Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, 4.781 (21/VII/2017), p. 6.
El año de 1836 trajo consigo muchas novedades para Béjar
entre ellas la extinción y desamortización de los tres conventos de la villa,
dos de mujeres (Anunciación- franciscanas y Piedad- dominicas) y uno de hombres
(San Francisco- franciscanos) con las consecuencias sociales y económicas,
además de artísticas, que esa decisión a nivel estatal trajo consigo. Sin
detenerme mucho en la explicación del proceso, complejo y que serviría para un
trabajo investigador más extenso, señalaré que el motivo principal para
suprimir los monasterios fue monetario. Dado que la mayoría de los cenobios
contaban con escasos moradores e ingentes propiedades sin explotar, los
gobiernos liberales de la primera mitad del siglo XIX fomentaron su supresión para
sacar en pública subasta sus haciendas y ponerlas en producción. Los
principales beneficiarios no fueron los campesinos, como se proclamaba
hipócritamente, sino la burguesía detentadora del poder, es decir los valedores
de la medida, compradores de las tierras desamortizadas.
El
proceso se hizo efectivo en varias etapas aunque nos interesa la “desamortización
de Mendizábal”, bautizada así porque fue el ministro Manuel Álvarez Mendizábal
quien firmó la orden de ejecutarla en 1836. A tal efecto se formó una Junta de
Enajenación de Edificios de los Conventos Suprimidos a nivel provincial, cuyos
miembros organizarían el proceso en Salamanca aunque, bien es cierto, eran los
propios municipios quienes constituían los lotes de propiedades a poner en
venta.
Corría el año 1837 y España se encontraba inmersa en la
denominada Primera Guerra Carlista, una guerra civil que enfrentó a Isabel II y
Carlos Mª Isidro por la corona, la primera una niña en el trono gracias a la
eliminación de la Ley Sálica por su padre, Fernando VII, ley que le hubiera
impedido gobernar; el segundo, el tío de la reina, quien se creía el verdadero
heredero por su condición masculina. Y un conflicto de ideas políticas
contrapuestas: ella y su madre, la reina Gobernadora, apoyadas en los
liberales; él por los defensores del Antiguo Régimen. La guerra precisaba de
gran dispendio económico y la desamortización, al margen del enriquecimiento de
la burguesía, favoreció la obtención de los dineros necesarios para pertrechos,
caballerías y munición.
Béjar
no se libró de ser invadida en varias ocasiones durante esa década por partidas
de carlistas procedentes de Extremadura al mando del general Basilio y del
brigadier Jara. El hecho más sobresaliente fue la lucha que mantuvieron los carlistas
y los isabelinos, al mando del general Pardiñas, en las calles de la villa un
año después del texto que nos referiremos a continuación[1].
El
12 de noviembre de 1837[2] la
Junta de Enajenación de Edificios de los Conventos Suprimidos de Salamanca envió
una carta al Ayuntamiento de Béjar comunicando la orden del Gobierno de rematar
las campanas conventuales de la villa “con
el fin de atender con su producto a los gastos de la Guerra”. En el
documento se apunta a que “el comprador
no puede repugnar las campanas quebradas o defectuosas, porque se ha rematado
el metal como en plancha y no como efecto fabricado”, esto es, se valoraba
el peso del material y no la campana en sí ni su valor artístico o funcional. “Por consiguiente pueden descolgarse las campanas
tirándolas desde las torres, después de desarmado el badajo y calza, sobre un
montón de tierra movediza si estuviese empedrado el sitio donde deben caer”.
¿Se imaginan las grandes campanas de los conventos cayendo desde los
campanarios al suelo con su volumen y peso?
En cuanto al coste de transporte, la Junta apunta que “apeadas así en esta Capital han costado
chica con grande a diez reales cada una con inclusión del transporte al
edificio en que se han reunido y es muy rara la que se ha quebrado”. Cuando
se hubiese almacenado la parte metálica se debería trasladar a Salamanca y el
resto (badajos, maderas) se venderían en pública subasta en Béjar “siempre que no baje de 26 reales arroba del
primero. En otro caso se conducirá a esta con el metal. La madera puede
venderse para quemar sino tubiese otro aprovechamiento”.
El Ayuntamiento bejarano no debía de estar por la labor
de tirar las campanas desde las torres pues contestó que “no hay artesano que realice lo primero por solo 10 reales cada una en
razón de que dos de ellas se hallan situadas en una torre eminente desde la
cual deben hacerse muchos pedazos así en el caso de ocupar su plomo con tierra
movediza, asi por dicha eminencia como por que el suelo se halla cubierto de
peñas”. En todo caso se hace una enumeración de los bronces de cada
convento: Anunciación 2, Piedad 1, San Francisco 2 y de su claustro y portería
2. Se deja bien claro al final de la carta que la del reloj de San Francisco se
dejará en su sitio.
