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7 de junio de 2018

El ajuar fotográfico de Juan Cambón

Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, nº 4.765 (4/V/2018), p. 6.

      En el año 1869, fecha del documento al que vamos a aludir, la fotografía era aún un invento reciente, exótico y extraño. Apenas habían pasado tres décadas desde que se fijara el primer daguerrotipo en España y solo dos de la datación de la primera fotografía conservada. No fue fácil para el público la asimilación de este nuevo instrumento de reproducir imágenes, asimilándolo en un principio como una pintura hecha con medios mecánicos y mostrando recelos ante la posibilidad de exponerse frente al objetivo de las cámaras. En aquellos años 60 del siglo XIX la imagen de un fotógrafo con sus pesados materiales a cuestas debía resultar extraña si no inédita en Béjar. Nuestro protagonista, Juan Cambón[1] tiene un particular puesto de honor en nuestra historia al haber firmado las fotografías más antiguas que de la ciudad se conservan, donde se había afincado en el año 1866. Muy conocidas son algunas de ellas, especialmente la que nos muestra una imagen de la Puerta de la Villa (la misma que por aquella época de un modo algo presuntuoso se denominaba «Puerta de la Ciudad») en la histórica jornada del 28 de septiembre de 1868

Cámara de minutero. 

      Pero son escasas las oportunidades de conocer el «ajuar» de aquellos viejos fotógrafos, todo un despliegue de variados enseres y utensilios ambulantes y portátiles que le acompañaban allá donde fuera, algunos no muy diferentes de los que la fotografía posterior, incluso la actual, han usado, pero otros realmente curiosos. Gracias a los documentos notariales de la época tenemos la posibilidad de saber con qué tipos de instrumentos y accesorios trabajaba Cambón en Béjar y completar así la imagen que de él y de los fotógrafos del siglo XIX (todavía singulares personajes) solemos tener. 

9 de mayo de 2018

Juan Cambón, reportero de guerra

Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid nº 4.765 (18/11/2016), p. 4.

      Este año se cumplen ciento cincuenta de uno de los pocos hechos históricos que dieron cierta relevancia a la ciudad de Béjar, el levantamiento que se conoció como «Revolución de la Gloriosa». Sin ser en absoluto decisiva la participación bejarana en las consecuencias que de él se derivaron (ni más ni menos que la huída de la reina Isabel II de territorio español) los ecos de la resistencia numantina de aquella pequeña y vital ciudad del oeste castellano trascendieron los medios de comunicación locales y alcanzaron alguna notoriedad en rotativos nacionales e internacionales

 Tampón del taller fotográfico de Juan Cambón

         El hecho supuso para España el aparente final definitivo de las rémoras del Antiguo Régimen y la base aún endeble sobre la que se asentarían poco a poco las estructuras de la democracia por venir. Para Béjar fue la consolidación de un sentimiento ciudadano que venía fraguándose durante todo el siglo XIX y del carácter ya netamente burgués y liberal de su sociedad. Así mismo ciertos mitos locales, ciertos iconos, parecieron surgir: los cañones de Víctor Gorzo, las barricadas, la imagen de la Puerta de la Villa, los mártires… 

12 de junio de 2017

Sangre y fervor en el Corpus de otro tiempo



Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid , nº 4.750 (5/06/2015), p. 4.


       Que la celebración del Corpus Christi es vivida en Béjar desde hace siglos con devoción de fiesta mayor y con multitudes como testigos de la procesión no se le escapa a nadie, incluso en este laicizado presente donde los afanes de promoción turística van sustituyendo a los orígenes ortodoxamente religiosos de esta fiesta. Ese impulso y deseo por mostrar al visitante una ciudad entregada a su celebración más emblemática está haciendo regresar poco a poco el viejo esplendor del Corpus bejarano, aún lejos, no obstante, de la pasión y entrega con que en otros siglos se vivía. 

 Hombre de musgo

        Quizá fuera en la centuria de 1600 cuando la fiesta del Santísimo y de los Hombres de Musgo alcanzara su cenit de inusitada magnificencia implicando a todos los estamentos de la villa, incluyendo a todos los gremios, y congregando multitudes. Las rivalidades entre las jerarquías eclesiales y consistoriales por ocupar lugares de privilegio en la procesión y en las iglesias, o las fuertes multas con que se penaba a quienes no asistieran con el debido decoro dan muestra de la trascendencia de tan señalado día. 

