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10 de abril de 2014

El castillo de Béjar y otras fortificaciones de su entorno: origen y arquitectura (2ª Parte)



Autor: Roberto Domínguez Blanca
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2013,  pp. 71-76.


Castillos del territorio castellano (II)      

     En una elevación al pie del río Tormes, el castillo de El Barco de Ávila o de Valdecorneja responde al modelo característico de castillo del siglo XIII. Contaba con recinto amurallado del que quedan algunos vestigios, destacando la puerta del Ahorcado. Su estructura es sencilla y diáfana: planta cuadrada con cubos cilíndricos guarneciendo las esquinas y una gran torre del homenaje en el medio de uno de los lienzos. Asimismo, tendría foso y contrafoso, y una vez atravesados, disponía de dos puertas en arco apuntado para su acceso, una que daba a la villa y otra al río. Repite modelos de la llamada escuela de Valladolid, como el de Villalonso (Zamora), adoptado a lo abulense, pues el referente más inmediato es el castillo de Arenas de San Pedro. Cooper advierte que las marcas de cantero de la torre del Homenaje son las mismas que las de la monumental iglesia gótica de Bonilla de la Sierra, por lo que tuvieron que trabajar los mismos constructores.

 Castillo de El Barco de Ávila (Ávila)

3 de abril de 2014

El castillo de Béjar y otras fortificaciones de su entorno: origen y arquitectura (1ª Parte)




Autor: Roberto Domínguez Blanca
Publicado: Revista de Fiestas y Ferias de Béjar, 2013, pp. 71-76.


Reconquista y Repoblación: el origen de los castillos medievales



            A la muerte del rey castellano-leonés Alfonso VII en 1157, éste había decidido dividir el reino entre sus dos hijos: León para Fernando II y Castilla para Sancho III. En el sur de ambos reinos, al sur de la actual provincia de Salamanca y norte de la de Cáceres, la frontera la marcaba la vía de la Plata, de forma que Béjar y el territorio que conformará su alfoz pasaron a Castilla, mientas que el resto de la zona salmantina que la rodeaba, Monleón, Salvatierra de Tormes, Montemayor del Río y Miranda del Castañar, quedó integrado en el reino leonés. Esto sucede a finales del siglo XII mediante el tratado de Tordehumos de 1194, con Alfonso IX dirigiendo los destinos de León, por el que no podía adentrarse en la Sierra de Béjar. Antes que Béjar, Alfonso VIII de Castilla repobló Plasencia en 1186 y ascendiendo al norte fundó Oliva de Plasencia y Segura de Toro. Entonces repuebla Béjar entre 1186 y 1196, apostando De Santos Canalejo [1] por fechas como 1194 ó 1195, posterior al tratado y a la instauración del alfoz bejarano por Alfonso VIII en 1193). Sin embargo, parece ser que en 1190 ya lo estaba, y con población suficiente como para enfrentarse junto con el concejo de Plasencia al de Ávila en La toma de las torres de Puente del Congosto, hecho que se fecha entre 1182 y 1190 [2]. Tras Béjar, seguidamente Alfonso VIII se encamina hacia el este para controlar Valdecorneja: El Barco de Ávila, Piedrahíta, El Mirón y La Horcajada; si bien en algunos casos, como en Piedrahíta o Barco, ya existiría población cristiana asentada, pues su fundación es de los tiempos del señorío de doña Urraca; o mucho antes en el caso de Piedrahíta, pues según la leyenda del monte de la Jura ya estaba fortificada en 918. 

  Monumento a Alfonso VIII en Plasencia (Cáceres)

22 de julio de 2013

El castillo- palacio de los Zúñiga en Béjar (5ª Parte y final)





Autores: Roberto Domínguez Blanca y Carmen Cascón
Publicado: Revista Cultural de Gibraleón, nº 11 (jun. 2011)


