5 de junio de 2020

La muerte barroca de Ruy Gómez de Silva, marqués de Alenquer (1680)


      Autora: Carmen Cascón Matas
      Publicado: Béjar en Madrid, 4.822 (05/04/2019), p. 6

         Las personas que más ascendiente alcanzaron en la educación del Buen Duque Manuel de Zúñiga y Guzmán y de su hermano Baltasar de Zúñiga y Guzmán, marqués de Valero, fueron sus dos tíos maternos Ruy Gómez de Silva y Diego Sarmiento de Silva[1], hermanos de su madre la duquesa Teresa Sarmiento de la Cerda. Los tres hermanos habían nacido en Madrid del matrimonio entre Rodrigo Sarmiento de Silva y de la Cerda e Isabel Margarita Fernández de Silva, IV duques de Híjar. Y se trasladarían a Béjar durante buena parte de sus vidas, una villa que se enlazará a sus destinos por obra y gracia del enlace matrimonial de Teresa con el duque Juan Manuel I. Sus existencias en el Palacio Ducal se han diluido con el paso de los siglos aunque ambos ejercieron el papel de padres al morir el duque de Béjar en 1660, heredando el ducado don Manuel con cuatro años y teniendo dos don Baltasar. La ausencia de la figura paterna otorgará a los tíos maternos solteros una influencia tal en los niños que la piedad de don Ruy y el gusto por las armas de don Diego moldearán las personalidades de los niños

 Grabado que representa el "ars moriendi". El moribundo es asistido por un ángel mientras los demonios acechan.

            Quiero detenerme en el postrero momento de la vida de don Ruy, marqués de Alenquer, tras grandes muestras de piedad, porque es un ejemplo del ars moriendi o arte del buen morir barroco en el que se mezclan la devoción, la fe, las muestras de entereza del moribundo ante la muerte, la dedicación de sus familiares para con el enfermo (en este caso de su sobrino el Duque) y el sentimiento de pesar sus allegados y súbditos. En definitiva un tránsito en la que se garantizaba la salvación del alma [2]. De estos momentos existe una carta anónima, enviada quizá a algún miembro de la Casa Ducal por un testigo directo, en la que se describe cada instante [3]

 Retrato del duque don Manuel de Zúñiga y Guzmán
Grabado de Romeyn de Hooghe

Un día de septiembre de 1680, tras haber acudido a la iglesia de Santiago a rezar ante la tabla de Nuestra Señora de la Antigua, como a las 8 de la tarde, don Ruy sintió frío y esa noche ni siquiera cenó. El lunes se quedó en cama a ruego de su sobrina la duquesa de Béjar, Mª Alberta de Castro y Portugal, porque sufría de calentura y sudaba copiosamente, sobre todo las manos y la frente. Ante el empeoramiento de su estado le ausculta su médico Joaquín Ginés, quien le intentó aliviar los síntomas de la fiebre administrándole algún remedio, mas don Ruy no era precisamente un paciente dócil y rechazó las medicinas alegando que se trataba de un simple resfriado y que se le pasaría en 24 o 48 horas. 


           

 Palacio Ducal de Béjar, donde murió el marqués de Alenquer

       Sin embargo, la calentura se agravó tan ostensiblemente durante los días siguientes que Mª Alberta decidió tanto dar aviso a don Manuel, a su suegra doña Teresa y a su tío político don Diego, estantes en Madrid, como enviar un carro con seis mulas a Salamanca con el objeto de conducir a Béjar, con la mayor celeridad posible, al catedrático de medicina de la universidad don Mateo de la Parra para que tratase al enfermo. El médico de cámara de Palacio, don Joaquín Ginés, y el recién llegado don Mateo procedieron a administrarle distintos remedios.


Virgen del Castañar


            El 15 de septiembre arribó la comitiva con el duque de Béjar, don Manuel, y el hermano de don Ruy, don Diego, cuyas presencias mejoraron el estado de ánimo del enfermo por “quererlos con esçeso”. En su presencia recibió el viático arrodillado su sobrino junto a la cama. Por la extrema devoción que profesaba a los santos y advocaciones bejaranas se trasladaron desde iglesias y ermitas a su cuarto de Palacio las imágenes de Nuestra Señora del Rosario, Santa Gertrudis y la Virgen del Castañar y “habiendola adorado y besado su vestidura con gran fe y devoción mando se llevase a la capilla” para que la duquesa y sus damas disfrutasen de su presencia. Mientras el enfermo sudaba de fiebre, tendido en su cama entre mantas y sábanas, rodeado de santos y reliquias, se rezaba en los conventos, se otorgaban limosnas en su nombre y la villa entera rogaba por su curación