 Procesión Corpus Béjar

      Fue en ese siglo XVII cuando, además, fruto del descontrol de la muchedumbre, la procesión pareció irse de las manos sucediéndose una serie de altercados que en algunos casos concluyeron  con resultados fatales. De esta manera queda descrito en los numerosos documentos que sobre el Corpus bejarano se custodian en el Archivo Histórico Nacional. 

21 de diciembre de 2015

Los nombres de la nieve




Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 2 de noviembre de 2014, nº 4.720.

Frente a los tradicionales bienes muebles e inmuebles de los que suelen constar  los inventarios de la  propiedad, se añadía en siglos pasados lo que podríamos denominar la propiedad de lo etéreo y de lo efímero que, pese a su condición, por ser materia altamente lucrativa, fue muy disputada por los poderosos. Nos estamos refiriendo a la nieve, el meteoro por excelencia del invierno, que no ha dejado de seducir por su belleza y por su rentabilidad a partes iguales. No es exclusiva cosa del presente el mirar al cielo en busca de lo proclive de las nevadas, consultando arreboles y calendarios zaragozanos antes y geopotenciales en la actualidad. 

Sierra de Béjar con nieve

Un invierno henchido de precipitaciones es tan solicitado hoy por los esquiadores como lo fue desde el siglo XVI en España, cuando comenzó la explotación del blanco elemento como producto de refrigerio, conservación de alimentos y delicatessen de caprichosos. Tan rentable llegó a ser su almacenamiento y su venta que fue gravado por el Estado con un impuesto de la quinta parte de su valor y que por ello llevó el curioso nombre del “quinto y millón de la nieve”. 

 La Sierra desde un paraje próximo a Candelario

14 de junio de 2015

La infanta Paz de Borbón en Béjar

Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Semanario Béjar en Madrid, nº 4.718 (5/12/2014), p. 4.

El recuerdo de las visitas regias a nuestra ciudad ha quedado señalado en el calendario honorífico de los acontecimientos. La última vez que un miembro de la Familia Real estuvo entre nosotros fue el 21 de junio de 2001 cuando la Reina doña Sofía reinauguraba el teatro Cervantes (la “cajita de música” en sus propias palabras) tras años de restauración. Diecisiete años antes, junto con su esposo el Rey Juan Carlos I, Béjar recibía su visita oficial. Antes, mucho antes, hizo lo mismo Alfonso XIII, y aun aquellas infantas, populares y castizas, de cuando los hombres rizaban sus bigotes y planchaban sus levitas, y los anchos sombreros tocaban el peinado de las damas[1]. Son muy recordadas las dos visitas que la Infanta Isabel de Borbón “La Chata”  realizó en 1916 y 1929, pero casi olvidada  la que su hermana, la Infanta Paz de Borbón y su esposo el príncipe alemán y doctor Luis Fernando de Baviera, habían realizado con anterioridad, el 14 de septiembre de 1912

Infanta Paz de Borbón

Paz de Borbón era hija de la reina Isabel II y de su esposo Francisco de Asís (aunque este último probablemente no era su padre biológico), y por lo tanto hermana del rey Alfonso XII. Llevaba ocho apellidos Borbón a sus espaldas y con ellos todo el casticismo y cercanía que siempre se le atribuyó a su estirpe. Era escritora, poetisa y pacifista, en tiempos aún de espada y muerte; muy atenta a los problemas de España (que no eran pocos), en especial al de la pobreza. La relación de este matrimonio con Béjar y con la provincia de Salamanca no era ni casual ni reciente. La profunda religiosidad de la dama había sido el cauce de acercamiento a nuestra zona desde que se interesara por el estado de las obras de la Basílica de Santa Teresa en Alba de Tormes, cuyos problemas económicos intentó paliar sin los resultados deseados. Un factor más humano de esta cercanía a Salamanca tenía que ver con que el secretario personal de la Infanta, y una de sus personas de mayor confianza, era Gonzalo Sanz, clérigo natural de Miranda del Castañar con quien tuvo la oportunidad de conocer in situ la realidad de las zonas rurales de esta provincia. La Infanta fue testigo en estas tierras del atraso secular del campo, todo ello en un país que hasta hacía muy pocos años presumía de imperial.

