19 de abril de 2018

Algunas reseñas sobre el II marqués de Valero, don Baltasar de Zúñiga y Guzmán (2ª Parte)

Autor: Antonio Avilés Amat
Publicado: Semanario Béjar en Madrid

      Durante mi existencia a caballo entre dos siglos, el XVII y el XVIII, he servido con acatamiento y lealtad y he recibido, por los servicios prestados, altos honores y mercedes principalmente de dos monarcas, pues a Felipe IV ni siquiera llegué a conocerlo, ya que falleció a los 6 años de mi nacimiento, y de Luis I fue tan breve su reinado que apenas le dio tiempo a nombrarme presidente del Consejo de Indias, distinción que acepté con solícito acatamiento y que me obliga a recordarle con inmensa gratitud. 

Retrato de don Manuel López de Zúñiga, duque de Béjar, hacia 1682. Grabado de Romeyn de Hooghe sobre dibujo del capitán ingeniero Juan de Ledesma. Wikipedia


        Pertenecieron los reyes a los que serví a dos dinastías que, en este tiempo, han gobernado nuestra nación: la Casa de Austria, con su último soberano, Carlos II, la “sacra, católica y real majestad”, tratamiento que escribiera Quevedo al referirse a su padre, y la francesa Casa de Borbón, con el primero de ellos, más pragmático y reformista, el “cristianísimo rey” Felipe V. Aunque ambos reyes coincidieron en utilizar en sus monedas, que es lo más divulgado por el uso y donde se muestra su efigie de manera más evidente para todos sus súbditos, el D[EI] G[RATIA] HISPANIARUM ET INDIARUM REX, es decir “Rey de las Españas y de las Indias por la gracia de Dios”. Y separando ambos reinados, la Guerra de Sucesión entre los partidarios del Archiduque Carlos de Austria y los de Felipe de Anjou que desató en todo el país una larga contienda, no sólo nacional sino también internacional, en la que participaron las principales naciones europeas en apoyo de uno u otro pretendiente. 

Batalla de Almansa (1709). Museo del Prado. 
Fue pintado por Filippo Palotta y Buonaventura Ligli (Ventura Lirios), pintor del Duque de Béjar

         Después de firmados los complejos tratados, luego de 2 años y medio de arduas negociaciones, de la Paz de Utrecht, que puso fin a las hostilidades y ya apaciguadas las provincias de Cataluña y de Valencia más comprometidas con la causa del Archiduque, nuestro rey Felipe de Borbón, que Dios guarde, emprendió con sus ilustrados ministros las necesarias y muchas veces, urgentes, reformas para modernizar el reino. A ellas, tanto mi sobrino don Juan Manuel II, cuando ya era duque a la muerte de su padre, mi hermano don Manuel, como yo, contribuimos con proyectos y opciones de mejora de la economía de los territorios de su jurisdicción que eran, como ya quedaba recogido en la dedicatoria del Quijote a uno de mis antepasados, la de Duque de Béjar, Marqués de Gibraleón, Conde de Benalcázar y Bañares, Vizconde de la Puebla de Alcocer y Señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos. Acrecentados ahora con el Ducado de Plasencia y Mandas y el Marquesado de Terranova. De sumo interés siempre he considerado la bien estudiada propuesta, dirigida a su majestad, nuestro amado monarca, por mi citado sobrino y señor duque, de establecer en Gibraleón, en la provincia onubense, un puerto de mar y una compañía para el comercio con las Indias que, como tantas otras, quedaría en el olvido, tal vez traspapelada entre los numerosos memoriales que recibiría y que despachaban, como podían, sus diligentes secretarios de estado. 

