Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid, nº 4.724 (6/03/2015), p. 6.
*Dedicado a mi antepasado allá donde esté.
En la noche del 25 de junio de 1825 el
alcalde mayor o corregidor de Béjar, don Mariano Herrero, partía hacia su nuevo
destino de alcalde del crimen de la Real
Audiencia de Valencia mientras su puesto quedaba vacante a la
espera de que el rey Fernando VII enviara el nombre de su sustituto. Atrás
parecía haber quedado la pesadilla de los desórdenes derivados del Trienio Liberal,
concluido dos años antes, aunque nuevas sombras se cernían para una monarquía enrocada
cada vez más, por instinto de conservación, en el Antiguo Régimen. El rey se
manifestaba una y otra vez en el sentido de que el sistema no debía ceder un
ápice ante los embates de los partidarios del liberalismo, ávidos de entregar
el sistema en brazos del populacho. Demasiadas experiencias negativas se habían
sucedido en aquellos tres años de constitucionalismo y hora era de amarrar a
aquellos guerrilleros levantiscos que habían vertido su sangre en la lucha
contra Napoleón. La obsesión del monarca por el orden se había transformado en
una desatada persecución hacia todo lo que oliera a lucha por las libertades.
Fernando VII
El
año anterior, sin ir más lejos, se había confeccionado una lista de personas peligrosas en el reino, incluida la villa de Béjar, mientras reconocidos
liberales se veían entre rejas, juzgados y ajusticiados, o marchaban camino del
exilio. Incluso se llamó a las filas de las Milicias de Voluntarios Realistas,
una sustitución de las desparecidas Milicias Nacionales, a aquellos civiles que
desearan mantener el orden en sus poblaciones ante cualquier posible amenaza de
conspiración, como también sucedió aquí[1].
Detalle de los Portales de Pizarro (Béjar)
El 13 de agosto de 1825 arribó el nuevo corregidor de la Villa y Tierra de Béjar, representante
de Fernando VII, el valenciano Vicente Sanahuja y Mey, luciendo una amplia hoja
de servicios dentro del funcionariado. Se trasladaba desde Granadilla y, ante
la imposibilidad de jurar su cargo en Madrid, porque “se le ocasionarían grandes gastos en el viaje”, se le había
concedido la gracia de hacerlo de manos del obispo de Plasencia[2]
“jurando no haber pertenecido ni
pertenecer a sociedades secretas reprovadas por las leyes, ni de profesar
publica ni enseñar doctrinas que se opongan a la soberanía del Rey”.
Su
llegada a Béjar se hizo efectiva el 13 de agosto y un mes después el rey le
nombraba Capitán de Guerra para la defensa y seguridad de la villa y
Subdelegado de Montes y Plantíos. Durante los primeros dos años de mandato la
placidez pareció dominar las calles de la población, pues no existen altercados
documentados por parte de los grupúsculos liberales ni amenazas externas.
Detalle de Béjar. Iglesia de Santa María
La
preocupación de don Vicente se centró en la decencia y la limpieza de la villa[3].
Así, en 1828, publicó un edicto de salud pública e higiene[4]
de obligado cumplimiento porque había advertido que “la mucha benignidad e indulgencia con que he tratado al vecindario ha
sido ocasión de una casi total desovediencia a los repetidos vandos y edictos
que he hecho publicar y fijar en los sitios acostumbrados hasta el doloroso
extremo de mirar sin ningun interes la salud publica como se deduce del
abandono y desidia con que con escandalo de los buenos se falta al cumplimiento
de los preceptos de aseo y limpieza necesaria para su conservación”.
Béjar. Caño de la Mosca
En
primer lugar ordenaba que ningún vecino de la villa “vierta ni permita verter desde las ventanas de sus casas, ni en otra
forma, escombros ni aguas impuras a las calles y pasos publicos hasta que sean
dadas las diez de la noche en ynbierno y las once en verano”, lo cual nos
da idea de la hediondez de las calles de Béjar a pesar de que se hiciera en
horas nocturnas y sin riesgo de que los inocentes transeúntes vieran ensuciarse
sus ropas. Además instaba a cada vecino a barrer, limpiar y asear diariamente
por las mañanas las calles, callejas y salidas y entradas de la villa que “les corresponda por sus habitaciones y
moradas conduciendo las basuras fuera de las murallas a la distancia, por lo
menos a doce pasos de los Paseos y caminos públicos”. Interesante nos
parece el que se suprimiesen los vertederos existentes en la Plazuela de la Piedad, Solano y detrás de
la torre de San Juan, porque nos da idea de la proximidad a las viviendas de
focos de infección dentro de los muros de la población. Para depositar los
escombros se obligaba a los vecinos a conducirlos “fuera de la población a la misma distancia de los doce pasos de los
Paseos y caminos publicos, o donde se les señale”.