26 de enero de 2015

Juan Eduardo Zúñiga, "maestro de la literatura" (2ª Parte y final)



Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 15/08/2014, nº 4.710, p. 4.

A juzgar por las alusiones a la infancia que nuestro protagonista, el escritor Juan Eduardo Zúñiga, ha hecho en diversas entrevistas, siempre refiriéndose a ella como un periodo triste y de intensa soledad, la relación que pudo tener con su progenitor (don Toribio Zúñiga) debió quedar marcada por las distancias que entre ellos puso el modo distinto, e ideológico, de entender la vida y, más concretamente, los problemas de España

 El escritor madrileño Juan Eduardo Zúñiga


 Su padre, el bejarano Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo 


El caballero monárquico, religioso y conservador que fue don Toribio chocó con la disposición más abierta y el punto de vista social de su hijo Juan Eduardo, que en todo caso también se mostró crítico con todo proceder violento e injusto, viniera de donde viniera. Ese carácter quedaría definido a partir de la vivencia determinante de la Guerra Civil y de los primeros años de la posguerra, cuando apenas era un niño de diez o doce años;  no solo en la percepción de las injusticias bélicas, sino también en la configuración del tema central de su obra literaria. Los temas no los eliges sino que te eligen, y a veces de manera traumática. 

19 de enero de 2015

Juan Eduardo Zúñiga, "maestro de la literatura" (1ª Parte)



Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 1/08/2014, nº 4.709, p. 14.

Permítanme que defina al personaje que nos ocupa con el contundente calificativo con el que lo suele saludar el novelista Antonio Muñoz Molina: el de “maestro”. Y es que la veteranía en las letras y la intensidad literaria, unidas a la honestidad de su obra, hacen a nuestro protagonista acreedor de tan incontestable sobrenombre. ¿Por qué dedicar una  entrada en este blog a la figura enjuta, casi quijotesca, de un octogenario escritor madrileño que redacta sus textos a mano frente a la frondosidad del Retiro, llamado Juan Eduardo Zúñiga? Quizá su apellido, de tantas reminiscencias aristocráticas y tan unido atávicamente a la historia de Béjar, pueda darnos pistas. Incluso a través de él logremos vislumbrar las razones genéticas de una vieja tradición familiar alrededor de la literatura que ha fraguado en Juan Eduardo Zúñiga como su último vástago.

 Toribio Zúñiga Sánchez- Cerrudo, según Antonio Solís Ávila

 Hablemos, antes que nada, de su progenitor. El padre de nuestro protagonista no era otro que Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo, creador de la moderna farmacología española; y a mi juicio el más ilustre de los bejaranos del siglo XX, sobre todo si tal honor se definiera por méritos académicos[1]. No habría espacio suficiente en estas páginas para relacionar de modo completo los valores profesionales, títulos, honores y condecoraciones que jalonan la biografía de don Toribio. Como doctor en farmacia ayudó  en la fundación de su Real Academia, de la que fue presidente y secretario perpetuo, ejerciendo de farmacéutico del Rey Alfonso XIII desde 1925 hasta la renuncia de este último como Jefe de Estado en 1931. Al mismo tiempo son innumerables los trabajos de corte científico que publicó, destacando su póstuma “Historia de la Real Academia de Farmacia”[2]

24 de noviembre de 2014

Los Teixidor, embajadores bejaranos y el médico de Hemingway (4ª parte y final)


Autor: Óscar Rivadenyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 18/07/2014, nº 4.707, p. 4.

Terminábamos el último de nuestros artículos hablando de la relación entre los nietos de Luisa Rodríguez Yagüe (familia, como decíamos, de embajadores, intelectuales, artistas y científicos)  separados necesariamente por el desdoblamiento del país en las “dos Españas”, pero unidos en tales adversidades bélicas y pos-bélicas por los inquebrantables lazos de la sangre. 
 
