Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de la Cámara de Comercio, 2016.
La
feria bejarana de la Edad Moderna no se emplazaba en septiembre como hoy día, sino en el mes de
agosto, quizá para aunar a la mayor cantidad de paisanos posible, y concentraba
en un mismo espacio la feria de ganado y de productos varios. En concreto
durante el reinado de los Reyes Católicos se desplegaba durante dos meses completos,
coincidiendo con el estío[1].
El
paso del tiempo hizo mella en dicho evento y al duque Juan Manuel II, ya en el
siglo XVIII, le fue preciso echar mano de su influencia en la corte (apoyó la
causa de Felipe V, el pretendiente borbónico que ganó la guerra de Sucesión) para
auparla de nuevo a sus cotas de influencia primigenia, más que nada porque cada
Duque había cambiado las fechas de la feria a su libre albedrío. Así, en 1736,
logra colocarla a finales de septiembre justo antes de la celebración del
patrón de la villa, san Miguel. Durante tres días (25, 26 y 27 de septiembre)
las calles de Béjar, desde los despoblados Prados de la Justa y de la Corredera
hasta la Calleja de San Nicolás (más o menos por el actual Casino Obrero), se
sucedían los puestos en una cadena que parecía no tener fin. Para el ganado de
cerda, lanar, vacuno, cabrío y caballar se reservaron los extramuros de la
villa (Corredera y Justas); para los comestibles y demás géneros los puestos
intramuros, es decir, desde la Puerta de la Villa hacia dentro siguiendo la
calle Mayor y paralelas, e incluso las colindantes.
Así
se especifica en las actas del consistorio de 24 de septiembre de 1784[2]: “que para el sittio de la feria de la
Corredera, que se celebra los días 25 y 26 y 27 del corriente, señalan sus
merçedes desde la Callexa de San Nicolas para arriba siguiendo la Callexa de
San Juan por los corrales a la puerta de la Villa sittio de la Corredera y demas
sittios de su circunferencia, y mandaron se publique que toda la Calle Mayor
arriba desde dicha Callexa puedan poner tiendas y demas comercios y
comestibles, excepto los ganados que han de estar fuera del pueblo”. La
razón era comprensible: por higiene los animales debían de estar en lugares
abiertos y poco poblados.
En
cuanto a las horas de feria, “las ventas
deben de hacerse desde que sale el sol hasta la oracion, que se vean los generos
claramente y se cuente el dinero sin engaño, sin necesidad de candela o luz
artificial, para evitar todo fraude como de mercado. Esta franca de alcavalas
para los forasteros y no para los vecinos de Béjar y los arrabales”, dice
el documento de 1736[3].
Por
cierto, y para que nos hagamos una idea de lo que se vendía en Béjar en 1734, nos puede servir un listado de géneros con sus precios que
aparece en la sesión ordinaria de 1 de agosto de ese año[4],
en la que se imponen los precios a los mercaderes que quisieran vender en el
interior de los muros de la villa.
Los
productos se medían en arrobas, en libras y onzas (una arroba, según el Diccionario de Autoridades de 1729, que
vamos a utilizar a partir de ahora y que llamaremos DA[5],
comprendía 25 libras, una libra 16 onzas). El jabón se vendía, por ejemplo, a
un precio elevado la arroba tanto si era jabón a secas (cada una a 42 reales)
como jabón blanco (49 reales); el
azúcar ascendía a 40 reales; el pimiento a 34 reales la arroba y la pimienta a
9 reales la libra. Para no aburrir al lector con tanta medición y precio, nos
centraremos en los productos. Porque en la feria de Béjar no podía faltar la
miel, el queso de Hervás, el de quajo y el de Curiel (otro de los dominios de nuestro duque); los garbanzos,
los abachuelos, los higos, el azafrán
y las velas de sebo[6].
Unos
años después, en 1768[7], de
carnes se vendía en la feria gallina, pollo, pavo grande, pavipollo, perdiz, tostón, conejo y cabrito; no faltaba el excabeche de peces ordinarios, excabeche de
Besugo, truchas, peces de agua dulce, albures
y origuelos (según el DA un albur era
un “pescádo que se cria en los rios, de un pié de largo, delgado, escamoso: su
cabeza proporcionada à lo largo y gruesso de su cuerpo, mui sabroso y sano, y
su carne sumamente blanca, de donde tomó el nombre de Albur corrompído de
Albór; aunque algunos quieren venga del Arábigo Buri, que significa
pez”. Del origuelo no aparece nada, por lo que suponemos pueda ser algún
modismo local).
Por
lo que respecta a las frutas y hortalizas, no faltaban en los puestos de venta
los tomates, los piñones mondados,
las berenjenas, los repollos, las lombardas y remolachas, las zanahorias,
cebollas y ajos, las limas y los limones, y las naranjas de la China y las naranjas de
ordinarias aguas (las primeras más caras que las segundas). Se comerciaba también con leche,
requesón y mantequilla, como derivados lácteos, azafrán tostado y común, clavo
fino, azúcar de Pilón, azúcar florete, azúcar de piedra y el
Maracaibo, además de los caramelos.
Continuará
[1] AHN: "Ordenanzas hechas por
Pedro López de Zúñiga, [II señor de Béjar] para la celebración de la feria de
Béjar (Salamanca), que tenía lugar en los meses de agosto y septiembre,
confirmadas por su hijo Álvaro López de Zúñiga [I] duque de Plasencia." OSUNA,
C.216, D.4-7.