Béjar. Calle Mayor
Asimismo se prohibía “labar ropas y legumbres en los Pilares
publicos, calar paños, remojar suela e introducir en ellos materias que
ensucien o puedan corromper las aguas que manan de las fuentes, pues para esas
cosas ligeras tiene cada uno una Pila separada y proporcionada en que han de
poder hacerlo”. Eso sí, se autorizaba a criar cerdos aunque se hacía
preciso que les colocaran “una sortija de
yerro en la jeta para que no puedan desempedrar las calles ni hocicar en los
paseos ni caminos publicos, que los tienen destrozados y convertidos en
Barrancos”.
¿Qué
les ocurría a aquellos que no obedeciesen tales órdenes? Deberían sufragar los
daños y perjuicios ocasionados, además de abonar una multa de un ducado por la
primera vez y, si reincidiese, se elevaría la cuantía y, si no pudiera pagarlo,
serían responsables sus hijos, sus tutores y criados. Además don Vicente
amenaza con “salir esta semana acompañado
de algunos señores individuos del Ayuntamiento y auxiliado de Voluntarios
Realistas a reconocer las calles y callejas y exigir las multas impuestas”.
Béjar. Calle 29 de agosto
Una
vez que tal bando se hizo público de la manera habitual, colocándolo a las
puertas del ayuntamiento y las principales plazas, además de hecho extensivo de
viva voz por el pregonero, don Vicente Sanahuja y Mey redactó nuevas
disposiciones para la conservación del monte y un mes más tarde, a proposición
de los sexmeros y procuradores generales de Villa y Tierra, se dispuso que “desde el mismo día buelba la costumbre
antigua de pagar el premio de la caza y muerte de los lobos y lobas que se
ejecute en el Partido para promover por este medio el celo por la extinción de
unos animales tan nocivos y perjudiciales”[5].
Para ello se exigía a los cazadores conservar las pieles de los animales
abatidos que servían de prueba para la entrega del “premio”. Me pregunto en qué
consistiría el obsequio.
Continuará
[1] Archivo Municipal de
Béjar: Libro de actas de
sesiones del ayuntamiento de Béjar de 1825. Sesión de 30 de julio. Sign. 1617. Se
nombró como Comandante de los Voluntarios Realistas a Sebastián Muñoz Esteban,
Sargento Segundo retirado del Regimiento Provincial de Salamanca.
[2] Ibidem. Sesión de 13 de agosto de 1825.
[3] En este sentido su actitud nos recuerda la de otro
paisano, Blas Montero, quien un siglo antes había ahondado en el mismo sentido
de decencia y limpieza de la villa. CASCÓN MATAS, Mª Carmen. “Blas Montero. Un procurador para un pueblo”, 4.558 (24/VII/2009) y 4.559
(31/VII/2009).
[4] AMB: Libro de actas de sesiones del ayuntamiento de Béjar. Edicto de
salud pública e higiene de 6 de enero de 1828. Sign. 1618.
[5] AMB: Libro de actas de sesiones del ayuntamiento de Béjar. Sesión de 7
de marzo de 1828. Sign. 1618
Este artículo es una verdadera Pincelada de Historia Bejarana. Qué interesante y bonito, gracias. A esperar la continuación. Desde Chile, Jorge Zúñiga Rodríguez.
ResponderEliminarInteresantísimo. El caso es que hoy, con todas las ventajas de la modernidad, nuestros parques y calles están hitados de caquitas de perro y hay mucho guarro que tira la basura por la ventana, como en las traseras de la calle Libertad. Debemos ser uno de los pueblos (el español) más sucios de Europa.
ResponderEliminarParece que no pasa el tiempo... y es es debido, en parte, a que el ser humano cambia poco por muchas teconologías y modernidades que se implanten. A guarros no nos gana nadie.
