Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2023, pp. 10-15.
El Corpus y su Octava no pasan desapercibidos para Ángel Calles Cerrudo a la hora de usarlos como telón de fondo de sus narraciones. La Plaza Mayor era el punto de reunión porque, ayer como hoy, los actos religiosos tenían su epicentro en El Salvador. Pero es curioso: entonces era tradición intercambiar regalos –quizá por aquello de estrenar una prenda en el día del Corpus-, por lo que el trajín por la calle Mayor era continuo. Los pequeños esperaban con ansia sus juguetes y los novios se rompían la cabeza para encontrar un presente para sus novias. El cotilleo estaba al orden del día, porque la Casa Caridad instalaba (imaginamos que por un donativo) sillas en la Plaza, donde los bejaranos descansaban y oteaban el paso de los transeúntes. A toda esa algarabía se sumaban las barracas y los chozos de feria, así los llama Calles, de madera que se instalaban en la Plaza Mayor y en ellas ofertaban «juguetes, platería, sedas, telas, puntillas». Había puestos «de buñuelos y churros, tiro al blanco, exposición de figuras de cera y diversas mesitas con rueda giratoria para hacer tiradas a la suerte y poder elegir caramelos retorcidos o figuras acarameladas».
Procesión del Corpus pasando. Foto Documentos Béjar.
El Jueves de Corpus se iniciaba cuando el cortejo oficial salía del edificio consistorial en el Palacio Ducal al son del clarín y enfilaba el parque desplegado en la tercera terraza, sobre elevada del nivel de la calle. Abría la comitiva el concejal que llevaba la bandera, escoltado por los maceros municipales, los alguaciles y los dos hombres de musgo. Les seguían las autoridades civiles y militares, los empleados municipales, los soldados de la guarnición y la banda municipal. Detrás de las mangas parroquiales y los estandartes, iban en filas los niños y niñas de comunión.
El grupo se encaminaba hacia la iglesia de Santa María con el fin de unirse a los eclesiásticos para recorrer juntos la calle Mayor bajo el sonido de las campanas y de la Marcha Real, pisando el tomillo esparcido por las calles, deteniéndose la custodia en los altares y en la cárcel para que los presos pudieran asomarse entre los barrotes. A lo largo de la procesión, las mujeres arrojaban pétalos de flores desde balcones y ventanas «como perfumada y polícroma lluvia sobre la Custodia y el palio mientas que de los portales se sacaban los manojos de tomillo y romero». La última parada la constituía el Asilo de las Huérfanas, entonces en la trasera de San Juan, esquina calleja del Balazo, donde las monjas y niñas habían colocado un altar. El arcipreste se acercaba bajo palio hacia las asiladas escoltado por los dos maceros, cuatro militares y dos hombres de musgo. Después el cortejo seguía hasta El Salvador, donde concluía el acontecimiento. Por la tarde, los asociados acudían al baile del Casino Industrial.
Talla desaparecida de San Luis Gonzaga
Al llegar el mes de junio, dos fiestas próximas tenían lugar: San Luis Gonzaga, el 21, y San Juan Bautista, el 24. Calles es conciso en cuanto a ambas. La Congregación de los Luises, como se llamaba a la Congregación de San Luis Gonzaga, celebraba el Día de los Niños con una misa en San Juan y una procesión con su talla, hoy perdida. El fundador de esta cofradía fue el sacerdote Santiago Agero Brochín, director del periódico La Victoria. Por la tarde, los bejaranos acudían al Parque para escuchar el primer concierto de la temporada veraniega de la Banda Municipal de Música. De la fiesta de San Juan, que ocurría solo tres días después, Calles describe que eran usuales las verbenas nocturnas en lugares públicos y jardines privados. La decoración era profusa en cuanto a farolillos, guirnaldas y flores, y se solía contratar a orquestas y bandas de mayor o menor tamaño para amenizar la fiesta. En ellas se ofrecía a los asistentes churros y buñuelos, pasteles y dulces, bebidas selectas, y los bejaranos bailaba hasta altas horas de la noche.
Santuario de nuestra Señora de Castañar en 1915. Foto sacada de aquí
Si un mes es relevante en el calendario festivo bejarano es septiembre, cuando se honra a la patrona de Béjar, la Virgen del Castañar. Entonces, se subía caminando al santuario para disfrutar del campo. El ambiente era animado desde primera hora de la mañana por el toque al unísono de las campanas del reloj de San Gil y de las iglesias parroquiales,mientras se disparaban cohetes y sonaban la dulzaina y el tamboril.