Retrato de don Baltasar de Zúñiga y Guzmán, 
marqués de Valero
Castillo de Chapultepec. México (1717)

      Pero el hecho de armas sin duda más memorable en el que participé junto a mi queridísimo y recordado hermano el duque Don Manuel y los numerosos príncipes y nobles de todas las naciones católicas europeas, fue la guerra contra los turcos de la Sublime Puerta en la Liga Santa. Esta movilización fue declarada como una nueva cruzada por el Papa Inocencio XI, cuando aquellos enemigos de la Cristiandad amenazaban, casi a sus puertas, a la ciudad de Viena, capital del imperio austro-húngaro. Mi hermano don Manuel, acompañado de nuestro primo don Gaspar de Zúñiga, hijo del Marqués de Aguilafuente, había salido de España hacia el Danubio y la capital del imperio austriaco, por el camino español o corredor militar utilizado por los tercios españoles que comunicaba nuestra nación con Flandes y Centroeuropa. A la fastuosa ciudad de Viena, en la que yo me encontraba desde el mes de abril, llegaron el 12 de junio de 1686, vísperas del Corpus Christi, y allí me junté con ellos alojándonos en la residencia del Marqués de Burgomanero que era el embajador español en la corte austriaca. Luego, mi hermano como duque de Béjar, grande de España y caballero de la Orden de Toisón, fue recibido por el emperador Leopoldo I en sus aposentos privados del palacio de Holfburg… Dos días más tarde los tres –mi hermano, nuestro primo y yo con los nutridos séquitos que nos acompañaban a cada uno- abandonamos Viena y nos dirigimos, siguiendo el curso del río Danubio, a la ciudad húngara de Buda que estaba en poder de los otomanos y era defendida por más de cien mil genízaros, spahis, sémenes y otras numerosas tropas bajo el mando de Abdí Bajá. Esta sería la importante plaza fuerte, doblemente amurallada en torno al castillo del monte San Gerardo y rodeando la ciudad superior, además de la defensa natural que suponía el Danubio, que, entre todos los que integrábamos las tropas de la Liga Santa deberíamos arrebatar a sus indómitos ocupantes.  

 Monumento al regimiento de españoles voluntarios enviado por Carlos II

        Allí había concurrido al frente de sus regimientos lo más granado de la nobleza europea de Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Italia y, también, de nuestra nación. Entre los destacados príncipes y patricios de los principales linajes se encontraban Carlos de Lorena, Maximiliano II Enmanuel de Baviera, Luis de Neoburgo, el Príncipe de Hannover, Rüdiger von Starhemberg, el Duque de Berwict, Luis de Badén, el Conde Caprara, el Conde Serenyi, el Marqués de La Verne, el Príncipe de Commerrcy y el Marqués de Villena. Todos estos magníficos caballeros, al mando de sus respectivas huestes como eran las tropas de Baviera, las de Brandemburgo y las imperiales, distribuidos en tres sectores de ataque distintos, rodearon las sólidas y resistentes fortificaciones que serían bombardeadas por la artillería intentando abrir brechas en sus gruesos muros. Al mismo tiempo, fueron excavando trincheras y colocando explosivos y minas; se construyeron empalizadas para favorecer los asaltos y, finalmente, no cesaron los intentos de penetrar por las aberturas al interior de la fortificada ciudad… 

  El sitio de Buda de 1686, obra de Frans Geffels

       En el monte de San Gerardo, frente al castillo, nos asentamos las tropas mercenarias españolas en un campamento junto con las huestes bávaras. En aquel lugar elevado se emplazaron las baterías y sus artilleros y, mientras se realizaban trabajos de minado y de construcción de trincheras, en un inesperado ataque de los defensores turcos cayó abatido por un proyectil de mosquete, que le atravesó el torso, mi hermano el duque siendo evacuado del lugar donde se encontraba por nuestro primo don Gaspar de Zúñiga, que también fue herido, y por don José Marín y don Gaspar de Rebolledo. Esto ocurrió el día 13 de julio de 1686 y hasta el momento de su fallecimiento, después de tres jornadas de resignada y ejemplar agonía vividas en la tienda del duque de Lorena, a donde fue trasladado y atendido, permanecí a su lado mientras él me lo permitió. Fue entonces cuando me daría sus últimas recomendaciones para nuestra madre, doña Teresa, y para su esposa, doña Alberta… 