[2]
AMB: Libro de actas de sesiones de 1784. Sesión de 24 de septiembre.
Sign.1611 (s/f).
[3] AHN: "Ordenanzas hechas por
Pedro López de Zúñiga, [II señor de Béjar] para la celebración de la feria de
Béjar (Salamanca), que tenía lugar en los meses de agosto y septiembre,
confirmadas por su hijo Álvaro López de Zúñiga [I] duque de Plasencia." OSUNA,
C.216, D.4-7.
[4] AMB: Libro de actas de sesiones
de 1734. Sesión de 1 de agosto. Sign. 1601 (s/f)
[5] El Diccionario de autoridades se publicó entre 1726 y 1739 por la Real
Academia de la Lengua Española y como tal es el primer compendio realizado por
la institución. Para el artículo me he servido del buscador facilitado por la
RAE en su web http://web.frl.es/DA.html (consultado en junio de 2016). A
partir de ahora lo llamaremos DA para abreviar.
[6] Sobre las actividades ejercidas
por bejaranos es útil consultar GARCÍA MARTÍN, Pedro. Béjar, 1753. Según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada.
Tabapress, 1990.
[7] AMB. Libro de actas de sesiones de 1768. Sesión de 21 de noviembre.
Sign. 1607 (s/f)
Tan solo ver las fotos y tus explicaciones me han llevado a ella, que no vaya en decadencia y que se pueda ir disfrutando de los productos locales tan buenos, un abrazo.
ResponderEliminarLos recuerdos me han llegado en tropel. Sobre todo porque hasta el último tercio del XX las medidas de peso en la Cataluña profunda y aún en las tiendas antiguas de Barcelona, se basaban en lliures y unçes, libras y onzas, siendo éstas aprox. la 12ª parte de una libra, en vez de la 16ª que nombras de Béjar.
ResponderEliminarEn cuanto a las de capacidad para las medidas domésticas de aceite, leche o vino, etc, estaba el porró, o porrón de poco menos de un litro, con sus divisiones:
Porró = 2 Xaus, 4 Petricons, 8 Xicras.
Lo curioso como pude comprobar de niña, era que las diferencias eran infinitas tanto en el resto de España como dentro de la misma Cataluña, donde según en qué localidad, cambiaban los nombres y los contenidos de las fracciones. El petricó podía contener 250 o 238 cc, etc, lo que daba lugar a discusiones sin fin.
Un beso.
¡Menudo embrollo! Sería difícil, iamagino, acudir con los productos para la venta a pueblos cercanos, con pesos y medidas tan dispares como los que nos comentas.
EliminarBesos
Por aquellos tiempos el control de los precios y pesos era muy común para evitar abusos.
ResponderEliminarSaludos.
Aunque ya había leído en la revista las dos partes, las he vuelto a releer y me sigue pareciendo un tema muy interesante.Buen trabajo.
ResponderEliminarSaludos.
Ya veo en la primera parte del artículo que la feria tiene unos orígenes bien antiguos y privilegiados. De la segunda parte me ha gustado ver ese variadísimo inventario de productos. No falta de nada; ni siquiera naranjas de la China.
ResponderEliminarUn saludo.
Un tema realmente interesante y que estás desarrollando muy bien. La arroba es la única de las medidas que citas que me resulta más familiar, al menos tengo la sensación de haber oído a mi abuela citarla.
ResponderEliminarespero la continuación.
Besos
Por lo que veo, las ferias que alcancé a conocer de niño en Béjar no diferían mucho de las que describes salvo que los puestos ya no estaban en la calle mayor sino en los alrededores del parque.
ResponderEliminarUn abrazo,
No faltaba de nada en esa primitiva feria, quizás ahora no sea tan grande por la cantidad de supermercados que hay por toda la ciudad.
ResponderEliminarBesos
Hoy día ya no hay feria como la que se describe, Ventana. Se reduce a una mini feria de ganado, programación cultural y de espectáculos y caballitos para los más pequeños. Los puestos de artículos para la venta desaparecieron hace tiempo.
EliminarUn beso
Muy importante ese detalle de que hubiera buena luz natural para evitar que algún avispado vendedor se "equivocara" en el peso.
ResponderEliminarUn saludo, Carmen.
Yo hubiese disfrutado mucho estas ferias, la sigo disfrutando cuando voy algunas de mi pueblo o donde trabajo...
ResponderEliminarBesos
Esta feria que mencionas,me está recordando a la que se celebra todos los domingos en Medina del Campo, los agricultores de los alrededores llevan los productos de sus huertas y también se puede comprar legumbres, embutidos, pollos, gallinas y hasta comida preparada.También hay una zona dedicada a las flores y frutas.
ResponderEliminarMe encantan las fotos con que acompañas a esta entrada.
Cariños.
kasioles
Me gustan estas ferias y no los mercadillos actuales, todavía hay algunos lugares que las conservan.
ResponderEliminarUn saludo.
Carmen Un placer pasar por tu blog, excelentes entrada Saludos
ResponderEliminar·.
ResponderEliminarPara ser unos apuntes están primorosamente detallados. Nos introduces en el sistema de medidas de la época.
Se puede comprobar el gran detalle de organización del mercado. Pensaban en todo.
Las fotos que ilustran el post son brillantes y fresca.
Un buen trabajo, Carmen.
Un abrazo
· LMA · & · CR ·