñigas. ¡Ja, ja, ja! Por sorpresa sitiamos a los carabineros en la iglesia de El Salvador y les forzamos a la rendición quemando pimientos en la base de su campanario. Lástima que las trompetas del triunfo no sonaran en el resto de España y que nos viéramos obligados a poner pies en polvorosa para huir de una justicia manipulada y cruel. Desde Béjar partimos hacia Portugal, no sin antes cruzar a nado el río Alagón donde la enfermedad me atacó por la espalda como el más vil de los traidores y a punto estuve de ofrecerle mi mano a la muerte. Tiempo después retorné a Béjar para preparar el triunfo colectivo de septiembre del 68 aunque me encarcelaran, ¡otra vez!, antes de que sonaran las trompetas del martirio.

-Sin duda se le puede definir como un hombre de acción, tan contrario a mí como la distancia que separa la tierra de la luna. Mientras usted andaba de levantamiento en levantamiento me encontraba yo enclaustrado entre mi despacho y esta rebotica redactando mi tesis sobre las solanáceas. Y sin dejar de lado la impartición de clases en la Escuela Industrial de física, química y mecánica desde que entré como interino en 1859 poco después de concluir mis estudios de farmacia en Madrid.

-Libros y trabucos, ¡qué extrañas compañías! Mientras contemplaba la salida del sol entre las rejas de mi celda en 1867, usted ondeaba el pomposo título de director de la Escuela Industrial como si fuera una bandera. Por el día distantes y aparentando desconocernos el uno al otro y por la noche estrechos colaboradores en las reuniones de los conciliábulos golpistas, usted esgrimiendo ideas monárquicas y progresistas, siguiendo el programa del general Prim, y yo las mías republicanas federales, partidario de Emilio Castelar. ¡Qué tiempos de esperanza hoy frustrados!

            Las colillas de los habanos se consumían en el cenicero mientras ambos se hundían en un silencio denso y reparador, meditabundo y ensoñador. 

Continuará



[1] Véase que a uno le llamamos don Primo y al otro Aniano y no lo hacemos de forma baladí, ni por enjuiciar ni elevar a uno por encima del otro, sino que mantenemos y respetamos la forma de apelación de uno y otro que se han mantenido a lo largo del tiempo.

[2] La famosa Botica del Sol es la que conocemos popularmente bajo la denominación Botica de La Bola. Sus dueños han sido varios a lo largo de los siglos: fundada por Crisantos Comendador pasó a su hijo Primo Comendador Téllez y de sus manos a las de su sobrino Enrique Brochín Comendador. A su muerte heredó el negocio el sobrino de Brochín, José Agero Teixidor, y siguió la saga familiar Mª Flor Agero Fernández, hija del anterior. Hoy la regenta Salvador Hernández. Las estanterías y albarelos talaveranos se exponen hoy día en el museo Valeriano Salas del convento de San Francisco.

 

7 comentarios:

  1. Esto ha tomado tintes de novela histórica, Carmen. Posiblemente un filón que debes investigar y aprovechar; la prosa ya la tienes. Te deseo mucho éxito.
    Un abrazo.

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  2. La historia que fue y los detalles que pudieron ser. Para ello nos solemos poner en la piel y en la mente de sus protagonistas. Una manera narrativa válida de acercar al lector acontecimientos de relevancia histórica.
    Saludos, Carmen.

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  3. La Historia en formato de novela. Espero impaciente la segunda parte.
    Feliz fin de semana
    Besos

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  4. Una historia bastante amena, que explica muy bien la lucha por unos ideales, aunque esto le privara de su libertad .

    Besos

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  5. Una historia de la historia... Me gustan las novelas históricas y esta tiene visos de muy buena

    Besos

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  6. Un bonito relato histórico que como nos dices pudo ocurrir algún día en esa farmacia bejarana.

    Saludos.

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  7. La charla entre los dos muy interesante Carmen. El mobiliario y objetos de la antigua botica me encantan.

    Besos.

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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo." Óscar Wilde.