Autora: Mª Carmen
Cascón Matas
Publicado:
Especial de Béjar en Madrid,
diciembre de 2009
“Soy cofrade de la
Vera Cruz, Rosario, Misericordia, San Albín
y Santa Lucía”, murmuró el clérigo con voz apenas audible al escribano que
se hallaba sentado junto a su lecho de moribundo. Aquel día de septiembre de
1627 uno de los personajes más conocidos de la villa dictaba sus últimas
voluntades, siempre pensando en el esplendor de su familia y en su alma. “Quiero que se de a la yglesia deel Salvador
los mis candeleros grandes de plata”, escribió apresuradamente al dictado
con letra enrevesada sobre el rugoso papel notarial. El rasgar de la pluma y el
crepitar de la chimenea (el enfermo declaró tener frío a pesar de que el tiempo
aún no había refrescado en demasía) eran los únicos sonidos que rompían el
silencio de la caldeada estancia. Los cortinones de terciopelo granate ahogaban
los escasos rayos de luz provenientes de la calle Las Armas. Varios velones
rodeaban el lecho, preludio de la velación del cadáver, suficientes para
escribir al dictado. Una estatua de la Virgen con el Niño en brazos contemplaba la
escena con sus ojos de vidrio desde el pequeño oratorio privado. Las sombras se
agigantaban o empequeñecían siguiendo el movimiento de las llamas, mientras la
cera derretida se escurría a lo largo de los enhiestos velones y el brillo de
los numerosos objetos de plata distraía al escribano en sus quehaceres[1].
El
clérigo que exhala su último aliento en la casa de la calle Las Armas se
llamaba Antonio de Bolaños y
falleció en 1627. Unos años antes, concretamente en la Villa y Corte de Madrid en
febrero de 1585, moría Juan de Bolaños,
capitán de los Tercios de Flandes.
Ambos unidos por la muerte, los siglos, el linaje, el lugar de origen y
rescatados del olvido en este artículo, utilizando como principales fuentes
documentales el testamento de los dos, escritura postrera y último testimonio
de la vida y primero de la muerte.
Una breve
contextualización: el Béjar de los Bolaños
Aún no se podría calificar a
aquel Béjar de industrioso y pañero, aunque algunos talleres de paños bastos salpicaban las calles de la villa. Sólo
podría adjudicársele el apelativo de ducal,
consistorial y de Cabildo, pues los tres poderes (señorial, civil y religioso) ejercían jurisdicción sobre las
cabezas de los vecinos y competían por dominar en la plaza Mayor[2].
El asentamiento poblacional se extendía constreñido por los viejos muros de la cerca defensiva medieval, encaramado
sobre la colina estrecha y alargada que otorgaba a la villa su alargado perfil
característico.
Muralla medieval de Béjar
Las
pobres gentes que la poblaban sobrevivían gracias al cultivo de frutales en los pequeños huertos del barrio de la Antigua, y de linares y viñas que, quien más quien
menos, poseían o alquilaban dentro del núcleo urbano o en pueblos circundantes.
La explotación ganadera era el
segundo sector económico en la vida de unos habitantes que centraban en estas
dos actividades primarias su sustento para mantener a una familia característica de régimen demográfico antiguo (elevado
número de hijos que morían, la mayoría de ellos a edad temprana, y elevada tasa
de mortalidad). Las especiales condiciones serranas del enclave dificultaban el
desarrollo agrícola. La pobreza se
extendía por doquier, por lo que muchos decidían alistarse en el ejército,
marcharse a las Indias, ejercer la picaresca o la mendicidad por las estrechas
y frías callejas de la población.
La
Casa Ducal campaba a sus
anchas en su palacio recién remodelado, lejos del viejo castillo medieval
defensivo e incómodo. Para más comodidad, veraneaba
en la finca de El Bosque, cuyo modelo había sido importado de Italia. A los
oídos de sus pecheros y leales servidores bejaranos llegaban relatos de sus
hazañas militares, de la vida en la corte y las mercedes reales. La autoridad ducal nunca se ponía en duda.
Alrededor de los señores pululaba una corte extensa de contadores mayores,
tesoreros, maestresalas, gentileshombres de cámara, damas de honor, bufones,
palafreneros, cocineros, esclavos, pintores y demás sirvientes, provenientes en
su mayoría de otras ciudades, aunque eran muchos los nobles hidalgos de la
villa que medraban para entrar en ese grupo selecto, cercano a sus señores
naturales[3].
