Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 2 de noviembre de 2014, nº 4.720.
Frente a los
tradicionales bienes muebles e inmuebles de los que suelen constar los inventarios de la propiedad, se añadía en siglos pasados lo que
podríamos denominar la propiedad de lo etéreo y de lo efímero que, pese a su
condición, por ser materia altamente lucrativa, fue muy disputada por los
poderosos. Nos estamos refiriendo a la nieve, el meteoro por excelencia del
invierno, que no ha dejado de seducir por su belleza y por su rentabilidad a
partes iguales. No es exclusiva cosa del presente el mirar al cielo en busca de
lo proclive de las nevadas, consultando arreboles y calendarios zaragozanos
antes y geopotenciales en la actualidad.
Sierra de Béjar con nieve
Un invierno henchido de
precipitaciones es tan solicitado hoy por los esquiadores como lo fue desde el
siglo XVI en España, cuando comenzó la explotación del blanco elemento como
producto de refrigerio, conservación de alimentos y delicatessen de caprichosos. Tan rentable llegó a ser su
almacenamiento y su venta que fue gravado por el Estado con un impuesto de la
quinta parte de su valor y que por ello llevó el curioso nombre del “quinto y
millón de la nieve”.
La Sierra desde un paraje próximo a Candelario
Como bien documentó José Luis Majada Neila la propiedad de
tan solicitado producto se la disputaron en Béjar, allá por el siglo XVIII, el duque
don Juan Manuel de Zúñiga y el Rey Felipe V decantándose la balanza por el lado
del noble frente al del monarca, pero
sin dejar de ser materia de conflicto entre los duques y los habitantes de
Béjar y Candelario[1]. A los Zúñiga les había
“caído del cielo” la blanca opulencia de sus montañas, como antes, a ras de
valle, el dominio del ganado y de la lana les había enriquecido. La perspicacia
de sus negocios recorría todos los frutos que producía el paisaje natural,
desde la solidez de la tierra hasta la incierta presencia de la nieve (aludiendo
al conocido proverbio la nobleza bejarana no necesitó que Salamanca le prestara
nada pues natura se lo dio todo).
Vista de la Sierra desde Los Pinos
Algún año
después, en tiempos del Marqués de la Ensenada, don Joaquín López de Zúñiga,
hijo del anteriormente mencionado Juan Manuel, disfrutó la entera propiedad de
la codiciada nieve de la Sierra de Béjar, en abierto enfrentamiento con la de
otras cordilleras cercanas, como la de Piornal, con la que se disputaba el muy lucrativo
mercado extremeño. Precisamente del Catastro del Marqués de la Ensenada
extractamos un fragmento de sus Respuestas correspondientes a la villa de
Candelario, que nos aporta algún dato de
las cifras de gastos y beneficios que se manejaban en 1753, así como de la
toponimia que, como veremos, no sólo denominaba a la tierra sino también a los
neveros (o ventisqueros), como prueba histórica de su estabilidad y
perdurabilidad durante el siglo XVIII.
La iglesia de Santa María con la Sierra al fondo
Los expertos candelarienses escogidos
para inventariar los recursos del pueblo manifestaron el 29 de septiembre de
1753 que “los Ventisqueros o estanques de
nieve que hay en toda la sierra de Vexar están en distintos términos y son
propios del Excmo. Duque de Vexar los que tiene arrendados Joseph Yuste, vecino
de este y que tiene arrendados en cantidad de quinientos y treinta reales (de
vellón) anuales. Que los que se hallan en el término de este lugar de
Candelario son el del Rincón, el de los Canalizos, el del Arenal Barriga
Centeno y el de la Cumbre, los que echa regulación de su extensión y duración y
saca de nieve de ellos regulan y producen doscientos setenta y cinco reales,
por corresponder otros tantos ventisqueros y producto en el término de Solana”[2].
