Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 15/08/2014, nº 4.710, p. 4.
A
juzgar por las alusiones a la infancia que nuestro protagonista, el escritor Juan Eduardo Zúñiga, ha hecho en
diversas entrevistas, siempre refiriéndose a ella como un periodo triste y de
intensa soledad, la relación que pudo tener con su progenitor (don Toribio
Zúñiga) debió quedar marcada por las distancias que entre ellos puso el modo
distinto, e ideológico, de entender la vida y, más concretamente, los problemas
de España.
El escritor madrileño Juan Eduardo Zúñiga
Su padre, el bejarano Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo
El
caballero monárquico, religioso y conservador que fue don Toribio chocó con la
disposición más abierta y el punto de vista social de su hijo Juan Eduardo, que
en todo caso también se mostró crítico con todo proceder violento e injusto,
viniera de donde viniera. Ese carácter quedaría definido a partir de la
vivencia determinante de la Guerra Civil y de los primeros años de la
posguerra, cuando apenas era un niño de diez o doce años; no solo en la percepción de las injusticias
bélicas, sino también en la configuración del tema central de su obra
literaria. Los temas no los eliges sino que te eligen, y a veces de manera
traumática.
En aquel periodo, nos dice Juan Eduardo, vivían de modo austero en
una casa con jardín en el barrio de Prosperidad, salvaguardado de los
bombardeos nacionales, al igual que otros distritos madrileños. Su padre, a
pesar de su ideología conservadora, había sido respetado por el gobierno
republicano durante la guerra debido a su trabajo como farmacéutico en la Cruz
Roja y al profundo respeto que sus empleados sentían por él[1].
Encerrado en el pequeño universo de su habitación, el escritor en ciernes fue
desarrollando una pasión por la lectura y unas maneras de hombre exquisito y
minucioso que luego trasladaría a su manera de trabajar.
Pero la vocación de
escritor tendría que esperar. Antes de ello Juan Eduardo estudiaría Bellas
Artes y Filosofía y Letras, trabajaría como traductor (como preámbulo del
literato, lo que llevaría a ser Premio Nacional de Traducción en 1987) y en
otras actividades mucho más prosaicas: repartidor de laboratorios,
representante, técnico de radio, fotógrafo industrial y publicitario. En esa
época es cuando se topó con la obra de Iván Turgueniev y en general con la
literatura rusa, cuyo particular y remoto universo actuaría de evasivo en la
vida de Zúñiga frente a la realidad desoladora de su adolescencia. Hasta tal
punto se desarrolló esta pasión que terminaría convirtiéndose en uno de los
mayores especialistas españoles en la obra del ruso, así como un profundo
estudioso de las lenguas eslavas. En este sentido dos de sus libros, “El anillo
de Pushkin” de 1989 y “Las inciertas pasiones de Ivan Turgeniev” de 1977,
sirven de homenaje al universo romántico de la literatura rusa y de sus
autores.
Pero, como hemos
dicho, la experiencia traumática de la Guerra Civil, donde “vi cosas que nunca
debía haber visto”, le marcó de tal manera que muchos años después (Zúñiga es un
escritor de vocación tardía, no se convertiría en novelista hasta pasados los
treinta años) exorcizaría la indeleble marca que en su infancia dejó el
conflicto. Y lo hizo de la manera más dolorosa, pero quizá también más efectiva
y hermosa: escribiéndolo. Haciendo uso de la literatura como antídoto del dolor
en su mezcla de realidades a superar y de ficciones a inventar. Ese ejercicio
se resume en la trilogía formada por los libros de cuentos “Largo
noviembre en Madrid” (1980), “La tierra será un paraíso”
(1989) —con el que consigue el Premio Nacional de Narración— y “Capital
de la gloria” (2003)[2],
tal vez los libros más celebrados del autor de origen bejarano. Por ellos
pululan toda una serie de personajes desolados, utópicos unos, desengañados
otros. El escepticismo se mezcla con las ilusiones rotas, sobre un telón de
fondo inconfundible, el de aquel Madrid (capital del dolor o de la gloria) en
el que le tocó crecer. En estas obras, además, nuestro autor encuentra su
lenguaje propio, lejos de la compleja y trascendental alegoría de su primera
novela “El coral y las aguas” de 1962. Su escritura se hace ahora
intensa, desatada, como si un hilo inacabable o un borbotón literario pugnara
impaciente por salir a través del lenguaje. Párrafos inacabables recorren el
libro y encabalgan páginas sin dejarnos respiro, envueltos por la intensidad de
la retórica propia de un hombre desarrollado en lecturas poéticas y educado en
la percepción de la belleza. Con la novela “Flores de plomo”, escrita en
los años noventa, el autor marca su madrileñismo al tratar el suicidio de
Mariano José de la Larra y las repercusiones que el acontecimiento tuvo en la
capital.