El hijo díscolo, ideológicamente hablando, de doña Luisa, fue Ruperto Sánchez Rodríguez, bejarano de nacimiento que hizo sus estudios medios en Barcelona y universitarios en Salamanca, trasladándose a Madrid donde logró notoriedad como médico tocólogo. Su carácter izquierdista contrastaba con el resto de la familia, muy conservadora y pía, y sería heredado por sus hijos, los Sánchez Arcas, donde destacaban Manuel (ya mencionado), Ruperto (gran médico y escritor al que también hemos hecho referencia) junto con Asunción y María Luisa

Ruperto Sánchez Rodríguez. Foto sacada de Archivo Fotográfico y Documental de Béjar.

17 de noviembre de 2014

Los Teixidor, embajadores bejaranos y el médico de Hemingway (3ª parte)




Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 04/07/2014, nº 4.706, p. 12.


     Tras el final de la Segunda Guerra Mundial concluye la labor que como embajador encargado de negocios y ministro consejero ocupó a Juan Teixidor en el Vaticano. Con más de cincuenta años el diplomático bejarano continuaba su carrera en puestos de responsabilidad dentro de los gobiernos españoles de la posguerra. La labor de establecer relaciones entre nuestro país y las naciones europeas en tiempos de descrédito, recelos, desengaños y sospechas, no fue fácil para los representantes del régimen de Franco que durante los años cuarenta permanecía sumido en la autarquía y el aislamiento. Teixidor pudo sufrir en sus propias carnes la animadversión que los sectores más radicales sentían hacia la España del momento, como veremos a continuación. Sucedió en Génova en 1949, la ciudad italiana donde había sido destinado como cónsul tres años antes. Según nos relata Antonio Téllez Solá en la revista Polémica los dos años previos habían sido especialmente virulentos en España en lo que respecta a la lucha contra los guerrilleros y el maquis, con un gran número de bajas. Tiroteos, detenciones y consejos de guerra se sucedieron hasta sofocar casi por completo a un movimiento que aún albergaba esperanzas tras la victoria aliada en la guerra mundial. 

 Foto antigua de la Estación de Tren de Génova. 
Imagen extraída de aquí

      La muerte de guerrilleros españoles habría de tener una considerable repercusión en Europa, especialmente entre el ambiente anarquista italiano donde se produjeron numerosas muestras de protesta. Sin duda la más sonora se llevó a cabo en Génova y tuvo como objetivo atentar contra el cónsul español que, como hemos dicho, no era otro que nuestro protagonista Juan Teixidor. Según sigue relatando Téllez Solá, el 8 de noviembre de 1949 los anarquistas italianos De Lucci, Mancuso y Busico se presentaron en el consulado de España, en el número 3 de la Via Brigata Liguria. Los tres iban armados con pistolas y portaban una bomba alemana Sipel. Armas en mano tranquilizaron a los empleados del edificio diciéndoles que sólo les interesaba el cónsul y tras cortar las líneas telefónicas entraron en su despacho. Este estaba vacío. Luego se supo que Juan Teixidor no se encontraba allí porque acababa de desplazarse a una lujosa recepción de la naviera italiana en el bote Cante Biancamano.  Ante esta situación los anarquistas se desahogaron con un retrato del Jefe de Estado español, que hicieron trizas, y sustituyeron la bandera nacional y la falangista por una de la federación anarquista de Génova con el lema “Ni dios(sic) ni amo”. Finalmente prendieron fuego a los documentos del despacho, que acabaría destrozado tras arrojarle una granada. Los anarquistas huyeron entre el desconcierto de la situación; alguno de ellos llegó a pasar la frontera francesa, pero acabarían detenidos y juzgados[1]

10 de noviembre de 2014

Los Teixidor, embajadores bejaranos, y el médico de Hemingway (2ª parte)



  Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 20/06/2014, 4.705, p. 4.