Los moradores del Palacio: la corte ducal, una trasposición de corte real




Según el escritor José Luis Majada Neila la Casa Ducal no era el palacio, ni la familia del Duque, ni su patrimonio, ni el escudo de sus armas, ni la historia de su apellido, sino todo ello más la sociedad doméstica de los múltiples criados reconocidos como tales por el señor, más el cuerpo de abogados y asesores jurídicos que defendían sus intereses [1]. Nos parece esta definición acertada de lo que de facto significaba ese concepto que se utiliza, a veces de manera voluble, para englobar en él todo aquello que hace referencia a los duques en su conjunto. En este apartado del artículo nos gustaría tratar de las personas que conformaban la Casa Ducal al margen de los duques mismos, es decir, de esa legión de criados que defendía los intereses ducales como si fuesen propios y que habitaban durante la mayor parte del año el Palacio Ducal bejarano unidos en una corte que asemejábase, en pequeño, a una corte real [2]. No en vano los señores actuaban como “reyes” en sus propios estados, administrando justicia y recaudando impuestos, prerrogativas adquiridas y fortalecidas a lo largo de la Edad Media, en una situación semejante a la de otros señoríos peninsulares. Las cortes nobiliarias adoptaron la etiqueta borgoñona implantada por la dinastía de los Habsburgo, caracterizada por la complejidad, solemnidad y fastuosidad. Rastreando los archivos de la iglesia de Santa María, parroquia a la que pertenecía el Palacio Ducal, hemos encontrado mencionados personajes aparejados a cargos de esa corte señorial durante los siglos XVI, XVII y XVIII [3]. La nobleza de la Edad Moderna hacían gala de sus riquezas, sus posesiones, mecenazgo, batallas ganadas, honores e insignias, y también  tanto como de los criados que les rodeaban. Así, el número de sirvientes y criados era proporcional a la acumulación de títulos políticos, militares y nobiliarios.




Podemos estructurar a la servidumbre en dos rangos claramente diferenciados. Por un lado, los oficiales con funciones administrativas y, por otro, el servicio doméstico, organizados ambos estratos en una estructura piramidal estricta, teniendo como eje vertebrador y en la cúspide a figura del duque y a su familia. 

15 de julio de 2013

El castillo- palacio de los Zúñiga en Béjar (4ª Parte)




Autores: Roberto Domínguez Blanca y Carmen Cascón
Publicado: Revista Cultural de Gibraleón, nº 11 (jun. 2011)


        Pedro de Marquina también ampliaría la fachada sur del Palacio elevando algún cuerpo sobre el que existía, aunque según Muñoz Domínguez no se terminará del todo en el siglo XVI[1]. Esta fachada muestra en la actualidad cuatro órdenes de vanos, correspondiendo los dos centrales a las plantas más nobles del edificio, por lo que los vanos son más amplios y la iconografía nobiliaria se agrupa a su alrededor. En el piso inferior, los vanos se cubren con cornisa y se alternan rítmicamente con escudos de los Zúñiga; en el superior se ve otra mano, al menos en la labra de los escudos, que ahora están sobre los vanos, alternando los de Zúñiga con los de Sotomayor. Otra diferencia en esta altura es que entre cada vano y su cornisa media una cartela con otra cartela central, grabándose en ésta las letras F, M y A en monograma y bajo corona. Harían mención al duque Francisco III y a su esposa María Andrea de Guzmán, por lo que este cuerpo se habría levantado en algún momento entre 1591 y 1601. Una inscripción más amplia y de difícil comprensión ocupa la cartela del vano más oriental. La fachada palaciega concluye en su lado oeste adosada a restos de la fábrica precedente que conservan algún blasón de los Zúñiga.
 Fachada sur del Palacio


            

8 de julio de 2013

El castillo- palacio de los Zúñiga en Béjar (3ª Parte)



 Autores: Roberto Domínguez Blanca y Carmen Cascón
Publicado: Revista Cultural de Gibraleón, nº 11 (jun. 2011)

