Autor: Francisco Javier Suárez de Vega
Publicado: AbC Artes y Letras Castilla y León, 25 de noviembre de 2023 (Columna Hijos del olvido)
A comienzos de verano, junto a un simpático joven que decía apellidarse Conde Parrado, viajamos a Béjar con toda nuestra prole de hijos del olvido. Allí, bajo el padrinazgo del Centro de Estudios Bejaranos y la hospitalidad, entre otros, de Josefa Montero, Carmen Cascón y de Tomás Olleros —descendiente de uno de los pioneros de esta sección, el conquistador de las Tawi-Tawi— pudimos presentar el libro con el que quisimos dar un cálido hogar a esta insigne cohorte de personajes. El incomparable marco fue el Convento de San Francisco, sentados ante la misma mesa desde la que —según se cuenta— el rector Unamuno inauguraba los cursos de la Escuela de Ingeniería.
Y como los hijos del olvido acechan por doquier, allí mismo nos topamos con uno tan cautivador como poco conocido. No en el caso de Béjar, donde se le honra con uno de los museos más curiosos de España que, por sí sólo, bien merecería una escapada a la hermosa villa ducal, repleta de otros muchos encantos. Se trata del Museo Valeriano Salas, que acoge buena parte del legado del que podría calificarse como uno de los últimos viajeros y aventureros españoles del siglo XX.
De recia estirpe bejarana, su nacimiento coincidió con la pérdida de los últimos restos del Imperio español, algo que le obsesionaría toda su vida. Criado en el seno de una familia acomodada, desde muy niño se trasladó a vivir a San Sebastián. En su juventud pasaría largas temporadas en Francia, Inglaterra o Italia. Políglota, culto, apasionado por la tauromaquia, el arte y, sobre todo, la fotografía y los viajes, conocería en la Bella Easo a la no menos bella María Antonia Tellechea, cubana de orígenes donostiarras que se convertiría en su esposa e inseparable compañera. Y juntos hicieron historia.
En 1930 la intrépida pareja principiaba su interminable lista de aventuras con su participación, como únicos españoles, en el Rallye Saharien, el París-Dakar de la época. Era el preludio de otras muchas que los llevarían por los desiertos de Siria, las selvas africanas, Asia Central, toda América y gran parte de Europa. Visitaron multitud de yacimientos arqueológicos y lugares míticos. Desde los desaparecidos Budas de Bamiyán en el indómito Afganistán, hasta los palacios de la mágica Persia o la cuna de la civilización en Mesopotamia. Coleccionista impenitente, aprovechó sus viajes para adquirir multitud de exóticos y valiosos objetos que traería a España consigo. Así que no faltan quienes han visto en él a una suerte de Indiana Jones patrio.
Aunque, sin duda, uno de sus más épicos viajes fue el que realizaron en una camioneta Ford desde San Sebastián a la India en 1936. A los pies del Himalaya, en la legendaria Srinagar, se enteró del estallido de la guerra civil y regresó anticipadamente. En abril de 1938 fundó la ‘Revista Geográfica Española’ —considerada por algunos como el ‘National Geographic’ español—, inaugurada con el relato de esta “excursión” de más de 20.000 km.
Esta longeva publicación —hoy totalmente ignorada— hizo soñar a los españoles con lugares remotos, sobrevivió a su creador y se publicaría hasta 1977. Sus viajes, plagados de aventuras y peligros, se relataban con una prosa hermosa e intimista y —lo más importante— eran ilustrados con cientos de sus evocadoras fotografías. Con especial empeño en rescatar del olvido la herencia hispana, bajo el título de “La huella de España en el mundo” dedicó números monográficos a Filipinas, Nápoles, Sicilia, Bélgica, Luxemburgo o América. Recorrió 22.000 km por los Estados Unidos en un viaje que Salas calificó de auténtica peregrinación. “He sentido como nunca el orgullo de ser español, al ver cómo esta gente de Nuevo Méjico, Arizona, etc., venera el recuerdo de España…”, escribía.
No se queda ahí la obra de este polifacético personaje. Fue el promotor y director del Archivo Fotográfico Hispánico del Ministerio de Asuntos Exteriores, creado para recopilar “las infinitas huellas de nuestro arte y de nuestra historia que existen en el mundo entero, y muy particularmente en América”. También le debemos la paternidad de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, de la que fue vicepresidente desde su fundación en 1952 hasta 1960.
En 1962, tras retornar de un nuevo viaje a la India, fallecía Valeriano Salas en Madrid de una extraña enfermedad “que acabó con él en muy poco tiempo”. Fue la última voluntad de aquel infatigable viajero que sus huesos descansaran para siempre bajo la mirada protectora de la Sierra de Béjar y donar buena parte de su rica colección al consistorio bejarano. Visitar el museo que lleva su nombre es como adentrarse en el gabinete de un coleccionista decimonónico, plagado de misteriosos objetos que, sin remedio, avivan la fantasía del que los contempla. Toda suerte de dibujos, grabados, antigüedades, marfiles chinos, manuscritos persas e hindúes, arte japonés y una de las mejores colecciones de Europa de armas samuráis. A ello se suman una interesante pinacoteca —con un Sorolla incluido— y numerosas fotos de sus expediciones. Esto es lo que le aguarda a quien quiera adentrarse en el insólito universo escondido tras los muros del recoleto Convento de San Francisco.
Tu relato, va a tener una gran difusión, para que se extienda por todos los lugares, que te seguimos y traspase la frontera del pueblo en que vives.
ResponderEliminarUn abrazo.
Carmen este museo es de lo que me queda de ver en Béjar junto al jardín del Duque, hombres de musgo y alguna cosilla mas.
ResponderEliminarSaludos.
¡Que vida tan interesante y apasionada la de Valeriano Salas!.
ResponderEliminarAbrazos.
Orgulloso de se sus orígenes y que mejor regalo:donar parte de su legado para disfrute de sus visitantes a este convento recoleto y museo .Bellas palabras para definirlo: un coleccionista decimonónico.
ResponderEliminarNunca te acostarás sin aprender algo nuevo.Me encantan tus entradas y la verdad que desconocemos muchas cosas de nuestros orígenes , por falta de información por eso se agradece estos aportes...
Un abrazo,Carmen