Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto.
Publicado: Béjar en Madrid.
La rocambolesca historia del cambio y contra cambio de propiedad que sufrió, en los últimos años del siglo XVI, el inmueble destinado a ser convento comenzó mucho tiempo antes, concretamente el 14 de noviembre de 1530. En esa fecha la duquesa doña María estampó su rúbrica en el testamento otorgado a espaldas de su marido y donde, frente a los deseos de él, estipuló toda una serie de mandas en beneficio de los criados más allegados a su persona y de sus propios píos deseos. El más llamativo, y que mayor trascendencia iba a tener no solo para sus beneficiarios sino para la historia de Béjar, iba a ser la disposición de fundación del colegio de San Guillermo de los agustinos en Salamanca[1]. De haber sabido sus consecuencias a buen seguro se hubiera pensado dos veces disponerla. El caso es que la duquesa, sin herederos directos, legó íntegramente, para financiar ese colegio, todos los bienes muebles e inmuebles que tenía fuera del mayorazgo.
El problema iba a surgir a la hora de dilucidar entre tamaña cantidad de propiedades cuáles estaban o no dentro de él, y no fue dificultad menor pues hasta 35 años después del fallecimiento de doña María no hubo una decisión en firme al respecto. Estamos ya en el año 1568, y entre la serie de inmuebles adjudicados al colegio salmantino para sostener su financiación destacan (además de varias decenas de casas en la calle Mayor de Béjar y diversas fincas entre las que estaba el mismísimo Bosque con sus jardines, fuentes y estanques) «las casas llamadas del Palacio Nuevo con sus cortinales más el cortinal de la viña perdida del duque que se dice Moscatel», es decir el edificio y terrenos contiguos que acabarían convertidos con el paso del tiempo en el convento de la Piedad[2].
No tenía el inmueble en aquella época la unidad constructiva que luego se le dio. Estaba configurado por tres edificaciones contiguas cada una con un propietario distinto. La recuperación de sus nombres nos hará recordar evocadoras profesiones, alguna de ellas ya inexistente. La primera, en la parte más baja, pertenecía a Alonso Hernández cerrajero con un corral que era del licenciado Miguel Barco, médico de la villa. En el medio estaba la casa que había sido de Espíndola ballestero y después de Juan Martín zurrador, y ya en la parte más alta del conjunto, la más oriental, se localizaba un tinte[3]. Un más que variado y curioso despliegue de usos que terminarían unificados por la orden conventual, pero que todavía se verían sometidos a singulares cambios de mano.
Primero por orden judicial el conjunto se adjudica al colegio de San Guillermo que toma muy pomposamente propiedad de él. Estamos, como hemos dicho, en 1568. Veinte años después el mercader Juan Núñez Burgalés lo compra al colegio por 300 000 maravedís, pero el siguiente año el tesorero de la casa ducal Gonzalo Suárez, apelando a su vieja propiedad, exige a Núñez que se las venda al duque y no a ningún otro habida cuenta de las intenciones especulativas del mercader[4]. La venta fue tan inmediata que quedaron flecos por resolver, por ejemplo las alegaciones del médico Barco que insistió en que la parte del corral vendida al duque era en realidad suya pues se la había comprado a Núñez Burgalés y además, declaraba, que «hizo gastos quitando una peña que había en dicho corral»[5].
De este modo Francisco II tomó posesión del edificio (o del conjunto de edificios) sin mayores problemas regresando así la propiedad a la casa ducal ya en las postrimerías de tan complejo siglo. En 1591 fallece dejando como viuda a doña Brianda Sarmiento de la Cerda, que había sido su segunda esposa. Por mediación de esta habían comenzado un año antes las obras encaminadas a reconvertir el conjunto y sacralizar un espacio que había sido tan pagano. Gracias al celo con el que se tomó nota de cada uno de los gastos realizados en las obras y con el que luego se custodiaron estos durante siglos en el archivo ducal, conocemos hoy al detalle los pasos llevados a cabo, el nombre de maestros de carpintería, canteros, peones, oficiales, materiales usados e incluso el origen de estos.
Nos permite saber por ejemplo que el material pétreo que se usó provino de las canteras que tradicionalmente nutrían las construcciones bejaranas, las de Navalmoral, Santibáñez y Sorihuela, y aun de otras más lejanas; la cal de las minas de los Santos y la madera de los bosques de roble de Palomares y de Navacarros. Que el maestro de cantería Diego Bote se encargaba de tallar la piedra en el mismo lugar donde se sacaba, de ahí que en junio de 1590 se trajera un capitel ya hecho desde Sorihuela, o un año más tarde se hiciera lo propio con una columna y un capitel desde Gilbuena.
El continuo trasiego de material tan pesado no era fácil y por eso constan las ocasiones en que las carretas tiradas por sufridos bueyes terminaban quebrándose a mitad de camino. La obra fue dirigida por Pedro de Tapia, a quien podemos considerar como arquitecto de ella, por el veedor Diego de Torres y por otros oficiales como Andrés Bote. Los obreros se dividían en canteros, herreros, caleros, mamposteros, albañiles, peones, tejeros, mozos de carreta, arcilleros, areneros, sacadores, etc[6]. La traza del edificio apenas puede definirse con estos datos que son más constructivos que arquitectónicos. Por ello tendremos que recurrir a la imagen que el pintor Lirios reprodujo de él en un fragmento de su cuadro «Vista de Béjar» unos 150 años después de su construcción.
Continuará
[1] Archivo Histórico de la Nobleza, OSUNA, C.309, D.31: «Revisión del testamento de María de Zúñiga [(II)] duquesa de Béjar realizada por catedráticos de la Universidad de Salamanca». Los restos arqueológicos de este colegio de agustinos están localizados en El Botánico, un solar de 4000 m2 contiguo al Palacio de Congresos y sobre el parking subterráneo de la USAL.
[2] Ibídem, OSUNA, C.220, D.2-7: «Documentación relativa al pleito mantenido por el Colegio de San Guillermo de Salamanca con la casa de Béjar a causa de la propiedad de ciertos bienes».
[3] Ibídem, OSUNA, C.220, D.2-7, f. 41. El zurrador era un oficio relacionado con la peletería cuya función básicamente era la de golpear las pieles. En Béjar existió la Alameda de los Zurradores (la parte baja de la actual calle Alojería).
[4] Ibídem, OSUNA, C.220, D.9-52: «Documentación relativa al patronazgo que la casa de Béjar mantenía con el Hospital para pobres de Béjar (Salamanca), y con el Colegio de San Guillermo de agustinos en Salamanca», f. 1116.
[5] Archivo Histórico Municipal de Béjar: «Testamento del médico Barco», año 1598.
[6] Ibídem, OSUNA, C.229, D.526-653: «Convento de la Piedad, obra en su edificación», f. 1398-1427.

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