Autor: Ramón Martín Rodrigo
“Amaneció por fin el gran día y todos estaban de pie muy de mañana. La marcha a las Batuecas fue solemne. A una media legua de La Alberca, desde la Cruz del Portillo puede ya la vista medir la profundidad inmensa que oculta todavía el convento, que hace más sombrío el circulo de montañas, cubiertas unas de rica vegetación, otras enteramente peladas, iluminadas ya las unas por el rayo de sol, dormidas las otras en la sombra”.
Las Batuecas. Foto sacada de aquí
En la crónica se denomina “el gran día” porque por fin se alcanzaba el destino final del viaje y se llegaba a la propiedad de la condesa de las Navas, un lugar que además tenía sobre sí mucha fabulación y leyenda. Por ejemplo, se decía que en las Batuecas, según algunos crédulos, estuvo el paraíso terrenal. La ocasión se presentaba para explorar y descubrir personalmente qué había de verdad en aquel valle. Y “la marcha fue solemne”, cargada de emoción, como si la condesa de las Navas fuera bajo palio majestuosa, peregrina y gozosa, y ritualmente seguida por una expectante caravana con esperanza de esparcimiento, de exploración y descubrimientos. La narración recoge algunas de sus impresiones: la profundidad del valle, el círculo de montañas, la vegetación de madroños, matorrales, enormes encinas, corpulentos cedros y altos cipreses.
“A medida que se bajaba, la rápida cuesta guarnecida de precipicios, se hacía el camino tan poco seguro para las caballerías; y por sus bruscos rodeos causaba tales vértigos a los jinetes, que las señoras decidieron echar pie a tierra. Este camino hace sesenta recodos antes de llegar al arroyo de las Batuecas”. Se apearon a pesar de que la condesa en su juventud había practicado equitación y de que entonces, con sus 52 años, se mantenía delgada y ágil.
Fotografía antigua del convento de Las Batuecas. Sacada de Wikipedia
Llegaron los viajeros al sitio del ex-convento de carmelitas descalzos, y un voz gritó: “Ya está aquí la tapia, ya está aquí la puerta”. Por Decreto de 8 de marzo de 1836 se ordenó la exclaustración de los monjes del convento, pero quedaron algunos frailes hasta 1843, y uno llegó hasta 1846. Vendida la finca completa hacia 1842-43, fue comprada por José Safont, que puso un guarda y desde entonces se arrendaba por medio de un apoderado.
Entraron los peregrinos en la iglesia por la puerta del coro situada a los pies del templo. Frente de la entrada, se halla el altar mayor dedicado a San José, y dos altares colaterales, a la derecha, el de Santa Teresa y, a la izquierda, el de la Virgen del Carmen. A la derecha del presbiterio, la capilla de la Reina, guardaba en otros tiempos un magnífico relicario que ya no existe. En otra capillita se veían amontonados y hechos girones los cuadros de la iglesia y del monasterio que representaban episodios de la pasión de Cristo. Jerónimo Melón, cura de Mogarraz contó 21 cuadros en 1838. Y Pablo González de la Huebra, administrador de las Batuecas, en 1850 solicitó que se hiciera algo con ellos, restablecerlos a sus sitios o entregarlos a instituciones, pero nada se realizó. Por eso los peregrinos los vieron allí ese año 1866. También había en aquella capilla (la sacristía) profanados y mohosos otros relicarios.
Fachada principal de la iglesia. Foto de aquí
Sigamos con los viajeros. El capellán subió al altar, y acompañado de un hermano suyo, organista de La Alberca, se cantó una misa como hacía muchos años que no se oía en aquel templo. Concluida la misa los peregrinos visitaron detrás del coro la sepultura de un monje, el Padre Cadete, muerto en olor de santidad (Véase Vida de José María del Monte Carmelo por Dámaso de la Presentación) y les pareció que sus restos exhalaban un olor suavísimo. Luego. por una avenida, en otros tiempos de hermosos árboles, fueron a la ermita del citado anacoreta, acogida en el tronco de un alcornoque. Sobre unas tablas de la puerta de entrada se veían todavía las palabras que escribió el mismo ermitaño: Morituro satis = “Para morir es bastante”.
La ermita se compone de tres partes: el vestíbulo, otra para el ermitaño y otra con un altar de azulejos para decir misa; y además un subterráneo, donde el Padre Cadete solía permanecer largas horas como sepultado. Esta primera visita entusiasmó tanto a los peregrinos que decidieron emplear tres días en visitar el “Santo desierto”. Vuelven al convento y almuerzan en el refectorio de los monjes y en la misma mesa de que ellos se servían. Y allí sacaron piadosas impresiones.
Tu reportaje, me lo pienso leer tranquilamente. Ahora paso a salidarte , después de un tiempo de ausencia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un placer leerte, buen post!
ResponderEliminarNo se si bajaron por donde se encuentra la actual carretera o como me supongo por una ruta de senderismo, De la moderna carretera aun me acuerdo de sus curvas en pendiente y cerradas la mayoría, de la ruta no hablo ya que no la conozco.
ResponderEliminarSaludos.
Una caminata con un final estupendo por ese valle: me ha encantado este viaje guiado.
ResponderEliminarUn abrazo y una tranquila semana
Menos mal que se bajaron de los caballos. Hay bajadas tremendas.
ResponderEliminarUn abrazo.