Villa renacentista de El Bosque
Los
hidalgos paseaban jactanciosos sus
títulos, ocupaban los cargos del consistorio a nombramiento del duque,
adornaban sus palacios con los escudos de su linaje y acaparaban las
propiedades más jugosas. Francisco de Quevedo, en El sueño del infierno escribía: “tres cosas son las que hazen ridículos a los hombres, la primera
nobleza, la segunda la honra y la tercera la valentía”[4].
Y es que en el estamento nobiliario, y por tradición heredada de la Edad Media, esas tres
características eran intrínsecas. Ser noble significaba ser modelo de moralidad, piedad, sabiduría y
justicia, aunque en realidad sus costumbres dejaran mucho que desear. La
mayoría vivía de las rentas, vagaba
arruinada o cometía desfalcos y corruptelas. Moralidad la justa y de preparación intelectual casi nada y con
todo siempre caminaban con la cabeza alta, presumían de ancestros aunque su
bolsa estuviese repleta, pero no de ducados, sino de telarañas, y la capa
agujereada delatase su condición de pobreza. El estatus nobiliario aparejaba la
distinción de sus miembros con unos privilegios
inherentes a su sangre y no a su
bolsillo: disponían de cárceles especiales, no pagaban impuestos, se les
eximía de las mutilaciones por castigos y de ser ahorcado, se les reservaban
cargos públicos, el derecho de patronato o la explotación de determinados
bienes económicos[5]. Por
otro lado, su obsesión por la muerte les acercaba a las ansias faraónicas de pervivir en el más allá, legando bienes,
censos y riquezas por el bien de su alma. Al igual que sus señores, ejercían
labores de mecenazgo a pequeña escala, donando escultura, platería u otros
objetos a monasterios e iglesias.
La
pugna medieval entre los Zúñiga y los
Carvajal aún subsistía; también entre el obispo de Plasencia y el Cabildo
Eclesiástico. El poderoso clero vigilaba
las conductas de los vecinos, exigía el diezmo y llevaba un control estricto
sobre el cumplimiento de los sacramentos. El número de eclesiásticos era
elevado, pugnando entre ellos y con el consistorio por preeminencias y
posición. La procesión del Corpus se constituía como la más solemne de cuantas
existían y el Santo Oficio atemorizaba con sólo pronunciar su nombre.
Continuará
[1] Para
la elaboración de este artículo se han utilizado dos documentos inéditos: los
testamentos del capitán Juan de Bolaños y del clérigo Antonio de Bolaños,
custodiado uno en el Archivo Municipal y el otro en el Archivo Parroquial de la
iglesia de san Juan Bautista de Béjar. El primero es una transcripción
realizada en el siglo XVIII a causa de un pleito eclesiástico por el
nombramiento de capellán. El segundo es una copia del testamento original
depositada en el archivo de san Juan por ser ésta parroquia legataria de parte
de las donaciones de Antonio de Bolaños a su muerte.
[2] MUÑOZ
DOMÍNGUEZ, José.: La Plaza
Mayor de Béjar. Aproximación morfológica e histórica a
un espacio público generador de la ciudad. Discurso de ingreso al CEB nº
20. Béjar, 2003.
[3] CASCON MATAS Mª Carmen: “Los cargos vinculados a la Casa Ducal de Béjar: administración y servidumbre”.
Béjar en Madrid, nºs 4505 y 4506. 18 y 25 de Julio de 2008.
[4]
GARCÍA CÁRCEL, R.; SIMÓN TARRÉS, A.; RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, A. y CONTRERAS, J.: “La España de los Austrias II. Economía, sociedad,
gobierno y cultura (ss. XVI- XVII)” en Historia
de España, vol. 7. Espasa Calpe. Madrid, 2004, p. 325.
[5]
Ibidem, p.339.
Magnífico, Carmen, espléndido texto y buenísimas fotografías.
ResponderEliminarBesos.
O sea que la vida sigue igual con eso de las corruptelas y los desfalcos. Y eso que ahora no sería deshonroso que se pusieran a trabajar.
ResponderEliminarY lo del control del clero debía de ser realmente asfixiante, como tener a la Inquisición en casa todos los días.
Feliz tarde
Bisous
Por lo que se ve la corruptela viene de siglos....por lo visto es bastante difícil de erradicar.