El ayuntamiento de Béjar con el Castañar y la Sierra
Si el
candelariense José Yuste sacaba 275 reales por cada uno de los cuatros ventisqueros
que tenía arrendados y el gasto de todo su alquiler sumaba 530 reales podemos
deducir la rentabilidad que la nieve tenía para este arriero corito. Los
neveros que perduraban durante las semanas del verano tenían, como hemos visto,
sus propios nombres. Intentaremos situar los que se mencionan en el texto: el
del “Rincón” (hoy entre la Fuente del Travieso y la Segunda Plataforma), el de
los “Canalizos” (más al norte, por encima de las paredes tan codiciadas ahora
por los escaladores de hielo), el del “Arenal Barriga Centeno” (en las
inmediaciones de la Fuente de la Goterita), el de la “Cumbre” (justo bajo el
Calvitero a 2400 m. de altitud y sobre el nuevo camino del Travieso a Hoya
Moros). Ya en el término de Solana, bajo la Ceja y sobre las lagunas del
Trampal, se localiza el nevero más permanente, que hasta bien entrado el siglo
XX se denominó de “la Alhóndiga”, en clara referencia a su condición de
depósito de un producto[3].
La estación del tren y la Sierra repleta de nieve
Estos
lugares siguen siendo hoy los receptáculos naturales donde más perdura la nieve
de la vertiente salmantina, aunque quizá no tanto como aquel helado siglo XVIII[4] en el
que, según los veedores candelarienses, “la
nieve de las sierras y ventisqueros del estado de Béjar sin artificio alguno se
conserva por Divina Providencia”. Divina Providencia o meteorología
propicia, el caso es que la recolección y el mercado de la nieve siguió siendo
uno de los puntales económicos de aquel “estado” bejarano, e incluso tras el
desmantelamiento de los privilegios de la nobleza, permaneció la monopolización
de ese producto. Así en 1884, a las puertas del siglo XX, los ventisqueros de
la sierra eran la última de las numerosas propiedades que declaraba el senador
don Cipriano Rodríguez-Arias Corón, fabricante y símbolo de la nueva burguesía,
que acaparó buena parte de los efectivos materiales que el postrero duque,
Mariano Téllez Girón, fue enajenando al mejor postor. El certificado de ese anacronismo níveo lo firmaba el registrador de
la propiedad Nicomedes Martín Mateos, como prueba de que, a pesar de todo, un
nuevo tiempo estaba llegando.
[1] MAJADA NEILA, José Luis: Historia de la nieve de Béjar (el texto y el
contexto). Centro de Estudios Salmantinos. Salamanca, 1981
[2] Respuestas generales del Catastro de Ensenada
del Lugar de Candelario, Partido de Béjar, 1753. Hoja 274.
[3] RIVAS
MATEOS, Marcelo: Una excursión a la
Sierra de Béjar. Actas Soc. Esp. Hist. Nat. 26, 204-206. Año 1897.
[4] Los
historiadores afirman que existió un periodo de enfriamiento del clima en Europa
durante todo el siglo XVIII que afectó a España especialmente en los años a los
que nos estamos refiriendo. Esta época se conoce como la “Pequeña Edad de
Hielo” y debió propiciar el aumento de la explotación de la nieve.
Interesante: hoy en día con frigoríficos y congeladores de todo tipo parece increíble, pero ciertamente no es la primera vez que había oído y leído algo parecido. Es más, creo recordar que no hace tantos años apareció alguien que pudo aportar un título de propiedad sobre la nieve de Sierra Nevada.
ResponderEliminarUn abrazo,
Yo he conocido en Plasencia a uno que afirmaba ser el actual propietario de la nieve de la Sierra de Béjar. De esto hace unos treinta años, pero todavía le veo muy de tarde en tarde, así que, la próxima vez, se lo preguntaré y os lo comento.
ResponderEliminarHace poco tuve la ocasión de ver uno de esos pozos rellenos de paja donde se depositaba la nieve que se bajaba de la sierra, pues había gente caprichosa y "con posibles" que le gustaba hacer uso de ella. Todo un lujo entonces.
ResponderEliminarUn saludo.
Por estos lares esos neveros eran propiedad del Obispado por las fechas que se cita en este artículo.Una lucha continua por la conservación de los productos, claro que a estas alturas que disponemos de medios de refrigeración nos resulta asombroso los medios que se empleaban.
ResponderEliminarUn abrazo.
En el pasado la nieve y en los tiempos actuales la nergía solar por la que ahora todas las personas que han optado por poner en sus casas los paneles solares tienen que pagar unos impuestos especiales por el uso de esa energía.
ResponderEliminarBesos
Ya los aztecas usaban la nieve como conservante y como helados (nieve de sabores). También los Incas. Fue Pizarro uno de los primeros europeos en tomar la nieve de sabores.
ResponderEliminarBesos
Sabía ya del uso de la nieve y de la existencia de los neveros pero ignoraba los precios que podía llegar a alcanzar.