El palacio ducal a partir del siglo XVI


            La conversión del castillo de los duques de Béjar en palacio transcurre durante el siglo XVI. Es entonces cuando comienza un programa constructivo sin precedentes que afectó a los edificios más significativos de la población. Generalmente importantes reformas y ampliaciones siguiendo los parámetros del estilo artístico entonces vigente, el renacentista. No sólo asistimos a la construcción de la casa madre de los Zúñiga, sino que también se materializa la villa de recreo de “El Bosque” con sus fuentes y jardines, cuya concepción sólo se puede explicar a través de un contacto directo con el humanismo italiano[1]. Además, las iglesias de la villa se amplían para acoger mayor cantidad de fieles, se crean conventos o se los dota de nuevas dependencias, se levanta el nuevo edificio del consistorio o la casa de Gonzálo Suárez[2], se abren puertas más monumentales en la muralla, se construye un acueducto como el de Plasencia o se acondiciona el nuevo hospital que ocuparía el lugar de la antigua iglesia parroquial de San Gil. Hasta bien entrado el siglo XVII continuaron algunas de las empresas iniciadas en la anterior centuria. Asistimos, por lo tanto, a la transformación del vetusto poblado medieval en una decorosa villa ducal. La investigadora Esther Alegre Carvajal[3] destacó la importancia de Béjar en el panorama español como villa ducal entendida desde un punto de vista urbanístico, si bien señaló como singular la ausencia de un poder clerical preponderante que se manifestara a través de edificios de envergadura (colegiata), tal vez por la proximidad de la catedral de Placentina y la buena relación de los Zúñiga con su curia[4].

Fotografía antigua de la fachada norte



            En este contexto se han de entender las obras del palacio ducal, y en ellas nos vamos a detener[5]. Es en época de Álvaro II, duque entre 1488 y 1531, cuando dan inicio. Llevadas a cabo entre 1503 y 1510[6], tuvieron como protagonistas fundamentalmente a las fachadas norte y sur. El ala sur es la más palaciega y la que menos acusa el origen defensivo del complejo. Sería de este momento la parte inferior de los muros, con los singulares seis contrafuertes en forma de torrecillas achaparradas que, con escudos de los Zúñiga y Sotomayor y de las iniciales F y G (en referencia al duque Francisco y su esposa Guiomar), se suceden en la zona más al este del zócalo. Alguna piedra ornada con las bolas típicas del arte de época de los Reyes Católicos reafirma la datación propuesta.

15 de junio de 2013

El castillo- palacio de los Zúñiga en Béjar (2ª Parte)




Autores: Roberto Domínguez Blanca y Carmen Cascón Matas

Publicado: Revista Cultural de Gibraleón nº 10 (dic. 2010)



       En 1396 don Diego López de Stúñiga (1396- 1417) trueca la villa de Frías por la de Béjar al rey Enrique III de Trastámara. Béjar deja de ser de realengo y se convierte en dominio señorial. A partir de ese momento, la villa sufre un proceso de conversión lento pero progresivo hasta alzarse en capital inexcusable de los variados y extensos estados de la Casa, aunque para ello tengan que pasar varias décadas, entre otras cosas porque sus dos primeros señores, don Diego y su hijo don Pedro (1417- 1453), apenas residieron en ella [1] prefiriendo Plasencia o Arévalo (también dentro de sus vastos dominios). Este protagonismo de Béjar como imagen de prestigio como linaje [2] se adquirirá a partir de su definitiva conversión en ducado en 1485, siendo ostentado este título por vez primera por Álvaro de Zúñiga (a la vez que los Zúñiga pierden Plasencia), hasta la muerte del duque don Joaquín en 1777. Así se comprende que el antiguo castillo- fortaleza sufra importantes y decisivas modificaciones destinadas tanto a hacer más habitable el edificio como a elevarle a la condición de Palacio a la vez que imagen capital del prestigio ducal. 


          De todas formas, la antigua alcazaba no era el único espacio utilizado como residencia ducal, pues en la actual Plaza de la Piedad se alzaba el Palacio Nuevo, propiedad de la Casa Ducal desde los tiempos del duque Álvaro de Zúñiga y Guzmán (1488- 1531), comunicado con la Plaza de Armas o Plaza Mayor a través de la estrecha calle de Las Armas, lugar de residencia de los hidalgos y caballeros. Tras distintos avatares, el Palacio Nuevo pasó a convertirse en cenobio destinado a monjas dominicas después de la reforma del edificio en 1582. 