Ante la negativa del Consistorio la Junta de Salamanca
advierte que se debe hacer el proceso a 10 reales cada una, como ha sucedido en
la capital, y “que aunque conviene que se
bagen enteras si es posible pueden también entregarse quebradas respecto a que
el ajuste ha sido del metal en pasta”. Y “respecto del relox de la torre que hai en el Convento de San Francisco
se deveran VV informar también con brevedad sobre el estado en que se halla y
si convendrá a esa Corporacion comprarle a justi-.precio”.
Como
no existen más referencias en la documentación municipal imaginamos que los
edificios desocupados de los antiguos conventos se vieron privados de unas
campanas enmudecidas, sin sacristán que las tañera, ni feligreses que acudieran
a las misas suprimidas de sus templos.
[1] ESTEBAN DE VEGA, Mariano.
“Política y sociedad en Béjar durante el siglo XIX”. HERNÁNDEZ DÍAZ, José Mª y
AVILÉS AMAT, Antonio: Historia de Béjar.
Volumen II Diputación de Salamanca, Ayuntamiento de Béjar y CEB, 2013.
[2] Archivo Municipal de Béjar. Correspondencia de 1837. Sign. 092.
Alguna quedaría para que, más adelante, Victor Gorzo pudiera hacer sus cañones ¿no?
ResponderEliminarNegros periodos de la história en que cualquier excusa es válida para el latrocinio, expolio y destrucción del patrimonio. Lo auténticamente milagroso es que aún en España queden restos de nuestro glorioso pasado artístico y cultural. Lo malo es que vamos por el camino de repetir los mismos hechos. Bienaventurados los asnos, porque ellos tienen la inteligencia necesaria como para no tropezar dos veces en la misma piedra.
ResponderEliminarUn abrazo,
Lo importante era no pasar justo debajo una vez que se iniciaba dicha "lluvia".
ResponderEliminarUn saludo, Carmen.
Siempre ños beneficios se lo llevan los poderosos y al pueblo llano sufrir las penalidades y siempre lo justifican diciendo que es para remediar a los necesitados.
ResponderEliminarBesos
¡Vaya rapiña! Hasta las campanas, los badajos y las cuerdas, a lo bruto. En tiempos de guerra todo vale.
ResponderEliminarUn saludo.
Una lluvia un tanto peligrosa esta me pareció en un principio, pero después de su lectura fue otra cosa.
ResponderEliminarSi que fueron tiempos revueltos y lo de favorecer al pueblo una utopía como siempre.
Saludos.
Cualquier excusa es válida para que ocurran situaciones como estás...más durante tiempos revueltos...
ResponderEliminarBesos
No quiero pensar lo que debió significar para muchos de los bejaranos aquel episodio, importantísimo para el progreso de Béjar.
ResponderEliminarUn hecho de los que cubren de gloria a quienes los ordenan.
Besos, Carmen.
Siempre que pienso en campanas recuerdo los cementerios que existen, ojala alguna de ellas acabara descansando en uno de ellos. Suena muy bucólico y literario, seguro que hasta de eso se puede hacer una buena historia. Un abrazo Carmen.
ResponderEliminarQué triste sería un lugar sin campanas. No me lo quiero ni imaginar. Pocas cosas me suenan tan gratas como las campanas y el rumor del mar. Me costaría pasar mucho tiempo sin ambas cosas.
ResponderEliminarFeliz día
Bisous
No quiero imaginar el espectáculo de esas campanas cayendo desde las torres.
ResponderEliminarUn buen artículo Carmen.
Besos
¡Curiosa historia!
ResponderEliminar¡Qué fácil lo ven todo siempre los que gobiernan desde lejos!
Saludos, Carmen
Aquí lo que menos importaba era el valor artístico que pudiesen tener las campanas, había otro tema más importante que tratar y las guerras se llevaban todo el dinero dejando las arcas vacías ¡qué pena!
ResponderEliminarComo verás, mi ordenador vuelve a funcionar y me ha faltado tiempo para ir visitando a todos los que habéis dejado unas letras en mi última entrada.
Agradecida, te dejo cariños en un fuerte abrazo.
Kasioles
Qué tristeza la falta del replicar de las campanas, de sus llamadas y toques debió suponer ese comercio.
ResponderEliminarSaludos.
Los gobernantes siempre haciendo de las suyas y naturalmente desfavoreciendo al pueblo. De pequeña recuerdo que sabía distinguir las campanas de diferentes iglesias. Una entrada como siempre muy interesante Carmen.
ResponderEliminarUn abrazo.