Autor: Óscar Rivadeneyra
Prieto
Hubo dos momentos en la historia de Béjar en que la villa,
desde el punto de vista urbano, fue pensada globalmente, es decir como un
proyecto estético común, unitario y ambicioso. El primero de ellos tiene lugar
en el siglo XVI auspiciado, claro está, por el ducado de Béjar. Es el momento
en que no solo se erigen los edificios simbólicos del poder de la nobleza o se
consolidan los enclaves religiosos, sino que también se establece hacia ellos una relación armónica desde el
resto de la población y su casco urbano civil[1].
Muros y jardines de la calleja del Duque, antiguos vergeles de los Oviedo.
El segundo se sucede en diferentes fases del siglo XIX con el desmantelamiento
de la estructura señorial y la rápida alternativa burguesa que reinterpreta el
casco urbano adaptándolo a los nuevos estilos y mentalidades. En ambos momentos
Béjar se define y se presenta como una especie de villa o ciudad-concepto. Al
respecto del primero de esos periodos históricos Miguel Sobrino afirmó, en su
trabajo «La conservación
de la arquitectura popular»,
que «en su antigua configuración, Béjar
era por sí misma una gran obra de arte, una pieza maestra del urbanismo y de la
adecuación de la arquitectura al paisaje. Contemplada como conjunto Béjar
parecía el sueño de un urbanista del Renacimiento»[2].
A esa época corresponde la consolidación de una ordenación
urbana no muy frecuente en Castilla: el desarrollo longitudinal de un largo eje
oeste-este dibujado sobre el lomo que enmarca el cauce del Cuerpo de
Hombre. A través del eje discurre la
calle Mayor uniendo iglesias, plazuelas, barrios y puertas de la muralla
equidistantes, acompañada por otras callejas secundarias. Perpendicular a este
eje urbano se desdobla otro eje visual, imaginario y más emocional que físico,
el que se dirige repetidamente desde cada punto de vista del anterior hacia el
monte. Aquí se inscriben y se insertan los vergeles, su sentido, su lógica
dentro del espacio urbano como nexo con el espacio natural.
Vergeles del final de la calle del Duque, traseras de las viviendas de la calle 29 de agosto
Debieron ser ya frecuentes en aquel siglo XVI pero de ellos
nos han llegado muy contadas noticias.
En pleno barrio de la Mediavilla, es decir el barrio de la Antigua y lo
que en principio fue el tramo inicial de esa inacabable calle Mayor[3],
se situaron probablemente los primeros vergeles bejaranos que, adaptados a su
propia evolución, han perdurado hasta hoy. La escasa reurbanización del barrio
en los siglos XIX y XX ha permitido su mantenimiento. De esas contadas noticias
rescatamos dos referencias históricas
a sendos jardines de la zona, a través de las cuales intentaremos localizar el
sitio que ocuparon.
En primer lugar nos referiremos al vergel de los Oviedos,
familia de hondas raíces hidalgas que, como solía suceder con los criados de la
casa ducal, tenía en el siglo XVI sus propiedades e inmuebles hacia el oeste
del palacio, es decir en la mencionada zona de la Mediavilla. Este espacio
comprendía la parte occidental de la Alcaicería o calle de la Carrera, la calle
entre el palacio y la iglesia de Santa María (hoy calle de los Curas) y la calle
Mayor de Santa María y de Santiago hasta la Puerta del Pico. Allí, no lejos de
la primera de las iglesias, estaban las casas principales del mayorazgo fundado
por Pedro de Oviedo hacia el año 1560, que vendrían a ser heredadas después por
los Nieto y los Bootello, descendientes de aquel y por los condes de Monterrón
ya entrado el siglo XVIII.
Localización aproximada de la casa y vergeles de los Oviedo. Hacia el centro espacio que ocupaba el antiguo palacio obispal
En la carta fundacional del mayorazgo se habla de «unas casas en la colación de Santa María […] y otras que lindan con estas mismas que son todas unas redondamente,
que lindan con plazuela de Nuestra Señora y con casas de Álvaro de Zúñiga,
vecino de esta villa». Más adelante se indica que María Migolla,
esposa de Antonio de Oviedo, vendió al mayorazgo «los corrales,
parrales y vergeles y derecho de agua de ellos que están detrás de las casas de
dicho mayorazgo»[4].
Los parrales fueron un elemento muy habitual en las entradas de las casas
bejaranas, mientras que ese derecho de aguas citado debió entrar en conflicto
con el acaparamiento de estas por el duque para su palacio dejando a menudo
huérfano de ellas a las fuentes y abastecimientos del barrio de la Antigua,
allí donde estaban las casas y los jardines de los Oviedos. Estando sus casas
principales en la acera norte de la calle 29 de agosto resulta que tal jardín
con parrales, quedando en su parte trasera, tendría orientación septentrional,
umbría y fría, algo poco común y nada propicio para el desarrollo de unos
parrales o de un buen jardín. Por ello hemos pensado que aquel vergel debía
corresponder más bien al de otras casas que el mayorazgo había adquirido justo
en la acera contraria, también con salida a la plaza de Santa María y muy cerca
del antiguo palacio obispal. El jardín se extendería por el sur hacia los
sólidos muros que lo separaban de la actual calleja del Duque y otros caminos
que terminaron por incorporarse a la propiedad.
Reaprovechamiento de piezas en el muro sur del jardín
Tras pasar por los descendientes
de los Oviedos y pertenecer a los condes de Monterrón durante los siglos XVIII
y XIX, el jardín es vendido junto con el inmueble colindante a Diego López,
industrial que acapararía en pocos años buena parte de los edificios de la
zona. A sus herederos les correspondió la labor de reformar y actualizar el
viejo vergel para convertirlo en el hermoso jardín actual en el que destacan varias
coníferas de magnífico porte.
En el otro extremo de la plaza de Santa María, hacia su
salida oriental, debieron estar situados las casas y vergeles de María Daça y
Cristóbal de Zúñiga, cuya localización intentaremos desvelar en el próximo
artículo.
(Continuará)
[1]
ALEGRE CARVAJAL, Esther: «Béjar
como villa ducal»
en Estudios Bejaranos, nº 4, CEB,
Béjar 2000.
[2] Recogido
en PUERTO, José Luis: La sierra de Béjar.
Tradiciones, pueblos, paisajes y paseos. Edilesa, León 2008, p.144.
[3] La
actual calle 29 de agosto fue llamada históricamente calle Mayor de Santa María
o de la Mediavilla.
[4]
Archivo Histórico Provincial de Salamanca, P.N. 966, ff. 74v, 79 y 83.
Bonita historia de la casa de los "Rodri", vecina del palacio del obispo matamoros.
ResponderEliminarMe ha complacido la historia. Saludos
ResponderEliminarAl menos los espacios se han mantenido verdes. Tienen encanto estos jardines.
ResponderEliminarBesos Carmen
Muy interesante, así que quedo a la espera de esa 3ª parte.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un interesante concepto que trata de integrar el campo y la ciudad a través de la transición que suponen estos jardines.
ResponderEliminarUn abrazo,
Es interesante disponer de zonas verdes. Seguiré la continuación de la serie.
ResponderEliminarBesos
Bonita naturaleza <3
ResponderEliminarUna forma de sofocar los calurosos veranos que por entonces también sufrirían.
ResponderEliminarYo recuerdo en muchas casas del pueblo haber parras y en algunas aún subsisten.
Saludos.