Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, 4.822 (05/04/2019), p. 6
Las
personas que más ascendiente alcanzaron en la educación del Buen Duque Manuel de Zúñiga y Guzmán y de
su hermano Baltasar de Zúñiga y Guzmán, marqués de Valero, fueron sus dos tíos
maternos Ruy Gómez de Silva y Diego Sarmiento de Silva[1],
hermanos de su madre la duquesa Teresa Sarmiento de la Cerda. Los tres hermanos
habían nacido en Madrid del matrimonio entre Rodrigo Sarmiento de Silva y de la
Cerda e Isabel Margarita Fernández de Silva, IV duques de Híjar. Y se
trasladarían a Béjar durante buena parte de sus vidas, una villa que se
enlazará a sus destinos por obra y gracia del enlace matrimonial de Teresa con
el duque Juan Manuel I. Sus existencias en el Palacio Ducal se han diluido con
el paso de los siglos aunque ambos ejercieron el papel de padres al morir el
duque de Béjar en 1660, heredando el ducado don Manuel con cuatro años y teniendo dos don Baltasar. La ausencia de la figura
paterna otorgará a los tíos maternos solteros una influencia tal en los niños que
la piedad de don Ruy y el gusto por las armas de don Diego moldearán las
personalidades de los niños.
Grabado que representa el "ars moriendi". El moribundo es asistido por un ángel mientras los demonios acechan.
Quiero detenerme en el postrero
momento de la vida de don Ruy, marqués de Alenquer, tras grandes muestras de
piedad, porque es un ejemplo del ars
moriendi o arte del buen morir barroco en el que se mezclan la devoción, la
fe, las muestras de entereza del moribundo ante la muerte, la dedicación de sus
familiares para con el enfermo (en este caso de su sobrino el Duque) y el
sentimiento de pesar sus allegados y súbditos. En definitiva un tránsito en la
que se garantizaba la salvación del alma [2]. De
estos momentos existe una carta anónima, enviada quizá a algún miembro de la
Casa Ducal por un testigo directo, en la que se describe cada instante [3].
Retrato del duque don Manuel de Zúñiga y Guzmán
Grabado de Romeyn de Hooghe
Grabado de Romeyn de Hooghe
Un
día de septiembre de 1680, tras haber acudido a la iglesia de Santiago a rezar
ante la tabla de Nuestra Señora de la Antigua, como a las 8 de la tarde, don
Ruy sintió frío y esa noche ni siquiera cenó. El lunes se quedó en cama a ruego
de su sobrina la duquesa de Béjar, Mª Alberta de Castro y Portugal, porque
sufría de calentura y sudaba copiosamente, sobre todo las manos y la frente. Ante
el empeoramiento de su estado le ausculta su médico Joaquín Ginés, quien le
intentó aliviar los síntomas de la fiebre administrándole algún remedio, mas don
Ruy no era precisamente un paciente dócil y rechazó las medicinas alegando que se
trataba de un simple resfriado y que se le pasaría en 24 o 48 horas.