EliminarSaludos
Mala época le tocó vivir al tal don Vicente. Por un lado, los peores años del absolutismo con la restauración en el poder del rey felón tras el apoyo de los Cien Mil Hijos de San Luis. Y por el otro, los malos hábitos higiénicos de vecinos desaprensivos que habían convertido las calles de la ciudad -como era habitual en todas partes- en un auténtico estercolero, con los problemas de insalubridad pública que ello conllevaba. Digamos que al atraso político -un asunto que parece que no le quitaba el sueño- se sumaba el atraso en el tema de la higiene de los convecinos, algo que se dispuso a mejorar, aunque ya veremos lo que dará de sí.
ResponderEliminarUn saludo.
El asunto político sí que le quitaba el sueño, como veremos en la segunda parte del artículo. Malos tiempos, sí, para aquellos que defendían la libertad y la constitución de 1812. El exilio y el patíbulo eran las recetas aplicadas a los que buscaban convertir a España en un país diferente, lejos del ocurantismo del Indeseable Fernando VII.
EliminarUn saludo
En verano, el hedor debía de ser insoportable, la limpieza en muchas poblaciones es una asignatura pendiente de los ayuntamientos, aunque pienso que la suciedad en la actualidad, es el incivismo que hay por doquier. Magnifica entrada Carmen, esperamos la continuación.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Carmen:
ResponderEliminarEl asunto de la limpieza es asunto pendiente en casi todas las ciudades del mundo. Unas más limpias que otras. Es cuestión de educación...Lo que se hace en casa, se hace fuera de ella.
Interesante entrada.
Besos
Se le debió olvidar prohibir lo de los perros, y así estamos.
ResponderEliminarMe imagino cómo degía de ser la vida en esa época en que se arrojaba por las ventanas los cubos con inmundicias, sería toda una aventura atravesar la ciudad sin que te cayera alguna suciedad por encima.
ResponderEliminarBesos
Yo creo que hoy por hoy la gente es bastante guarrilla por naturaleza, así que no quiero imaginarme en siglos pasados...
ResponderEliminarSe ve bien claramente que cada época tuvo su contaminación. La de aquel tiempo no parecía más agradable que la nuestra, y falta hacía esa regulación.
ResponderEliminarFeliz tarde
Bisous
Que buenas medida adaptó, esenciales pero claras siempre, supongo que su trabajo tuvo en llevarlas y así evitó otros problemas de salud y demás.
ResponderEliminarCon tu permiso me he guardado la última foto, me ha gustado mucho.
Besos.
Para eso está, amiga.
EliminarUn beso
Bueno, razones no le faltaban al señor Corregidor para tales bandos pues, aún hoy en día, no resulta infrecuente ver como se sacuden manteles y bayetas por el balcón o se tienden las sábanas chorreando de modo y manera que, en verano, los viandantes puedan refrescarse con las aguas que gotean. Y es que los bejaranos somos muy fieles a nuestras costumbres y a nuestra história.
ResponderEliminarUn abrazo,
No se cambia tanto a pesar del paso de los siglos, es verdad.
EliminarAbrazos
Supuestamente y dado que era Fernando VII quien lo había colocado en ese cargo, D. Vicente no debía ser un constitucionalista pero, si al menos mejoró la higiene pública de Béjar, algún mérito habrá que concederle. El tema es muy interesante y espero la continuación.
ResponderEliminarBesos Carmen
Me ha interesado mucho tu entrada. Que sepas que en el caso antiguo de Barcelona, a principio de los años cincuenta todavía se criaban cerdos en las azoteas, por ejemplo en la de mi casa junto a la iglesia de Sta. Mª del Mar, con sus consiguiente matanza. Un día se escapó uno enorme llamado Celipe III y fue saltando de finca en finca… hasta que desapareció.
ResponderEliminarSigo leyendo.
Unas buenas pautas para mejorar la higiene pública.
ResponderEliminarDeseando saber más de este buen Corregidor.
Un abrazo Carmen.
Medidas necesarias para hacer más habitable la ciudad. Podres criados aquellos cuyos amos no pagaran las multas.
ResponderEliminarUn abrazo, Carmen.
Bueno, tus fotos de Béjar son una maravilla. Me recuerdan que debo volver antes de que acabe el año.
Lo escrito me parece una delicia, remontarnos años atrás y ver el celo por gestionar la 'cosa pública'. En la medida de que vivimos otros tiempos, algo así hace falta en muchos pueblos y ciudades de este país. Me pregunto como solucionaría el Sr. Corregidor el problema de los chicles en las aceras.
Un abrazo
· LMA · & · CR ·