      Juan Teixidor Sánchez, hijo de José Teixidor y Jugo, nació en Béjar en 1893. Siguiendo la tradición de su padre inició la carrera diplomática con veintidós años tras haber ejercido de secretario de segunda clase en Berna (Suiza) como primer destino[1]. En aquel mismo país, en 1920, comenzaría una larga etapa de dieciséis años en la que ejercería puestos de responsabilidad en la Oficina de Naciones de Ginebra como representante de los distintos gobiernos españoles de la época, labor que alternaría con la de cónsul en la ciudad de Tampa en Estados Unidos desde 1929. 


      En el año 1921 Juan Teixidor se había casado con Joaquina Pons i Bofill, joven de la alta burguesía barcelonesa, con la que concebiría tres hijos: Alejandro (muerto y enterrado en Béjar junto con sus abuelos), Juan y Margarita

 Juan Teixidor Sánchez
Fotografía gentileza de los hermanos González de la Huebra


        La diplomacia, en efervescente actividad durante los años treinta, se tendría que enfrentar a los retos de establecer relaciones entre países al filo del enfrentamiento bélico o, como en el caso de España, a punto de confrontación civil. Así, embajadores, cónsules y ministros sopesaban sus intereses para salvaguardar su propio prestigio en un mundo de incierto futuro. En el caso de nuestro protagonista no queda claro si en 1936, tras el levantamiento de Franco, es cesado por el gobierno de la República de su puesto de cónsul en Ginebra, o si más bien presenta su dimisión huyendo a Francia para adherirse al levantamiento. Esta adhesión se haría efectiva de inmediato, pues en plena Guerra Civil ya le vemos aupado a cargos de gran responsabilidad en el bando y gobierno de los nacionales. Así en 1938 formaría parte del tribunal para la supresión de diplomáticos de la República; y aún antes del final del conflicto sería nombrado ministro plenipotenciario[2] y secretario de la Junta de Relaciones Culturales dependiente del ministerio de Asuntos Exteriores para el que, en palabras del propio Teixidor, aconsejó “no desatender el intercambio cultural  preferentemente con los países que vienen prestando una ayuda a España, esto es, Italia y Alemania[3]. Justo a la finalización de la guerra el papel de nuestro diplomático en dicho puesto adquiriría una renovada trascendencia al ser elegido para gestionar el regreso de las obras del Museo del Prado (evacuadas en Valencia y Ginebra) junto con dos de las figuras más importantes de la cultura oficial, el filósofo Eugenio d’Ors y el pintor José María Sert[4]. Este fue uno de los logros, no fáciles, del Real Patronato que regía la pinacoteca madrileña. 

3 de noviembre de 2014

Los Teixidor, embajadores bejaranos, y el médico de Hemingway (1ª Parte)


Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid,06/06/2014, 4.704, p. 4.


        El concepto de intelectualidad, o mejor dicho la capacidad de los individuos para desarrollar sus inquietudes creativas, artísticas o científicas (también la vocación política) estaban supeditadas, a principios del siglo XX a una procedencia familiar económicamente acomodada. Alguien ha definido al matrimonio formado por Luisa Rodríguez Yagüe y Ruperto Sánchez Gil, junto con su prolífica descendencia, como la familia más intelectual del Béjar de mediados del siglo pasado, y en este caso no sólo por su solvencia económica, que también, sino sobre todo por la brillantez de muchos de sus miembros. El matrimonio formado  por la hermana mimada de los Rodríguez Yagüe y por el juez bejarano simbolizaba a la perfección los valores clásicos de la burguesía de la época en nuestra ciudad: intensa religiosidad, filiación liberal, inversiones industriales, patrimonio agrario y una estética entre trasnochadamente romántica y prudentemente modernista


José Teixidor y Jugo
Fotografía cedida por los hermanos González de la Huebra

9 de septiembre de 2014

Del crimen de Matilla al crimen de Barrioneila. Las dos muertes de don Pepito Rodríguez Yagüe (2ª Parte y final)



Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 16/05/2014, 4.703, p. 4. 