            Mientras le llegaba la hora postrera, el Buen Duque le asistía ofreciéndole la comida, a secándole a cada poco la frente con un paño y “procurando en todo el alivio del enfermo con toda la afabilidad y agrado de día y de noche” junto a don Diego. En esto le trajeron la imagen “del santo Cristo de la cruz a questas que esta en el convento de la Piedad y la adoro con gran ternura y se coloco en parte que podía verla”. La Virgen del Castañar y el Nazareno en el mismo espacio, mano a mano, a la cabecera del ilustre enfermo; qué estampa tan sublime para la imaginación, con la balconada abierta hacia el monte… 

 
 Nazareno de las Monjas. Iglesia de Santa María la Mayor, Béjar.

Sin embargo la hora de la muerte llegó y en ese trance le asistió el padre prior del convento de la Bien Parada, mostrando grandes muestras de fe al recibir la Extremaunción. El testigo puntualiza que el lunes 23 de septiembre, antes de las dos de la tarde, exhaló su último aliento, asistido por varios religiosos y en presencia del Duque, que portaba una vela en la mano. Tras el óbito don Manuel se encargó de vestir al finado con el hábito de San Francisco y de colocar su cabeza sobre una rica almohada asistido en todo por dos religiosos y varios ayudas de cámara. Asimismo dispuso que el cuerpo de su tío se velara en la capilla de Palacio bajo un dosel de extraordinaria riqueza y que junto al cadáver se instalaran las imágenes de la Virgen del Rosario, el Nazareno y Santa Gertrudis. Durante un par de días se dijeron misas de manera ininterrumpida y por la capilla pasaron los miembros y funcionarios de la corte ducal, teñidos de luto y demostrando su sentimiento de pesar y loas hacia el finado. 

El miércoles 25 de septiembre se realizó el entierro a las 7 de la tarde bajo el clamor de las campanas de las iglesias, de los conventos de la Villa y del reloj de San Gil. La procesión fúnebre partió desde Santa María, cuya cruz de guion abría el cortejo, siguiéndola tres pendones de las devociones principales de la villa, los 24 de los lugares de la jurisdicción y otras 24 mangas negras con las cruces parroquiales de dichos pueblos. A continuación lucían las cruces de las tres parroquias bejaranas, la del convento de la Santísima Trinidad de Hervás acompañada de 24 religiosos trinitarios y la del convento San Francisco de Béjar con 36 religiosos franciscanos. A estos les seguían los pasos 24 párrocos revestidos con capas pluviales negras, los miembros del Cabildo Eclesiástico revestidos con capas de luto, portando cetros de plata y velas encendidas. 

 Emiliano Zarza trata sobre el ars moriendi en la muerte, en este caso en el campo de batalla, del X duque de Béjar

El cuerpo de don Ruy reposaba dentro de un ataúd recubierto con un terciopelo carmesí y era portado por ocho franciscanos. Justo delante le acompañaban, alumbrando el camino con seis hachas de cera blanca, seis pajes de la Casa Ducal. Inmediatos al ataúd caminaban su sobrino el duque de Béjar don Manuel, quien portaba el Toisón de Oro, su hermano don Diego Gómez Sarmiento de la Cerda, la corte ducal, los miembros del Concejo, los alcaldes de la Villa y Tierra con sus varas y el resto de la Villa, todos con capuces y de luto. 

Al llegar al convento de la Piedad, donde se hallaba preparado un túmulo de gran altura que casi llegaba a la bóveda de la iglesia, se introdujo el cuerpo en la clausura y se le depositó en el coro, lugar de eterno descanso de la familia ducal. ¿Dónde reposa su cuerpo? ¿Seguirá emparedado entre los muros del antiguo Casino de Béjar? ¿Sus cenizas se trasladarían en el siglo XIX al sepulcro de su sobrino don Manuel? Huesos y polvo, no más. La memoria es la que pervive.