7 de junio de 2013

El castillo- palacio de los Zúñiga en Béjar (1ª Parte)



Autores: Roberto Domínguez Blanca y Carmen Cascón Matas

Publicado: Revista Cultural de Gibraleón nº 10 (dic. 2010)

*Este año 2013 se celebra el Cincuentenario del Instituto "Ramón Olleros Gregorio", enclavado en el antiguo palacio de los duques de Béjar, en el corazón de la ciudad. Es por ello por lo que queremos compartir con todos vosotros dos artículos que publicamos hace un par de años en dos revistas consecutivas editadas por nuestros buenos amigos, y en otro tiempo vasallos de la misma Casa de los Zúñiga, de Gibraleón (Huelva).  




            Emplazado en la parte más elevada, el castillo-palacio de los Zúñiga o palacio ducal de Béjar, como mejor se le conoce, nos recibe enseñoreándose sobre la amplia Plaza Mayor de dicha ciudad[1], mostrándose arrogante y altanero, despejando dudas acerca del dominio de la Casa de Zúñiga sobre la villa. Cuando desembocamos en este espacio abierto desde la estrecha calle Mayor, despejado ex profeso como lugar comercial, festivo y simbólico, nos parece llegar, sin lugar a dudas, a ese espacio emblemático, lugar decisorio y representativo, del que ninguna ciudad carece. Los tres poderes de la Edad Moderna manifiestan en ella su poder, alzando edificios poderosos, llenos de significado. Al sur de la primitiva plaza de armas, el Consistorio convoca al pueblo en la toma de decisiones civiles, tanto en tiempos pretéritos como en la actualidad[2]. En el centro, la iglesia de El Salvador congrega a los fieles para alabar al Señor[3]. Al oeste, el Palacio Ducal, residencia de los duques y señores de la villa y su tierra, contenía ese poso militar y a la vez de posesión que no escapaba a ninguno de sus vasallos. En un pulso constante a lo largo de la Historia, los poderes civil, religioso y señorial dejan sentir su eco en el espacio vasto del casco antiguo de la villa

 Vista aérea del Palacio Ducal y Plaza Mayor

11 de mayo de 2013

Arquitectos y canteros en la arquitectura bejarana del siglo XVIII (2ª Parte y final)

            Autor: Roberto Domínguez Blanca.
Publicado: especial del semanario Béjar en Madrid de 2009.


            En Béjar, el mal estado en que se encuentra la cárcel real (en el hoy ayuntamiento) provoca la necesidad de constantes intervenciones para repararla. Por ejemplo, en 1735 se contrata al maestro de mampostería y cantería Juan Martín Foguete, de nación gallega, quien presenta planta junto al maestro de carpintería Antonio García Molina[1]. Sin embargo, en 1737 la obra aún no se había llevado a cabo, y lo poco que se había avanzado se suspendió, en espera de lo que el Concejo llama “Gallegos Maestros Intelixentes”[2], con lo que sobra decir que tenían acreditada fama en su oficio entre los próceres bejaranos. En 1739 Martín Foguete y García Molina vuelven a intentar hacerse cargo de estas obras, pero su propuesta es rechazada[3]. Al igual que la de otro cantero guardés, Silvestre Moreno, que se había presentado junto al carpintero candelariense Francisco Sánchez Castaño[4]. La obra de la cárcel real todavía coleaba, pues en 1752 el Martín Foguete planea junto a Manuel Vicente, maestro bejarano de cantería, la obra de los calabozos[5].
 Claustro del convento de San Francisco (Béjar), concluido en 1599.

            Hermano de Juan es Alejandro Martín Foguete, quien en 1744 se presenta para acometer unas obras en la alhóndiga bejarana junto a Lorenzo Portela[6]. Otro maestro de cantería y albañilería gallego y residente en Béjar es Santiago González, quien entre 1716 y 1717 está trabajando en uno de los muros del hospital de San Gil junto a la torre[7]. A Francisco Sino le volvemos a encontrar, pero ahora en Béjar y trabajando frecuentemente para la iglesia de El Salvador; mientras que a un familiar suyo, Sebastián Sino (¿hermano?) y a su paisano Santiago García, les asignarán la realización de los batanes ducales en 1753[8].


4 de mayo de 2013

Arquitectos y canteros en la arquitectura bejarana del siglo XVIII (1ª Parte)



Autor: Roberto Domínguez Blanca.
Publicado: especial del semanario Béjar en Madrid de 2009.