Comenzábamos el
primero de los artículos dedicado a Zúñiga refiriéndonos a su padre don
Toribio, ilustre bejarano, y terminamos recordando la relación con Béjar que
nunca ha olvidado nuestro escritor, “maestro de la literatura”. Primero con sus
escritos en Béjar en Madrid, no podía ser de otra manera, y después con
la difusión de la colección fotográfica que de la Béjar antigua había
recopilado su padre, y que Juan Eduardo
ha cedido para diversas exposiciones tanto en nuestra ciudad como en Salamanca[3].
[1] EL PAIS semanal. 29 de junio de 2013.
[2] Este último título hace referencia al título de un poema de Rafael
Alberti.
[3] “Ayer y hoy de los caminos a Santiago por Castilla y León. La Vía
de la Plata”. Fotografía procedentes de los fondos de la Filmoteca de
Castilla y León. Junta de Castilla y León y Xacobeo, 2010.
El parecido físico con su padre -el caballero monárquico, católico y conservador- es prodigioso.
ResponderEliminarPosiblemente dos buenas personas, el padre y el hijo, a pesar de las diferencias ideológicas. Las ideologías, como las religiones, no nos hacen necesariamente ni buenos ni malos. Eso es algo que aprendemos con los años.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola Carmen:
ResponderEliminarImagino esos debates entre padre e hijo sobre sus opiniones. Posiblemente se hubiese aprendido de ambos.
Besos
Es muy normal estos puntos de vista encontrados;pero aunque no procesaran la misma ideología si eran personas conciliadoras es muy enriquecedor estos puntos de vista.En familias que suelen ser tan conservadoras es rara la vez que algún miembro no salga contrario .Los roces generacionales, que tanto han aportado; para que se reflexionen y se enderecen entuertos.
ResponderEliminarMe parece una persona muy sensata y que parecido tan extraordinario con su progenitor...
Un abrazo feliz martes Carmen.
Muchas veces en la vida es así que no elegimos las cosas sino que nos eligen ellas.
ResponderEliminarSus obras deben de ser de gran interés ya que en ellas deben reflejar su vida vivida en tiempos muy duros.
Un abrazo.
No puedo llegar a comprender, ese distanciamiento entre padre e hijo.
ResponderEliminarPero desgraciadamente los hay.
Saludos, manolo
Un conflicto entre las dos España que suele ser común en el seno de cualquier familia y más en aquellos tensos años. Uno de aquellos intelectuales que miraban hacia Rusia quizás esperando algo mejor, sin saber que allí el sufrimiento era grande también.
ResponderEliminarUn beso
Por lo que se ve, los conflictos generacionales no son cosa de ahora, ya vienen de antiguo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Esas "cosas que se ven y que nunca de deberían haber visto" a edades tempranas marcan para siempre. Las experiencias traumáticas que acompañan toda la vida.
ResponderEliminarUn beso
Padre e hijo se parecen físicamente y tal ves en su sentido del respeto, de la prudencia aunque las experiencias del joven escritor le llevasen por otros derroteros. Un vida muy interesante e intensa.
ResponderEliminarBss
Mientras leía, sin poder explicar por qué. me venían a la memoria los hermanos Machado. Con frecuencia, dos destinos distintos en base a la ideología, pero un mismo fondo común.
ResponderEliminarUn beso.
Madame, me han entrado ganas de leer Flores de plomo. La época y el acontecimiento del que parte suena de lo más interesante.
ResponderEliminarFeliz tarde
Bisous
Ese choque generacional es frecuente a lo largo de la historia. Los hijos cuando se hacen mayores cuestionan las decisiones y la forma de afrontar la vida de sus mayores, ocurre mayormente en la adolescencia aunque algunos, cuando son padres de familia, llegan a darle la razón a sus padres......esto, por lo que veo, no ocurrió así en el caso que nos ocupa.