[1] De ello da buena cuenta MUÑOZ GARCÍA, Emilio en Historia del “Buen Duque” don Manuel de Zúñiga. Cuarta edición. Béjar, 1976.
[2] Este tránsito está muy bien ejemplificado en el caso de su sobrino don Manuel, en su muerte ante las puertas de Buda, como ha estudiado ZARZA SÁNCHEZ, Emiliano. Historia del “Buen Duque” don Manuel de Zúñiga. Una actualización de la biografía del X titular de Béjar (1657-1686). Colección “Don Francés de Zúñiga”. CEB, 2017, pp. 69 y ss.
[3] Archivo Histórico de la Nobleza, OSUNA, C.229, D.526-653, ff. 330 y ss.

15 comentarios:

  1. Finalmente sólo pervive la memoria y el polvo de la materia que hemos sido. Para quienes tenemos la fortuna de la fe, hay una cita después del tránsito donde todos seremos iguales, hayamos dejado memoria o no en las páginas escritas tan bellamente con es este caso. Enhorabuena, Carmen.
    Un abrazo

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  2. Cuando la parca viene por alguien... Carmen, has escrito un magnífico relato de este hecho luctuoso. Me ha sabido a poco. Enhorabuena, ha sido un placer leerlo. Saludos

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  3. De ese trance no nos libraremos nadie. Solo que aquellos que creen en la vida después de la muerte son unos afortunados porque en esos momentos difíciles encontrarán, como el personaje que nos ocupa, cierto consuelo.
    Buen trabajo el tuyo.
    Saludos, Carmen.

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  4. Muy interesante Carmen. Momentos duros para todos, cuando llega. Más sin embargo hay quienes lo superan sin dificultad, más otros no dejan partir a quien lo hizo.

    Besos Carmen

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  5. Aceptó su muerte , con mucha serenidad y con una fe muy grande y mucha devoción.

    Besos

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  6. Emiliano Zarza Sánchezsábado, 06 junio, 2020

    Excelente artículo, como siempre, Carmen. A diferencia del resto de lectores que ha dejado su opinión, muy cierta, más arriba, quiero poner el acento en que la muerte no era, ni es, igual para todos. La de don Ruy, de hecho, dejó huella documental (la de otros muchos bejaranos de la época, anónimos, no), por suerte para todos nosotros, porque así ha podido rescatarla del olvido tu buen hacer. Gracias.

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    1. Gracias, Emiliano. Seguro que sabes mucho más de la vida de este personaje tan querido por su sobrino el duque don Manuel, un padre para él. Aunque no había nacido en Béjar, vaya para su figura este homenaje.
      Un abrazo

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  7. Muy bueno, por cierto.
    Lo registro de inmediato en mi archivo.
    Gracias, JZR.

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  8. Un interesante relato, Carmen, en el que nos relatas todo un ceremonial de la época enfocado al buen morir, cómo si el morirse fuera bueno. Pero, claro está, hasta en esos momentos se requiere se ejemplar.
    Un abrazo

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  9. Desde luego se supo rodear de todas imágenes mas importantes de la la localidad. En cuanto al séquito de eclesiásticos seguro no sería tan importante de ser de menor categoría.

    Saludos.

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  10. Magnífica entrada Carmen, el grabado me ha impresionado mucho. Gracias.

    Besos

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  11. A todo el mundo le llega su hora. Y aunque la muerte a todos nos iguala, hasta en ese momento y en los funerales se observa la diferencia entre unos y otros. Si don Ruy tuvo el auxilio de todos los Santos invocados, nunca lo sabremos.
    Saludos.

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  12. Tras leer tu texto, una no puede dejar de pensar en ese "bien morir" al que todo ser humano debería tener derecho, antaño y hogaño. Y también, preguntarse, ¿Dónde se encontrará Don Ruy ahora? ¿Será posible que alguien tan piadoso esté reposando en el antiguo Casino?

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    1. No lo sabemos, Ana. En el siglo XIX el convento de la Piedad, de fundación ducal, se desamortizó y vendió a distintos propietarios. Cada parte sufrió un destino distinto: mientras el situado al este se conservó y luego fue transformado en Casino, el oeste, el correspondiente a la iglesia, se convirtió en obrador textil para ser destruido en el siglo XX. Ahora en ese mismo lugar se alza una bella casa de hace un siglo.
      Un beso

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  13. ·.
    Un texto muy interesante. Muy bien el detalle de ese 'arte de bien morir' gracia que solo unos pocos con suerte pueden alcanzar. Yo me inclino por un ataque al corazón, o morir dormido.
    Desde luego, Don Ruy fue bien acompañado.

    Un abrazo Carmen

    LaMiradaAusente · & · CristalRasgado

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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo." Óscar Wilde.