La presencia de maestros canteros de procedencia gallega (en especial de la villa pontevedresa de La Guardia) trabajando en Béjar y los pueblos de su comarca fue una constante durante los siglos XVIII y XIX, como ya documentara Ros Massana para la década que transcurre de 1828 a 1838 se registran varios viajes a Galicia de canteros de esta procedencia, tras el trabajo estacional en Béjar y en otras zonas de Castilla[1]. Junto con los canteros locales trabajarían en todo tipo de tipo de obras propias de su oficio, desde el empedrado de calles hasta la construcción de iglesias. 

 Candelario (Salamanca)

30 de marzo de 2013

La Ermita del Santo Cristo de Talaván (Cáceres), otro episodio de patrimonio artístico a punto de perderse para siempre


*Hace ahora unas semanas que en este mismo blog compartimos con vosotros nuestra preocupación por la ermita de Talaván (Cáceres) y hacíamos una llamada de atención con el texto que Gabriel Cusac había colgado en su blog. Hoy hacemos más amplias las informaciones recabadas desde entonces de la mano de Roberto Domínguez Blanca, quien ha estudiado los inquietantes y extraños esgrafiados de iconografía fuera de lo común.

     Talaván es una localidad cacereña de unos mil habitantes ubicada a medio camino entre las ciudades de Cáceres y Plasencia. Al igual que Béjar pertenece a la diócesis de Plasencia, y entre su patrimonio artístico destacan la iglesia parroquial y la ermita del Santo Cristo, que contiene una colección de esgrafiados en sus paredes de peculiarísima iconografía.

 
 Réprobos de Talaván


La puesta en valor de este interesantísimo legado pictórico de inusual temática, y alertar sobre el peligro que corre de desaparición por la situación de abandono que padece la ermita, son el objetivo fundamental de este breve artículo, de forma que no se repita el triste destino de los esgrafiados de la ermita del Cristo de Horcajo de Montemayor (Salamanca).

2 de febrero de 2013

Pintura flamenca del siglo XVII en el Museo Valeriano Salas (4ª Parte y final)



Autor: Roberto Domínguez Blanca
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de la Cámara de Comercio e Industria de Béjar, 2011.

Del bruselense Pieter Bout (1658-1719) se pueden admirar dos paisajes, “Veleros” (44 x 71 cms.) y “Paisaje con un río entre montañas” (15 x 24 cms.). El primero es una vista de la llegada de un grupo de embarcaciones a una playa a los pies de unas montañas, por donde pululan varios grupos de individuos atareados o entablando conversación. En la derecha de la superficie pictórica asoman las ruinas de unas construcciones torreadas. Se advierte que es una obra interesante, aunque el mal estado de la capa de pintura, muy cuarteada, no permite observar con nitidez los detalles, especialmente de los planos secundarios.

"Veleros" de Pieter Bout 

            De muy pequeño tamaño es el segundo, tampoco exento de calidad. El artista plasma su visión de un paisaje de ribera al atardecer. Por el ancho valle transcurre plácidamente entre meandros un río. Al fondo, una villa se recorta entre montañas descompuestas en todos azulados y rosáceos por efecto de la mortecina iluminación del astro rey. En la orilla contraria y en primer plano, un embarcadero a los pies de un agreste paisaje umbroso a contraluz, conduce a un castillo roquero. En el centro de la parte baja del cuadro, algunos caminantes se adentran en un sendero, mientras otro de ellos parece observarles junto a una barca. El estudio de la luz es muy interesante. Dorada, sólo consigue posarse en muy pocos elementos del primer plano (caminantes, árbol de la izquierda…), utilizando brillos puntuales con escasos toques de empaste blanco.

21 de enero de 2013

Pintura flamenca del siglo XVII en el Museo Valeriano Salas (3ª parte)



Autor: Roberto Domínguez Blanca
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de la Cámara de Comercio de Béjar, 2011.


Neptuno y Anfítrite (fig. 7) (60 x 98 cms.) es un cuadro de temática mitológica. Anfítrite es una nereida, divinidad del mar que protegía la vida de los marinos y que tenía en vez de piernas cola de pez. Anfítrite no quería ser desposada por Neptuno, pero Delfino le advirtió que si no accedía a la petición del dios, éste levantaría tales tempestades que acabaría con la vida de los mortales, razón que le llevó a cambiar de opinión.

