Autora: Carmen Cascón Matas
Publciado: Béjar en Madrid, n.º 4.887 (21/01/2022), p. 4.
Utilizando el proceso judicial abierto por el corregidor Felipe de Ariño y San Miguel en diciembre de 1701 contra Juana, apodada La Nevera, y Ana Rodríguez de Ledrada, podemos reconstruir en cierta forma lo acontecido, pensando siempre que las descripciones y diálogos que se recogen, dignos de un guion cinematográfico, intentaban ponerse siempre del lado de la justicia. Solo tenemos que darnos cuenta que los declarantes convocados a tal fin son los miembros de la comitiva recaudadora; es decir, los representantes del poder civil de la villa. ¡Qué otra versión iban a ofrecer que la de defensa del señor corregidor!
La justicia debía de ser dura con los desacatos a la autoridad y me temo que Ana acabó convirtiéndose en chivo expiatorio. Veamos primero el caso de Juana, La Nevera. Sin que nos describan del todo la escena, si acaso unas pinceladas, los testigos narran que, al llegar la comitiva judicial a su tienda con el fin de que cobrarse el dinero para el pago de los jornales, la mujer salió con un par de medias de mujer en la mano, bastas, argumentando que solo pagaría las seis que le correspondían y no doce como le exigían, ofreciendo las medias como prenda. Haciendo buenos los seis reales y la prenda, la comitiva siguió su camino. Quizá la oferta de tan inusual artículo respondía a que su tienda funcionaba como mercería, pero qué duda cabe que se vislumbra una cierta provocación ante la invasión de su espacio por tal cantidad de hombres.
Una tienda en París del siglo XVIII. Aquí
Al poco franquearon el establecimiento de Ana Rodríguez y al exigirle el dinero comenzó a «verter voces e impertinencias que hera el dezir que hera injustiçia y tirania hacer aquello con una muger que tenia a su marido tullido muchos años abia». El corregidor, don Felipe de Ariño, le respondió con gran sosiego, como dice el auto de prisión, y hete aquí que Ana Rodríguez, soltando improperios, «diçiendo cosas que no heran dignas de ser oydas por persona alguna», «cojio una bolsa de un cajón de la tienda y la tiro con grande rabia al mostrador, que contasen allí çien reales que tenia mucho dinero ella y que como esas cosas heran las que se llevaba el diablo». El corregidor, sin inmutarse, expresó «señora, yo no pido mas que doçe reales ni usted tiene que pagar mas, pero si gustare de dar los cien reales pues tiene tanto los podrá dar para conponer otros muchos parajes y sitios que necesitan de compostura».
Ana Rodríguez seguía su perorata, «rezongando y ablando diferentes disparates», mientras su hijo contaba los doce reales y se los entregaba al corregidor, quizá por templar gaitas y dar por concluido el asunto. Así hubiera sido si Ariño no se hubiera despedido diciéndole que había tenido una atención con ella (nos imaginamos que al no encarcelarla por desacato) y que quedase con dios, que él ya había hecho su diligencia. Ahí la tendera volvió a encorajinarse y le espetó que «no tenia ni savia a que olia la atención, ni la podía tener con nadie en el mundo quanto y mas con ella». El corregidor estalló «que era una desatenta desbergonçada vieja y desobediente a la justicia», y que si no tuviera en cuenta su condición de mujer y su cargo de juez, «la estrellara contra los cajones de la tienda».
Un grabado de la época en la que una mujer se pone unas medias.
Sacado de aquí
Y a todo esto, las voces se oían desde la calle con la comitiva en el portal y ella dentro de la tienda, con un corregidor fuera de sus casillas y una Ana crecida, haciendo frente al representante del rey en la villa. Ariño acabó saliendo a la calle e instó a la tendera a hacer lo mismo para hacerla presa y Ana, después de muchas porfías, emergió portando una gran arca situada en el portal y se sentó en ella, plantada, sin querer moverse. Así que el corregidor resolvió que subiera a la casa y allí se la encerrara en la parte superior (imaginamos que en el desván) guardada por dos corchetes, con orden expresa de que no bajara a la tienda. A pesar de que la mujer se resistió cuanto pudo, acabó claudicando.
El 15 de diciembre se ejecutó el definitivo auto de prisión contra Ana Rodríguez de Ledrada en la Cárcel Real, en el calabozo de las mujeres, más una pena de 50 ducados. Es entonces cuando el alguacil mayor se dirigió con sus guardas para trasladarla a su nueva morada. Al llegar a su casa preguntaron a su yerno y a su hija, pero nada sabían de su paradero, «que esa tarde havia salido de casa y no había vuelto». Apartándolos de en medio, subieron a la parte alta de la casa, donde se suponía que estaba encerrada, y no la encontraron. Recorrieron cada alcoba y cada sala, mas Ana Rodríguez había desaparecido.
"La tienda", de Luis Paret. Museo Lázaro Galdeano de Madrid
El corregidor, airado ante la fuga delante de sus narices, emitió pregones para que cualquiera que diera con el paradero de la huida lo comunicara a la justicia. Mientras tanto, el marido de Ana, en la persona de su hijo dado que él no podía moverse de la cama, pidió clemencia a Ariño por no tener persona alguna que cuidase de él, así como de su casa y de su familia. A Fernando González habíanle dado los médicos por desahuciado muchos años hacía y necesitaba de cuidados. Rogaban a Ariño muestras de magnanimidad y pedían que la prisión de Ana se ejecutase en su casa, en la parte alta, como hasta el momento de la fuga, ofreciendo una fianza en caso de repetirse la huida.
Al final su petición fue escuchada. Ariño dio marcha atrás, dictó auto de prisión en casa para la fugada y el embargo de bienes como fianza. Y lo curioso es que lo firma en Madrid, ya a principios de 1702. ¿En algo tuvieron que ver las duquesas Teresa Sarmiento de la Cerda y Mª Alberta de Castro y Portugal?
Parece ser que Ana era una mujer de las de armas tomar y fue peor el remedio que la enfermedad ya que pago al final mas de lo que hubiera pagado sin enfrentarse al recaudador.
ResponderEliminarSaludos.
Amiga, ya sabiendo el final esto toma otro cariz.Le salió cara la picardía: al final con arresto, sea domiciliario o donde sea...
ResponderEliminarUna anécdota que en la época que se desarrolla queda muy de libreto de comedia ;)
Un abrazo y la verdad que he disfrutado leyendo este desenlace
Tuvo mucho valor de enfrentarse a Ariño.
ResponderEliminarUn abrazo.
He disfrutado mucho con esta historia, y como creo que tu dijiste al principio, es digna de una película, o de una obra de teatro, con tan pintorescos personajes.
ResponderEliminarun abrazo, Carmen.