La atracción que el monte y la naturaleza ejercían sobre los bejaranos obligaba a dejar las casas desiertas y a darse la paradoja de mezclarse obreros y señoritas, candelarias con sus trajes típicos y hombres de traje y bombín. Comentarios jocosos entre los romeros provocaban «las figuras, más o menos gallardas, de algunos bejaranos y bejaranas, que no atreviéndose a subir a pie, iban caballerosos en sufridos borriquillos, o briosas jacas o caballos». Los atrevidos jinetes alcanzaban la meta antes de las 8 de la mañana para disfrutar así del desayuno «calentando en improvisados hornillos de piedra o maquinillas de alcohol, el café, la leche o chocolate, que llevaban para al fin». A media mañana el público, ante el soniquete de las campanas de la espadaña, empezó a encaminarse hacia el altar mayor adornado con plantas, flores y candelabros a gusto de la camarera de la Virgen. Comenzó la misa con el templo abarrotado y las puertas abiertas de par en par, mientras el coro, bajo la batuta de Rufino Agero Brochín, interpretaba una de sus más famosas composiciones. Tras unos sucesos milagrosos que el autor refiere en su cuento, la romería da principio con el cortejo habitual seguido por la Banda de Música «hasta dar vista a la población en el primer rodeo, y regresó a la iglesia». Una vez colocada la imagen en el altar, se entonó la Marcha Real, se lanzaron cohetes y tocaron las campanas. Todo quedó en aparente calma, mientras los bejaranos y comarcanos daban buena cuenta de sus viandas bajo los frondosos castaños del entorno del santuario y de la plaza de toros.
Foto de la romería del Castañar a principios de siglo XX. Foto de aquí
Dejamos a nuestros paisanos almorzando en el monte y nos reencontramos con ellos solo unos veinte días después en las ferias de septiembre. Ya el 25, como resalta Calles, forasteros de las poblaciones circundantes (La Calzada, Navalmoral, Horcajo, Valdefuentes, Valdesangil, Candelario y Hervás) buscaban posadas para alojarse y lugares donde instalar sus ganados y puestos de mercancías. La música y los sonidos volvían a ser los protagonistas: la Banda Municipal era la encargada de amenizar la población desde las siete de la mañana con sonoras dianas y a las diez el repique del reloj de San Gil y los cohetes anunciaban la inauguración oficial de la feria, regresando la Banda para interpretar un concierto en el Parque Municipal. Mientras sonaban los acordes musicales en el corazón de la ciudad, sus plazas y calles bullían de compradores que no dejaban de entrar y salir de tiendas y comercios, y de visitar los puestos de dulces y juguetes. No faltaban los cines y tiovivos ambulantes. Los personajes del cuento acaban recalando en la feria de ganado, donde ocurre la narración principal, que no desvelaremos.
El 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, los bejaranos honraban a sus difuntos, sin niños disfrazados por las calles pidiendo truco o trato. Desde las jornadas previas, eran frecuentes los recorridos al Campo Santo para adecentar sepulturas, panteones y capillas, a fin de que las visitas de las tumbas de los seres queridos de familiares, amigos y conocidos se realizaran en las mejores condiciones posibles. Ese día, los sirvientes y particulares recorrían la calle Mayor y la calle Libertad con «flores, coronas, cirios y hacheros, así como para oír misas encargadas en las capillas». Sus caras no reflejaban alegría, sino tristeza: «derramaban lágrimas o exhalaban suspiros y lamentos recordando a los seres perdidos». Mientras las campanas de las parroquias y de la capilla del cementerio tocaban a muerto, se escuchaban responsos por doquier y los cirios iluminaban temblorosamente la caída de la tarde. Cuando la noche hacía acto de presencia, las familias recogían velas, cirios y hacheros para marcharse a sus casas.
Cerramos con la Navidad, tiempo en que las clases pudientes entregaban cestos de comestibles, juguetes, puros, vinos y dinero a instituciones benéficas como la Casa Caridad, las Hermanitas de los Pobres, el Colegio de Niñas Huérfanas, la cárcel o el hospital, y a las familias obreras más necesitadas. Las calles eran un hervidero de gentes con paquetes y cestas haciendo compras en los establecimientos comerciales. Los niños amenizaban el ambiente tocando panderetas, zambombas y almireces, cantando villancicos y pidiendo de puerta en puerta. Los paisanos les entregaban peladillas, caramelos y algunas monedas ante el regocijo de los chiquillos. Las tiendas lucían «con sus escaparates rebosantes de turrones, mazapanes, galletas, peladillas, caramelos, dulces de todas clases, frutas de América, vinos, licores». Los calboteros vendían sus castañas asadas calentitas, sin mucha fortuna según Calles, mientras el frío arreciaba y los copos de nieve comenzaban a precipitarse lentamente sobre los tejados de la ciudad…
Con esta estampa dickensiana en la que no podía faltar un Béjar bajo la nieve, Calles se despide de sus lectores como lo hacemos nosotros. Hubiera sido más propio hacerlo con la Virgen del Castañar vislumbrando la ciudad en la primera vuelta de los rodeos en el día de su romería. Y como es más propio de esta revista, pues dicho está y con esta estampa termina aquí este artículo que, espero, haya sido del agrado de quien esto haya leído.
Una buena reseña de festividades que se celebraban en Béjar, porque seguro muchas se perdieron y no se volvieron a celebrar.
ResponderEliminarSaludos.
Buen documentada las fiestas, de ese gran pueblo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Buenas fiestas celebraban también en esos años. Buen septiembre Carmen y buenas fiestas 2024.
ResponderEliminarUn abrazo.