 "Neptuno y Anfítrite" de Endrick Van Valen
Museo Valeriano Salas de Béjar

El centro de la equilibrada composición lo ocupan el dios marino y Anfítrite, aquí representada con piernas. Aquél es un vigoroso anciano aferrado a su símbolo, el tridente. Junto a la joven, de delicada y estilizada figura, es portado sobre un trono en forma de venera y arrastrado por hipocampos. Un amorcillo toma la mano de Anfítrite. Una de las pocas notas de color, un manto encarnado sirve para enmarcar a los personajes y realzarlos. El relato transcurre junto a la orilla del mar, donde la comitiva que rodea el trono se afana en tareas pesqueras, y cerca de una gruta en segundo plano en la que se celebra un festín. Las figuras masculinas, tritones, portan grandes peces sobre sus espaldas y otros más pequeños en las puntas de unas cañas, mientras otro tritón hace sonar una caracola. Las figuras femeninas, nereidas y sirenas, expresan una actitud más distendida conversando, descansando, acicalándose o recogiendo conchas y corales.

14 de enero de 2013

Pintura flamenca del siglo XVII en el Museo Valeriano Salas (2ª parte)




 Autor: Roberto Domínguez Blanca
 Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de la Cámara de Comercio de Béjar (2011)

        En “Fiesta de aldeanos” (29 x 26 cms.) la composición del lienzo vertical se divide en dos partes: la inferior con la reunión de los aldeanos y la superior dominada por un árbol, la fachada de una taberna y las nubes en las que se refleja el sol de la tarde. Los personajes se distribuyen en dos planos: sentados los primeros y de pie los del fondo. Del grupo destaca el joven con gorro rojo que tañe un laúd. Mira a su derecha, donde junto una granjera que se lleva la mano al pecho, un anciano sentado tras una mesa con una jarra y un vaso de vino parece entonar una melodía. Una atmósfera de cierta solemnidad envuelve al grupo que escucha atentamente a los músicos. Un hombre sujeta una jarra, otro fuma en pipa pensativo, un anciano levanta una copa por la base (signo de distinción)… nada que ver con las reuniones bulliciosas y populares de alguna de las pinturas de Jordaens o Adrien Brouwer.



"Fiesta de aldeanos", de Gillis van Tilborgh
Museo Valeriano Salas (Béjar)



            Técnicamente, el autor da mucha importancia al dibujo, usando el color para ordenar la composición. Los campesinos sentados a la derecha del cuadro llevan indumentarias claras que atraen la vista del espectador, mientras que para cerrar la composición visten de colores oscuros (negro fundamentalmente) los sentados a la izquierda y los que permanecen de pie en el segundo plano, que parecen fundirse con el fondo.

2 de enero de 2013

Pintura flamenca del siglo XVII en el Museo Valeriano Salas (1ª parte)




Autor: Roberto Domínguez Blanca
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, Cámara de Comercio e Industrias (2011)

            De la rica y variopinta colección de arte que el bejarano Valeriano Salas[1] fue recopilando con el tiempo, destaca el apartado pictórico, compuesto en su mayoría por cuadros barrocos flamencos y holandeses, además de españoles de los siglos XIX y XX. Los primeros salieron del pincel de maestros de segundo y tercer orden sin que por ello se deprecie el interés de las obras; todo lo contrario, suponen una buena muestra del clima artístico y del caldo de cultivo en el que surgieron virtuosos de la talla de Rubens, Rembrandt, Vermeer, Hals, Jordaens, Frans Snyders o Van Dyck.


 Museo Valeriano Salas (Béjar)



24 de julio de 2012

Un nuevo libro da a conocer la Historia de San Miguel de Valero (Salamanca)



 Autor: Roberto Domínguez Blanca

        El pasado miércoles 4 de julio se presentó en San Miguel de Valero (Salamanca) el libro de José Luis Zarza Sánchez “Crónica Histórica de San Miguel de Valero”, un profuso trabajo de investigación que viene a ampliar la bibliografía de la comarca de Entresierras. Editado por la Diputación de Salamanca y el Ayuntamiento de San Miguel de Valero, se suma a otras recientes publicaciones auspiciadas por la Diputación en su serie Ayuntamientos, como la de título tan sugerente de Diego Navarro Pérez “San Miguel de Valero. El misterioso reino de Quilama”, o el libro “Valero: Una villa serrana en el valle del Quilama”, magistral en todos los aspectos del colaborador de este blog José Ignacio Díez Elcuaz.