ResponderEliminarUn beso Carmen
Con esos inviernos cálidos poca nieve hay por todas partes con lo cual va a ser como un tesoro encontrado.
ResponderEliminarFELIZ NAVIDAD!.
Un abrazo
Qué artículo más bueno y magníficas las fotos también. Felicitaciones. Un desafío para la convicción que tenía de que los Zúñiga no están hechos para los negocios. Iremos despejando. Desde Chile con afectuosos saludos de fin de año para directora, colaboradores y lectores del Blog, Jorge Zúñiga Rodríguez.
ResponderEliminarInteresante entrada, Carmen. Feliz Navidad.
ResponderEliminarSaludos.
Curiosa historia y una reflexión. Con sus altos y bajos, no puede negarse las inquietudes empresariales de la casa de Zúñiga. No pasaba un ave a la que no le arrancaran una pluma. O que al menos lo intentaran.
ResponderEliminarOs deseo mucha felicidad y cosas buenas en estas Navidades.
Perdón que me repita en los comentarios, pero me pareció tan interesante este artículo que entré en la red con el título "pozos de nieve españa" y encontré mucha información y bibliografía al respecto. El título que le puso Óscar Rivadeneyra es muy poético, propio de un artista. El comentario de Ana Ma Ferrín lo encontré simpático y me recordó el refrán "Al ave de paso, cañazo" o "Ave que vuela, a la cazuela. Los Zúñiga no somos muy buenos empresarios, tal vez por lo generosos, y tanto lo de la lana primero, los paños después (recordar que esto fue iniciativa de las mujeres del linaje) y lo de la nieve, fue un aprovechamiento circunstancial y exitoso de los recursos naturales que estaban a la mano. Hasta la corona tuvo un Real Pozo de Nieve. Felicitaciones nuevamente y saludos desde Chile.
ResponderEliminarNo tenía idea de esta historia sobre la nieve, y me ha parecido sumamente interesante. Igual que anónimo, buscaré más información.
ResponderEliminarFelices fiestas.
Saludos
Depósitos de nieve si había visto conocidos como neveros o pozos de nieve, recuerdo uno derruido en la ciudad de Soria en las cercanías de San Juan de Duero y otro restaurado en Fuendetodos en Zaragoza.
ResponderEliminarPero sobre la propiedad de la nieve de toda una sierra nunca.
Saludos.
Muy interesante historia, felices fiestas, saludos.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarIntersante este "comercio" de la nieve.
ResponderEliminarOscar, Carmen...Que paséis una buena Nochebuena y Feliz Navidad ♥ ;)
Besos.
No deja de ser curioso el artículo. Pero no alcanzo a entender los cálculos que el autor hace, ni la rentabilidad a primera vista.
ResponderEliminarPodría haber citado numerosa bibliografía al respecto, pero olvidó algunos trabajos en particular, sobre la zona en estudio, de otro bejarano Juan Antonio Frías.
" Avance al Catálogo de Pozos de Nieve, en Ávila, Salamanca y Cáceres "
El Comercio del Frio. Actas del Congreso Internacional sobre la utilización tradicional del hielo y de la nieve naturales. Valencia 2001. Edita: Museo Valenciano Etnología. Diputación de Valencia. 2009. ISBN 7795-435-6
"Uso, consumo y arquitectura de la nieve en torno al jardín. Del Renacimiento a la actualidad "
Actas de las IV Jornadas “El Bosque de Béjar y las Villas de Recreo en el Renacimiento. Béjar 2002. Edita: Grupo Cultural San Gil. Salamanca 2003. ISBN 84-923043-3-2.
Actas de las IV Jornadas “El Bosque de Béjar y las Villas de Recreo en el Renacimiento. Béjar 2002. Edita: Grupo Cultural San Gil. Salamanca 2003. ISBN 84-923043-3-2. D.L. S.1.609-2003
Año de nieves año de bienes dice el refrán. Por aquí, en las zonas altas se construían neveros, a modo hondos pozos, algunos impresionantes, donde apisonada duraba la nieve y podía ser transportada en bloques para su consumo y en uso hasta la construcción de las primeras fábricas de hielo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues ahora poco se podría reanudar por la ausencia de nevadas y el futuro no parece que vaya a ser mejor, puede que llegue a convertirse en un bien de lujo.
ResponderEliminarUn saludo.