Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, 4.900 (5/VIII/2022), p. 4.
¡Fuego, fuego!, grita un vecino corriendo despavorido por la calle Mansilla. ¿Dónde, dónde?, preguntan varios paisanos alertados por los gritos saliendo de sus refugios en sombra y exponiéndose al implacable sol de una tarde de julio. El temor a que las casas salieran ardiendo era una constante, una espada de Damocles siempre a punto de caer sobre las cabezas. No hace falta una respuesta: una densa columna de humo se alza hacia el cielo por detrás de las casas del lado norte. Sólo existen dos orígenes posibles: las cuestas del río o el convento de San Francisco. Por la gravedad de los rostros, la realidad más negra se les echa encima. Decenas de personas acuden al fuego, haciendo cadenas, traspasando de mano en mano baldes, cubos, tinajas, damajuanas. Son jornaleros, bataneros, tejedores, comerciantes, mendigos, ganapanes; flamencos e ingleses, españoles y portugueses; mujeres de mala vida y beatas, hiladoras y tenderas; sacerdotes, frailes, milicianos, buscavidas. Bejaranos ayudando codo con codo, de diversas procedencias y lenguas. El llamamiento se ha extendido como la pólvora y paisanos de todas las parroquias se tiznan de ceniza. Hasta el duque don Joaquín, presente en Béjar por aquellos días de julio de 1751, se interesa por el pavoroso incendio que está reduciendo a polvo su querido convento de San Francisco. A caballo se desplaza desde el palacio ducal con rostro preocupado bajo su peluca empolvada a la moda. Al día siguiente es el obispo de Plasencia, don José Ignacio Cornejo, también a caballo, quien se acerca a contemplar el destrozo.
Vista aérea del convento de San Francisco de Béjar. Foto aquí
Así nos lo narra fray Liciniano Saez, archivero de la Casa de Osuna a finales del siglo XVIII[1]. Aquel monasterio de orígenes medievales, engrandecido por los distintos señores de Béjar a finales del siglo XVI, de cuyos últimos años se puede fechar su magnífico claustro, quedaba destruido en buena parte por un incendio declarado a las dos de la tarde un día de julio de 1751. El foco comenzó en una celda situada encima de la portería y no pudo controlarse hasta el final de la jornada, extendiéndose por el edificio claustral «por más agua que se gastó». La ruina afectó al lado sur del convento es decir, a la iglesia de origen medieval, reedificada por Francisco II hacia 1570[2], y las celdas adyacentes al claustro. Una visión anterior al incendio la proporciona la Vista de Béjar de Ventura Lirios en 1727. Según las fuentes «apenas se pudieron sacar las ymagenes, pereçiendo lo demás con el organo, libros del coro, retablos y otras cosas». Hasta las cabezas de madera de las campanas de la espadaña acabaron destruidas.
Otros crueles incendios se cebaron con edificios históricos de Béjar a lo largo del tiempo. Me viene a la cabeza, así por de pronto, el que destruyó parte del barrio de San Pedro, a extramuros de la villa, en 1617[3]. Según don Juan Muñoz de resultas de esta tragedia se fue despoblando su caserío otrora populoso desplegado en torno a la iglesia del mismo nombre. De este templo no quedan hoy ni las ruinas. Martín Lázaro nos da otra versión distinta del incendio, emplazándolo el día de la festividad de San Antón de 1628. Fue de tal virulencia que destruyó 142 casas en la Villa Vieja, es decir, en el barrio de Santa María y Santiago[4]. Quizá se referían a dos tragedias distintas.
Claustro del convento de San Francisco de Béjar. Foto de aquí
La noche del 19 de junio de 1739 una centella redujo a ceniza el Cubo de San Andrés del palacio Ducal, destruyendo los frescos que había pintado solo unas décadas antes Ventura Lirios[5]. Qué duda cabe que la causa de tan desafortunado incendio fue una tormenta cargada de electricidad propia del verano.
Por otras razones menos accidentales, se quemaron varias viviendas de la calle Mansilla por el asalto de las tropas francesas en la Guerra de Independencia[6]. El solar fue aprovechado para construir las escuelas de Mansilla y después la Plaza del Mercado, hoy Centro de Ocio. Asimismo hemos de sumar la destrucción de fábricas causadas por chispas que saltaban de las máquinas y que eran una constante en los siglos XIX y XX[7]. Sumemos el desgraciado incendio provocado en la iglesia de El Salvador en febrero de 1936, que arruinó uno de los mejores y más ricos templos de Béjar, y el que redujo a cenizas la residencia de las Hermanitas en 1963.