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22 de abril de 2012

Historia arquitectónica y artística del santuario de Nuestra Señora del Castañar (9ª Parte)

Autor: Roberto Domínguez Blanca

   De César Álvarez Dumont, como ya adelantamos, son las cuatro mujeres restantes. Raquel es una de ellas. Su carácter sencillo es subrayado por la pose escogida. Sedente y vestida con una túnica a rayas, inclina la cabeza en actitud humilde, dirigiendo dulcemente su mirada al espectador. La larga toca que cubre su cabeza y que ensombrece buena parte de la misma acentúa su apacibilidad. Por su forma de ser, frecuentemente es acompañada por una oveja, pero éste no es el caso. Cruza las manos sobre su pierna izquierda, permitiendo asomar bajo la túnica un pie desnudo. El fondo es un interior reducido a un plano inmediato a la protagonista, realzando el carácter íntimo de la escena, especialmente al no abrirse ningún vano al exterior. César utiliza el mismo escenario que para Jael.

Raquel (César A. Dumont)
           
           Su historia, que se recoge en el Génesis, narra la intención de su primo Jacob de casarse con ella; pero el padre de Raquel, Labán, pretendía que lo hiciera con su primogénita, Lea, sin que Jacob fuera consciente de ello. Sin embargo, éste y Raquel terminarán conociendo el engaño de Labán. Con todo, Raquel no frenó ceremonia para evitar una humillación pública a su hermana. Tras una larga espera llena de sinsabores, Raquel se unió a Jacob dándole dos hijos, muriendo desgraciadamente en el parto del segundo. Jacob la enterró cerca de Belén, un lugar que en la actualidad es polo de peregrinaje. Para el judaísmo Raquel es una intercesora de este pueblo ante Dios, pues el profeta Jeremías se refiere a ella como “Raquel que llora a sus hijos”. 

11 de enero de 2012

Historia arquitectónica y artística del Santuario de Nuestra Señora del Castañar (8ª Parte)


Autor: Roberto Domínguez Blanca
Publicado: Béjar en Madrid, noviembre de 2011.

Centrándonos en lo que al final se hizo y en lo más importante, vamos a repasar la labor pictórica figurativa. Lo primero que debió de maravillar a los bejaranos de entonces fue la monumental Coronación de María por la Santísima Trinidad, ejecutada sobre el gran arco triunfal. Solemne, frontal y entronizada, Dios Padre con la esfera del mundo y Dios Hijo con la cruz del martirio sujetan la corona sobre su cabeza. Apartados de la escena principal y en el arranque del arco, un séquito de angelotes blande las palmas del martirio. Toda la escena se desenvuelve en un ámbito celestial brumoso e indefinido. Atribuible a los hermanos Álvarez Dumont, su estilo se encuadra dentro del clasicismo académico que ya estaba siendo rechazado por los artistas más vanguardistas. La técnica es muy depurada, predominando el dibujo sobre el color como vemos en los grupos de ángeles, que recuerdan modelos italianos del siglo XVIII. ¿Qué escena ocupaba el frente del arco antes de la intervención de los Dumont? Para don Juan Muñoz el mismo asunto . Lo único que parece cierto es que en el siglo XVIII, un tema similar, una Asunción de Nuestra Señora, se mandó elaborar a un pintor de Cáceres entre 1774 y 1778 para dicho arco, aunque no era una pintura mural sino un lienzo, pues Lucas Martín recibe 66 reales por hacerle un marco .


De los Dumont son las imitaciones de jaspes de la capilla mayor: rojos en los muros inferiores y verdes en los arcos y base de la cúpula. En ésta, otro fresco, ahora con la Asunción de la Virgen, ocupa la gran semiesfera. Con túnica talar blanca y mano celeste cruzado, María dirige su mirada al cielo. En su derredor, un grupo de juguetones angelotes portan palmas y filacterias. En el campo de la cúpula enfrentado a esta escena, ángeles vestidos con túnicas entonan cánticos o interpretan música con algunos instrumentos (arpa, órgano, chelo, viola, timbal…).