          Falleció a las 7.30 horas del día 16 de julio de aquel funesto año y su cadáver, embalsamado y vestido con las galas militares propias de su rango de maestre de campo, recibió los honores que le tributaron los oficiales y las compañías de la Liga Santa al pie de las murallas de la cercana localidad de Javarino. Hasta allí había sido transportado en una berlina tirada por seis caballos enjaezados y escoltada por una guardia de cincuenta caballeros enviados por el duque de Lorena, además de una enorme comitiva. El mismo emperador Leopoldo I envío su emotivo pésame por la muerte del duque al rey de España don Carlos II de quien recibió, a título póstumo, elevadas distinciones, que serían transmitidas a su hijo y posteriores herederos del Ducado, entre las que se encontraban la Orden del Toisón de Oro y la Encomienda de Santiago

 El emperador Leopoldo I

        Días después de aquellos sucesos, ordené el traslado del cadáver de mi hermano hasta Béjar a donde llegó a principios del siguiente año de 1687, ya que el viaje era largo y dificultoso de realizar. En esta nuestra amada villa, entre grandes muestras de dolor y condolencia de toda la población y tras un solemne ceremonial presidido por el obispo de Plasencia, sus restos mortales fueron depositados en un mausoleo construido para tal fin en el Convento de la Piedad… Yo continué combatiendo a los turcos en Buda, donde fui dos veces herido aunque no de gravedad, hasta que, tras el prolongado sitio que acarreó unas pérdidas de más de mil cuatrocientos hombres, en los primeros días de septiembre de ese año de 1686, la ciudad cayó en poder de las tropas cristianas de la Liga Santa. Fue entonces, una vez concluida la durísima campaña y coronada con éxito la cruzada, cuando nuestro enfermizo monarca don Carlos II tuvo conmigo la regia deferencia, que cumplidamente agradecí, de nombrarme gentilhombre de su Real Cámara

Continuará

14 comentarios:

  1. Tuvo una vida bastante movida. Al parecer no estaba hecho para la tranquilidad.Y además conoció las dos dinastías de reyes de España, por lo que respiró también aires algo distintos en la corte.

    Feliz tarde

    Bisous

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  2. Un hombre de acción que vivió peligrosamente. Un personaje que tuvo la suerte de asistir al ocaso de una dinastía y al inicio de otra. Un hombre entre dos siglos, entre dos tiempos muy diferentes.
    Saludos.

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  3. Interesante todo lo que nos cuentas, siempre que te leo salgo aprendiendo algo nuevo.
    La verdad es que ha tenido una vida movidita.
    Cariños.
    kasioles

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  4. Muy interesante la vida de este hombre y de los acontecimientos que pudo vivir.

    Besos

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  5. Vida intensa...Una especie de enlace entre las dinastías españolas...

    Besos

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  6. Vivió en una buena época de agitación y pocos pueden decir vivir en dos reinados.
    Un abrazo.

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  7. Great post! Photos are amazing! :)
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  8. Una vida muy ajetreada la que tenían en esa época y como los combates eran mas personales no solo los soldados estaban expuestos a la muerte.

    Saludos.

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  9. ·.
    Continuará... y yo continuaré el seguimiento del relato.

    Un abrazo Carmen

    La Mirada Ausente · & · Cristal Rasgado

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  10. Una vida sumamente interesante con ese servicio a dos dinastías con costumbres tan distintas. Una entrada muy entretenida e instructiva . Espero la continuación.

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  11. Es un placer pasar por su blog Carmen muy fascinante este relato Saludos

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  12. Bueno, pues parece que se va a tomar un respiro en la Corte del "Hechizado", veremos cómo transcurre el futuro del personaje.
    Saludos.

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  13. Me encantan los relatos históricos documentados. Muy bueno. Gracias.

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  14. Muy interesante, y todo es nuevo para mi, así que quedo a la espera de esa tercera parte.
    Un abrazo, Carmen.

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"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo." Óscar Wilde.