Autor: José Antonio Sánchez Paso
Publicado: Béjar en Madrid, septiembre de 2025.
En el pasado mes de junio se presentó en Béjar el libro Fernando Aguilar y Álvarez. Vida, obra y pasión (1849-1891), ganador del Premio Girbal 2024, editado por el Grupo Cultural San Gil y del que quien esto firma es el autor.
¿Quién fue Fernando Aguilar y Álvarez? Digamos de entrada, para tranquilizar al lector al que la pregunta le haya pillado de espaldas, que un auténtico desconocido para los bejaranos. Vivió apenas 42 años. Falleció a principios de la última década del siglo XIX y durante los siguientes ciento treinta años apenas su nombre ha sido mencionado en ninguna parte. Movido a la curiosidad por esa ausencia, comencé a interesarme por él y recoger todo lo que me iba encontrando, para ver hasta dónde llegaba que el olvido fuera justificado. Y a la postre, no lo era. Reconstruida su biografía y su obra literaria, ha resultado un personaje fascinante, digno de mejor suerte que el limo de las aguas del río Leteo.
Nació mediado el siglo en la calle de las Armas, hijo de un burgués bejarano que llevaba su mismo nombre, fue hermano de un fraile y una monja, pero cuando se fue a Madrid una temporada en su adolescencia se convirtió en la oveja negra de la familia: allí se hizo republicano y socialista, y más tarde, ya en Béjar de nuevo, anticlerical y masón. Y no por ello perdió la buena relación con todos sus familiares.
¿Qué motivos hay para recordarle después de tanto olvido? Sobran y se amontonan. Si consideramos que su vida pública comenzó con los hechos bejaranos de resistencia de la revolución de la Gloriosa (1868) y que murió en 1891, en apenas algo más de veinte años desplegó una actividad asombrosa que solo se puede enumerar por encima. Fue maestro en la escuela de San Juan, inspector de Educación, fundador del primer colegio de segunda enseñanza y del primer proyecto de educación de adultos (que fracasó, por falta de alumnos). Fue librero, impresor (puso una imprenta en los Portales de Pizarro que no la había igual en toda Castilla y León) y el primer editor bejarano. Se entregó con frenesí a la política (fue concejal con José Rodríguez Yagüe como alcalde) desde el Partido Republicano Federal. Fue actor ocasional y promotor teatral. Junto a su padre y otros, fue el fundador del asilo de las Hermanitas, benefactor de la infancia y de la vejez de los obreros textiles. Se metió en todos los líos posibles. Fundó y dirigió un periódico, La Locomotora, el más importante en Béjar del siglo XIX, por el que se le tiene por el primer periodista profesional de la ciudad, donde defendió todo tipo de causas: la abolición de la esclavitud y la pena de muerte, la igualdad entre hombres y mujeres, la llegada de todo lo que significara modernidad y progreso (fue el primero que puso luz eléctrica en su casa, apenas siete años después de que Edison inventara la bombilla).
Y también fue escritor, como no podía ser menos. El primer escritor en el sentido moderno de la palabra, consciente de su obra literaria y su propósito con ello. Tocó todos los palos: la poesía, el ensayo, la novela, el teatro, la zarzuela (escribió el libreto de una a la que puso música el maestro Collazos, que llegó a representarse pero que se ha perdido) y, por supuesto, la columna de opinión y los artículos periodísticos.
Todas sus obras vieron la luz en apenas diez años, los últimos de su vida. Nunca más, ninguna de ellas, se volvió a imprimir, salvo la novela El castillo de Montemayor, que tuvo una edición hace una década larga. Fue una novela muy al gusto de la época, ambientada en el siglo XVI y llena de todos los elementos propios del momento narrativo: amores, disputas, traiciones y mucha sangre, como corresponde al estilo gótico en el que se encuadra, que más allá de su valor literario dejó en Béjar una leyenda que sigue viva entre nosotros: su imaginación creo los túneles del Palacio Ducal que iban nada menos que hasta el castillo de Montemayor, con los que los niños bejaranos hemos fantaseado a lo largo de todo el siglo XX y lo que va de este. No sería poco legado, si no fuera porque su propia vida entera merecía ser recuperada y que entrara a formar parte del patrimonio humano que la historia nos ha ido dejando.
Fernando Aguilar y Álvarez tiene todo el porte, no conocido en otros coetáneos locales suyos, de representar el prototipo del personaje romántico por excelencia en aquel Béjar finisecular: idealista, arrojado, quimérico, innovador, desesperado, luchador, cabezota. Fue nuestro lord Byron o nuestro Larra local. Un protagonista de nuestro pasado que se había perdido en la niebla del tiempo.
El pasado es un territorio hecho de escombros, ruinas y olvido en el que excavando con las uñas a veces se puede acabar recuperando una escultura de porte heleno o romántico. La escultura, en este caso, con levita, sombrero de copa y cigarrillo en la mano, ha resultado ser la de Fernando Aguilar y Álvarez.
Para la lectura de algunas de sus obras, las más importantes, acceda a https://alquitaraediciones.wordpress.com/
Me parece muy importante de que a través de este libro se haya recuperado la memoria de tan polifacético señor, que por la intensidad de sus múltiples y variadas actividades, parece ser que presentía de que iba a tener una vida corta, como así sucedió.
ResponderEliminarGracias por compartir, Carmen.
Un abrazo.