13 de diciembre de 2011

"Retablos Barrocos del Valle del Corneja" de Mª de la Vega Gómez González

         
Autor: Roberto Domínguez Blanca


         En 2009 una de las colaboradoras de este blog, María de la Vega Gómez González, vio recompensados años de intenso trabajo y de pura y dura investigación, no exentos de sinsabores, en forma de libro: “Retablos Barrocos del Valle del Corneja”, editado en dicho año por la Institución Gran Duque de Alba de la Diputación Provincial de Ávila. El resultado, una obra clave en la historiografía del arte abulense para comprender el devenir de la retablística y sus artífices en la mencionada comarca, y en general, para medir el impacto que tuvo el Barroco en las zonas rurales castellanas.

       Hace el número 88 de la colección “Monografías de arte y arquitectura abulense”. Con una cuidada edición, la acertada elección de la imagen de la portada invita a adentrarse en las páginas del libro. Se trata de una fotografía firmada por Sergio de Vega Ampudia del magnífico interior de la iglesia de Bonilla de la Sierra presidido por tres soberbios retablos, muestra elocuente de la categoría que alcanzó la construcción de retablos en estas tierras.



1 de noviembre de 2011

Historia arquitectónica y artística del Santuario de Nuestra Señora del Castañar (7ª Parte)


Autor: Roberto Domínguez Blanca
Publicado: Béjar en Madrid, 4.657. 17/06/2011

No volvemos ha encontrar obras de importancia hasta el ocaso del siglo XIX. Clave fue la llegada a Béjar del arquitecto Benito Guitart Trulls[1], quien consiguió la plaza de arquitecto municipal de la ciudad en 1893 por ocho votos a cinco frente a otro catalán, José María Pujol de Barberá. Ambos llegarán a ser personajes muy reconocidos en su oficio. Pujol de Barberá, recién titulado y cercenadas sus aspiraciones en Béjar, trabajará como para el ministerio de finanzas en varias ciudades de España, hasta que en 1897 obtiene el cargo de arquitecto municipal de Tarragona. Allí echará raíces y de su mano saldrán algunos de los mejores edificios modernistas de la ciudad.

Foto de Benito Guitart Trulls. 
Gentileza de la familia Guitart.



24 de octubre de 2011

Historia arquitectónica y artística del Santuario de Nuestra Señora del Castañar (6ª Parte)


Autor: Roberto Domínguez Blanca
Publicado: Béjar en Madrid, nº  4.644. 18/03/2011


*Retomamos la serie de artículo dedicados a la edificación del santuario de la Virgen del Castañar, patrona de Béjar. Os dejo aquí los enlaces de los anteriores capítulos para que nadie se pierda. 



A la par que los esfuerzos y los caudales se concentraban en embellecer el camarín, en la iglesia se continuaban haciendo obras menores. Se embaldosó el suelo de la nave, capilla mayor y sacristía entre 1765 y 1766 con maestros de Ledrada como Miguel García Colorado y Cayetano Álvarez [1], y seguidamente se comenzó a adquirir buena parte del mobiliario. Se compraron bancos y entre 1774 y 1778 el desaparecido cancel y dos confesionarios. El cancel se encargó al maestro carpintero Manuel Álvarez por 800 reales, más otros 32 que costó el traer una piezas de Salamanca. Con seguridad estas piezas eran adornos de talla de gusto rococó cuyo objeto sería dar un toque moderno a la carpintería local de cuarterones. De hecho, el tallista salmantino M. Márquez [2] recibe 4 reales por tres serafines para el cancel, un adorno para colocar sobre la entrada del camarín y otras piezas [3]. Un ejemplo de este tipo de carpintería lo tenemos en el cancel de la portada norte de la iglesia de San Juan. Respecto a los confesionarios, éstos fueron contratados con el maestro tallista Francisco Álvarez por 233 reales, en los que se incluía el precio de la madera [4].

Fotografía antigua del santuario