Autor: Juan Antonio Frías Corsino
Publicado: Actas de las IV
Jornadas “El Bosque de Béjar y las Villas de Recreo en el Renacimiento. Béjar
2002. Grupo Cultural San Gil.
Salamanca, 2003. ISBN 84-923043-3-2.
La compleja infraestructura comercial para dar abastecimiento de nieve a los núcleos urbanos durante todo el año, especialmente en los meses calurosos, y el carácter adquirido de producto de uso cotidiano según el pensamiento de la época, originó una serie de estructuras muy organizadas en las que un elevado número de personas participaban en el entramado. Sobresaliendo las agrupaciones de trabajo comunitario, y las más organizadas sociedades mercantiles como en Barcelona en el s. XVIII la Compañía de la Neu de San Celoni o en Madrid más tardía la Sociedad Anónima de Neveras del Guadarrama, y en Francia la Compañía General de Glaciares de París, y la Sociedad General de Glaciares de los Alpes.
El transporte se realizaba con caballerías, aislando la nieve con paja, cueros e incluso textiles de gran batán, apareciendo también la figura del porteador de nieve.
En tierras bejaranas el oficio de nevero lo ejercían un buen numero de moradores, recogemos como ejemplo documental que en 1632, en la relación de las penas que se aplicaron a quienes desviaron el agua de “El Bosque” aparece entre otros infractores Pedro Martín Fraile, de oficio nevero [1].
Nevateros
El potenciamiento del consumo obligó en algunos casos a localizar y transportar la nieve desde puntos muy distantes entre sí, hasta el caso de fletar embarcaciones desde Barcelona a Mallorca, de Alicante a Argel y Orán. Incluso de Mataró a Cádiz. Se establecieron rutas marítimas desde Noruega a América del Sur, Alejandría y Túnez.
Se hizo necesaria la expansión constructiva de la red de pozos de nieve por toda la geografía para dar solución a los problemas de abastecimiento y gran consumo. Aparecen así las neveras o pozos de montaña, aprovisionamientos de gran capacidad ubicados en montañas de elevada altitud, relativamente cercanas a los núcleos urbanos. La red de distribución se complementa con las neveras urbanas para el abastecimiento local y comarcal. También surgen las neverías o nevaterías como puntos de recepción para pequeño almacenamiento y despacho comercial.
Nevateros de Massanella
Imagen extraída de aquí
En 1605 surge una pequeña revolución en el comercio de la nieve y el hielo en Madrid por iniciativa de Pablo Xarquíes, quien construye un complejo de balsas y pozos para abastecimiento de Madrid y otros centros, mediante la obtención de una cédula real que le otorgaba la condición de abastecedor único de la Corona de Castilla, quedando constituida desde ese momento la Casa Arbitro de la Nieve y Hielos del Reino y de Madrid. El monopolio pretendido no alcanzó los efectos deseados [2].
Comercio de la nieve en Navarra. Imagen sacada de aquí
La fiscalidad real gravó la nieve con diversos impuestos sobre el consumo, como las sisas, la alcabala y su encabezamiento, los cientos o los millones, pero el que adquirió mayor importancia fue el quinto de la nieve. Ya en el s. XVIII aparece el impuesto renta de la nieve, que se regulaba por medio de la expedición de guías para los cargamentos, hecho en el que afinó especialmente su control el ducado bejarano. El precio del producto dependía del hecho económico de oferta-demanda-calidad, encontrándonos con referentes indicadores que subrayan que el enfriar ciertos vinos con nieve podría ocurrir que saliera más cara la nieve que el vino.
Otro factor a considerar para el crecimiento del consumo es el cambio climático, denominado en los estudios de paleoclima como “pequeña edad del hielo”, que se produce entre mediados del
s. XVI y mediados del s. XIX coincidiendo con el momento de mayor auge de la producción y comercio.