ResponderEliminarBesos
Una gran biografía de Juan Eduardo Zúñiga.
ResponderEliminarSu trabajo como Traductor marcó su Vida, y sobre todo cuando se encontró con grandes escritores de la Literatura Rusa.
Su Infancia debió de ser muy dura viviendo la Posguerra y teniendo abismales diferencias ideológicas con su Progenitor; aunque ambos buscaron la moderación de los conceptos en sus dispares criterios.
Como siempre es una delicia leer estos relatos biográficos de personalidades relacionadas con esta bella Villa.
Abrazos y Besines.
Sin duda, vivir una infancia en guerra marca.
ResponderEliminarEntre futuros escritores, mientras unos se pegaban aterrorizados a la pared de su cuarto al oír los tiroteos, a otros, como a Francisco Candel, la tragedia le brindaba la aventura de salir a rebuscar cuerpos de soldados entre los arbustos de Montjuich, especulando con sus amigos sobre cómo fueron esas muertes. Nos brindas un buen perfil para conocer mejor la obra de Zúñiga
Dura infancia que a la fuerza te marca para siempre.
ResponderEliminarGracias Oscar por dsr a comocer un poco más a estos ilustres bejaranos. Mucho parecido físico, no en caracter tienen padre e hijo.
Un beso.
Malos tiempos le tocó vivir pero que a la vez le sirvió para escribir y hacerlo muy bien, por lo que parece. Interesante biografía de una persona que merece ser recordada.
ResponderEliminarUn saludo.
Tuvo que marcarle mucho su infancia. Un fuerte abrazo Carmen y buen fin de semana. @Pepe_Lasala
ResponderEliminarCuánto cuesta consolidar la maestría, cuántos sacrificios y diversas ocupaciones hasta lograr el reconocimiento.
ResponderEliminarAl menos Juan Eduardo Zúñiga lo logró.
Un saludo.
Me han gustado estas dos entradas. Vaya pareja, padre e hijo.
ResponderEliminarMuy buena la anécdota sobre Cambó.
Y respecto de Juan Eduardo, un escritor desconocido para mí, me resulta atractiva esa trilogía que sirvió para expulsar, o por lo menos retratar, aquellos traumas que le marcaron durante esa tremenda guerra civil.
Mis felicitaciones a Óscar Rivadeneyra.
Abrazos para ti, Carmen!!
Como te escribí en la primera parte de esta exahustiva biografía y conocimiento de un gran autor literario, solicité a mi librero las obras de Juan Eduardo Zúñiga. Ya me ha conseguido dos de ellas y he empezado a disfrutar de su estilo y su prosa. Has sido para mi una excelente crítica y descubridora. Vivir tantas etapas convulsas de la historia debió dejar una señal indeleble en la personalidad y el pensamiento de este gran escritor. Por otro lado, has realizado unas publicaciones espléndidas y Óscar Rivadeneyra un gran trabajo..
ResponderEliminarUn gran y cariñoso abrazo, querida Carmen.
Interesante biografia, un personaje mas de los que no prestamos la atencion que se merece.
ResponderEliminarUn beso.
PD. Seguro que habras disfrutado de tu viaje a Lisboa.
Mi padre siempre decía que Juan Eduardo Zúñiga era primo lejano suyo, era hijo de "su tío Toribio" y se enorgullecía e ello mientras leía sus novelas con avidez. Una tarde de invierno firmaba sus libros Juan Eduardo en la casa del libro de Goya y fui a que me firmara sus preciosas "flores de plomo". Al comentarle yo el parentesco entre él y mi padre apenas se inmutó .No conocía a mi padre, ni sus apellidos, no tenía ninguna vinculación con nadie de aquellos a los que, a la desesperada, iba nombrando como las cuentas de un rosario . Aunque le comenté que era para un primo suyo , firmó el libro con la misma frialdad con que lo hubiera firmado para cualquier otra persona. Mi padre se asombró cuando le dije que Juan Eduardo no sabía nada de nadie ni de Béjar. Un bejarano ilustre con poca vocación de bejarano. Mi padre se disgustó. Había pensado durante años que ese moroso narrador era parte de él. Mi padre murió y ahora leyendo tu impagable blog veo que, verdaderamente, Juan Eduardo era hijo del "tio Toribio". Mi padre tenía razón .
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