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10/31/2025

El convento de la Piedad. De maitines a vísperas (3ª Parte)

Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto

Publicado: Semanario Béjar en Madrid 

       La fachada principal del convento, es decir la que miraba al conjunto de la plazuela que lleva su nombre, estaba constituida por una portada clásica compuesta de arco de medio punto enmarcado por pilastras y rematada por una hornacina superior. No diferiría demasiado en aspecto de la que se conserva en la parte más occidental de la fachada del convento de San Francisco. En el muro actual del jardín, lindero con el inicio de la calle Colón, se han conservado distintas piezas decorativas reutilizadas, que bien podrían haber formado parte de esa antigua portada. Se trata de las ménsulas que sostienen el pequeño balcón asomado a esa calle, los dos pétreos fruteros que lo rematan, más una delicada talla de rostro femenino situada sobre el ángulo que traza el muro. Los recientes trabajos de poda y limpieza en el jardín sacaron a la luz esta última pieza que por su disposición podría haber sido igualmente una ménsula.   

El convento de la Piedad se alzaba en el mismo lugar de los edificios que se ven en el centro de la foto. Vista desde el paraje de la Fuente del Lobo. 

      Además de ello la fachada norte constaba de un ventanaje simétrico más un añadido de menor altura que estrechaba el tramo inicial de la calle Colón[1]. Por la parte del mediodía fue creciendo un jardín en el espacio que había sido zona de parrales y viñas (como la denominada Moscatel) que concluía en los adarves de la propia muralla. Estos se abrían a extramuros a través de la denominada puerta de la Solana, identificada hoy por algunos historiadores con el sólido arco enladrillado bajo el que discurre la calleja Ferrer.

        Más difícil resulta recrear el interior del edificio, formado por iglesia y claustro anexo, de los que, no obstante, se conservan algunos restos. El templo estaría dispuesto a lo largo de la fachada norte, paralelo a la plazuela, con su cabecera hacia la actual calleja Ferrer[2] y sus pies linderos con la calle Colón frente al inicio de la calle de las Armas. Una sencilla espadaña, que resaltaba sobre la parte meridional del tejado, servía de campanario.

Ménsula decorada encontrada en el jardín. Foto Francisco Hernán Martín

 

      Detrás de la iglesia, siempre mirando desde la plazuela, estaría localizado el pequeño y elegante claustro a cielo abierto. Se  ha conservado su parte inferior desplazada de su situación original además de notablemente trasformada. Al menos uno de sus frontales fue construido en 1609, una década después de la fundación del convento. Gracias a la lectura del contrato entre el vicario conventual y el cantero Diego García de Rivera[3] sabemos el primer aspecto en el diseño de esta obra. En él se describen medidas, elementos arquitectónicos y estilística utilizada. Se trataba de un claustro de pequeñas dimensiones y con dos pisos, enmarcado por un refectorio por su parte oriental, las celdas de las monjas alrededor, y comunicado hacia el norte con la iglesia.  

     Cada uno de los lados constaba de ocho arcos, cuatro en cada piso, siendo los inferiores de medio punto y los superiores apainelados[4]. Las basas de las columnas eran simples, el fuste de estilo toscano, es decir sencillo, y el capitel dórico. Cada piso, por lo tanto, constaba de tres columnas centrales más dos medias en los extremos. El corredor superior contaba con un antepecho macizo y todo el conjunto quedaba rematado por el alero del tejado bajo el que se dispusieron varias gárgolas con el fin de desaguar la lluvia[5]. No debieron ser del todo eficaces pues las humedades y goteras en la cubierta fueron un constante problema en este edificio. En 1694, después de un intenso periodo de lluvias coincidente con la visita del duque, el capellán Tejero Andrade informaba a la duquesa María Alberta de Castro (sí, la del pomposo recibimiento) que, tras ver el tejado el maestro de obras vio necesario «componer uno de los corredores que está amenazando gran ruina» sin duda por efecto de las aguas[6].

 

 Uno de los escudos del retablo del Cristo del Humilladero de Candelario

       De la iglesia se han conservado elementos del coro alto en uno de los salones del antiguo Casino de Béjar y parte del retablo barroco, desplazado algún kilómetro de su lugar de origen. En la ermita del Cristo del Amparo de Candelario, en el Humilladero, se conserva buena parte de este magnífico trabajo atribuido a Pedro de Gamboa, relacionado con los Churriguera salmantinos. El contrato del trabajo se firmó en abril de 1728 en Madrid con los testamentarios del marqués de Valero, Baltasar de Zúñiga, que dotaron al convento de 1000 ducados para costear esta iniciativa[7]. Por desconocimiento de los tallistas se erró en la composición heráldica de los escudos de los Zúñiga representándose la banda negra interior con disposición horizontal en vez de diagonal.  Así se conservan hoy en su ubicación de la ermita de Candelario. 

 

       Talla de San Vicente Ferrer del retablo del retablo del Cristo del Humilladero de Candelario

 En el próximo capítulo enfilaremos la recta final de la historia de este convento que, transitando el siglo XVIII en paulatina decadencia, terminaría abocado, como tantas otras propiedades de la iglesia, a la desamortización, cambiando con ello su definitivo destino.

Continuará 

 



[1] En tiempos de la alcaldía de José Rodríguez Yagüe (años 80 del siglo XIX) fue expropiada esta parte occidental del convento para ensanchar la calle. Yagüe fue juez y parte pues él mismo era uno de los propietarios del edificio en aquel momento.

[2] Antes de su nombre actual la calleja se denominada simplemente «de las Monjas».

[3] El contratista fue el vicario del convento, mientras que los contratados fueron Diego García de Rivera, cantero, y su esposa María González. vecinos de Béjar. La llamativa presencia de la mujer solo puede entenderse como avalista de su marido en caso de no responder este convenientemente al acuerdo que firmaba. Solo cuando ellas sostenían económicamente a sus consortes figuraban con su nombre, eso sí previa petición de licencia que debían solicitar y sus maridos concedérsela.

[4] Arcos rebajados, también denominados arcos carpaneles.

[5] Archivo Histórico Provincial de Salamanca: «Obra de los corredores del convento de la Piedad», P.N. 703, f. 75v, año 1609.

[6] Archivo Histórico de la Nobleza Osuna, C.256, D.1271.

[7] Cascón Matas, C. y Domínguez Blanca, R. «El arte en Béjar desde el medievo hasta 1900», en Historia de Béjar, Tomo II, CEB, Béjar, Diputación de Salamanca, 2014, pp. 486 y 497

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