La literatura médica en general favoreció el uso y consumo de la nieve, aunque soportando el debate medico y otras polémicas [3], ésta influyó de forma decisiva en la expansión del consumo. Entre el s. XVI y primera mitad del s. XVII se editaron una treintena de libros que afirmaban que “no hay que dudar sino que la bebida fría agrada mucho”, “no hay duda sino que las frutas, de principio como de postre, se comen con mejor gusto frías, principalmente puestas sobre la nieve”, “ ha crecido tanto el uso de la nieve que no sólo en la bebida usamos della, mas aun para enfriar las sábanas”...[4]
Durante el Renacimiento se produce el reencuentro con algunas teorías médicas del mundo clásico. Los tratados de medicina del momento, basados en la filosofía neoplatónica, recuperan la idea de utilizar la nieve con fines terapéuticos [5], otorgándola una aureola mística de supremacía respecto a los demás métodos de enfriar [6]. En cuanto a la funcionalidad en medicina se puntualizan en las múltiples acciones-reacciones fisiológicas y efectos terapéuticos tras su aplicación como antipirético, antihemorrágico, analgésico, antiinflamatorio y anestésico.
A media que se vayan introduciendo las teorías racionalistas de utilización del frío, que triunfarán en el s. XVIII, la terapia médica adoptará formas más científicas, equiparando el uso de la nieve a los demás medios de enfriamiento, perdiendo así parte del prestigio simbólico que le concedió el mundo renacentista [7].
Continuará
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[1] A.H.N. Nobleza, Osuna. (Este dato se lo debo a José Muñoz
Domínguez profundo e incansable investigador de El Bosque.
[2] Pilar Corella Suárez. “La
Casa Arbitrio de la Nieve y Hielos de Madrid. 1607-1863” . Mélanges de la
Casa de Velázquez. T. XXV, pp. 175-197. París, 1989.
[3] En 1540 Pedro Mexía
cronista del Emperador Carlos V, se muestra contrario a esta técnica de
enfriamiento en su obra Coloquios y
Diálogos: “Y que nuestros padres, con ser mas hombres de bien que nosotros,
se contentaban en invierno con el frío común del tiempo, y en verano con
ponerlo al sereno, y no había los extremos de ahora, ni las invenciones de los
salitres, ni nieves, ni los pozos, ni sótanos buscados en los infiernos”.
[4] Francisco Franco. “Tractado
de la nieve y del uso della”. Sevilla, 1569. Edición facsímil. Biblioteca de obras raras y curiosas. Visor, Madrid, 1984.
[5] Nota 2, p. 12
[6] A. González Blanco y otros. “Los
Pozos de nieve (neveras) de la Rioja”. Caja de ahorros de la Zaragoza,
Aragón y Rioja. Zaragoza, 1980.
[7] Nota 2, p. 15.
Mantener el agua en estado de congelación se convertía en una proeza parecida a la de los hombres del Paleolítico por conservar el fuego. Un saludo.
ResponderEliminarEsa nieve se agradece cuando el calor aprieta en verano. Siempre ha habido una preocupación para conservar los alimentos en el tiempo de verano.
ResponderEliminarBesos
Ahora que te leo, sonlas 6:20 de la mañana (estoy de guardia) y afuera hace fresquito (15º), pero esto me ha recordado que vienen días de canícula por estos caminos de la Sagra...
ResponderEliminarBesos Carmen
Me han parecido de lo más interesante esta dos primeras parte, así que quedo pendiente de la próxima entrega.
ResponderEliminarEn Andalucía tan solo he visto tres pozos de nieve, dos de ellos los vi en la sierra de Granada, y el tercero en la sierra del Segura (Jaén), y me llamaron mucho la atención, así como cuevas que mantenían la misma temperatura durante todo el año, y que se utilizaban para almacenar alimentos.
Un fuerte abrazo, Carmen.
Magnífica reseña del diverso uso y manipulación de la nieve. Al estar acostumbrados a abrir el frigorífico y tener a mano el hielo da la sensación de que siempre fue así. Saludos.
ResponderEliminarUna demostración de como somos capaces de hacer negocio de cualquier cosa.
ResponderEliminarSaludos.