Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Semanario Béjar en Madrid.
El recorrido vital del convento de la Piedad o de las dominicas de Béjar, con casi tres siglos de fundación pía, ha sido convenientemente ilustrado por diversos investigadores que de alguna manera han ordenado los conocimientos y el material existente sobre el tema[1]. Por eso en esta ocasión nosotros nos centraremos más en el antes y el después del establecimiento religioso, y en algunos datos que creemos inéditos sobre su desarrollo.
Ni fue fácil el establecimiento de la institución dominica, empezando por la adquisición rocambolesca del inmueble que lo alojaría, ni sencillo su desmantelamiento en medio de un ambiente anticlerical y desamortizador. Sus años de vigencia, desde los estertores del siglo XVI hasta mediados del XIX estuvieron llenos de dificultades, incluso se puede llegar a pensar en algún momento, vencidos por el pesimismo, que se trató de un proyecto fallido. El convento de la Piedad nunca logró competir, si es que este término puede caber entre hermanas, con el de la Anunciación, el popular monasterio de las Isabeles, mucho más antiguo, mucho más cercano a la sociedad bejarana y, sobre todo, mucho menos elitista. Arrastró desde sus inicios el lastre del patrocinio ducal; y aquella cerrazón electiva de solo admitir entre sus monjas a las hijas de los criados más selectos de los duques (esos que no se descubrían ante su señor), junto con las elevadas dotes que se exigían para el ingreso de las novicias, terminaron por dificultar su perduración y condenarlo prematuramente a la decadencia.