ResponderEliminarBesos
http://ventanadefoto.blogspot.com.es/
Me imagino que esto ocurría en toda Europa. Los de arriba y los de abajo. Me quedo con ese maravilloso lugar de veraneo de la villa renacentista de El Bosque. Que lugar tan hermoso. Los señores tenían buen gusto.
ResponderEliminarUnos nacen con estrella y otros estrellados.
Bss y gracias por tus buenos deseos.
Magnifica tu reseña sobre las familias de Bejar!
ResponderEliminarUn besito.
De pasar a tener una pequeña parcela de terreno para sobrevivir a la casa Ducal que vivía a sus anchas esa era la lamentable vida de la mayoría de la gente de aquellos tiempos, aunque no estemos en las mismas igual estamos apretados muchas veces por el abuso de la mala administración publica.
ResponderEliminarUn abrazo
Tiempos, realmente, duros para el pueblo llano a causa de una Nobleza y de un Clero acaparador.
ResponderEliminar¡¡¡Que razón tenía Quevedo, mi escritor favorito!!!
Una Gran Reseña sobre los Bolaños y las diferencias entre los Zúñiga y los Carvajal.
Abrazos y besos.
Perfecta descripción de la muerte barroca.
ResponderEliminarHola Carmen:
ResponderEliminarComo siempre muy bueno. La corrupción parece algo arraigado en nuestra identidad...
Besos Carmen.
Bueno Carmen, esto promete. Estaré atento a la continuación. Un abrazo,
ResponderEliminarEsto esta a punto de caramelo esperando la continuación.Me quedo con esta reflexión de Quebedo que tres cosas hacen ridículas a las personas l: nobleza, honra, valentía...me quedo solamente con la honra de ser buena persona lo demas es puro formulismo.
ResponderEliminarFeliz día Carmen besos.
Carmen Es esencialmente interesante esta entrada Saludos
ResponderEliminarQuerida Carmen, recién llegada como estoy de pasar unas vacaciones en Salamanca ciudad, encontrar una entrada como esta no es que me haya gustado, ¡es que me ha encantado! Después de pasear por ese libro abierto de Historia e historias que es Salamanca, tu magnífico relato de esas últimas voluntades al pie del Otro Mundo resulta espléndido como preámbulo a la exposición detallada de la sociedad de esa época. Sigo expectante ante la continuación.
ResponderEliminarMil bicos, carissima.
Qué entrada didáctica Carmen, cuánto investigas para darle a tus lectores lo mejor. Te felicito.
ResponderEliminarExcelentes historias, toda una época.
Un beso enorme.
Cuánto me gusta el Siglo de Oro. Hay una mixtura de Pensamiento y Arte, la Ciencia, los Tercios, todo lo mejor y lo peor de nosotros como pueblo cristalizando entre Nebrija y Calderón. La sociedad era más o menos así en buena parte de Europa, pero como país éramos lo más, vaya época para poder vivirla con buenos medios y ser su escriba. Y ya no digo si encima una hubiera podido frecuentar a Quevedo y verlo en su salsa. FELIZ VERANO.
ResponderEliminarMuy interesante y descriptivo de lo que fue ese siglo, esperando la segunda parte.
ResponderEliminarSaludos.
Vayaaa ,menudo panorama tenían los bejaranos en aquella época.Y los señores a vivir.
ResponderEliminarBueno "la corte" sigue existiendo. Esto ha cambiado poco, seguimos igual, se arriman a medrar al lado de los poderosos y a la orden del día siguen los desfalcos y corruptos haciendo de las suyas, se conoce que se hereda.
No me extraña que hubiera tanta pobreza, las huertas por aquí dan poco, el tiempo bueno dura un par de meses.
Buenas fotos la muralla y el palacio.
Buen fin de semana.
Un beso.
Curiosa cita de Quevedo, siempre poniendo el dedo en la llaga cuando él también provenía de familia de hidalgos. Fue genial. Un abrazo.
ResponderEliminarMucha razón llevaba Quevedo.
ResponderEliminarEn cuanto a este artículo, estoy seguro de que será de mi agrado. Los testamentos son documentos utilísimos para conocer la historia.
Estaré pendiente de la siguiente parte, aunque no estoy en casa.
Feliz verano!
Hola Carmen, ya he regresado de mis vacaciones y de nuevo me tienes aquí leyendo una bella historia de Béjar, como siempre bien documentada.Las fotografías son preciosas, de todas me quedo con la del lago.
ResponderEliminarGracias
Un abrazo
Sor.Cecilia