Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, 2019.
Apenas han llegado
hasta nosotros noticias de la desamortización de los tres conventos bejaranos y
del trauma que tal decisión gubernamental provocó en cuanto a la pérdida de
patrimonio artístico, material y espiritual[1],
al margen de las consecuencias vitales en las vidas de los antiguos religiosos
y religiosas, desalojados de la clausura. Sus propiedades fueron vendidas en
pública subasta, los objetos del culto se repartieron entre las iglesias de
Béjar y de los pueblos cercanos, y sus moradores se vieron obligados a mudarse.
Porque una vez clausurados las autoridades eclesiásticas y provinciales
designadas al efecto instaron a cada uno de ellos a tomar la segunda decisión más
importante de sus vidas: si eran frailes ordenados se les daba la opción de
trasladarse a otra ciudad y seguir la vida conventual en cualquiera de los
monasterios de su orden monástica repartidos por España, preferentemente de su
diócesis, o pasar a formar parte del clero secular de las distintas parroquias
bejaranas dependiendo a partir de ese momento de la autoridad episcopal; en el
caso de su condición femenina, se les ofrecía la opción primera, única y
exclusivamente.
Claustro del convento de San Francisco