Pero, prosigamos con el incendio del convento de San Francisco. El papel del duque don Joaquín[8], por aquellos días en Béjar, no fue menor. Nada más enterarse de la declaración del pavoroso incendio, acudió al lugar del siniestro y ordenó que las imágenes y platería rescatadas fueran trasladadas a la iglesia de El Salvador y a la capilla de palacio para su custodia. Además mandó repartir pan, queso y vino entre los presentes, agotados por el acarreo de agua y los intentos infructuosos por apagar el incendio. Por la noche, hizo acto de presencia escoltado por sus milicias en dos ocasiones con el loable fin de evitar desórdenes y saqueos, y repartió 400 reales entre los vecinos que se quedaron para vigilar y no se reavivase. Por último se hizo cargo de los monjes del convento, alojándoles en el palacio mientras sus celdas se convertían en mínimamente habitables pagándolas de su costa.
El obispo de Plasencia, don José Ignacio Cornejo, que también estaba en Béjar disfrutando de los veranos frescos[9], concedió cuarenta días de indulgencia a los vecinos que trabajasen en el convento para su reconstrucción, así como los que diesen limosna. Hasta salió acompañando a los religiosos en una colecta por las calles de la villa, de resultas de la cual se recaudaron tres mil reales.
Las obras de reedificación comenzaron rápidamente y, en el mismo documento, a cuenta de un capítulo de la orden que se iba a celebrar en Béjar, se narra cómo estaban ya aposentados los religiosos en sus celdas y nos les faltaba de nada, salvo que «se halla el claustro vajo todo el ocupado con la cal y materiales para la obra». El convento parecía lucir mejor que antes, aunque con las mismas habitaciones y estancias que el primigenio, en unas obras que duraron varios largos años.
[1] AHN. OSUNA. Documentación relativa a la incorporación del Convento de San Francisco de Béjar (Salamanca), patronato de los duques de Béjar, de la Provincia de San Miguel, a la Provincia de Los Ángeles, a petición de Francisco [Diego López de Zúñiga Sotomayor, V] duque de Béjar, f. 202.
[2] MUÑOZ DOMÍNGUEZ, J. «Huellas actuales de la Historia Contemporánea de Béjar (1777-2012)». Historia de Béjar, vol. II, 2013, p. 302.
[3] MUÑOZ GARCÍA, Juan. «Datos para nuestra historia. Sobre el templo y sobre la parroquia de Santa María», Béjar en Madrid (1939, p. 2.
[4] Esta referencia ya ha sido contrastada en mi artículo «Inventario breve de regocijos, jolgorios y curiosidades festivas religiosas de Béjar desde la Edad Moderna». Revista de Folclore “Joaquín Díaz Caneja”, nº 460. Junio de 2020, pp. 66-91. Martín Lázaro transcribió el documento del AHN OSUNA C.246, D. 74 que ofrece la versión del incendio de la Villa Vieja. Don Juan Muñoz comentaba otro en fecha y emplazamiento distinto, citando la transcripción de Martín Lázaro. Una de dos: o es un error de don Juan Muñoz o se trata de dos siniestros distintos.
[5] AHN OSUNA, C.261, D.35. Cartas de la Sra. Duquesa Dª Maria Ana de Borja Fernández de Córdoba, gobernadora de esta Casa el año de 1739.
[6] RODRIGUEZ BRUNO, G. E. Béjar y la Guerra de Independencia. Béjar, 1993.
[7] A este respecto sería prolijo desglosar toda la bibliografía trabajada por Javier R. Sánchez Martín, donde nos ofrece pormenorizados detalles de las causas de estos incendios rastreadas en la prensa de la época.
[8] Ese mismo año, en abril, había sido investido por el rey Carlos III con el Toisón de Oro en Aranjuez.
[9] Debía de ser habitual su presencia incluso fuera de las fechas estivales, pues se le documenta en noviembre de 1754 bendiciendo el recién estrenado retablo de Navacarros.
Un incendio devastador, que con los medios de antes era bastante difícil poderlo controlar.
ResponderEliminarBesos
Devastadores efectos los de todos incendios que nos comentas, aunque te centras mas en el de la iglesia del convento de San Francisco.
ResponderEliminarSaludos.
Que impotencia , por desgracia mucho material a favor del fuego y con los medios que se disponía aun más impotencia.
ResponderEliminarUn beso y desearte un tranquilo inicio de junio,Carmen
Fue un gran pérdida, tanto el convento de San Francisco como el resto de los incendios.
ResponderEliminarAbrazos.
Un incendio en esa época era lo más trágico que le podía ocurrir a una villa, pero pienso que los que más dolieron a sus pobladores fueron los de la Segunda República y los de la Guerra civil ya que detrás de ellos principalmente lo que había era odio.
ResponderEliminarMuy interesante...como siempre, amiga Carmen.
Un abrazo.