Matilla de los Caños es un pequeño pueblo situado en pleno centro del Campo Charro a 50 kms. de Béjar y 28 de Salamanca. A pesar de la placidez del lugar, rodeado de amplias dehesas de encinas donde pastan los más afamados toros de lidia de España, diversos sucesos ocurridos a lo largo de los siglos XIX y XX nos recuerdan la complejidad social que presidía las relaciones entre terratenientes, pequeños propietarios y campesinos en el mundo agrario salmantino. José Rodríguez Yagüe adquirió por 315.000 pts. esta localidad a Manuel de Velasco y Ripoll [1] el 17 de febrero de 1880, un año antes de ser nombrado alcalde de Béjar. Desde el primer momento los habitantes de Matilla le disputarían el derecho sobre los huertos lindantes con el pueblo que ellos venían explotaban. El resto de terrenos y bienes inmuebles pertenecían a don Pepito en concepto de “coto redondo” [2]. El enfrentamiento debió ser enconado hasta desembocar en tragedia el 13 de diciembre de 1880. Según unas versiones los expeditivos métodos del propietario (como desviar las aguas del arroyo de Arganza para inutilizar los huertos) y según otras los que usaban los campesinos ganando metros día a día modificando los linderos fueron los detonantes. Así gran parte de los habitantes de Matilla se amotinó el citado día tomándose la justicia por su mano con la intención de acabar violentamente con el propietario. Pero no fue este, don Pepito (que no frecuentaba el pueblo), sino su representante el que sufrió las  consecuencias. Se trataba de Antonio López-Manzanares, primo y a la vez cuñado de don Pepito, que murió linchado quedando tendido su cuerpo bajo la “encina del bejarano”. Así se conoció desde aquel momento, y aún hoy, el soberbio ejemplar de Quercus ilex que crece a las afueras de la localidad. Varias decenas de vecinos fueron encarcelados tras los hechos y tres de ellos cumplieron cadena perpetua. Los litigios por la posesión de los huertos no concluyeron hasta 1893 y fueron favorables a Rodríguez Yagüe. A pesar de ello, con posterioridad, Miguel de Unamuno defendió veladamente en diversas publicaciones a los campesinos condenados. Finalmente en 1901 don Pepito vende por un millón de pesetas el pueblo de Matilla a Fernando-Ildefonso Pérez Tabernero [3].

 Don Pepito según un dibujo de Óscar Rivadeneyra

2 de septiembre de 2014

Del crimen de Matilla al crimen de Barrioneila. Las dos muertes de don Pepito Rodríguez Yagüe (1ª Parte)



Autor: Óscar Rivadenyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 02/05/2014, 4.702, p. 4.


Los vertiginosos cambios políticos que se operan en la España del siglo XIX y que suponen el desmantelamiento del antiguo régimen con la estructuración de un alternativo régimen liberal tienen en Béjar dos consecuencias: por una parte la aparición de la masa social como elemento operador cada vez más influyente, con el asociacionismo como bandera, y por otra parte la gestación de las grandes estirpes burguesas entre las que descollaban nombres y apellidos como referencia empresarial. Dentro de este segundo grupo surge una peculiar y paradigmática figura: la del “prohombre”. Se trata de personas que adquieren a lo largo de los años un notable prestigio a partir generalmente de una situación de privilegio económico y que acaba por trascender a las distintas clases sociales. Individuos como el filósofo Nicomedes Martín Mateos, JerónimoAbdón Gómez-Rodulfo o los hermanos Rodríguez Yagüe, pueden ser un buen ejemplo de esta figura tan propia del siglo XIX, pero que tendría también sus ejemplos en el XX con personajes (en cierto modo de reminiscencias decimonónicas) como Toribio Zúñiga [1] o Juan Muñoz

 José Rodríguez Yagüe en su época de alcalde de Béjar
Foto extraída del blog Los Abdones 

26 de mayo de 2014

Manuel Sánchez Arcas: un arquitecto bejarano en vanguardia (3ª parte y final)



       
      Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
      Publicado: Béjar en Madrid, 04/04/2014, nº 4.701, p. 12.   

