Autor: Jorge Zúñiga Rodríguez
A Anita Zúñiga, médico veterinario
Este relato es tan cierto como el del Perro Negro del Escorial, publicado en Pinceladas de Historia Bejarana el 06/02/2017. Es el caso que cuando los portugueses llegaron a Java encontraron en la isla al rhinoceros sondaicus, la especie más pequeña del género rhinoceros. Fascinados con el hallazgo, comenzaron a repartir ejemplares por el mundo y uno fue destinado al papa León X, pero el barco que lo llevaba naufragó frente a las costas de Italia y el pobre animal se ahogó junto con la tripulación.
La abada en De varia conmensuración para la escultura y arquitectura de Juan de Arfe, 1585. todocoleccion.net
Otro ejemplar llevaron los portugueses a su rey don Sebastián I, que lo puso a pastar en los jardines de su palacio en Lisboa, de donde lo tomaron los españoles en 1581 para llevarlo como botín de guerra a su propio monarca, Felipe II. El responsable fue el Gran Duque de Alba Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, bisnieto de Álvaro de Zúñiga, I duque de Béjar, y de su segunda esposa y sobrina Leonor Pimentel y Zúñiga. Tal vez para disimular el latrocinio, la edición de 1770 del Diccionario de la Real Academia dice que el animal fue un regalo que envió a Felipe II el gobernador portugués de Java, cargo que nunca existió.
El Gran Duque de Alba, por Antonio Moro.
Del malayo badaq, los portugueses lo llamaron genéricamente abada, término que pasó tal cual y en femenino al español, y dicen que cuando insinuaron a don Felipe dar un nombre propio a la mascota, le puso… ¡Abada! Llegado el animal a Madrid, fue exhibido en un corralón cerca de la Puerta del Sol para luego llevarlo a la Casa de Campo, en los actuales terrenos del zoológico, y finalmente al Escorial, donde quedó a cargo de los monjes jerónimos. Allí lo dibujó el orfebre leonés Juan de Arfe, que trabajaba en la construcción, y lo describió como animal ferocísimo que tenía aserrado el cuerno y estaba ciega, porque no hiciese daño, y curaban de ella con mucho recato, por el peligro de los que la tenían a su cargo, de los cuales mató uno o dos.
El cuerno se le había aserrado para evitar riesgos durante su traslado al Escorial, razón también de la ceguera, pero no pudo evitarse que en un arrebato de furia ocasionado por un cubo de agua fría que le lanzó uno de los transportadores para refrescarla, embistiera el animal a toda la comitiva. Otra agudeza del rey en sus escasos momentos de humor, era hacer subir durante la noche la peligrosa bestia al dormitorio de los monjes, sólo con el fin de asustarlos.
Corredor de la Sala de las Batallas del Escorial. Asturnatura.com
El nombre Abada, hoy en desuso, se popularizó entre los escritores del Siglo de Oro, y lo utilizaron Quevedo en la Política de Dios y Gobierno de Cristo para referirse a las dimensiones divinas, y Góngora en el Soneto a la Confusión de la Corte para denunciar la corrupción de los funcionarios reales: -Grandes, más que elefantes y que abadas… Luis Vélez de Guevara, por su parte, se burlaba de una dama comparándola con la abada en su comedia en prosa El Diablo Cojuelo: -Pero, ¿quién es aquella abada con camisa de mujer, que no solamente la cama le queda estrecha, sino la casa y Madrid…?
Ilustración de El Diablo Cojuelo. Lorenzogoni.com
La Abada en cuestión murió en 1588 después de siete años de infeliz cautiverio. Una segunda llegó poco después, proveniente esta vez del otro lado del mundo, según relata Ángel Fernández de los Ríos en su Guía de Madrid, 1876: -Trajeron del Brasil unos portugueses, en el siglo XVI, una abada o rinoceronte hembra, que enseñaban por dos maravedís en una tienda. Y escapada, ocasionó hasta veinte muertos en su fuga.
Letrero en la actual Calle de la Abada en la Puerta del Sol. Dk.pinterest.com
La historia de este ejemplar, que no tuvo mejor suerte en su tratamiento y sí peor final, la rescató tres siglos después el barcelonés Antonio de Capmany en su Origen Histórico y Etimológico de las Calles de Madrid, obra destinada a recuperar la memoria de los sitios que amenazaban ser demolidos a fines el siglo XIX para modernizar la ciudad.
Es curioso que no conociera la historia o bien que no la recuerde, cuando he estado ya dos veces en s. Lorenzo del Escorial.
ResponderEliminarBesos.
Una interesante historia esta de los rinocerontes como animal de compañía, que nos demuestra que siempre hubo animales de compañía un poco "raros".
ResponderEliminarSaludos.
Interesante historia la de Abada, vaya humor que se gastaba el rey al subir la bestia al dormitorio de los monjes.
ResponderEliminarUn abrazo.