       Los países de la Europa oriental fueron siempre la referencia de Sánchez Arcas en sus treinta largos años en el exilio, no solo como ejemplo práctico de desarrollo de las políticas siempre defendidas por el arquitecto sino también como lugares de residencia. 
 Instituto de Física y Química (Fundación Rockefeller, Madrid)
Manuel Sánchez Arcas y Luis Lacasa Navarro (1932)


            La disparidad ideológica que siguió caracterizando a la II República en el exilio es el trasfondo de las causas por las que Sánchez Arcas renunció a su cargo de Ministro plenipotenciario en Polonia en el año 1950 tras ejercerlo durante cuatro años. La oposición activa al régimen del general Franco promovida por la Unión Soviética tenía a nuestro protagonista como uno de los agentes principales desde Varsovia. Por esa fidelidad a las tesis marxistas terminó distanciado del gobierno republicano, mucho más tolerante y diverso, cuando este era presidido por José Giral, y finalmente  dimitió de su cargo de Ministro ante el gobierno de Sánchez Albornoz. Las causas directas parecen estar relacionadas con las simpatías mostradas por la República española hacia el dictador yugoslavo Tito[1], enfrentado aquellos años a la Unión Soviética. En cualquier caso el final de la actividad política le permite regresar a su trabajo en la Oficina de Proyectos de Sanidad de Varsovia comenzando una proliferación de trabajos teóricos publicados en diversas revistas especializadas. Así durante 1950 publica una serie de artículos en la revista parisina Cultura y Democracia, compartiendo plana con Rafael Alberti y Jorge Semprún, en los que, frente a los planteamientos culturales y científicos oficializados en la España franquista, desarrollaba sus propias tesis respecto al urbanismo, la ingeniería o la medicina[2].

19 de mayo de 2014

Manuel Sánchez Arcas. Un arquitecto bejarano en vanguardia (2ª parte)



Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 21/03/2014, nº 4.700, p. 6.

Las primeras referencias actuales sobre la existencia del singular personaje que nos ocupa se las debemos al historiador Ignacio Díaz Elcuaz cuando hace seis años publicó en el periódico El Adelanto sendos artículos sobre Artistas Bejaranos, uno de ellos monográfico sobre Sánchez Arcas[1]. Anterior a ello los datos conocidos a nivel local o provincial sobre su vida parecen casi inexistentes. Béjar en Madrid durante los años veinte da periódicas reseñas sobre “el primogénito de Ruperto Sánchez Rodríguez”, sobre su formación y sus primeros éxitos. Pero tras el estallido de la Guerra Civil el personaje parece alojado en el olvido pese a que, como dijimos en la primera parte de este artículo, su prestigio como arquitecto era notable e incluso, según algunos críticos, se trate de uno de los pioneros de la arquitectura de vanguardia en nuestro país. El auspicio primero del régimen de Primo de Rivera y después de la II República fue fundamental para el desarrollo de una talentosa generación de arquitectos junto a la que trabajó mano a mano, y entre los que se encontraban Luis Lacasa, López Otero, Eduardo Torroja o José Manuel Aizpurua.

 Manuel Sánchez Arcas

12 de mayo de 2014

Manuel Sánchez Arcas. Un arquitecto bejarano en vanguardia (1ª Parte)


Autor: Óscar Rivadeneyra Prieto
Publicado: Béjar en Madrid, 07/03/2014, 4.699, p. 13.


En ocasiones la mala memoria de la Historia o las sombras que ciertos acontecimientos extienden sobre los hombres no nos ha permitido conocer como merecieran a algunas figuras de nuestro tiempo. Uno de los casos más flagrantes es el de Manuel Sánchez Arcas, un nombre fundamental dentro de la arquitectura española del siglo XX, especialmente en lo que se refiere a la evolución que operó el estilo racionalista hacia el funcionalismo durante los años 30. Su militancia política, con importantes cargos de responsabilidad en los gobiernos de la Segunda República, le condujo primero al exilio y después casi al olvido en el contexto de la posguerra española. 


3 de enero de 2011

"Las calles tienen tu nombre", primera novela de Óscar Rivadeneyra


La semana pasada salió a la luz de las librerías y de nuestra curiosidad una novela llamada “Las calles tienen tu nombre”, ópera prima del conocido y polifacético Óscar Rivadeneyra Prieto con prólogo de Antonio Avilés Amat, fotografía de portada de Raúl Martín y editado por T. G. C. Cultural.